RAW EDGE (1956, John Sherwood)
Nunca sabremos con certeza si la escasa trayectoria del norteamericano John Sherwood (1903 – 1959) como realizador –apenas tres películas-, se debió a su prematuro fallecimiento, o quizá al hecho de que su llegada a la dirección no fue más que un episodio coyuntural en una andadura profesional que estuvo centrada en la Universal, y que se centró en tareas de ayudante de dirección hasta su desaparición. Hasta el momento he podido ver dos de esos tres títulos, y es indudable que en ellos se atisba una cierta inventiva y talento visual, aunque tampoco en ellos pudiera vaticinarse más que el preludio de una andadura artesanal que, con probabilidad, hubiera tenido una conclusión en el mundo televisivo, como le sucedieron a tantos otros profesionales –muchos incluso dotados de más bagaje e interés-. RAW EDGE (1956) fue la primera de estas tres películas, de la que también recuerdo la atractiva THE MONOLITH MONSTERS (1957) –propuesta inscrita en el género de la ciencia-ficción-, y que de alguna manera emparenta a Sherwood con el Jack Arnold de aquellos años tan prolijos e interesantes en el autor de THE INCREDIBLE SHRINKING MAN (El increíble hombre menguante, 1957). Sherwood fue ayudante de dirección de algunos de los títulos de Arnold y, al igual que él, sus tres títulos abordaron los géneros que Arnold centraba en su obra de aquellos años –el western y la s/f-.
RAW EDGE es la única aportación de Sherwood al cine del Oeste, y hay que reconocer que pese a sus debilidades –que no son pocas- plantea en su escaso metraje de poco más de setenta minutos de duración, suficiente interés como inesperada parábola en torno a la represión de la sexualidad, enmarcada en el Oregón de mediados del siglo XIX. Allí impera hasta entonces la ley del más fuerte, que tiene su expresión más inhumana en el menosprecio que la figura de la mujer tiene en un ámbito dominado por el hombre. Todo ello, hasta el punto de que estos puedan acoger a la hembra que pretendan, sin que esta tenga elección alguna para decidir si compartir a su previsible marido. Será un contexto que presidirá un ámbito dominado por el cacique de la zona –Gerald Montgomery (Herbert Rudley)-, quien para amparar su poder no dudará en ejercer como ejecutor de la justicia al ahorcar de forma errónea al joven Dan Kirby (un aún casi debutante John Gavin, denominado en los títulos de crédito como John Gilmore), atribuyéndole un intento de violación hacia su esposa –Hannah (Yvonne De Carlo)-. Aunque esta intentará evitar la ejecución al recibir la llamada de Paca (Mara Corday), Dan será ahorcado sin defensa alguna, poco antes de que llegue a la zona su hermano –Tex Kirby (Rory Calhoun)-. Cuando este contemple el cadáver ahorcado de su hermano y conozca las injustas causas que lo llevaron a la muerte, incubará unos deseos de venganza para lo cual intentará localizar a Montgomery, que se encuentra de expedición por tierras surcadas por las tribus indias. Poco a poco, Kirby descubrirá la poco recomendable fauna masculina existente en la zona, representada en los ayudantes de Montgomery –Pop Penny (Emile Meyer) y su hijo Tarp (espléndido Neville Brand), al que acompañará la presencia del elegante y enigmático John Randolph (Rex Reason). Serán todos ellos el eje de esta visión desencantada de la condición humana, trasladada al marco de una pequeña producción de serie B, centrada asimismo en esa importancia que la sexualidad alcanzaba en el comportamiento de los hombres de los tiempos del Oeste.
A partir de esta sencilla premisa, considero que donde más debilidades se ofrecen en la película estriban especialmente en ciertos aspectos o elementos de su guión que, a fuerza de su acumulación, chocan unas con otras hasta anular algunos de los efectos buscados. Es decir, la presencia del componente indio resulta torpe y episódica –aunque propicie la cruel venganza de Paca contra Montgomery-, como incluso la plasmación de la injusta ejecución inicial de Dan aparece desprovista del necesario dramatismo -y en ello no influye que su ejecución esté mostrada en off, ya que dicha elección aparece en la pantalla de forma desvaída, como lo ofrece el encuentro de su hermano con el cadáver de este aún presente en la horca-. No, no es en las posibilidades que ofrece el guión de Harry Essex y Robert Hill, donde se encuentran las virtudes de esta producción del apasionante productor que fue Albert Zugsmith, caracterizada por un cromatismo muy familiar en las producciones del género firmadas por el ya mencionado Arnold –RED SUNDOWN (1956), NO NAME ON THE BULLET (1959)-. Lo cierto y verdad es que si algo permite considerar RAW EDGE como una apreciable propuesta del género, reside precisamente en las capacidades visuales esgrimidas por su realizador en esta su primera obra. Es algo que se manifestará ya en la secuencia inicial, que describe el discurrir de Hannah, de la que contemplamos solo su parte inferior presidida por una falda de un vivo color rojo que provoca la excitación del entorno masculino que le rodea. A partir de esa presentación del personaje, el film de Sherwood destaca en el intento de establecer un complejo entramado psicológico –faceta en la que flaquea el no poco profundo trazado de sus personajes-, pero al mismo tiempo nos brinda en el conjunto de la función, una serie de secuencias y elecciones formales que denotan esas habilidades visuales del realizador. Es algo que describirá el alcance lúbrico de la pelea en el río entre Hannah y Tarp, provista de una sexualidad desbordante, y en la que parece atisbarse el eco de la casi coetánea THE RIVER’S EDGE (Al borde del río, 1956. Allan Dwan), o en la plasmación de la terrible pelea que tendrá lugar entre este último –quien no ha dudado en matar a su padre de un tiro a la espalda- y Tex, que concluirá con la terrible –y poco habitual- manera de morir de este, al ser ensartado por el cuerno de una cabeza de toro que se ha desprendido de la pared. Pero de todas maneras, si en algo destaca con fuerza RAW EDGE es en la manera de mostrar el desamparo de una mujer fuerte y decidida, que de la noche a la mañana se encontrará desamparada y a la involuntaria disposición de un grupo de hombres que la desean abiertamente, y que no dudarán en matar para poder hacerla suya. No fue habitual en el cine norteamericano encontrarse con propuestas de este tipo, y solo por ello, creo que el film de Sherwood ha de ser moderadamente destacado, al ofrecer un punto de vista poco frecuente del cine del Oeste –aunque un título como THE FURIES (Las furias, 1950. Anthony Mann), conserve ciertas semejanzas con el espítitu del que nos ocupa-.
Finalmente, no puedo dejar de destacar un elemento que a mi modo de ver molesta, y no poco, en los momentos de mayor intensidad del film. Me refiero a la machacona y enervante partitura musical de Joseph Gersherson, una de las más molestas que he tenido ocasión de padecer en mucho tiempo en la pantalla.
Calificación: 2’5