IN THE CUT (2003, Jane Campion) En carne viva
Todos las décadas cinematográficas han tenido títulos que por unas causas u otras se han erigido como referentes en la obra de un realizador, por más que en su momento y pese a la catarata de galardones recibidos determinados sectores ya apelaran a la falsedad de dicho “boom” y el paso del tiempo quizá lo confirmara. En los noventa uno de dichos ejemplos lo supuso EL PIANO (The Piano, 1993) y la proyección que ofreció para la neozelandesa Jane Campion, su realizadora. Como quiera que nunca me atrajo mínimamente visionar esta película no puedo decantarme hacia una u otra tendencia crítica aunque creo que el paso del tiempo ha hecho adquirir fuerza los que cuestionaron la apuesta por la Campion.
Y he aquí que el paso del tiempo me ha permitido acercarme ante su hasta ahora última película, que no ha hecho más que ratificar –incluso de forma desmedida- mis peores sospechas al respecto. Y es que considero que IN THE CUT (2003) –EN CARNE VIVA en España-, en uno de los “thrillers” más petulantes, gratuitos, estériles y aburridos que he tenido la desdicha de soportar en mucho tiempo ¿Cómo se puede plantear una historia de misterio en la que los crímenes importen tan poco en los personajes protagonistas, máxime cuando estos se ejecutan muy cerca donde estos viven? ¿Es admisible que en una película de este género se introduzca tramposamente un personaje sospechoso –en este caso el que encarna Kevin Bacon-, para posteriormente abandonarlo a su suerte sin saber que le acontece finalmente? ¿Es necesario tanto subrayar un elemento de sospecha –el tatuaje del inspector de policía- para saber por lógica que luego inducirá al equívoco en la resolución de los asesinatos?
Podría seguir mencionando la larga lista de incongruencias, lugares comunes y gratuidades que plantea esta película, en la que fundamentalmente se buscó una relativa revitalización de la veterana y bastante blanda Meg Ryan de cara a audiencias más adultas. Quizá para ello se trasladó a la pantalla esta historia de Susanna Moore, que estoy convencido que en sus demasiados ostentosas evidencias –ese intento de retrato psicológico de la protagonista, caracterizado por su insatisfacción sexual y carácter reservado- podría haber servido para elaborar un producto más bien interesante. La película describe la extraña relación que se establece entre esta y un extraño y vulgar detective de policía –Malloy (Mark Ruffalo)-, con el que quizá se siente atraído por la vulgaridad de su personalidad -Franny (Ryan) es una profesora que quiere elaborar un diccionario de palabras de la calle y para ello consulta a gentes de diversas etnias-. A partir de ese encuentro se desarrolla una turbia relación sexual –se llegan a expresar insertos de genitales masculinos y lenguaje y secuencias de alto contenido erótico-, en la que tiene un contenido determinante la permanente sospecha que la protagonista tiene de la participación del policía en estos crímenes.
A partir de estos elementos –ciertamente poco originales pero siempre eficaces sobre el papel- es cuando la ineptitud y el esteticismo vulgar bajo apariencia “culta” de Jane Campion se despliega de la forma ramplona, con una inexistente puesta en escena. En su oposición solo contemplamos un desfile de planos mal encuadrados, montados bajo unas fórmulas arbitrarias –con un solo prisma fotográfico y la única intención de que “quede epatante”-. Su aspecto visual nos traslada ante uno de tantos vídeos emitidos por la MTV y enmarca una historia en la que no se puede fotografiar peor la ciudad de Nueva York –el cercano recuerdo de la mano experta de Spike Lee o John Cassavetes ante esta faceta en películas contempladas recientemente es demoledor cara a reseñar este aspecto-. Todo confluye en definitiva en el hecho de lograr una película que finalmente desbarra en su aparente osadía sexual –hay centenares de títulos eróticos filmados para televisión por cable que son más explícitos en este sentido-, pero que muy pronto deviene en aburrimiento y desinterés absoluto ante lo que estamos contemplando. Y para que el tópico se complete, nada mejor que la presencia de Jennifer Jason Leigh interpretando a la hermana de la protagonista, y una vez más volviendo a su estereotipo de mujer libidinosa de buen corazón.
Sinceramente, un título absolutamente olvidable, irritante, que cosechó un justo varapalo en el momento de su estreno, y del que solo se puede rescatar el intento de Meg Ryan por demostrar sus posibilidades dramáticas y comprobar una vez más que Mark Ruffalo tiene más limitaciones como actor de las que parece, y se desenvuelve mucho mejor en el cine independiente.
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