THE SHOUT (1979, Jerzy Skolimowski) El grito
Pocas veces se ha comentado, que uno de los elementos que proporcionaron cierta relevancia al cine británico, fue su receptividad a la hora de acoger a cineastas procedentes de otras nacionalidades, en buena medida debido a su condición de territorio democrático en la II Guerra Mundial, pero también a esa capacidad de mestizaje asumida como elemento enriquecedor. Figuras como Alberto Cavalcanti, Karel Reisz, el americano Alexander Mackendrick, el polaco Roman Polanski o incluso el alemán Wolf Rilla, son destacados representantes de dicha singularidad, en la que con posterioridad podríamos añadir al igualmente polaco Jerzy Skolimowski, que iniciaría su sustanciosa vinculación al cine de las islas como la atractiva e inquietante DEEP END (1970). THE SHOUT (El grito, 1979) supone otra de sus diversas aportaciones al cine inglés, erigiéndose no solo como una de las más valiosas propuestas fantastique de dicha cinematografía durante la segunda mitad de los setenta si no, sobre todo, en una auténtica rareza -repleta de influencias y sugerencias- rodada en dicho país, a la que el paso de los años considero no ha proporcionado el prestigio y la singularidad que merece.
La película se inicia de manera abrupta, en plena campiña inglesa, con el discurrir angustiado de Rachel Fielding (magnífica Susannah York), a la que entonces aún no identificamos, hacia un recinto en donde se encuentran custodiados tres cadáveres. Acto seguido, los títulos de crédito se insertarán sobre el fondo de unos planos generales situados en un marco desértico que tampoco conocemos, por el que deambula una extraña figura masculina portando un no menos extraño hueso a modo de arma ritual. Un nuevo cambio de marco nos trasladará al punto de partida, en un partido de criquet que disputan los habitantes del pueblo y el centro psiquiátrico allí ubicado. Será el momento en que ante la llegada del joven Robert Graves (un casi irreconocible Tim Curry) como nuevo árbitro, este conozca y, con él, el espectador, al tan arrollador como enigmático Charles Crossley (Alan Bates, en uno de los mejores papeles de su carrera). Crossley es uno de los pacientes más significados y carismáticos del recinto, y desde el primer momento simpatizará con el recién llegado, hasta el punto de relatarle la historia que transcurrió en el pasado entre él, Rachel y su esposo Anthony Fielding (John Hurt).
Basada en un cuento del escritor británico Robert Graves, nos encontramos desde el primer momento ante un relato que se inserta en la mezcla de la duermevela, lo turbador y, sobre todo, adoptando unos modos narrativos que se emparentan de manera muy clara con las muestras de fantastique que ya se habían puesto en práctica en la cinematografía australiana, encabezada por el figura de Peter Weir, y que en cierto modo se habían expresado previamente, de manos de otro cineasta británico -Nicolas Roeg- por medio de su fascinante y previa WALKABOUT (Más allá de…, 1971). A la singularidad de trasladar esos postulados narrativos a un contexto rural inglés, se añade otra singularidad; la relativa similitud que ofrece con la bastante previa TEOREMA (Teorema, 1968. Pier Paolo Pasolini). Ello, aunque en este caso se centre la transgresión, en torno a ese matrimonio en crisis que poco a poco irá horadando el carismático Crossley. Y el relato además se vaya conformando en base a la propia recreación que el propio protagonista efectúa, se transmite en pantalla a partir de flashback, y él mismo subrayará en ocasiones ante Graves que ha ido adornando. Es decir, que todo contribuye a la apuesta por un recorrido argumental no solo repleto de sugerencias, sino que en todo momento se alberga la noción de que lo que contemplamos puede ser verdad o una simple elucubración.
A partir de esas premisas, THE SHOUT aparece como una propuesta tan turbadora como inquietante, dentro de un muy ajustado metraje que apenas alanza los ochenta minutos de duración. No le hace falta más; la densidad de sus imágenes, su constante capacidad de sugerencia e incluso de transgresión, trufan su conjunto de pasajes e instantes tan atractivos como inquietantes. Sugerencias que incluso aparecen en un muy segundo término, quedando ahí expuestas a la capacidad de compresión del espectador -la infidelidad de Anthony con una voluptuosa joven casada de la población, aunque en ningún momento los veamos cometiendo infidelidad-. El instante en que aparece junto al esposo un coche fúnebre, que luego comprobaremos se trata del pastor que ha sido asesinado por Crossley con sus gritos asesinos…
En cualquier caso, la entraña de la película se centra en ese proceso inicialmente casi casual, y paulatinamente más profundo, en el que el inquietante protagonista se va introduciendo en la cotidianeidad de este matrimonio aburrido, hasta captar la atención de la hasta entonces pasiva y acomodada Rachel. Todo ello irá expresándose con una extraña y casi irreversible lógica, sobre todo por parte de un esposo que inicialmente fue el que invitó al recién llegado -en realidad no hizo más que caer en la trampa que este le tendió-. Fruto de esa irrefrenable y creciente pulsión se expresarán secuencias -sobre todo una en la que la esposa se desnuda con naturalidad para entregarse al enigmático invitado-, que Anthony asumirá con tanta indignación como incapacidad para revertir.
Nos encontramos con un conjunto donde lo mórbido se da de la mano con lo inquietante, y la densidad imbricada con una clara sensación de formar parte en una extraña pesadilla, no puedo dejar de destacar los dos grandes episodios que ofrece la película. El primero de ellos, quizá el más reconocido y dominado por una mayor extensión, se el largo paseo por la campiña costera, donde el recién llegado quiere poner a prueba a Anthony del poder mortal que articula con su grito. Le invita a taponarse fuertemente los oídos, tras lo cual hará exhibición de su poder, ante el creciente terror de quien sufre la amenaza, a pesar de encontrarse protegido. Al acabar la temible exhibición, una de las suaves panorámicas en plano general mostrará no solo a un rebaño de ovejas muerta por el grito, sino incluso al pastor que las manejaba. Siendo mucho más breve de duración y más sencilla de planteamiento, prefiero con todo, la breve secuencia en la que Crossman se encuentra comiendo invitado por el matrimonio, y cuenta con delectación como mató a sus hijos en Australia, algo que los aborígenes contemplan con naturalidad dentro de sus costumbres. La intensidad de la planificación, la inquietante dicción de Bates y el juego que brinda al bordear el cristal de un vaso, provocando el típico y chirriante sonido, que culminará con el estallido de la copa de Rachel, dentro de unos instantes de tensión casi irrespirable marcará un episodio admirable.
THE SHOUT culminará con una doble catarsis. Anthony logrará revertir los poderes aborígenes del invasor, logrando neutralizarlo, no sin que este haga otra demostración del poder destructivo de su grito. La acción volverá al partido de criquet inicial, donde la llegada de una inesperada tormenta provocará no solo la rebelión de los internos, sino el postrer estallido de Crossman. La película finalizará el mismo instante donde se había iniciado. Pero ahora conocemos las razones de la nostalgia de Rachel, añorando quizá esos instantes donde puede que por única vez se sintió viva.
Calificación: 3’5