MIX ME A PERSON (1962, Leslie Norman) Sin apelación
De entrada, MIX ME A PERSON (Sin apelación, 1962. Leslie Norman) aparece como un título desconcertante. Producto de notoria inclinación a una determinada serie B, aparece en sus primeros compases –la canción del propio protagonista, inserta en los sencillos títulos, sobre una enorme panorámica aérea sobre la ciudad de Londres, permite vaticinar un vehículo a la joven estrella musical Adam Faith –que no fue quizá la más exitosa de aquel tiempo, pero sin embargo aparece con el paso del tiempo la de más actitudes dramáticas-, y a fin de cuentas se erige como un producto completamente “demodé” –dicho esto sin ánimo peyorativo-, como un contundente alegato del cine británico en contra de la pena de muerte –pocos años después del expuesto por John Lee Thompson y Joseph Losey en las espléndidas YIELD IN THE NIGHT (1956, Thompson) TIME WHITOUT PITY (1957, Losey), y prácticamente una década antes del planteado en el desolador 10 RILLINGTON PLACE (El estrangulador de Rilington Place, 1971. Richard Fleischer). Pero ante todo, dentro de la aparente modestia de su enunciado, y de esa sensación de contemplar una película que parece enmarcarse en un periodo de realización más lejano al que en realidad se produjo, lo cierto es que encontramos con un drama de amplio calado, que supera bien pronto las aparentes limitaciones con las que parte. Muy pronto, se erigirá en una contundente mirada en torno a la sociedad inglesa de su tiempo, desplegando en su discurrir, esa querencia que ese outsider llamado Leslie Norman, plasmó en su escueta filmografía para la pantalla grande, a la hora de perfilar cinematográficamente su destreza en el trazado psicológico de sus personajes, como ya habría demostrado en esa curiosa muestra de cine de terror para Hammer Films, titulada X THE UNKNOWN (1956) –en el que curiosamente algunos apuntan al hecho de que el ya citado Losey participó sin acreditar en algunas de sus secuencias-.
MIX ME A PERSON se centra inicialmente en la descripción del matrimonio formado por la psicóloga Anne Dyson (Anne Baxter), y su esposo el prestigioso letrado Philip Bellamy (Donald Sinden): Se trata con claridad de una relación marcada por una extraña modernidad, definida sobre todo por el talante liberal de Anne –es tan acusada dicha característica, que hasta bien avanzado el metraje, no sabremos a ciencia cierta que en realidad son matrimonio-. Desde el primer momento, la inclinación a la metáfora y a traducir en imágenes los recovecos argumentales de la película, plasmarán el informe que describe el proceso contra el joven Harry Jukes (Adam Faith), a quien se acusa del asesinato de un agente, y que Bellamy ha de defender de oficio no sin contrariedad, sabiendo que se trata de una defensa imposible, con lo cual se va a introducir un elemento negativo, en una carrera triunfal en el desempeño de las leyes. No cabe duda que tal y como se enfoca en la película, la presencia de Jukes, el adolescente beatnik al que todos dan como culpable, aparecerá como el detonante del estallido emocional que se producirá en la exitosa pareja. Todo empezará a hacer acto de presencia, a partir del buscado encuentro en prisión entre la psicóloga y el inicialmente díscolo muchacho, al cual Anne intentará introducirse en su personalidad, hasta el punto de afirmar en base a sus manifestaciones, que cree en la honestidad del muchacho, pese a la evidencia de unas pruebas que Jukes rechaza, aún a sabiendas que tiene todas las de perder.
En realidad, el gran acierto del film de Norman, se centra en esa singular estructura dramática, estableciendo un valioso triángulo de relaciones, en el que la inquietud de Anne sobre Harry, aparecerá casi como una soterrada oposición al desinterés que Philip demuestra sobre su esposa. Una atinado trazado dramático, que su director describe con un trasfondo de severidad narrativa, utilizando para ello unos modos visuales dominados por la sobriedad, en el que tendrá una capital importancia una intensa dirección de actores, que no solo permitirá registros magníficos del joven Faith sino, sobre todo, controlará al máximo el previsible show hollywoodiense de la Baxter, al tiempo que nos permitirá contemplar al veterano Jack McGowran, un año antes de participar en el rodaje de TOM JONES (Idem, 1963, Tony Richardson). En cualquier caso, si algo caracteriza MIX ME A PERSON es su carácter sombrío y nada complaciente. La propia descripción de esos exteriores urbanos y rurales dominados por la grisura y la humedad –ayudados por la física iluminación en blanco y negro de Ted Moore-. La sensación de fatalidad del destino con la que aparece la remembranza del asesinato del agente, en el que el muchacho sufre una cruel burla del destino. O incluso ese estúpido accidente de los dos testigos del encuentro del acusado y el agente muerto poco después, que en su huida por no comparecer como tales, ya que se trataba de amantes casados, le costará la vida a uno de ellos.
Es cierto que en buena medida, todo aquello que rodea la implicación de los amigos beatniks del joven acusado y condenado, quizá revistan menos interés que lo que se centra en torno a la interacción de la joven psicóloga y su esposo, e incluso en la interacción de esta y el propio acusado. Sin embargo, no deja de suponer un elemento de interés suplementario, a la hora de contraponer esos dos ámbitos generacionales, caracterizado el más joven por su mayor seriedad e implicación, en su oposición a la rigidez que quedará presente en todas aquellas secuencias y giros, destinados a describir la frialdad del estamento judicial, en la lucha de Anne por detener la condena a muerte del muchacho-. Y resulta curioso consignar como en el trazado dramático de MIX ME A PERSON, no hay lugar para mostrar la vista en la que el joven quedará condenado a muerte, que será expresada de manera elíptica, mostrando de manera casi imperceptible la culminación del juicio. Por el contrario, Norman acentuará esta mirada sombría y desesperanzada. Esa creciente angustia en torno al callejón sin salida vivido por un muchacho que parece convertirse en un auténtico problema para todos cuantos le rodean, bien sea por su adscripción a ese ámbito juvenil, que será el único junto a Anne que se movilice y crea en sus palabras. Esa sensación de ruptura en dos mundos, el oficial, dominado por el clasismo y las convenciones, y el rupturista representado por el joven condenado, propiciará la entraña de una propuesta modesta, quizá demasiado estereotipada a la hora de describir el mundo beatnik, pero que en voz callada describe, dentro de un ámbito visual quizá ligado a unos modos más definidos en una década precedente, una mirada desencantada. Algo que incluso tendrá su manifestación en ese retorno de Harry, absuelto pero al mismo tiempo acabado en su expresión, cuando retorne a esa taberna en la que compartiera canciones y desafíos antes de ser acusado injustamente. Precisamente, será su rostro cubierto en lágrimas y en silencio, en la soledad de su celda, cuando se describa el mejor plano de la película, inserto a continuación de la entrega de su virginidad por parte de una de sus amigas, al objeto de otro de los beatniks le entregue el arma que poseía el encausado, y logrando con ello una prueba que pudiera revertir la implacable condena a muerte.
Producción –compartida- del veterano Victor Saville, contando en sus créditos con la aportación musical de un jovencísimo John Barry, MIX ME A PERSON sabe subvertir con rapidez su supuesta condición de vehículo al servicio del reivindicable Adam Faith, y bajo su asumido aspecto de film de bajo presupuesto, propone en sus imágenes, y en la mirada de un Leslie Norman, diestro en la búsqueda de matices psicológicos de sus personajes, una visión nada complaciente de una sociedad como la inglesa, en aquel tiempo aún víctima de sus propias contradicciones.
Calificación: 3