ADIEU LAMI (1968, Jean Herman) Adiós, amigo
El recorrido por algunos de los títulos que forjaron el denominado polar como rasgo identificativo para el cine policiaco francés, puede llegar a permitir descubrir al espectador la presencia de títulos quizá no demasiado apreciados en el momento de su estreno, pero a los que el paso del tiempo ha tratado bien, revelando un buen número de cualidades que quizá en su momento no supieron ser apreciadas. Y digo esto, porque ya de entrada considero que ADIEU L’AMI (Adiós, amigo, 1968. Jean Herman) supone uno de esos ejemplos, erigiéndose como un relato en el que la imbricación de diversas vertientes y subtramas, confluye en un relato denso, apasionante incluso en algunos de sus matices, y que no obvia su condición de policiaco, pero que fundamentalmente se erige como un alegato en torno a la más auténtica formulación de la amistad entre hombres.
Regresando en barco de la guerra de Argelia y tras luchar en la legión francesa, se producirá el encuentro entre el médico Dino Barran (Delon) y el más irónico Franz Popp (Charles Bronson) –un veterano soldado norteamericano-. Aunque el primero de ellos rechaze las intentos de acercamiento de Popp, se establecerá el inicio de una casi imperceptible amistad que, gradualmente, se establecerá entre ellos quizá como el rasgo de carácter más hondo de sus vidas. Dino será acogido como médico de una empresa multinacional, siendo convencido por la joven que lo ha atraído a dicho cargo para que abra la caja de caudales de la empresa e introduzca en ellas la documentación de unas propiedades, que le permitirían salir airosa de una situación irregular. Convencido de ayudar a la joven, este se enfrascará en una peligrosa aventura en la que inesperadamente aparecerá Franz en plena acción. Aunque en principio Barran vea con desagrado su presencia, poco a poco la misma servirá para afianzar la estrecha amistad que rodea a dos personas que, en realidad, no tienen ningún otro asidero en sus existencias.
Que duda cabe que ADIEU L’AMI es un film sobre la amistad viril, la camaradería y la honestidad de los compromisos, cuando estos se producen en situaciones límite, revelando la verdadera faz y el auténtico alcance de dichos rasgos de nobleza en el ser humano, Fue uno de los ejes vectores sobre los que se asentó el polar francés, que tuvo su especial marco de inflexión en títulos como LE TROU (La evasión, 1960. Jacques Becker), LE DOULOS (El confidente, 1962), o L’ÄINÉ DES FERCHAUX (El guardaespaldas,1963), ambos realizados por Jean-Pierre Melville –de cuyos referentes toma elementos de prestado- y tantos otros, y que en este exponente ya casi tardío del mejor momento de dicha corriente, se manifiesta en la extraña relación que se establece entre los protagonistas del film –que algunos incluso han llegado a intuir en su alcance homoerótico-. La descripción que Herman establece de los dos caracteres –esa costumbre de Popp de jugar insertando monedas dentro de los vasos llenos de líquido, que simbolizan su manera reflexiva y escéptica de asumir la existencia; la altanería y capacidad de seducción que Dino manifiesta con las mujeres-, se verá enriquecida por la aportación y complicidad establecida por un Charles Bronson sorprendentemente bien acoplado al contexto del cine francés y, sobre todo, el magnetismo que derrocha con absoluta naturalidad un Alain Delon que hace literalmente lo que quiere con la cámara. Ambos son conscientes de que buena parte del interés de la función recae sobre sus espaldas, trasladando esa peculiar unión que registrarán repentinamente sus vidas. En dicha intención se centra por un lado la fuerza, ironía y atractivo de sus diálogos, y por otra la audacia del guión –obra del mismo realizador junto a Sébastien Japrisot-, dominado por giros y sorpresas, que de alguna manera vienen a manifestar una determinada evocación de diversos de los subgéneros que tuvieron su acomodo en el cine policial galo. Por medio de esa ingeniosa variación de perspectivas, Jean Herman logra mantener en todo momento la atención del espectador.
Lo hará a varios niveles, alternando esa inicial descripción de la pareja protagonista, para de manera casi automática sumergir a Dino –que parece haber alcanzado una instintivamente deseada estabilidad ejerciendo como médico en esa metálica y fría multinacional- en el casi inverosímil encargo de violar la seguridad de la caja fuerte de la entidad. Tan inverosímil como el hecho de que, ya en pleno proceso de ejecución de dicha acción –para lo cual se queda encerrado en la frialdad y soledad del edificio-, aparezca Franz, persuadido de que su forzado amigo está efectuando un importante golpe. No importa, a este respecto, ese mayor o menor grado de veracidad que plantea la acción. Lo que realmente interesa es su desarrollo, plasmado con un notable sentido de la abstracción, atrayendo al espectador a giros insospechados –las constantes trampas que se realizan uno a otro, el encierro que sufren en el recinto donde se encuentra la caja de caudales, la huída que Barran desarrolla por las tuberías del recinto y que culminará con otro dramático giro de la acción, violentando incluso cualquier previsión del espectador-.
En definitiva, nos encontramos con una casi apasionante charada, llevada a cabo por Jean Herman con buen pulso –cierto es que su estética es muy “sixties”, pero incluso la adscripción al zoom no resulta molesta-, con una fotografía definida en tonos pastel, y que en su tercio final alcanzará la incorporación de otro interesante personaje, como es el inspector Méloutis (estupendo Bernard Fresson). Este eficiente policía se empeñará, en todo momento, en encontrar un indicio suficiente para encausar a los dos delincuentes –que han sufrido las circunstancias de un robo y un asesinato que ellos no han cometido- pero que, en última instancia, intentará romper una relación de amistad y fidelidad que –y lo confiesa en un momento determinado- le resulta tan admirable como insólita. Una amistad que llevará a Popp a ser detenido cuando este logra que Dino escape del acoso policial, y que en ningún momento delatará a este, excluyéndose en todo momento de su propia presencia en el interior del lugar del robo. Todas estas circunstancias y matices, proporcionarán una nueva vertiente al relato, sin que ello omita la progresiva resolución de la intriga, aunque alcanzando esta un matiz más reflexivo y meditado.
Será quizá el grado último de confrontación de un sentimiento de amistad, planteado entre dos personas que poco antes ni se conocían, quizá desasistidos de cualquier asidero que les mantenga atados a la vida, y que casualmente han encontrado en la presencia de ese inesperado alter ego, fiel y constante, aquello que quizá no alcanzaron ni en su campo de lucha, o ni siquiera en el placer de las mujeres. Es decir, que en última instancia, ADIEU L’AMI propone en sus imágenes una parábola -atractiva en la medida que resulta preciso el perfil de sus protagonistas, e interesante al haber dosificado con inteligencia los resortes de su guión-, destinada a mostrar la grandeza de ese tipo de relación que no queda condicionada por nada, simplemente se encuentra y permanece con el paso del tiempo, sin pedir nada a cambio, pero si ofreciendo lo que de noble puede encontrarse en el interior de una persona. Un estado en definitiva, que se manifestará de manera tan rotunda como inesperada, en ese impactante plano final, congelado en la imagen, en donde esos aparentes dos desconocidos ante la policía pueden comunicarse con apenas un gesto provocador.
Calificación: 3