Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

Lowell Sherman

BACHELOR APARTMENT (1931, Lowell Sherman) [Apartamento de soltero]

BACHELOR APARTMENT (1931, Lowell Sherman) [Apartamento de soltero]

Absolutamente olvidado en nuestros días, el nombre de Lowell Sherman (1888 – 1934) evoca a un conocido intérprete en su tiempo, especializado en roles de elegante presencia. Durante la década de los años treinta del pasado siglo, desarrolló una estimable obra como realizador, firmando cerca de una quincena de largometrajes, la mayor parte de ellos sin posibilidad de ser contemplados. Fallecido prematuramente, quizá si Sherman aparezca levemente evocado, lo sea por tu rol protagónico en WHAT PRICE HOLLYWOOD? (Hollywood al desnudo, 1932. George Cukor), la primera versión de un argumento, que tendría su mayor timbre de gloria con A STAR IS BORN (Ha nacido una estrella, 1954. George Cukor), encarnando el actor en decadencia, que en este último título asumiría un insuperable James Mason.

BACHELOR APARTMENT (1931) aparece como un título doblemente significativo, ya que asume la duplicidad de Sherman como realizador y protagonista, encarando en ella a un acaudalado bon vivant, máximo responsable de una empresa que ha logrado levantar con su esfuerzo, caracterizado por su inveterada y reiterada afición a las conquistas femeninas. Es algo que podremos ratificar en los primeros instantes de la película, comprobando como Wayne Carter (Sherman), lidia con dos conquistas paralelas. Una de ellas es una joven rubia, y otra la madura esposa de su mejor amigo -Agatha Carraway (la mítica Mae Murray). Pero junto a ello, su fiel mayordomo -Rollins (Charles Coleman)-, sale con otra joven y ambiciosa muchacha -Lita Andrews (Claudia Dell)-. Ella es la hermana de Helene (Irene Dunne, en su primer rol protagonista), formando una pareja que vive sin trabajo estable, sufriendo los estragos de la Gran Depresión, y asumiendo su día a día con estrecheces en un apartamento. Helene acudirá hasta el lujoso apartamento de Carter, pensando que este está cortejando a su hermana, sin saber que Lita en realidad coquetea con su criado. Será un punto de inflexión para el magnate, al comprobar la fortaleza y decisión de una muchacha que no se arredra antes las facilidades, decidiendo contratarla como secretaria personal. Tras una ardua búsqueda logrará que acceda a visitar el despacho, y tras no poca capacidad de persuasión, la convencerá para que ocupe el trabajo que se le ofrece, donde resultará de extraordinaria eficacia. El paso de poco tiempo, permitirá a Lita -gracias a la ayuda que le preste Carter-, acceder a una incipiente carrera musical, mientras que este percibirá en torno a Helene unos sentimientos hasta ahora inéditos en su personalidad, y que al mismo tiempo deberá mantener en su interior, intentando que la muchacha no descubra en él, esa inveterada tendencia como conquistador. Pese a ello, la insistencia de la frívola Agatha, pondrá en peligro esa casi invisible pero creciente tela de sentimientos, que se está tejiendo, casi de manera inadvertida, entre el veterano magnate y playboy, y la honesta y luchadora secretaria.

Basado en una historia del posterior blacklisted John Howard Lawson, con adaptación y diálogos del guionista y también realizador J. Walter Ruben, BACHELOR APARTMENT acusa desde sus instantes iniciales, el look de las producciones de la primitiva Radio Pictures, en los primeros pasos del sonoro. Esa cierta sensación de apergaminamiento de los primeros talkies, preciso es reconocer se va difuminando de manera paulatina, en buena medida debido a la agudeza de unos diálogos punzantes, que aprovechan la libertad marcada en el Hollywood Precode, e incidiendo en esa fijación sexual del protagonista -o situaciones divertidas, como ese cajón en el que se guardan las joyas que han ido perdiendo las conquistas de Carter en su vivienda-. La película, pese a esa sequedad de su puesta en escena, e incluso de lo plano de su iluminación en blanco y negro, a cargo del posteriormente prestigioso Lee Garmes, de entrada, alberga la cualidad de esa desdramatización generalizada en las producciones del estudio, por más que las mismas avalaran melodramas de variable intensidad. Hay en todos y cada uno de los fotogramas del film de Sherman, esa compartida sensación de sinceridad e incluso rutina en el tratamiento de sus recovecos argumentales, que en no pocas ocasiones asumen las costuras de la comedia de alcoba, a los postulados de un vodevil, quizá desprovisto de un mayor alcance en la malicia de sus enunciados.

Sin embargo, esa atonalidad más o menos familiar en las propuestas del estudio, en buena medida han permitido que el resultado de esta y otras producciones, hayan permanecido con notable vigencia a lo largo del tiempo. A ello, contribuye, como antes señalaba, la ironía de sus diálogos, la duración de sus planos, o la propia dirección de actores, que sabe sortear las convenciones de ambientación, vestuario o diseño de producción, y marcando en sus instantes más sutiles, una rara sensación de verdad. Será algo que marque, los mejores momentos de la interacción entre Lowell Sherman e Irene Dunne, estableciendo una sorprendente sinceridad entre ambos personajes, dejando entrever la irreductibilidad del futuro en común entre ambos. Todo ello, será servido por Sherman director, articulando una planificación definida en escasísimos movimientos de cámara, dejando la cámara a la altura de los intérpretes, y ayudándose por un perspicaz montaje, que contribuye a la fluidez en el discurrir de una acción bastante predecible -obre todo desde la mirada paternalista que podemos hacer, de una película con cerca de nueve décadas de antigüedad-, aunque dominada de los suficientes alicientes y recovecos dramáticos y de comedia.

Y dentro de una puesta en escena transparente, eficaz pero escasamente arriesgada, hay un momento que se eleva por encima del resto de la función, demostrando que Sherman, de manera ocasional, podía tener destellos de cierta inspiración. Me refiero a ese inesperado contrapicado que se describe tras un Carter sentado en una butaca dentro de su apartamento, que marcará con precisión su decidido cambio de actitud existencial, a la hora de abandonar su pasado juguetón y libertino, al señalar a la insistente Agatha que abandone su vivienda y lo deje en paz. Una inesperada fuga de intensidad cinematográfica, en una película que, no obstante, mantiene un cierto grado de interés.

Calificación: 2’5

MORNING GLORY (1933, Lowell Sherman) Gloria de un día

MORNING GLORY (1933, Lowell Sherman) Gloria de un día

Producto ciertamente representativo de esos talkies que inundaron el cine con el advenimiento del sonoro, MORNING GLORY (Gloria de un día, 1933. Lowell Sherman) es una de tantas películas que intentaron efectuar una mirada en la trastienda de la profesión teatral –y cinematográfica-. Lamentablemente, precisamente en este caso es el lastre teatral en la realización de Lowell Sherman, el que se une a un argumento lleno de tópicos y estereotipos, que hoy prácticamente convierten esta película en una mera arqueología.

MORNING GLORY ha pasado a la pequeña historia por lograr Katharine Hepburn con su trabajo en la misma su primer Oscar a la mejor actriz, y por otro lado servir como referente para que Sidney Lumet realizara un remake de la misma en 1958 –con Susan Strasberg en el papel protagonista, en una versión que por cierto jamás fue exhibida comercialmente en España-. En el primer enunciado, la verdad es que dentro de una trayectoria llena de trabajos magníficos, la estatuilla obtenida por la Hepburn se destinó a un trabajo hoy día no demasiado relevante ni diferente de cuantos imprimió en sus primeros años –es curioso comprobar los numerosos “despistes” en los premios a los mejores intérpretes de los primeros años de andadura de los Oscars; están llenos de galardones a actores y actrices y trabajos realmente olvidados-.

En cuanto al contenido del film que nos ocupa, lo cierto es que el mismo –adaptado de una obra teatral de Zöe Akins- queda con el paso del tiempo como una auténtica acumulación de clichés y estereotipos que la pobre realización de Sherman no alivia de su escasa entidad. En este sentido, comparar MORNING GLORY con la previa WHAT PRICE HOLLYWOOD? (Hollywood al desnudo, 1932. George Cukor) –en la que curiosamente Sherman interpretaba a un actor alcoholizado- con respecto al cine, o la excelente STAGE DOOR (Damas del teatro, 1937. Gregory La Cava), puede ser una comparación incluso dolorosa para esta película. Pero es que la sucesión de personajes, situaciones y estereotipos es prácticamente la razón de ser de esta historia de la lucha  y el casi sorpresivo –y por ello, inverosímil- triunfo de Eva Lovelace (Katharine Hepburn), en la que no falta el experto empresario –Lewis Easton (Adolphe Menjou, que recreaba un papel similar en la mencionada STAGE DOOR)-, el joven escritor –Joseph Sheridan (Douglas Fairbanks, Jr.)-, la diva insoportable que, como está mandado, será sustituida por Eva en un momento crítico –Rita Vernon (Mary Duncan)-, o el veterano actor de carácter –Robert (C. Aubrey Smith)-. Así hasta prácticamente describir todos los personajes y situaciones –la elección del reparto, la fiesta del estreno...- que quizá en su momento resultaran de interés dramático –yo más me inclinaría al interés del voyeur-, pero que muy pronto perdieron su interés, ya que tras ellas no está mas que el tópico más flagrante.

La labor de Lowell Sherman adquiere algunos momentos de interés, como en el travelling inicial en el que la protagonista contempla en el vestíbulo del teatro los retratos de los grandes actores de la escena, las grúas que emplea en algunas ocasiones para lograr composiciones de escenas de cierto dinamismo, o la sinceridad que emana del instante en plena fiesta del estreno teatral, en el que una Eva algo bebida interpreta con fuerza diversos textos shakesperianos ante los presentes, secuencia en la que el realizador juega además con una adecuada iluminación. De todos modos, un buen porcentaje de su labor cinematográfica se caracteriza por el servilismo al lucimiento de los actores, entre los que destacarán –además de la propia Hepburn-, unos espléndidos Adolphe Menjou y Cecil Aubrey Smith, y el contrapunto seguro y ligero que ofrece Douglas Fairkbanks Jr.

Poco más se puede decir de esta polvorienta cinta, que al menos tiene la virtud de contar con una escueta duración, algo por lo demás bastante común en el cine de la época.

Calificación: 1’5