SENILITÀ (1962, Mauro Bolognini) Senilidad
Pese a mi debilidad con el cine italiano generado desde la posguerra hasta traspasado el ecuador de la década de los sesenta, confieso que hasta la fecha no he prestado demasiada atención a la obra de Mauro Bolognini. Debilitada en los años setenta a la hora de engullirse en determinadas modas visuales de aquel tiempo –algo que fue perdonado a otros cineastas del mismo país, aun recayendo en atrocidades de más grueso calado-, es probable que haya que reconocer que lo más importante de su filmografía quizá formara un corpus demasiado reducido, como para que el mismo pudiera alcanzar la debida perdurabilidad dentro del devenir de la rica cinematografía de su país en aquel tiempo. Partiendo de la base de encontrarme aún en cierta desventaja en dicho ámbito, he de reconocer la gratísima sorpresa que ha supuesto para mi acceder a SENILITÀ (Senilidad, 1962), de la que no puedo tener la base suficiente para calificarla como la mejor obra de su director. Sin embargo, su visionado me confirma que se trata de una magnífica película, no solo perfectamente entroncada en el febril periodo que vivía en aquellos inicios de los sesenta el cine italiano, sino que en sí misma adquiere vida propia, pese a encontrarse en ella numerosas referencias con la obra paralela de otros realizadores.
Y es que ecos de la obra de Antonioni, del Visconti de ROCCO E I SUOI FRATELLI (Rocco y sus hermanos, 1960), se dan cita en esta crónica de la pasión amorosa desarrollada en un Trieste dominado por la tristeza, enmarcado en ese periodo en el que una tímida modernidad, parece tener paso en un marco urbano dominado por un irreprimible aroma del pasado. En ella, sus primeros fotogramas nos describen el encuentro inicial entre los dos protagonistas de este relato, que parte de una novela de Italo Svevo (1981 – 1928), trasladado a una actualidad fílmica. El espectador en realidad no contemplará como se ha producido dicho primer encuentro entre Emilio (un pasional Tony Franciosa) y Angiolina (Claudia Cardinale). Lo primero que contemplamos a es ambos caminando por el puerto húmero de Triste, iniciando una relación que poco a poco irá configurándose como una extraña tela de araña, en la que el primero irá imbuyéndose en una pasión con la que en un principio solo pretendía convertir en una amiga. Emilio es un gris oficinista aficionado a la escritura, pudiendo escuchar en ocasiones en el film sus reflexiones en off, que en muchas ocasiones se contradecirán con sus actitudes exteriores. Este vive junto a su hermana Amalia (excepcional Betsy Blair), una joven a la que la debilidad de su carácter ha condenado a una prematura soltería, y al servilismo hacia su hermano. Por su parte, Angiolina es una muchacha que vive con una inestable familia de escasos recursos, que no dudará en ir labrándose un futuro a la hora de ligarse a diversos hombres, sobre todo si en ellos se puede encontrar un acomodo económico. Esta circunstancia, que en un primer momento será vista con normalidad por Emilio, de manera paulatina provocará en él un inesperado estallido de pasión, que llegará a convertirse en enfermizo. La frontera de un amor se sobrepasará por ambos personajes, tanto en la pretendida relación de posesión esgrimida por nuestro protagonista, como en la nada escrupulosa búsqueda del placer sexual buscado por la joven y poco sutil Angiolina, bien conocida en la ciudad por sus constantes devaneos amorosos, los cuales Emilio convertirá contra toda lógica, en elementos que acrecentarán dicha pasión, hasta llevarlos a los límites de la carencia de la más mínima dignidad. Mientras tanto, este dejará de lado a su hermana, la sensible y paciente Amalia, que en un momento dado despertará su reprimida sexualidad al conocer a un íntimo amigo de Emilio. Se trata del escultor Stefano (Philippe Leroy), con quien descubrirá una sensación y una nueva luz para ella, muy pronto apagada por el inesperado egoísmo de su hermano. Ello llevará a la aún joven a sumirse en una profunda depresión, que poco a poco le llevará a la muerte. Incluso en esos momentos de dolor, Emilio no olvidará su irrefrenable pasión por Angiolina, a la que que ha despreciado en varias ocasiones, pero que en modo alguno puede quitar de su cabeza, hasta llegar al límite de la ausencia de amor propio en los últimos instantes del film, reconociendo que pese a todos los desprecios y engaños a que ha sido sometido por parte de esta, siempre la amará.
En 1962 estaba en plena efervescencia el cine de Antonioni, y algún eco del mismo se encuentra sobre todo en la alienación y ausencia de calidez de las imágenes de SENILITÀ. Es más, uno no deja de ligar esta magnífica película con la coetánea EVA (1962) de Joseph Losey –con ventaja para el film de Bolognini-. Sus imágenes desprenden en todo momento un aura de tristeza cotidiana –ayudado para ello de la magnífica fotografía en blanco y negro de Arando Nannuzzi, potenciando la grisura de un Trieste dominado por la humedad de sus calles y su casi permanente lluvia-. Unido a ello, es casi obligado destacar la partitura de Piero Piccioni, capaz de potenciar con su fondo sonoro ese alcance de tragedia cotidiana que se unirá a los tres personajes protagonistas del relato. Bolognini planifica optando por planos largos que saben extraer sus posibilidades dramáticas, incidiendo en esa creciente desmesura en la pasión marcada en Emilio, en la vulgaridad que poco a poco iremos adivinando en esa Angiolina que inicialmente se describe como una joven alegre y digna de respeto y, sobre todo, y aunque figure en un lugar secundario, en el magnífico personaje de la ya mencionada Amalia, una mujer a la que su sacrificio por su hermano nos irá proporcionando una honda compasión, dentro de una ciudad en la que el aroma de provincialismo casi llega a resultar opresivo para el espectador –atención a la secuencia que comparten Emilio, su hermana y Stefano-. Será esta quizá una de las pocas escenas desarrolladas de día, en una película en la que predomina una sorda tristeza, acrecentada según el carácter dramático del film ande cercano a la tragedia. Y ello tendrá su máximo exponente en Amalia, que en un momento determinado ha encontrado en Stefano aquello que ha estado anhelando presumiblemente durante toda su vida –maravillosa la secuencia en la que en una cena en su casa con Emilio, se plantee que este toque al piano, y ella se atreva a tocarle la mano, adivinándose en su rostro un rasgo de deseo-. Poco a poco, la película adquirirá en la decrepitud y desesperación de Amalia –a la que Emilio prácticamente ha impedido que Stefano tenga relación con ella, sin duda vengándose del hecho de que este haya pretendido acercarse a Angiolina- su máximo grado de tragedia, al comprobar como ha decidido voluntariamente sumirse en un estado cercano a la muerte al ingerir voluntariamente éter, despechada por la ausencia de ese asidero que le proporcionaría tardíamente Stefano. Incluso en esos momentos tan dolorosos, Emilio no dudará en abandonar a su hermana moribunda, en la búsqueda de esa Angiolina en la que aún espera encontrar una imposible relación. El regreso a su casa coincidirá con el descenso por las escaleras de un sacerdote, señal inequívoca de la muerte de su hermana –el plano en que se contempla a esta envuelta en un sudario y empequeñecida en una cama de grandes proporciones resulta del todo punto desolador-.
SENILITÀ es, sin duda, una de las propuestas más arriesgadas y dolorosas del cine italiano de su tiempo. Dominada por las humedades exteriores de esa ciudad en la que parece marcarse un alcance de irrealidad lindante con el fantastique –ese paseo furtivo de Amalia en la que su hermano y el espectador la contempla totalmente ida, mientras que este no hace nada por remediarlo-, caracterizada por un visión casi existencialista de la vida italiana de la época, lo cierto es que pocas películas más amargas y escasamente complacientes pueden percibirse en la cinematografía italiana de la época. Un marco que en aquellos años brindó no pocas obras maestras. Probablemente SENILITÀ no se encuentre entre ellas, pero se le acerca mucho, y el hecho de que durante décadas su propia existencia haya sido ignorada –en 1962 recibió el premio al mejor director del Festival de Cine de San Sebastián-, son motivos suficientes como para abogar por su inmediata reivindicación.
Calificación. 3’5