BONNIE SCOTLAND (1936, James W. Horne) Dos fusileros sin bala
Vaya por delante una premisa: adoro a Stan Laurel y Oliver Hardy. Siempre han sido para mi no solo el mayor tandem cómico de la historia del cine -hace muy poco he podido descubrir por televisión viejas comedias que protagonizaron una interesante pareja que formaron los olvidados Bert Wheeler y Robert Woolsey- , sino en sí mismos me han parecido una de las mejores propuestas que el burlesco norteamericano logró llevar al cine. Mas aún si cabe. Nunca he podido lograr desentrañar el misterio que, película tras película, demostraban Stan y Ollie con la perfecta sintonía que desarrollaban a través de su sempiterna encarnación. Mas aún si cabe, ese reconocido dominio creativo de Stan Laurel en la pareja, en la pantalla no se traduce en una insistencia de su presencia como cómico, sabiendo sin embargo inclinarse hacia un equilibrio de la eficacia de la pareja cómica. Por estas circunstancias, Stan Laurel me parece una de las personalidades más fascinantes de la historia del cine –se que es una afirmación muy atrevida, pero así lo pienso-.
Hecha esta declaración de principios, creo no descubrir nada al afirmar que el humor de la pareja tuvo un campo de expresión de mayor nivel en el corto que en el largometraje. Las formas cómicas de Laurel & Hardy tuvieron mejor acomodo en un formato que, además de rodajes rápidos, permitían que sus recursos no se interfirieran dentro de tramas de opereta o argumentos desarrollados en producciones cercanas a la serie Z. Si a ello unimos que en esa febril etapa de finales del periodo mudo, la pareja contaba entre su equipo a personalidades como Leo McCarey o George Stevens, entenderemos que la balanza se incline poderosamente en ese primer periodo de su trayectoria. Ello no quiere decir que en su filmografia sonora y en el largo no existan buenos títulos –que los hay-, pero no es menos cierto que entre ellos no logran encontrarse logros absolutos.
Dicho esto, creo que hay que afirmar que BONNIE SCOTLAND (Dos fusileros sin bala, 1936. James W. Horne) se encuentra entre ese conjunto de largometrajes que acusan los defectos antes señalados, tan comunes en las películas de la pareja en los años treinta y cuarenta, y que también se extienden a varios del títulos protagonizados por los tan valorados como irregulares Hermanos Marx. En este caso estamos ante una producción muy pobre, que estoy convencido aprovechaba decorados ya utilizados en otras películas del estudio –esto no es nada malo en sí mismo-, y que intenta hilvanar un argumento folletinesco de bastante poco interés con los habituales números cómicos de la pareja, que aún no estando a la altura de otros largometrajes suyos, son indudablemente lo mejor de la función. Serán estos finalmente los que logren que la película eleve su interés a un nivel de relativa discreción y, pese a sus insuficiencias y baches de ritmo, nos lleve a pasar un rato agradable.
En un pueblo de Escocia ha muerto un acaudalado propietario, uno de cuyos herederos es Stanley McLaurel (Laurel). Este, acompañado de Oliver, acuden tras una huida de prisión en Estados Unidos, al objeto de reclamar lo que le corresponde en herencia, que finalmente resulta ser tan solo una antigua gaita escocesa y una cajetilla de tabacos. Sin dinero, y cayendo en el equívoco de poder lograr trajes nuevos, se enrolan en el ejército escocés, viajando hasta la India para reprimir los ataques de un grupo de insurgentes. Junto a ellos viajará Alan, el joven ayudante del notario, quien espera reencontrar allí a su prometida, la joven heredera de los McLaurel, y que se encuentra a punto de prometerse con su protector.
Este es el argumento de una película que funciona mejor en su primera parte –la desarrollada en Escocia-, quizá en buena medida debido a que el diseño de producción y la escenografía resulta más creíble. Por el contrario, el fragmento que tiene lugar en India, destaca por la pobreza de sus decorados y los evidentes forillos –que bien podrían haber sido utilizados paródicamente desmontando el propio artificio de estos, al modo de HELLZAPOPPIN (Loquilandia, 1941. Harry C. Potter)-. Ese desequlibrio y la inconsistencia del argumento paralelo a la presencia de la extraordinaria pareja, son las que hacen que el conjunto finalmente no deje una impresión demasiado estimulante. Pese a estos notables inconvenientes, lo cierto es que BONNIE SCOTLAND posee buenos momentos, en la medida que se pueden disfrutar de numerosos gags de la pareja, algunos quizá algo gastados o mejor aprovechados en otras de sus comedias, pero que en todo momento revisten eficacia. Entre ellos, me gustaría destacar –por su alcance casi surrealista-, el de la caída de Hardy al río a consecuencia del picor que le ofrece el rape que le ha enviado Laurel. La secuencia concluye con el vaciado de las aguas del río a causa de los estornudos de Hardy, quien finalmente se ve rodeado del fondo de piedras y los peces del acuífero. Otros momentos divertidos son el gag de Laurel elevándose el sombrero al soplar en uno de sus dedos, el baile de la pareja cuando recogen la basura en el cuartel en la India –aunque cierto es que este número tiene mayor eficacia en WAY OUT WEST (Laurel y Hardy en el Oeste, 1937)-, o el desenfreno de la lucha final, que si bien no tiene el “gramo de locura” que precisaría, sí que proporciona momentos hilarantes con la cobardía de Laurel ante el manejo de la pistola para suicidarse, su despedida de Hardy, o la lucha final ante el avispero que encuentran –con el que concluye un tanto apresuradamente la película-. Son motivos todos ellos, unidos a las peculiares maneras de la pareja, que permiten finalmente pasar un rato divertido, aunque ni de lejos pueda considerarse este entre los títulos más destacables de la larga filmografía de los dos cómicos.
Calificación: 2