SHERLOCK HOLMES AND THE VOICE OF TERROR (1942, John Rawlins)
SHERLOCK HOLMES AND THE VOICE OF TERROR (1942, John Rawlins) es, según las crónicas, la cuarta de las numerosas películas que la Universal produjo en torno a la célebre creación literaria de Sir Arthur Conan Doyle, siendo encarnados en todos estos títulos por Basil Rathbone (Holmes) y Nigel Bruce (Dr. Watson). En entre este conjunto de títulos, cuya entidad como tales oscila entre la serie B o el eco más claro del serial propio incluso del cine mudo o los propios años treinta, cierto es que algunos de sus primeros exponentes gozan de un cierto prestigio como referentes dentro del cine de misterio. En su lado opuesto, todos los títulos sucesivos quedan definidos por su disparidad de características, en su mayor parte realizados por Roy William Neill, quien en cuanto tenía ocasión lograba introducir en los relatos su gusto por las composiciones escenográficas y su mano experta en el cine de misterio. Pero por desgracia, poco a poco estas producciones contaron con menor corte de producción, quedando sus exponentes últimos definidos en una creciente pobreza de medios.
Afortunadamente, eso no sucede en el título que nos ocupa, que de antemano nos ofrece un anacronismo tan simpático como delirante; situar la figura de Holmes y Watson en pleno contexto de los intentos de invasión de Inglaterra por parte de las fuerzas nazis. Teniendo las tragaderas suficientes para asumir la verosimilitud del relato, lo cierto es que su conjunto –que apenas alcanza los sesenta y cinco minutos de duración-, no ofrece más que una trama cosida entre alfileres, iniciada con las reiteradas manifestaciones en radio de la denominada “voz del terror”. Unas locuciones inesperadas que anunciarán destrucciones en zonas del país, y para cuya resolución el consejo de defensa decide utilizar –sin contar con unanimidad en la decisión-, la figura del famoso detective. Así pues, muy pronto el parapetado comité podrá comprobar la destreza deductiva de Holmes, logrando este con su peculiar ritmo investigador avanzar en la resolución del caso. Evidentemente, lo que sucede a esta presentación entra de lleno en el territorio de lo arbitrario. Las secuencias y giros se sucederán sin sentido de la progresión ni con un estudio de personajes mínimamente esbozado. Todo se deja al estilo del más puro serial lográndose, eso sí, un ritmo más o menos interesante, una ambientación más o menos funcional, y una serie de secuencias moderadamente atractivas. En este capítulo, cabría significar la planificación que se desarrolla en el amplio despacho donde los miembros del consejo se reúnen en su primera aparición en la pantalla, con una iluminación en picado en forma de tela de araña que proporciona cierta personalidad a la inanidad dramática de la situación. Del mismo modo citaremos la secuencia en la que Holmes se encuentra junto a Sir Alfred Lloyd (Henry Daniell), introduciéndose ambos en un tugurio de donde escapará el ferviente nazi R. F. Meade (un increíble Thomas Gomez), huyendo en una pequeña embarcación. Esos momentos, la situación que se plantea en la taberna, donde la joven Kitty (Evelyn Ankers) logra convencer a los recelosos clientes a colaborar contra el nazismo y en pro de la libertad, son instantes que, aún estando insertados de forma aislada, contribuyen a animar la sesión.
Sin embargo, y aún reconociendo esa eficacia parcial, resulta de lamentar que la película desperdicie las posibilidades que le brindaba su fragmento final, enmarcado en un templo ruinoso que se encuentra junto a un acantilado. Un emplazamiento magnífico a nivel escenográfico, que sin duda Roy William Neill –el director habitual de las cintas realizadas en esos años sobre el personaje creado por Doyle- hubiera logrado aprovechar a las mil maravillas, pero que en esta ocasión Rawlins desperdicia en medio de unos instantes que deberían ser impactantes y que se quedan en ridículos –vean si no las ridículas maneras de Meade con las manos alzadas, cuando en la secuencia no se observa amenaza alguna-. Esa ofensiva de Holmes y los británicos en contra de una frustrada invasión nazi –en la que descubriremos que se encontraba infiltrado en el consejo el doble de uno de los británicos ¡que fue asesinado años atrás!-, llega a resultar hasta ridícula, y ni siquiera la muerte de Kitty por disparos de uno de los alemanes, logrará impacto emocional alguno. En definitiva, nos encontramos ante un peldaño distraído, pero estoy por pensar que uno de los más olvidables de un ciclo de películas pocas veces memorable, pero quizá en líneas generales más atractivo que el propuesto en esta ocasión.
Calificación: 1’5