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CINEMA DE PERRA GORDA

Jerzy Skolimowsky

DEEP END (1970, Jerzy Skolimowski)

DEEP END (1970, Jerzy Skolimowski)

La eclosión que el cine británico conoció una vez entrada la década de los sesenta, propició que numerosos cineastas de otros países firmaran títulos encuadrados dentro de dicha cinematografía. Y es así como años después de que nombres como Joseph Losey, Cyril Endfield, Alexander Mackendrick o Karel Reisz –por distintos motivos- pudieran considerarse autores autóctonos del cine inglés, de manera puntual participaron de la misma, nombres como Michelangelo Antonioni, Stanley Kubrick o Roman Polanski, entre otros…. Entre ellos podemos encontrar también al inclasificable Jerzy Skoloimowski. Cuando apenas había firmado unos cinco largometrajes, no dudó en sumarse a ese colectivo de realizadores que se sintieron fascinados de una u otra manera por el fenómeno sixtie que invadía esa Inglaterra tan mutante en sus formas, y fruto de ello fue –tras la al parecer muy fallida THE ADVENTURES OF GERARD (Las aventuras de Gerard, 1970), rodada el mismo año- DEEP END (1970), proyectada cuando tanto el fulgor del Free Cinema como aquel ambiente señalado, ya empezaba a abandonar la sociedad y la cultura británica, introduciéndose en la misma un cierto aroma de desencanto, después de unos años de plena ebullición. Es evidente que algo de ello se percibe en esta interesante película –en la que uno atisba referencias que posteriormente asumiría el Lindsay Anderson de la posterior, poco apreciada y estupenda OH LUCKY MAN! (Un hombre de suerte, 1973)-, pero creo que no es ese el objetivo manejado por el director polaco, por más que la paleta cromática lívida que invade sus imágenes –magnífica aportación de Charly Steinberber-, sea un referente ineludible de cara a mostrarnos la imagen de una Inglaterra oscura y urbana, en la que se percibe y casi se palpa una sensación de decadencia, de desencanto en suma. Como si esa desvencijada sala de baños en la que se centra la acción del film, se erigirá como metáfora de una sociedad enfrentada a una reflexión en los comportamientos que había caracterizado su devenir pocos años atrás, y a los que estaba diciendo adiós –y en ello quizá tuviera algo que ver la presencia en el reparto de Jane Asher, la ex compañera sentimental del Beatle Paul McCartney, para incidir en ese aspecto de mirada crítica y retrospectiva a unos modos que abandonaban la vida del país.

DEEP END –nunca estrenada comercialmente en nuestro país, y que pese a su cierto carácter de cult movie nunca ha sido un título de fácil visionado-, centra su argumento en esencia, en el descubrimiento de la sexualidad por parte del jovencísimo Mike -un entrañable John Moulder Brown, recién salido del rodaje de LA RESIDENCIA (1969, Narciso Ibáñez Serrador)-, quien con apenas quince años se inicia en la vida laboral, ejerciendo como ayudante en unos desvencijados y sórdidos baños públicos. Allí pronto conocerá a la también joven pero más experimentada Susan (Jane Asher). De inmediato el muchacho, nada experimentado en un mundo que sin duda se antoja demasiado pícaro para él –los clientes de esos baños en su mayoría solo buscan satisfacer sus fantasías sexuales-, quedará fascinado por la muchacha. Esta por su parte no ocultará su simpatía hacia él, pero en modo alguno compartirá dichos sentimientos, máxime cuando se encuentra a punto de prometerse con su novio. Así pues, la esencia argumental del film de Skolimowski se centra en las diferentes argucias que Mike intentará ir plasmando para intentar llamar la atención de Susan, mientras vive experiencias que sobrepasan su juventud –algo que resaltará divertido en esa auténtica lucha que sostendrá con una gruesa cliente que no deja de intentar abusar de él sujetándole fuertemente por el cabello-. A partir de esta premisa, la película destaca por poseer personalidad propia, tanto en su aspecto narrativo, abandonando buena parte de los “tics” visuales de aquel tiempo. En su lugar, el director polaco optará por el uso de la cámara en mano, con la que escruta los movimientos y situaciones que contempla el espectador, siempre de un modo naturalista, frío y, en ocasiones, melancólico. Y en es que en buena parte del metraje, no se deja de percibir cierta conmiseración ante el deseo creciente y no correspondido que el muchacho siente por una joven más madura que él, decidida a asumir su cercano casamiento con un joven que en realidad no tiene trazas de proporcionarle la felicidad, más sí una estabilidad económica y falsa sofisticación. Será sin embargo un poderoso inconveniente para que el recién llegado asuma una serie de constantes y ridículos intentos de acercamientos, que de manera infructuosa permitirán cierta conexión con Susan, pero en realidad nada podrán para lograr lo que este joven inexperto y deseoso de introducirse en la sexualidad le sugiere esta.

Uno de los méritos de DEEP END reside en el tono alcanzado en la película, que con mucha facilidad se prestaba a efectismos y situaciones grotescas. Nada de ello sucede en una mirada en la que predomina la limpieza y, a partir de la misma, una visión acre revestida de pesimismo, en torno a un marco social donde destaca la decrepitud de esos baños desvencijados –en un momento determinado, y quizá atisbando la insólita tragedia con la que se cerrará el film, contemplamos como los lívidos y desconchados verdes que presiden los baños son inesperadamente pintados de rojo- en la que no se oculta el mundo de la noche londinense, con esos garitos de sexo donde Mike se encontrará un póster troquelado de su amor platónico, mientras tiene que vérselas con una prostituta que tiene una pierna escayolada –encarnada por la ya veterana Diana Dors- o, en definitiva, en el casi absurdo episodio que marcará el fragmento final, en donde una pelea entre los dos jóvenes propiciará la pérdida entre la nieve del diamante que coronaba el anillo de compromiso de Susan. Con todos estos elementos, Skolimowski tiene la agudeza de no caer en las trampas que con facilidad se le planteaban argumentalmente, sobre todo en el fácil recurso a explotar en torno burlesco esa búsqueda desesperada del deseo insatisfecho por parte del joven. Por el contrario, la narración en realidad se torna milimalista, y aparece esa carencia de una fuerza argumental poderosa, donde el cineasta se detiene antes que nada en el estudio de caracteres, apostando en sus instantes finales por un extraño y necrófilo alcance poético, que se muestra con la misma carencia de afectividad que se detecta en el el resto del metraje.

Y es curioso, a este respecto, que mientras en fechas similares, un director inglés como John Schlensinger lograba el triunfo en USA con una cinta de similares premisas –pero mucho más cuestionables resultados; sobre todo por el efectismo de su narrativa y el aspecto moralizante de su argumento-, como fue la para mi mediocre MIDNIGHT COWBOY (Cowboy de medianoche, 1969)-, en Inglaterra tuvo que ser un director foráneo el que plasmó una visión desesperanzada pero, ante todo, singular, de una juventud que por momentos daba su adiós a la alegría de vivir que había presidido la vida británica en años anteriores, en un título como DEEP END, tan complejo de contemplar como atractivo en su resultado.

Calificación: 3