TITUS (1999, Julie Taymor) Titus
Bueno será el momento para sincerarme con el posible lector al confesar que no soy persona especialmente inclinada a la lectura literaria. No me vanaglorio por ello y –lo reconozco- esta limitación forzosamente limita mis impresiones ante las películas que contemplo. Sin embargo conservo una cierta intuición ante el hecho de encontrarme con una buena o menos buena adaptación literaria, máxime cuando se trata de escritores clásicos y de los que –querámoslo o no- hemos podido contemplar plasmaciones en la pantalla y hemos estado en contacto con algunas de sus obras.
Valga esta pequeña digresión a la hora de comentar TITUS (1999), una realmente sorprendente recreación del Titus Andronicus de William Shakespeare en la que fundamentalmente y más allá del posible respeto concreto a su referente literario, es innegable que “se palpa” el mundo del dramaturgo británico. Desde su gusto por la presencia de los anacronismos –que en esta ocasión se insertan de forma sorprendente y atrevida para adquirir muy pronto una absoluta normalidad en su desarrollo-, hasta la presencia de la venganza, el amor y odio familiar, las consecuencias de nuestros actos y la presencia de un agudo sentido del humor que en esta película en ocasiones roza la transgresión más absoluta.
TITUS, supone la traslación cinematográfica del previo éxito teatral dirigido por la misma directora -Julie Taymor-, que con esta película debutaba en el campo del largometraje tras una trayectoria previa en la escena y una pequeña andadura en el corto. Pocos años después dio forma a la biografía de la artista Frida Kahlo -FRIDA (2002)- que no he tenido oportunidad de ver. En el film que nos ocupa ciertamente la directora se enfrenta ante una revisitación llena de personalidad, exceso controlado y “quintaesenciado” de los rasgos shakesperianos hasta erigirse –bajo mi punto de vista y sin haber sido un gran seguidor de las mismas- como una de las mejores adaptaciones del inmortal autor generadas en los últimos tiempos.
Pese a no lograr un éxito comercial en su momento –en España no se llegó a estrenar comercialmente y sin gran repercusión hasta cuatro años después de su realización-, desde el primer momento TITUS afirma su condición de gran espectáculo visual en que la presencia contrapuesta de ambientaciones de diferentes épocas constituye un aliciente, jamás un artificio, en el que su ritmo no decae en una duración superior a las dos horas y media, y en la que al mismo tiempo se demuestra un amplio sentido de la plástica y la composición cinematográfica con el regusto del buen teatro filmado.
Su argumento relata el retorno del bravo general romano (encarnado por Anthony Hopkins), acompañado de sus hijos y portando como presos a la reina de los Godos y sus hijos, de los cuales ejecuta al primogénito sin atender las súplicas de su madre; Tamora (Jessica Lange). En Roma se celebran los duelos por la muerte del emperador y Titus declina ser el nuevo mandatario, recomendando la elección del siniestro Saturninus (Alan Cumming) en demérito de su hermano Bassianus (James Frain), ya que este es el prometido de su hija Lavinia (Laura Fraser). El nuevo emperador desea a la joven como su futura esposa pero a ello se pone Bassianus, provocando una lucha en la que Titus en cumplimiento de su deber militar mata a uno de sus hijos, eligiendo finalmente Saturninus a Tamora como esposa. Esta desde el primer momento ejecuta un ambicioso plan de venganza acompañada por sus hijos Demetrius (Matthew Rhys) y Chirón (Jonathan Rhis-Meyers) y de su amante el lúcidamente perverso Aarón (Harry Lennix). El primer paso para dar paso a la misma será el asesinato de Bessonius por parte de los dos hijos de Lavinia, culpando de su muerte a dos de los hijos guerreros de Titus; Quintus (Kenny Doughty) y Mutius (Blake Ritson). Al mismo tiempo, violarán y torturarán salvajemente a Lavinia.
El perverso plan va surtiendo su efecto, logrando que los dos hijos de Titus sean decapitados y una de las manos del propio guerrero quede amputada. El sufrimiento de este llega a su límite hasta fraguarse una venganza por su parte con el paso de los años, a la que ayudará la actitud de Lucius (Angus Macfadyen)– el favorito del pueblo de Roma para ejercer como emperador- de aliarse con los Godos –que antes fueron enemigos- y llegándose a una sangrienta conclusión.
Hay numerosos elementos de interés en este realmente brillantísimo TITUS. Uno de ellos es saber transmitir un universo de lleno de sangre y venganza y no traspasar la frontera de lo excesivo; el momento cruel en que Lavinia se encuentra en un fantasmagórico bosque con los muñones de sus manos rematados por sarmientos y abre la boca dejando caer un hilo de sangre es un ejemplo de gran fuerza visual en este sentido. Pero al mismo tiempo habría que hablar de sus excelentes composiciones visuales en formato panorámico, el extraordinario diseño artístico, de vestuario y la prestancia de sus estilizados decorados arquitectónicos, por no obviar uno de los grandes hallazgos del film, que no es otro que el extraordinario nivel interpretativo del conjunto de sus actores –del primero al último; es imprescindible la versión original subtitulada-. Al mismo tiempo, y como antes señalaba, Julie Taymor sabe oscilar del drama desaforado al más perverso detalle humorístico –el instante en que Aarón huye en un coche contemporáneo con música casi de comedia sixtie tras lograr la mano que se amputa el propio Titus (por cierto que algunos de esos anacronismos me recordaron la estética de PRINCIPIANTES (Absolute Beginners, 1986. Julian Temple, una película generalmente menospreciada y por la que tengo cierta admiración)-. Es más, el festín final de sangre no deja de evocar en algunos momentos uno de los más recordados films protagonizados por Vicent Price en los años 70 –MATAR O NO MATAR, ESTE ES EL PROBLEMA (Theatre of Blood, 1973. Douglas Hickox)- en este caso con Titus ejerciendo de histriónico y macabro cocinero.
Estamos en un terreno deliberadamente peligroso. Es obvio señalar que TITUS podría haberse convertido en un lamentable grand-guignol a la altura de los mayores desafueros de Ken Russell. No es menos cierto que recuerda alguna de las adaptaciones filmadas por Derek Jarman en décadas precedentes –aunque sale ganando en las comparaciones-, pero resulta modélica como apuesta de actualización de un clásico, máxime cuando recordamos desafueros “hiteen” como el perpetrado por el lamentable Baz Luhrrman en su epiléptica ROMEO Y JULIETA DE WILLIAM SHAKESPEARE (Romeo & Juliet, 1996). Afortunadamente, el resultado es realmente admirable pese a algunos –inevitables excesos, sobre todo en los personajes de Demetruis y Chirón pese a estar brillantemente interpretados-, y quisiera que estas líneas sirvieran para reivindicar una propuesta atrevida y valiente que funciona como espectáculo cinematográfico al tiempo que representando como de motivo de reflexión ese viejo lema que dice “la violencia solo engendra violencia”.
Calificación: 3’5