THE PAPER CHASE (1973, James Bridges) Vida de un estudiante
THE PAPER CHASE (Vida de un estudiante, 1973. James Bridges), funciona a varios niveles, lo que le ha permitido envejecer relativamente bien con el paso del tiempo, manteniéndose como una estimable película. De entrada, la misma plantea a nivel narrativo e incluso temático, una mirada en torno a esa juventud americana de inicios de los setentas, en un ámbito que iba teniendo su relativa fuerza, aunque justo es reconocer no legara demasiados exponentes memorables. Al menos, y eso resulta incontestable, en su conjunto, y más allá de sus puntuales cualidades, proponer el valor testimonial de un contexto convulso, en el que la contracultura, los movimientos sociales, o el malestar en torno a la intervención americana en la guerra del Vietnam, aparecían como elementos candentes en la mentalidad de las jóvenes generaciones de norteamericanos. Pero al mismo tiempo, la película tiene la astucia de plantearse a partir del enfrentamiento de dos personajes, en cuyo choque se delimitará la fuerza dramática de su conjunto. Uno de ellos será el joven alumno de primero de derecho James S. Hart (Timothy Bottoms), muchacho procedente de una clase media, y que accede a la Universidad de Harvard como alumno aventajado, incluso por encima de lo que podría proponer su ascendencia social. Su oposición se encuentras en el veterano profesor Charles W. Kingsfield (el antiguo productor cinematográfico John Houseman), un académico tan respetado como temido, estableciéndose desde el primer momento una extraña interacción entre ambos, por más que el veterano docente en ningún momento se desprenda de su extrema frialdad. Esta oposición, asumirá un ingrediente inesperado, con la relación que Hart iniciará con Susan Fields (Lindsay Wagner), sin saber que se trata de la hija de Kingsfield.
A grandes rasgos, esta será la entraña dramática de este apreciable estudio de caracteres, que propone un cineasta y guionista como James Bridges, por lo general desarrollando su andadura en el terreno de las propuestas discursivas, hasta que la misma quedara engullida en la más acusada convencionalidad. No obstante, THE PAPER CHASE propone los suficientes elementos de interés, en una película definida narrativamente, por un óptimo uso de la pantalla ancha, describiendo a su través una planificación fría, dominada por planos largos y una iluminación atonal, y huyendo por fortuna, de esas debilidades visuales tan propias de la época. A través de dicha sencillez narrativa, el film de Bridges discurre a varios niveles o subtramas, como puede ser la extraña relación aparecida entre Hart y Susan, o los devaneos existentes en el grupo de estuantes, con lo que el joven universitario, compartirá este curso inicial. Así pues, en este último ámbito, aflorarán poco a poco las disputas, los desfallecimientos y las frustraciones, de un grupo de estudio, que llegados los exámenes finales, se reducirán a la mitad de sus seis componentes iniciales.
Llegados a este punto, justo es reconocer que el film de Bridges alberga en su discurrir, no pocos elementos más o menos prescindibles o anecdóticos, que quizá en el momento de su estreno, serían los más celebrados por los espectadores. La superficialidad que marca la relación entre la pareja protagonista –la huída de Hart casi desnudo de casa de Kingsfield, cuando este llega a la misma-, o las situaciones más o menos anecdóticas e incluso cómicas, que protagonizarán los estudiantes –el episodio de los estudios finales en la habitación de un hotel-. En su oposición, lo mejor, lo más valioso de la película –cuyo inesperado éxito propició una serie televisiva, que protagonizó del mismo modo Houseman, en su rol de veterano profesor universitario-, reside por un lado en ese creciente enfrentamiento entre Hart y Kingsfield, entendido el mismo a partir de una creciente admiración del primero por el otro, que nunca se recata en afirmar en que su función es la de modular sus mentes, para que a partir de ello, practiquen la reflexión. Un enfrentamiento, que de alguna manera prolonga esa siempre presente presencia en Hollywood, de títulos en los que el enfrentamiento de un intérprete veterano, con uno joven, servía de una parte al segundo como elemento de proyección artística, y al primero algún reconocimiento en modo de premio. Es algo que en esta ocasión permitiría a John Houseman obtener un oscar al mejor actor secundario. Una circunstancia esta que, curiosamente, o quizá no tanto, también alcanzaría dos años antes Ben Johnson, en la extraordinaria THE LAST PICTURE SHOW (La última película, 1971. Peter Bogdanovich), yendo acompañado por el entonces casi debutante Timotthy Botttms. Como quiera que siempre he considerado a Bottoms el mejor actor americano de su generación –un extraño puente entre dos intérpretes que venero, como Albert Finney y Paul Rudd-, es evidente que la química establecida con Houseman –admirable en su refinada contención-, echa chispas en el conjunto del metraje. Y es ese contraste, ese enfrentamiento, el que a fin de cuentas propone el alma de esta película sencilla, estimable, y honda en sus mejores momentos, que gana muchos enteros en aquellos instantes donde se deja dominar por el intimismo, y en la mirada sincera en torno a sus personajes. La conversación “a dos” entre Hart y Kevin (John Naughton), uno de sus compañeros, casado e incapaz de sobrellevar unos estudios, que solo ha mantenido, para alcanzar un título que pueda complacer a su suegro, y obtener con él un trabajo de superior entidad, o la dolorosa secuencia en la que este ha estado a punto de suicidarse, marca la medida de las posibilidades de una película, que en su deseo de adaptarse a públicos genéricos, no alcanza esa hondura que se atisba en sus instantes más intensos. Evidentemente, estos tienen su especial inflexión, en los encuentros y enfrentamientos de Hart con Kingsfield –el encuentro en el ascensor; la frustración del estudiante al no haber podido cumplir con la propuesta del epígrafe que este le ha solicitado; el enfrentamiento frontal que ambos mantendrán en una de las clases, y que dará la medida de la complicidad entre un profesor que, en el fondo, sabe que se encuentra con su alumno más aventajado-. Sin embargo, la película concluirá obviando cualquier tentación triunfalista, describiendo la rutina de la evaluación del profesor –estupendo apunte-, y nos lega una secuencia admirable, portentosa, en la que Brigdes no duda en optar por un lenguaje casi fantastique. Se trata de la búsqueda nocturna en la biblioteca junto a su compañero por parte de Hart, de las cajas donde se encuentran archivados los apuntes de carrera de su admirado y temido profesor. El director no duda en resaltar la grandiosidad y al mismo tiempo la frialdad del conjunto, que para el entusiasta alumno supondrá un auténtico encuentro con el corazón del conocimiento humano. Unos instantes maravillosos, para una propuesta sencilla que, quizá por ello, se mantenga en nuestros días con mejor salud, que otras propuestas más pretenciosas.
Calificación: 2’5