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CINEMA DE PERRA GORDA

James Mangold

KNIGHT AND DAY (Noche y día, 2010. James Mangold)

KNIGHT AND DAY (Noche y día, 2010. James Mangold)

De NORTH BY NORWESTH (Con la muerte en los talones, 1959. Alfred Hitchcock) a CHARADE (Charada, 1963, Stanley Donen), pasando por las aventuras de James Bond, hasta llegar a un sinfín de producciones que abordan lo que podríamos denominar la comedia de aventuras, flanqueada de situaciones peligrosas, agentes secretos, y todo ello ribeteado con sentido del humor, la distanciación, y la casi imprescindible confluencia de una pareja de estrellas, sobre la que gire una trama más o menos aderezada de puntos fuertes, otros relajados, escenarios varios, fotogenia a “gogo”, el siempre necesario mcguffin… Recetas que han proporcionado numerosos títulos deliciosos que han quedado en la retina y la memoria de los buenos aficionados, junto a otros más formularios, pero siempre conformando unos ingredientes de generalizada cosecha en la taquilla, sobre todo si se estrenan en periodo veraniego. KNIGHT AND DAY (Noche y día, 2010. James Mangold) es uno de los más recientes exponentes de este subgénero, que en los últimos años ha proporcionado otras muestras del mismo –y las que seguirá ofrendo-, contando con el relevo de rutilantes estrellas, en esta ocasión un Tom Cruise que lleva como puede su lógico envejecimiento físico –pese a su empeño y la generosidad con la que se le muestra en pantalla, se nota que ya no está para estos trotes- y una Cameron Díaz que parece no haber encontrado –ni creo que a estas alturas lo encuentre ya- su lugar en Hollywood. Pero, contra todo pronóstico, la pareja funciona en la pantalla, y logra que los espectadores con dejemos llevar por este sofisticado y, en última instancia, formulario, producto palomitero. Una película que si bien en varios de sus momentos parece arrancar y erigirse como una propuesta ágil y fresca, en ninguno de sus momentos álgidos sobrepasa la frontera de esa discreción, como si no se atreviera a rizar el rizo del exceso que en todo momento mantiene su argumento, quedándose en un tímido tierra de nadie que, eso sí, nos proporciona casi dos horas de inane distracción.

Roy Miller (Tom Cruise) es un cotizado agente secreto, el más valorado por los servicios especiales, que en un momento determinado parece haber virado en el cumplimiento de su deber, erigiéndose para sus superiores como un auténtico desvariado. Miller –que se encuentra perseguido por algunos de sus compañeros, en especial Fitzgerald (el siempre estupendo Peter Sarsgaard)- propiciará su encuentro con la joven June Havens (Cameron Díaz), que va a realizar un viaje hasta casa de sus padres para asistir a la boda de su hermana. Sin embargo, ese inesperado encontronazo con el ágil agente cambiará para siempre su vida o, mejor dicho, la vida de ambos, tras vivir juntos un sinfín de peligrosas aventuras. Nada que no se haya visto en mil y una ocasiones precedentes, y nada también que no se haya disfrutado con mejores parejas, premisas argumentales y tratamientos cinematográficos. Pero, si más no, KNIGHT AND DAY brinda la esencia del mainstream más desaforado, utilizando para ello la excusa –el mcguffin- de la protección de una extraña pila energética creada por un joven genio de la informática, poseedora de una energía ilimitada-. Se trata de un objetivo que buscan diversos villanos, entre ellos el español Antonio Vergara (Jordi Mollá), que reside en un cortijo sito en una Sevilla que celebra con evidente anacronismo los Sanfermines –en otro título protagonizado por Cruise, el infumable MISSION: IMPOSSIBLE II (Misión imposible 2, 2000. John Woo) se mostraba un anacronismo festivo aún más chirriante-. A partir de esa premisa, con el concurso de un fondo sonoro que se quiere original pero deviene poco convincente, el film del fagocitado James Mangold queda descrito como una situación de aventuras más o menos hilvanadas, combinando la eterna fórmula de la sucesión de secuencias dominadas por la espectacularidad –en la que el verosímil fílmico es deliberadamente puesto en entredicho-, por otras más intimistas en las que se despliega la creciente unión experimentada por sus dos principales roles. Hay que decir, llegados a este punto, que la combinación alcanza un determinado grado de feeling, en especial por la extraña química que desprende la gastada pareja protagonista, pero también por el acierto existente en la introducción de determinados detalles en su guión, como puede ser la visita y el descubrimiento de June de la vivienda donde viven los padres de Roy, quienes tienen el convencimiento que su hijo murió joven –y hacia quienes los responsables del film brindarán un insólito y divertido guiño final-. Hay otro elemento que a mi modo de ver deviene de doble valoración en la película, como es la articulación de una violencia extrema en algunas de sus escenas –por ejemplo, el episodio desarrollado en Europa en el interior de un tren-, sin que esa apuesta impida que su mostración evite la visibilidad de los efectos de la misma. Es decir, que esta se muestra de manera desenfada, por más que sus efectos sean brutales.

No han faltado voces que señalan que KNIGHT AND DAY deviene como una revisión, más o menos humorística y distanciada, del MISSION: IMPOSSIBLE II que Cruise protagonizó ya hace quince años. Por mi parte, creo que su enunciado se acerca más a TRUE LIES (Mentiras arriesgadas, 1994. James Cameron) –que no he tenido el gusto de contemplar-, o la infumable MR. AND MRS. SMITH (El señor y la señora Smith, 2005. Doug Liman) a la que supera considerablemente –tampoco era difícil hacerlo-. Así pues, entre el servilismo a unas estrellas que se muestran  envejecidas, tan seniles como de forma paralela eficaces, el seguimiento a unas premisas más o menos conocidas por todos, y un pequeño grado de eficacia, se encuentra esta discreta KNIGHT AND DAY que se olvida con la misma placidez que se degusta, ya que su cometido, no es más que el de proporcionar una efímera distracción de un par de horas. No es mucho, pero menos da una piedra.

Calificación: 1’5

3:10 TO YUMA (2007, James Mangold) El tren de las 3:10

3:10 TO YUMA (2007, James Mangold) El tren de las 3:10

No es habitual encontrar entre las escasas muestras que el western ofrece en los últimos años, lo que generalmente vengo denominando “duros de chocolate”. Es decir, películas caracterizadas con la vitola de una pretendida seriedad y que, en realidad, esconden bajo sus pulidos perfiles todo un tratado de la inanidad cinematográfica. En otras palabras; se trata de la sensación que me vino a la mente al contemplar este remake del film que realizó medio siglo atrás el estupendo y olvidado Delmer Daves, en el periodo de mayor febrilidad creativa de su filmografía. No se trata de realizar comparaciones. El recuerdo que me queda de la versión auspiciada por Daves y protagonizada por Glenn Ford y Van Hefflin, es el de un western seco, denso y claustrofóbico que utilizaba admirablemente el blanco y negro –en su oposición a la habitual adscripción al color por parte de su director en todas sus restantes aportaciones al cine del Oeste-, ligando su presencia con esa corriente psicologista, que brindó al género americano por excelencia varios de sus títulos de gloria.

 

A la hora de destacar la decepción que me brinda 3: 10 TO YUMA (El tren de las 3:10, 2007. James Magnold), he de confesar que en nada tiene que ver cualquier efecto de comparación con el referente antes citado. Es más, entiendo que con el mismo planteamiento se podría haber planteado esa loable aportación que, muy de tarde en tarde, se intuye podría haber sido la película. Por desgracia, esta circunstancia no llega a producirse, hundiéndose de forma considerable sus resultados en un auténtico culto al enfatismo, al propio maniqueísmo, y al rechazo casi completo de establecer personajes que gocen de la debida humanidad en sus descripciones. El film de Mangold resulta, por el contrario, un auténtico tratado de manierismo, una tendencia que si en cualquier género no se incorpora con pertinencia, deviene en el molesto resultado que ofrecen las imágenes del título que nos ocupa. Por eso, su discurrir resulta tan artificioso como escasamente creíble, y solo cuando esa tendencia narrativa queda de lado, planteándose instantes íntimos y confesionales en los que sus protagonistas se sinceran ante su opositor, es cuando 3:10 TO YUMA alcanza una cierta temperatura emocional.

 

Estamos situados en Arizona, y tras un ataque sufrido por parte de Glen Hollander (Lennie Loftin), los componentes de la familia Evans –encabezada por el ranchero Dan (Christian Bale)- se verán implicados de alguna manera en la detención del peligroso delincuente. Dan es un combatiente que ha perdido parte de su pierna, y se encuentra ante una muy delicada situación económica, al tiempo que sufre con intensidad el escaso reconocimiento que su propia familia le manifiesta –una sensación tangible y situada en un segundo término tras el trato cordial que en una visión superficial manifiestan todos ellos-. Es importante destacar esta circunstancia, en la medida que la confluencia de la desesperada situación económica de los Evans, y el hecho de que dan finalmente tenga que ofrecer a su familia un planteamiento en teoría heroico es, en definitiva, el elemento motriz del film de Mangold, y el que proporciona buena parte de su escaso e intermitente atractivo. Será sin duda algo en el que tendrá bastante que ver la aportación de Russell Crowe y Christian Bale quienes, cuando la planificación se lo permite, articulan esa oposición y al mismo tiempo mutua admiración que se profesan. No es ninguna novedad esta extraña relación mantenida entre el triunfante bandido Ben Wade (Crowe) y el hombre honesto, disminuido en esa cojera pero grande en su dignidad –Dan-, en la que el primero encuentra un auténtico antagonista, con quien plantea una mefistofélica relación que no podrá controlar ni siquiera en el postrer momento de ambos.

 

Estoy convencido que de haber seguido ese sendero, esta revisitación de 3:10 TO YUMA hubiera alcanzado un status y una autenticidad que, por desgracia , queda ausente del conjunto de la función. Es algo que manifiesta una planificación empeñada en agresivos primeros planos, en la que incluso la adecuada utilización de sus exteriores, aparece en todo momento artificiosa. Tanto como lo puede resultar la larguísima secuencia en la que tanto Wade como su vigilante recorren de manera veloz y sincopada, como si nos encontráramos ante cualquiera de los más “modernos” títulos firmados por John Woo o cualquiera de sus acólitos. Es la demostración definitiva de la claudicación de Mangold –un director que nunca me ha dicho nada que vislumbre en él más que a un funcional yes men de los productores que le contratan-, renunciando a cualquier aportación personal dentro de un género tan complejo de tratar con credibilidad en nuestros días, y adoptando en sus postulados un molestísimo alcance. De todos modos, y aún reconociendo la incidencia de tantos matices que arruinan las posibilidades que atesora un punto de partida y un equipo tan interesante como el que plantea la película, nada hay que me enerve en ella más que la insoportable prestación de Ben Foster, encarnando al lugarteniente de Wade –Charlie Prince-. Un ser de irrefrenable tendencia al sadismo y la maldad, que esconde una nada solapada homsexualidad desarrollada en torno a la figura de su líder, y que cada vez que aparece en escena logra ese efecto de desafección que no me puede compensar la ocasional presencia de Peter Fonda, demostrando que con el paso de los años aquel pésimo actor juvenil pudo transformarse en un efectivo intérprete de carácter.

 

Calificación: 1’5

WALK THE LINE (2005, James Mangold) En la cuerda floja

WALK THE LINE (2005, James Mangold) En la cuerda floja

Contemplando las imágenes –pulidas, aparentemente comprometidas y finalmente complacientes- de WALK THE LINE (En la cuerda floja, 2005. James Mangold), cualquier espectador más o menos avezado tendrá en su mente la irremediable representación del biopic en el cine norteamericano. Da igual que el sistema de cine de géneros se desmontara, o que las estructuras cinematográficas sean hoy día mucho más impersonales que en tiempos pasados. Una de las fórmulas que nunca han fallado en el cine ha sido el terreno de las biografías noveladas de mayor o menos éxito popular o trascendencia artística. Con independencia de su mayor o menor entidad como mero producto –el biopic resulta en sí mismo un auténtico escollo para plasmar un resultado creativo o valioso-, todos sus exponentes se centran en una serie de estereotipos o patrones más o menos reiterados. A saber; personaje de pasado atormentado, contraste o choque con la sociedad que le rodea, turbulenta historia amorosa, correspondencia de su andadura vital con el resultado de su obra, admirativa visión final de la misma, selección interesada de aspectos vitales del personaje elegido, apartes que demuestren su valía como ser humano, dotado con un aura especial, su incomprensión, etc…

 

A todos estos elementos se adhiere el extenso y al mismo tiempo fluido metraje de WALK THE LINE, planteando un recorrido parcial sobre la biografía del cantante Johnny Cash que parte de la autobiografía realizada por el propio cantante antes de morir, y que en la película se centra en el turbulento periodo definido entre inicios de la década de los cincuenta y finales de los sesenta. Será un espacio en el que un joven casado y con dos hijos, condenado a una existencia gris y anodina, se rebele contra este entorno opresivo precisamente con su música. Será el pronto conocido Cash (Joaquin Phoenix), quien se consagrará con un nuevo modo de entender la música folk, en un periodo en el que coexistirán nombres legendarios como Presley y Jerry Lee Lewis, dentro de la denominada edad de oro del rock & roll. En este contexto, muy pronto encontrará Cash su lugar destacado mientras coquetea con la cantante June Carter (Reese Witherspoon), se convierte en un adicto a las pastillas, y sobrelleva como puede el enfrentamiento latente con su padre –iniciado en las circunstancias en la que falleció su hermano-, y las responsabilidades que a través de este hecho, tanto padre como hijos asumieron internamente.

 

Será esta la base primordial de una película que sigue la mayor parte de las convenciones antes señaladas, y se brinda como un relato dominado por sus composiciones en pantalla ancha, por los travellings y panorámicas laterales, que del mismo modo no se puede decir que caiga con especial incidencia en efectismos tan habituales en títulos de estas características –los pocos instantes en los que se incide en momentos llenos de tensión, se resuelven con una encomiable sobriedad-. Sin embargo, todo resuena a falso, a cliché. Desde las frases y encuentros con Elvis, el encuentro previo de Johnny con el promotor musical, al que finalmente logrará convencer con sus canciones… Ciertamente, todo el recorrido argumental de la película es una sucesión de situaciones más o menos previsibles en este tipo de films mostradas, eso si, con una cierta elegancia cinematográfica.

 

Pero llegados a este punto ¿Qué es lo que puede separar un título tan insalvable como YOUR CHEATIN’ HEARTH (1964, Gene Nelson), del que nos ocupa? En apariencia bastante poco, puesto que ambos parten de planteamientos paralelos y conclusiones similares. Sin embargo, justo es reconocer en el film de Mangold un intento de proporcionar un producto pulido y con gancho de cara al público norteamericano, confiando buena parte de las posibilidades del film a la presencia de sus dos principales protagonistas –la película está por completo dedicada a su lucimiento-. Y es en esa vertiente, donde podemos detectar la química que se establece entre Phoenix y la Witherspoon, que consigue en base a ello elevar las cotas de interés de una base argumental claramente bañada en convenciones y lugares comunes. No sin algún exceso histriónico, el primero de los actores logra una magnífica recreación de la figura elegida, destacando el hecho de cantar él mismo sus canciones y la capacidad demostrada para moverse –sobre todo en las actuaciones- con todo su cuerpo –por ejemplo, el modo con que maneja la guitarra-. Por su parte, nadie puede negar la esforzada labor de su oponente femenina, aunque también pienso que su aplicado trabajo no merecía, ni de lejos, la dorada estatuilla que se le concedió, mientras que al más merecido Phoenix le fue negada.

 

Como no podía ser de otra forma, WALK THE LINE se despide con el abrazo de la pareja en plena actuación y un previsible ralenti. Por fin el protagonista se ha logrado incorporar en la normalidad de la vida. Antes habrá sufrido enormes crisis debidas a su atormentado pasado y al abuso de sustancias estupefacientes. Es así como con aparente corrección formal, pero revestido de un aire ciertamente conservador y conformista, finaliza esta biografía que se pretende tormentosa, y finalmente deviene un producto adornado con celofán desteñido.

 

Calificación: 1’5