Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

Kenneth Lonergan

MANCHESTER BY THE SEA (2016. Kenneth Lonergan) Manchester frente al mar

MANCHESTER BY THE SEA (2016. Kenneth Lonergan) Manchester frente al mar

Hace ya muchos años que pude contemplar con cierto agrado, un pequeño relato intimista que había sido bendecido en el Festival de Sundance de 2000, Se trataba de YOU CAN COUNT ON ME (Puedes contar conmigo, 2000), que supuso el debut como realizador del entonces joven Kenneth Lonergan -ya prestigiado en su andadura previa como dramaturgo en la escena newyorkina- albergando en sus sencillas imágenes una pátina de melancolía, que auguraba una andadura posterior más que prometedora. Lo cierto es que aquel augurio no tuvo la debida continuidad ni como realizador, ni en el más reputado como guionista, ya que en década y media apenas dirigió la poco conocida MARGARET (2011) -que confieso no haber contemplado hasta el momento- mientras que su trabajo en guiones cinematográficos fue igualmente menguado, aunque destacara su colaboración en GANGS OF NEW YORK (Gangsters de Nueva York, 2002. Martin Scorsese).

Puede decirse, por tanto, que el reconocimiento a la figura de Lonergan llegó con MANCHESTER BY THE SEA (Manchester frente al mar, 2016), que le permitió obtener el Oscar al mejor guion original, la preciada estatuilla para su protagonista, Cassey Affleck, así como otras tres nominaciones más, entre ellas la de mejor película. Recuerdo como en el no muy lejano momento de su estreno, y dentro de una calurosa acogida crítica, no faltaron voces adversas que cuestionaban las formas y la honestidad de este, digámoslo ya, magnífico relato, que revalida las capacidades dramáticas de su director y guionista, sobre todo centradas en su acentuada apuesta por la crónica intimista y, de manera muy especial, una primorosa dirección de actores, que acierta al extraer de todos sus intérpretes registros magníficos.

Lee Chandler (Affleck) es un hombre de aún joven edad, que trabaja con eficiencia como conserje en varios y ya avejentados edificios de apartamentos en la ciudad de Boston. Sin embargo, y pese a resultar atractivo para no pocas de sus inquilinas, desde el primer momento destacará por su personalidad hosca, introvertida y huidiza, algo por lo que recibirá la amonestación del dueño de dichos edificios. Un día su rutina se verá alterada por una llamada que le indicará que su hermano -Joe (Jyle Chandler)- ha sufrido una crisis cardíaca, por la que Lee se desplazará hasta la marítima localidad de Manchester-by-the-Sea, a hora y media de trayecto, sin poder impedir que a la llegada al hospital reciba el anuncio de su muerte. Además de la propia dolorosa noticia, y de abrirse la película a describir la enfermedad que este padecía, para el protagonista se avendrá por un lado la responsabilidad de gestionar las tareas funerarias y, de manera inesperada, tener que asumir la disposición testamentaria de Joe, de acoger la tutoría de su sobrino Patrick (Lucas Hedges). Ambas cuestiones no dejarán de atormentar su hasta entonces mecánica y gris existencia. Por un lado, las bajas temperaturas impiden que se pueda enterrar a su hermano en la tumba que este eligió, mientras que por otro la convivencia con su sobrino, en apariencia plácida, no dejará de estar envuelta en aristas, ya que desde el primer momento el despierto muchacho le ha manifestado su oposición a marcharse de la pequeña población, aunque planteándole la posibilidad de que Lee retome a su ciudad natal y pueda rehacer su vida en ella, ya que incluso las disposiciones testamentarias del fallecido le proporcionaban el suficiente margen económico e incluso su propia vivienda, para poder vivir en ella junto a Patrick.

De cualquier manera, la propia y libre estructura de la película irá incorporando sucesivos flashbacks de características contrapuestas -algunos incluso de apenas escasos segundos- que de manera solapada irán recomponiendo el retrato de un pasado oculto, pero que en la propia actitud hundida y huidiza de Lee se revelará finalmente terrible; ese incendio provocado en su vivienda familiar, que por una negligencia del protagonista en una noche de juerga, se cobrará la vida de sus tres hijos.

MANCHESTER BY THE SEA forma parte de esa larga vinculación de los Affleck, Matt Damon o John Krasinski, en su constante decisión de propiciar el rodaje de diversas crónicas de dramas más o menos cotidianos, a modo de intrahistoria de la Norteamérica contemporánea, y albergando un especial interés en el entorno de Boston. El film de Lonergan se centra en un marco bastante cercano, como es la pequeña y marítima localidad de Manchester-by-the-Sea en el estado limítrofe de Massachussets. A partir de estas premisas, y con la voluntad de propiciar un relato que va avanzando a través de pequeñas y descriptivas pinceladas, la puesta en escena del realizador va anudando las costuras del drama -lo veremos en esas secuencias iniciales que describen la grisura laboral de un hombre aún deseado por las mujeres-. A partir de ese momento pronto iremos entrando en ese territorio del pasado al que Lee no desea adentrarse, en el momento en que acontezca la muerte de su hermano.

Todo ello está descrito con enorme contención y delicadeza por el realizador y guionista, adentrándose la película en dos inesperadas circunstancias. La primera, el hecho de que el testamento del difunto le otorgue al protagonista la custodia de su sobrino, y de otro la inusual circunstancia de las heladas que impedirán que el cadaver de su hermano pueda ser enterrado según sus deseos. Serán ambos dos puntos de inflexión, a través de los cuales se articulará por un lado el indeseado reencuentro de alguien que intentará poco a poco enfrentarse con el magma trágico de su pasado. Y lo hará de una parte ante esa sensación de tiempo detenido que brindará la tranquila población frente al mar, y de otra en la creciente interrelación con el avispado Patrick. Será un elemento quizá no novedoso en no pocas películas, pero que en esta ocasión adquiere por una parte una rara sensación de verdad, y por otra en ella se introducirán agudos e iconoclastas elementos de comedia -las dos novias del muchacho, la extraña secuencia del reencuentro de este con su madre, en una casa dominada por el fundamentalismo cristiano, con el divertido añadido de una fugaz presencia de Matthew Broderick-.

Esta interrelación, en realidad la entraña de la película, será el catalizador para que Lee vaya modificando, de manera lenta, casi imperceptible, esa absoluta cerrazón en su personalidad. Es más, llegará a plantearse de manera sutil la posibilidad de asumir el deseo de su sobrino para que se quede a vivir con él -la dolorosa secuencia en la que busca trabajo, pero observaremos como en realidad es un bicho raro en la población-. Pero casi como si se produjera una imposible conjura con el destino, llegará un momento en el que asumirá la imposibilidad de revertir un pasado que pesará ante él como una losa aunque, eso sí, en esa relación tío – sobrino quizá se sienten las bases futuras para una inesperada convivencia entre ambos. Todo este doloroso proceso de intento de redención ante un pasado que atormenta cada momento de su existencia, resulta evidente que encuentra en la contenida puesta en escena de Lonergan el marco adecuado, y en la extraordinaria, conmovedora interpretación de Cassey Affleck el adecuado aliado. A través de su mirada, de su gesto contenido, de su lenguaje corporal, de sus balbuceos incluso, se articulan los mejores momentos de la película. Secuencias que a mi modo de ver se encuentran entre lo más hondo legado por el cine en los últimos años, que te dejan con un nudo en la garganta y que, en algunos momentos, lo confieso, me hicieron soltar alguna lágrima. Uno, con todo, quizá podría objetar la arriesgada utilización del ralenti y la música clásica, a la hora de dar vida la, con todo, intensa secuencia que reproduce ese incendio, eje de la tragedia personal del protagonista.

No obstante, y entre el cúmulo de secuencias confesionales establecidas entre tío y sobrino, no cabe duda que se destilan diversos episodios que revelan la intensidad, el desgarro emocional que flagela existencialmente a nuestro protagonista, y que tienen en el casi inagotable mundo interior de Cassey Affleck -uno de los mejores actores del cine americano- un detonante que conecta directamente al espectador con una patina de autenticidad casi física. Será algo que tendrá su máxima demostración en la aterradora secuencia del interrogatorio, que culminará con el fallido intento de suicidio del protagonista, o en el doloroso e inesperado encuentro en la calle con su ex esposa -magnífica Michelle Williams- que transmite una casi aterradora temperatura emocional. O, por supuesto, en la secuencia casi de conclusión, que se erige como la auténtica columna vertebral de la película, en la que tío y sobrino confiesan el afecto que ambos sienten, pero en el que Lee asume que no puede superar ese peso del pasado.

MANCHESTER BY THE SEA culmina con una tan emocionante como muy sutil llamada a la esperanza. Mientras todos los espectadores deseamos que Lee y Patrick unan sus destinos, esa inesperada conversación final, mientras ambos juegan unos inesperados pases de pelota, albergan la posibilidad de que, más allá de la película, en el futuro los destinos de ambos se crucen de nuevo.

Calificación: 3’5

YOU CAN COUNT ON ME (2000, Kenneth Lonergan) Puedes contar conmigo

YOU CAN COUNT ON ME (2000, Kenneth Lonergan) Puedes contar conmigo

Con un historial de premios y nominaciones realmente denso y atractivo, YOU CAN COUNT ON ME (2000, Kenneth Lonergan) –PUEDES CONTAR CONMIGO en España- es un ejemplo típico de película de “festival” que generalmente es “revelada” en Sundance, y que en el fondo pretende descubrir a un nuevo realizador en el panorama del cine norteamericano, siempre pasado por el tamiz de la producción independiente y creando unas expectativas que por lo general no se suelen confirmar, hasta que llegado el caso el director en cuestión no es “integrado” en la industria –así es por norma general-. Este es el caso del título que nos ocupa –más allá de sus relativas cualidades y sus notorias insuficiencias-, confluyendo finalmente en una pequeña película que en el fondo no ofrece nada que no hayamos visto otras veces en el cine, expuesto de forma tampoco muy personal que digamos.

Tras una secuencia muy breve y en la que elípticamente asistimos al accidente en que mueren los padres de los protagonistas –un breve diálogo nos indica la personalidad de ambos-, años después asistimos a la rutina de vida de Sammy (Laura Linney), la entonces hija pequeña del matrimonio. Sigue viviendo en su pequeña localidad natal junto a su hijo pequeño fruto de la relación con un auténtico “bala perdida”. En medio de un entorno definido por la rutina de unas labores diarias –es empleada en una oficina de banco- y un entorno ciertamente poco abierto a la frescura, Sammy recibe la visita de su hermano Terry (Mark Ruffalo). Terry es todo lo contrario de su hermana, hombre abierto y hasta cierto punto atormentado, ha tenido una azarosa existencia que incluso lo llevó a la cárcel. En cualquier caso la misma se opone a la aparente seguridad de Sammy, y quizá en esa interacción este encuentro sirva para ofrecer nuevos ojos para la vida de ambos.

El primer efecto positivo de la llegada de Terry –quien huye de una conflictiva relación sentimental y pide la ayuda económica de su hermana mientras reside un tiempo en la casa de ambos- es la simpatía que se desprende de su relación su sobrino Rudy -el hermano de Macaulay y Kieran, Rory Culkin-, una corriente de mutua simpatía que llegará a contradecir las formas de educación aplicadas por su madre. Mientras tanto Sammy sigue recibiendo reprimendas por parte del nuevo director de su oficina bancaria –Brian (Matthew Broderick)- ante sus relativos incumplimientos de horario y pese a que esta mutua corriente de rechazo se convierta finalmente en una efímera relación sexual aunque Brian está casado y espera ser padre. En medio de esta coyuntura la cerrada mentalidad religiosa de Sammy intentará aplicar inútilmente ese sentimiento a su hermano, que plantea una existencia plácida sin necesidad de coartada espiritual alguna.

El deseo de Terry de que Rudy conozca a su padre –que vive cerca de la localidad- provocará una pelea entre el progenitor y el tío, que finalmente será el detonante de la separación de ambos hermanos, aunque finalmente esta aparente seca ruptura se suavice y haya servido para remontar las trayectorias vitales de los dos e incluso para que Sammy haya logrado una mayor seguridad en sí misma, que le servirá para atajar las amenazas laborales de un resentido Brian al finalizar abruptamente su relación.

En líneas generales lo que nos propone YOU CAN COUNT ON ME es pura y llanamente una mirada a dos seres unidos por lazos familiares, desamparados en su aparentemente cómoda soledad, y que en su encuentro tienen la oportunidad de mirar en sí mismos y lograr una nueva inflexión en sus existencias. Nada malo en sí mismo y que tiene en la capacidad descriptiva de la narración y argumento de Lonergan sin duda un efecto entrañable, desprovisto de glamour y estereotipos propios del melodrama. El uso de miradas a base de panorámicas y pequeñas secuencias, la ausencia de “momentos fuertes” y una cierta sensación de placidez que semeja el tiempo detenido, permite que la película sea contemplada con cierto agrado, pese a que en realidad no sea más que una agradable pero excesivamente hinchada pompa de jabón que en su conjunto contiene mucho menos de lo que pudiera parecer.

Y es que finalmente la película de Lonergan no es más que el vehículo para el lucimiento de Laura Linney –brillante actriz pero que en su personaje evidencia demasiado ser candidata a monstruo sagrado (son constantes sus momentos de lucimiento)- , y la relación entre Terry y Rudy me recordó excesivamente la similar que planteaba la insoportable JERRY McGUIRE (1995, Cameron Crowe). De hecho, la labor de Mark Ruffalo parece imitar los peores tics del Tom Cruise de aquel y otros títulos similares –y eso que considero a Ruffalo un intérprete de muchas posibilidades y, por supuesto, muy por encima que la insufrible y ciencióloga megastar-. Es por ello que las aparentes intenciones de relato libre e intenso en el fondo devienen una nada encubierta plataforma de lanzamiento de nuevas estrellas hollywoodienses –lo cual no es malo en sí mismo-, al tiempo que un reciclaje de fórmulas melodramáticas rancias en su imitación –a las que habría que añadir un cierto cargante uso de la banda sonora-.

A fin de cuentas, finalmente lo más interesante –y divertido- de YOU CAN COUNT ON ME reside en la extraña relación amor-odio que se establece entre Sammy y su jefe Brian. Quizá en parte por la divertida composición que ofrece Matthew Broderick o quizá por que está tratada con una aparente impasibilidad que contribuye a su contraste con otras subtramas de la película –quizá más importantes en apariencia- pero en el fondo más estereotipadas.

Calificación: 2