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CINEMA DE PERRA GORDA

Jack Gold

THE MEDUSA TOUCH (1979, Jack Gold) Alarma, catástrofe

Como ha venido sucediendo desde que el cine es cine y, de manera muy especial, a partir de la década de los setenta, en donde la crisis de la producción dentro de la división en géneros era una realidad firmemente instalada, fue moneda corriente ir aprovechando títulos y corrientes de éxito, para presentar variaciones más o menos -sobre todo menos- interesantes, con la premisa fundamental de posibilitar un rápido éxito comercial. Nos situamos en la segunda mitad de los setenta, donde aún se producían propuestas residuales e incluso subproductos, de dos subgéneros en aquel primer lustro habían, literalmente, roto las taquillas. Por un lado, la reiterada apuesta por el cine de catástrofes -repleto de éxitos comerciales y carente de exponentes de especial relieve-. Por otro, la continuidad en un cine de terror de carácter sobrenatural, que tuvo dos rotundos éxitos con THE EXORCIST (El exorcista, 1973. William Friedkin) y la posterior THE OMEN (La profecía, 1976), y que propondría productos tan estimables como AUDREY ROSE (Las dos vidas de Audrey Rose, 1977).

Sin embargo, no deja de resultar sorprendente que en aquellos años se tuviera la inteligente idea que proponer un aunara que aunara ambas vertientes. Lo más sorprendente aún es que dicha apuesta se coronara con un resultado realmente atractivo, que cabe considerar como una de las propuestas más inteligentes legadas por el género en aquellos años. Por supuesto, una producción de estas características, estoy seguro desconcertó a los habituales seguidores de una u otra vertiente, lo que posibilitó que pese a sus notables cualidades, e incluso al atractivo de su reparto, la película pasara sin pena ni gloria. De tal forma, THE MEDUSA TOUCH (Alarma, catástrofe, 1978) auspiciada por inteligente y siempre humilde realizador británico Jack Gold -hábil frecuentador del cine de géneros-, ayudada en su base por el brillante guion del posteriormente oscarizado John Briley -a partir de una novela de Peter Van Greeneway-, se erige no solo como una película que se eleva sobre el no muy atractivo nivel del cine de catástrofes generado en aquellos años. Más allá de esta circunstancia, aparece como una de las más atractivas singularidades legadas por el cine británico durante la segunda mitad de los 70.

THE MEDUSA TOUCH atrapa la atención del espectador ya desde su secuencia pregenérico, en la que contemplamos el inquietante y terrible asesinato del escritor John Morlar (un inquietante Richard Burton, dominando las múltiples ausencias de su personaje en pantalla). En esos momentos ya aparece una pantalla de televisión que, de manera sutil, se erige casi como la entraña última de la película. Pronto acudirá a asumir la investigación el francés inspector Brunel (magnífico Lino Ventura) quien, junto a sus compañeros de investigación, se unirán con la inexplicable sorpresa de ver como el atacado, prácticamente con la cabeza machacada, aún se conserva con vida. Trasladado de inmediato al hospital, poco a poco se irán abriendo los vértices de la investigación, mientras el escritor apenas subsiste por sus ondas cerebrales. Brunel irá indagando entre sus vecinos y su editor, asumiendo que se trata de un ser totalmente introvertido. Las pesquisas le trasladan hasta la joven doctora Zonfield (magnífica, como siempre, Lee Remick), psiquiatra que trató de manera reiterada al agredido. Será precisamente en la interrelación entre ambos, donde la película irá adquiriendo la espiral de su creciente densidad argumental, basándose en la creciente impresión de los poderes sobrenaturales que acompañan a Morlar. Alguien que desde su niñez se caracterizó por poder preludiar, e incluso incitar al desarrollo de hechos trágicos que han rodeado su existencia. En realidad, todo ello ha contribuido a conformar la extrema misantropía de alguien a quien su propio entorno familiar contribuyó a esa mirada despectiva, e incluso a la vivencia de hechos luctuosos, y que solo ha podido canalizar esa visión despreciable de la sociedad que le rodea, a través de la literatura. Será algo que, paradójicamente, le ha proporcionado riqueza, aunque sus libros provoquen tanto desapego en su prestigio, como recelo entre las clases poderosas de la sociedad inglesa de su tiempo -circunstancia que destacará en un momento dado, durante una conversación con Brunel el comisionado encarnado por el siempre magnífico Harry Andrews-.

Nos encontramos, pues, ante una propuesta que logra trascender el innegable interés de su creciente trama de suspense. De saber caminar hacia un inquietante sendero en el que se ponen sobre el tapete los poderes de la telequinesia, que tendrán su plena repercusión en la creciente conciencia del inspector francés -el personaje sobre el que se plantean las simpatías del espectador- de la existencia de esos poderes. Todo ello, en torno hacia un ser que se encuentra hospitalizado y casi en coma, y que desde allí puede provocar incluso la amenaza sobre una catedral, cuando se va a celebrar allí un acto multitudinario en el que se encuentran representantes institucionales, empezando por la propia reina de Inglaterra.

La película irá progresando a partir de las informaciones y recuerdos que atesora la psicóloga, conformando un retrato tan oscuro como inquietante de un ser que aparece al mismo tiempo como víctima y verdugo -en un momento dado, se muestra en primer plano la sobreimpresión de un primer plano del escritor en medio de una conversación entre el inspector y la doctora, ratificando la creciente presencia de su personaje en la relación entre ambos-. Ello se expresa casi de una secuencia a otra, y lo contemplamos de manera sucesiva como vulnerador y amenazador, en una clara apuesta por la ambivalencia, que tendrá una mirada tan escéptica, compasiva y, finalmente, inquietante, en torno a Brumel. Sobre todo, una vez se vaya concluyendo la terrible catarsis, inicialmente plasmada en torno a la resolución del personaje de la psiquiatra -en el que quizá sea el momento más conmovedor de la película-, y muy poco después en la terrible expresión visual del desplome de la catedral, resuelto en un brillantísimo ejercicio cinematográfico que debe quedar entre lo más brillante legado por el generalmente poco estimulante cine de catástrofes, ya que además de su perfecta plasmación visual, aparece en pantalla como auténtica explosión física de las tensiones generadas hasta entonces en el relato.

THE MEDUSA TOUCH alberga la virtud de funcionar a varios niveles. Más allá de su brillante combinación de relato fantastique, de suspense y de catástrofes, el film de Gold propone una mirada desencantada en torno a una sociedad áspera y sin asideros. Es algo que expresa muy bien su puesta en escena, y el trazado de una investigación rodeada de personajes secundarios dominados por su aspereza, que tendrán su reflejo en el rostro descreído del investigador francés. Esa visión crítica de la sociedad de consumo, tendrá su oportuno reflejo en la presencia casi constante de aparatos televisivos. Máxima metáfora de una alienación generalizada, aparecerá ligada a esa otra pantalla en la que iremos comprobando la creciente incidencia de las ondas cerebrales de ese hombre sin conciencia aparente, que se encuentra en el punto de mira de todos. Esa reiterada referencia como base de la alienación colectiva de la sociedad urbana de aquellos años setenta, será el punto de partida para una mirada subversiva, que tendrá su alcance más elevado en esa apuesta blasfema escenificada en torno al terrible desplome del templo, que expresará su punto más álgido de rebelión intelectual -y física-. De ese escritor que sabe sobrevivir a la muerte casi de manera milagrosa, y que ha convertido su traumática existencia en una lucha implícita con aquello que considera injusto.

THE MEDUSA TOUCH concluirá de manera tan inquietante como abierta, y albergará en su trazado secuencias tan impactantes -y descritas con extraña naturalidad- como aquellas que describirán las muertes surgidas en torno a su influjo -o incluso antes de ellas, como la mirada de horror del viejo juez, a la que el propio Morlan le ofrecerá de manera amenazante-, u otras en apariencia secundarias, como la que describe la visita del escritor a un vidente -encarnado por el brillante Michael Horden-, que irá descubriendo con horror que se encuentra ante alguien del que no aprecia nada positivo, en otro de los pasajes más inquietantes del relato.

Calificación: 3