Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

John Boorman

LEO THE LAST (1970, John Boorman) Leo el último

LEO THE LAST (1970, John Boorman) Leo el último

Espoleado en el ámbito televisivo durante la primera mitad de los sesenta, no será hasta 1965 cuando el londinense John Boorman debute en la pantalla grande con la hoy desconocida comedia musical CATCH US IF YOU CAN –presuntamente de ascendencia lesteriana-. Se tiene, sin embargo, como su auténtico debut, el policíaco POINT BLANK (A quemarropa, 1967), como su auténtico punto de partida. Mantengo buen recuerdo de aquel título protagonizado por Lee Marvin, pero he de reconocer que son muchos los años que me separan del mismo. Dicho esto, es indudable que Boorman aplicó en sus primeras películas una creo que bastante caduca mezcla de recursos visuales de moda en aquellos años y muy pronto envejecidos, con temáticas que encerraban un alcance discursivo del mismo modo simplistas en su propio origen, y agrandadas precisamente por lo endeble de su plasmación narrativa.

Dentro de dichos parámetros podemos situar la práctica totalidad de sus primeros exponentes y, como es de suponer, LEO THE LAST (Leo el último, 1970) se encuentra inserta de lleno en la misma, planteando una especie de fábula entroncada en los últimos pormenores del Swinging London que ya formaba parte del pasado de una sociedad que, pese a ello, seguía manteniendo en su seno su sempiterno sistema clasista. Dicho ámbito se pondrá de manifiesto en la historia que protagoniza Leo (Marcello Mastroianni), último descendiente de una extraña dinastía monárquica, mantenida por una serie de extraños y violentos adeptos, que se reúnen en el sótano de la mansión que ha heredado de su padre, emplazada cerrando un callejón sin salida de una degradada arteria londinense, poblada en el resto de sus desvencijadas viviendas por un colectivo en el que predominan los negros. El casi alelado protagonista se dedicará inicialmente a la contemplación de las aves y el entorno que le rodea mediante un catalejo que no dejará de utilizar, hasta que de manera casi inconsciente –lo que denotará la debilidad de su personalidad-, vaya percibiendo la injusta realidad que tiene delante de su casa –nunca mejor dicho-. A Leo le protegerá un extraño mayordomo y ayudante –Laszlo (Vladek Sheybal)-, de oscuras intenciones y muy ligado a la extravagante corte de seguidores que el descendiente real sostiene en esencia, por herencia de su padre. Junto a Leo se encuentra su esposa Margaret (la intensa Billiw Whitelaw), mujer fría y dedicada a fiestas y placeres mundanos. Será precisamente este aspecto, el que propicie algunas de las secuencias más ridículas y desfasadas del film, describiendo grotescas celebraciones, dentro de un contexto de comedia bufa sin gracia alguna. Todo lo que años después funcionaría con acierto en la denostada OH, LUCKY MAN! (Un hombre de suerte, 1973. Lindsay Anderson), aparece en la película de Boorman sin fuerza ni garra, imbuido en una plasmación visual en no pocos momentos irritante.

Apelando en algunos instantes a un supuesto espíritu felliniano, lo cierto es que LEO THE LAST retoma ciertos aspectos características del extraordinario –y aún tantos años después desconocido- CHARLIE BUBBLES (1968) –la gran ópera prima y único film dirigido por Albert Finney-, con la que comparte en sus créditos la fotografía de Peter Suchitzky –de tonos lívidos en este caso y uno de los elementos más valiosos del relato- y la presencia en el reparto de la ya mencionada Billie Whitelaw. Como el Charlie que encarnaba Finney, Leo es un personaje de clase acomodada, que se adentra en un proceso de reflexión en torno a todo lo que le rodea, intentando rendir cuentas a lo que ha supuesto su pasado. Pero lo que en el film del actor de TOM JONES (1963, Tony Richardson) suponía una lúcida y dolorosa apuesta no solo de alcance existencial, planteada incluso un epílogo de aquel Free Cinema del cual fue parte activa, envuelto en una puesta en escena que revelaba una admirable madurez. Nada de ello se puede apreciar en esta extravagante peripecia, en la que solo en contados instantes emergen destellos de sinceridad cinematográfica. Muy pocos, en esta desafortunada propuesta, que por momentos pretende igualmente acercarse al mundo fabulesco de Fellini, y por el contrario aparece más cercano al de la penosa figura del justamente olvidado Joseph McGrath. Ese gusto por las imágenes corales grotescas. Esa incidencia en gesticulaciones e incorporación de metáforas estériles, son elementos que entorpecen una película que funciona escasamente cuando todo aquello que la afea y molesta queda en un segundo término, y la peripecia existencial de Leo parece adquirir un mínimo atisbo de lucidez. Al final, todo quedará en la propia lucha contra aquellos que han encumbrado su privilegio de clase, aunándose con los pobres y desprotegidos a los que en realidad tenía como propietarios de sus respectivas viviendas, ayudando junto a ellos a derribar la mansión en la que ha residido, y que –una metáfora más- se erigía como un auténtico callejón sin salida existencial. Un guiño final de relativa autocomplacencia, a un título olvidable y solo valioso para entender unas formas visuales caducas ya en aquel tiempo, y envueltas además en unas propuestas temáticas pueriles a nivel dramático y estridentes como comedia, tamizadas además en un tono fabulesco de casi nula eficacia.

Calificación: 1

HELL IN THE PACIFIC (1968, John Boorman) Infierno en el Pacífico

HELL IN THE PACIFIC (1968, John Boorman) Infierno en el Pacífico

Pese a las poco halagüeñas perspectivas que mantenía con anterioridad a su visionado, y dada la propensión que John Boorman mantuvo en su obra hacia una narrativa llena de efectismos -especialmente en los primeros compases de su andadura como director y que también, aunque de forma más mitigada que en otros títulos suyos también está presente en esta película- ciertamente creo que aún con ciertas objeciones, HELL IN THE PACIFIC (1968.) –INFIERNO EN EL PACÍFICO en España- ha superado de alguna manera la barrera del tiempo. Y es que en buena parte de las películas filmadas por este irregular y nunca gran hombre de cine que es John Boorman, aplicó unos modos cinematográficos caracterizados por el más recurrente efectismo visual, que en esta película por fortuna se encuentra bastante más mitigado.

HELL IN THE PACIFIC es una película que se plantea como un reto al estar únicamente interpretada por dos conocidos actores –Lee Marvin y Toshiro Mifune-, encarnando cada uno de ellos a sendos oficiales de los ejércitos norteamericano y japonés, que han resultado náufragos en una isla en pleno periodo de la II Guerra Mundial. Allí inicialmente se mostrarán considerablemente agresivos uno contra el otro, intentando incluso eliminarse mutuamente y posteriormente –y cuando inicialmente uno y posteriormente el otro- caen como prisioneros, serán tratados como auténticos esclavos de sus respectivos contrincantes. No obstante, la inclemencia de la naturaleza y el propio roce en un entorno natural desierto, permitirá que se produzca inicialmente una relación de colaboración necesaria para llegar a realizar una balsa que les permita salir de la pequeña isla. Será a partir de ese proceso cuando realmente exista una cierta sintonía entre dos personajes en apariencia antagónicos, que finalmente lograrán flotar la mencionada balsa y luchar contra los elementos para que esta llegue al destino de la gran isla que pretendían como objetivo en el viaje.

Una vez allí lograrán encontrar un refugio de guerra edificado en el que encontrarán provisiones, ropas e incluso revistas que servirán para que el americano pueda rememorar a través de sus reportajes la comodidad de vida de su país, mientras que el japonés compruebe en las imágenes los avances norteamericanos contra los soldados de su ejército. Es ahí como con el desarrollo de una cena, los dos protagonistas al parecer acercarán su latente amistad pero al mismo tiempo irán aflorando elementos de su educación y cultura que repentinamente les remitirá a la anterior condición de enemigos. Los bombardeos les rodean...

Creo que si algo funciona en el film de Boorman es a través la fisicidad que emana de sus imágenes. Mas allá del estereotipo que marcan sus dos únicos personajes –en ocasiones y en su primera mitad, parece que nos encontremos ante una humanización de dos clásicos contendientes de los cartoons-, de los efectismos que en ocasiones se ofrecen en la primera media hora del film –y a los que ayuda una banda sonora de Schiffrin que más adelante va adquiriendo una mayor consistencia-, de la sumisión que estos personajes tienen sobre las características interpretativas de sus protagonistas, y del casi sonrojante simplismo que muestran las imágenes finales –que proporcionan una conclusión aparentemente atroz pero finalmente empobrecedora a la película-, es precisamente en esa ya señalada fisicidad en donde hay que encontrar sus mayores logros.

Es así como ayudado por una excelente labor fotgráfica de Conrad Hall que sabe extraer toda la belleza natural de la isla, y a la que ayuda el esteticismo en la planificación en pantalla ancha elegido por Boorman, el espectador de alguna forma se ve integrado sobre todo en ese esfuerzo de los dos protagonistas por lograr sobrevivir en un paraje agresivo para ellos, utilizando su ingenio y sabiendo aprovechar las posibilidades que le brinda un entorno natural al que no están acostumbrados. Es en todo ese proceso, que va ligado con el progresivo acercamiento del japonés y el americano, en donde la película va prendiendo su interés y logrando que pese a sus considerables insuficiencias de trazo psicológico la propia incidencia física de su labor permita que la película no aburra en modo alguno –lo cual ya es bastante para un film de estas características-.

Por lo demás, me da la impresión que HELL IN THE PACIFIC pretende prolongar por sus características el impacto que en su momento provocaron los minutos finales de la cercana PLANET OF THE APES (1968, Franklin J. Schaffner). Es más, por sus características y pese al empaque visual que muestra, la relativamente escasa enjundia de su argumento da la impresión que nos encontremos ante un episodio de THE TWILIGHT ZONE, eso si, sin que en ella sucedan elementos fantásticos, mas allá de la inflexión que se aplica en sus planos finales, que bajo mi punto de vista es bastante forzada, poco desarrollada y rompe con la relativa armonía que había desplegado su metraje precedente.

Al mismo tiempo cierto es que quizá sea esta la primera vez en la trayectoria de Boorman en la que este demostró una cierta fascinación ecológica por la pureza de la naturaleza, que posteriormente extendió a la irritante y sobrevalorada DELIVERANCE (1972) y años después en la más entonada THE EMERALD FOREST (La selva esmeralda, 1985)

Calificación: 2’5

EXCALIBUR (1981, John Boorman) Excalibur

EXCALIBUR (1981, John Boorman) Excalibur

Reconozco que me enfrentaba al visionado de EXCALIBUR con bastantes temores dados los defectos que caracterizaban buena parte de la obra previa de su realizador. Sin embargo creo que 23 años después de su estreno, esta película de aventuras fantásticas se conserva francamente bien. Yo incluso me atrevería a decir que pese a haber envejecido algunos de sus elementos, la propia evolución del lenguaje cinematográfico ha permitido que los valores de la película puedan ser apreciados en mayor medida -por citar un ejemplo muy concreto ¿no son más valiosas cinematográficamente las batallas de EXCALIBUR que el abuso de planos cortos de la mediocre GLADIATOR?-

La película de Boorman es una nueva mirada sobre la novela de lances caballerescos creada por Sir Thomas Malory y en numerosas ocasiones llevada al cine. Entre las que he podido visionar me quedo sin duda con el CAMELOT de mi admirado Joshua Logan, al tiempo que me encantaría poder apreciar la versión realizada por Robert Bresson bajo el título LANCELOT DU LANC –supongo que adaptando la historia a sus intereses temáticos y estéticos-.

En cualquier caso si en algo destaca la propuesta de Boorman es por plasmar una producción de alto coste económico, intentando conjugar el respeto a la historia narrada, combinando su entorno aventurero fundamentalmente con el uso de ambientaciones realistas y escenarios naturales –magníficamente elegidos y utilizados-. Ese rasgo se mezcla con la apuesta por el lado mágico de la historia, que bajo mi punto de vista se desarrolla de forma más desigual y en donde Boorman introduce secuencias tan de barraca de feria como aquella en la que Merlin es atrapado por Morgana, o la revancha de este con la hermana de Arthur, en donde una presencia de efectismos visuales dejan entrever el Boorman más facilón y envejecido.

Con una duración de cerca de dos horas y cuarto –que justo es señalarlo, se devoran sin apenas baches narrativos-, la película nos cuenta los preludios de la gestación del rey Arthur, mediante una treta del mago Merlin (brillante e irónica composición del estupendo Nicol Williamson). Poco después se sucede la gesta del joven Arthur –con un look muy similar al Luke Skywalker de STAR WARS- logrando arrancar de la piedra la espada Excalibur, lo que le convierte en rey. A partir de ahí lucha por defender al caballero que le apoya como soberano, logrando en esa gesta ser nombrado caballero en el río por uno de los señores que se oponían a su aceptación como rey –en mi opinión el instante más hermoso del film-.

A partir de ahí se suceden las batallas con las que Arthur logra la pacificación de Camelot, la puesta en marcha de la mesa redonda y el encuentro con Lancelot, su fiel caballero y el amor que este empieza a sentir con Guenevere, la reina y esposa de Arthur. Todo el argumento de sobras conocido que se desarrolla con un predominio de planos medios, y en el que se agradece la ausencia de zooms –hay muy pocos y de índole funcional-, y aunque la presencia de teleobjetivos se nota en algunos pasajes su integración en los exteriores naturales permite que la narrativa siga vigente de forma adecuada, con una batallas creíbles y mostradas en planos largos, en exteriores naturales llenos de verdor y de belleza, acentuadas con una magnífica fotografía que sabe destacar los diferentes estados de ánimo del propio film.

Ese difícil equilibrio entre lo telúrico, el fluir de la narración y la apertura a lo mágico, o la más que adecuada ambientación de personajes que otorgan credibilidad a lo narrado, permiten el acierto de un film todo lo desigual que se quiera –ya he hecho mención en aquellos elementos que a mi juicio desentonan-, pero en los que el conjunto resulta sin duda atractivo, máxime encontrándonos en un periodo como el inicio de la que se considera peor década de la trayectoria cinematográfica. Pese a esos augurios, EXCALIBUR se ve con interés y se disfruta en conjunto.

Calificación: 3