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CINEMA DE PERRA GORDA

Maxwell Shane

THE GLASS WALL (1953, Maxwell Shane)

THE GLASS WALL (1953, Maxwell Shane)

No es la primera ocasión en la que se han efectuado afinidades en títulos pertenecientes a la ciencia-ficción norteamericana, ligándolos con una estética muy cercana al noir. El referente más recurrente al especto siempre ha sido el de THE DAY THE EARTH STOOD STILL (Ultimátum a la tierra, 1951. Robert Wise), pero se podría extender con facilidad a otros exponentes posteriores como INVASION OF THE BODY SNATCHERS (La invasión de los ladrones de cuerpos 1956. Don Siegel). Sin embargo, he de reconocer que nunca hasta el momento me había encontrado ante un melodrama de ascendencia noir como THE GLASS WALL (1953, Maxwell Shane). Una película cuya auténtica entraña se mostrara estrechamente ligada al fantastique, mediante una extraña ascendencia a esa vertiente de la ciencia-ficción, en la que acentuaba el contraste y la angustia de un hombre normal y urbano, sometido a un mundo al que se encuentra por completo extraño y sometido al desasosiego. A mi modo de ver, esa es la virtud más elocuente de la que fuera una de las cinco películas que rodara el versátil aunque nunca especialmente distinguido guionista que fue Maxwell Shane (1905 – 1983). De ellas esta era la tercera que he contemplado, y considero que se trata de la más lograda de ellas, erigiéndose como una bastante atractiva muestra de pesadilla existencial, que también la liga a exponentes ligados al cine policial, como D.O.A. (Con las horas contadas, 1950. Rudolph Maté).

En esta ocasión, la propuesta de Shane –también coguionista, junto a su hermano Ivan e Ivan Tors-, se centra en un ámbito no demasiado frecuentado en la gran pantalla –THE FACE OF BEHIND THE MASK (1941. Robert Florey) sería una relativa excepción pocos años atrás-, como es la incidencia de esos colectivos inmigrantes que llegaron en barco a USA como refugio de las atrocidades del nazismo. En esta ocasión se trata de un buque que aporta en los primeros fotogramas del film, la llegada de un amplio colectivo húngaro que ha sobrevivido de los campos de concentración en la invasión alemana, dispuestos a vivir una oportunidad en medio de la urbe neoyorkina. Desde el primer momento contemplamos imágenes de índole documental, con la llegada emocionada de estos refugiados, entre los que la cámara y una voz en off brindarán la cercanía de la excepción que se encierra en el buque, mostrándonos por su parte exterior el ojo de buey que expone el rostro del protagonista del relato; Peter Kaban (espléndido y contenido Vittorio Gassman), un polizón en el barco que se dispone según las leyes al retorno a su país de origen –lo que supondría su muerte-, y que intentará apoyarse para introducirse en suelo americano, recordando una acción que tuvo lugar años atrás, en la que logró salvar la vida de un soldado americano –a costa de poner en riesgo la suya-, dejándole en el hombro la secuela de una bayoneta. El argumento no convencerá a las autoridades, sobre todo debido a la incapacidad del atribulado protagonista de proporcionar detalles concretos que pudieran localizar a ese Tom, joven clarinetista al que salvó de una muerte segura. Ante la inminente devolución a su país, Kaban logrará escapar del buque, internándose en la inmensidad del Times Square newyorkino, donde en teoría su posible salvador se encuentra tocando un uno de los innumerables clubs allí ubicados. Ya desde sus primeros instantes y, muy especialmente, en aquellos que refleja su huída y la presencia del mar, la impronta fotográfica ofrecida por el excelente Joseph F. Biroc brinda a las imágenes de THE GLASS WALL una extraña y al mismo tiempo turbia transparencia.

Será, es indudable, el marco ideal para la auténtica esencia del film; mostrar la soledad de un individuo que se pasea, como si un extraterrestre se tratara, por un contexto urbano totalmente opuesto a cuanto había contemplado durante su vida. Es ahí, donde a mi modo de ver, se encierra el verdadero logro de este humilde pero efectivo film de Shane, describiendo una odisea de apenas pocas horas de duración –en la noche de huída este ha de ser recuperado por las autoridades y, posteriormente, cuando Tom advierta mediante la prensa el calvario de su antiguo salvador, ha de ser recuperado antes de las siete de la mañana para que se le conceda el visado que le permitiría su estancia como refugiado estadounidense-. Dentro de dichos márgenes, nos encontramos con esa vertiente casi de alcance existencial vivida por nuestro protagonista, atribulado ante ese incesante desfile de rótulos de luces de neón, constante presencia de transeúntes y constantemente atento a la presencia de los agentes de la ley. Esa soledad en la multitud, está ejemplarmente planteada en la película, ligando a Klaven con el Grant Williams de THE INCREDIBLE SHRINKING MAN (El increíble hombre menguante, 1957. Jack Arnold) o el Vincent Price de THE LAST MAN ON EARTH (1964. Sidney Salkow y Ubaldo Ragona) –en ambos casos títulos posteriores, tomando como base referentes literarios de Richard Matheson.

Esa sensación de soledad casi metafísica, adquiere en la película una enorme tensión interna, que tiene sus puntos de apoyo en la incorporación de personajes secundarios que irán rodeando y de alguna manera reflejándose en el drama de su protagonista, las insatisfacciones e incluso casi perentorias carencias que les brinda su vida en la ciudad de la gran manzana, que en apariencia brinda ocasiones para todos, pero que en su entraña interna encubre una interminable pléyade de fracasos personales. Entre ellos, destacará el drama vivido por la joven Maggie (Gloria Grahame), que se encuentra no solo carente de trabajo, sino sin poder pagar su pequeña habitación, teniendo que someterse a los improperios de su casera y, lo que es peor, los lúbricos ofrecimientos de su repugnante hijo –quedando en un segundo término una extraña relación incestuosa entre ambos-. Pero por otra parte, la otra cara de la moneda nos la brindará ese Tom que de forma casal se enterará de la noticia de la presencia de su antaño salvador, teniendo que relegar su intención primigenia de acudir a las autoridades para declarar a favor suyo, debido a la presión que le formulará su novia, una joven castrante que le ha buscado una audición en una orquesta notable. Como se puede comprender, unido a esas horas cruciales y dantescas vividas por Kaban, THE GLASS WALL no perderá la ocasión de mostrar una galería humana de diverso calado, que se completará con la ayuda que prestará a este una cabaretera de origen húngaro, que brindará a Peter la casa de su madre y hermano, en parte por sentimiento sincero, y en parte por que le gusta físicamente. Dicha presencia y la llegada del hermano provocará una enorme discusión de este con su madre, que zanjará la cuestión al propinarle dos bofetadas, recordándole que su padre fue también refugiado húngaro -uno de los instantes más hondos del relato-.

Pero la película aún nos brindará un episodio de superior calado –después de esa nota en la que el protagonista dará las gracias a la mujer que lo ayudó, antes de huir discretamente. Será su llegada al edificio de las Naciones Unidas –maravilloso ese plano en el que la sede se refleja en un charco, cuando está a punto de amanecer-. Es en esos minutos finales, donde esa sensación de soledad queda agudizada, incidiendo de manera muy especial en un pathos de carácter metafísico, tan ligado a algunas de las mejores muestras de la S/F de la época, logrando además un notable partido de los interiores de dichas dependencias, y el impactante –aunque quizá un tanto convencional- discurso en solitario del desesperado huido, en medio del salón donde se celebran las sesiones, estando este a oscuras.

Es evidente que un título como THE GLASS WALL no puede concluir de manera trágica pero, si más no, se erige como una más que interesante mixtura de género. Una propuesta revestida de modestia, pero que sabe aportar la relativa originalidad de su planteamiento y, sobre todo, la creíble galería de seres que pueblan la vida cotidiana de la pretendida ciudad de la libertad.

Calificación: 3

NIGHTMARE (1956, Maxwell Shane) Noche de pesadilla

NIGHTMARE (1956, Maxwell Shane) Noche de pesadilla

Exponente tardío de aquella corriente psicoanalítica que invadió el cine norteamericano durante la segunda mitad de la década de los cuarenta, NIGHTMARE (Noche de pesadilla, 1956. Maxwell Shane) posee, dentro de su mediocridad, algunos elementos que se prestan a luna cierta consideración. No entrará en ella, por supuesto,  ni la escasa consistencia de su peripecia argumental, pedestre y elemental, ni la pobreza de su puesta en escena, puesto que en realidad nos encontramos ante un título tan anacrónico en el mismo momento de su estreno, como puede serlo en nuestros días.

 

Basada en un relato de William Irih (o Cornell Woorich, como prefiera denominársele), NIGHTMARE nos cuenta el relato de un joven trompetista de una orquesta de jazz –Stan Grayson (Kevin McCarthy)-, angustiado de repente por la vivencia de un extraño sueño que le lleva a tener que admitir que ha sido autor de un asesinato. Pese a la ausencia de lógica de dicha suposición, los indicios le llevarán a tener que admitir la pertinencia de la misma. Será algo que transmitirá a su cuñado –Rene (Edward G. Robinson)-, inspector de policía, quien le ayudará en sus pesquisas y le llevará a tener que admitir que los indicios le acercan a ser culpable. Frente a la evidencia de estos, al mismo tiempo un nuevo camino se abrirá en torno a la imperceptible influencia que sobre el atormentado protagonista ha ejercido un extraño vecino –Belknap (Gage Clarke)-, quien pronto se verá ha puesto en práctica técnicas de hipnotismo para que Grayson cometiera –sin estar en posesión de su voluntad-, el asesinato de un hombre.

 

Como se puede comprobar a tenor de la base argumental sucintamente expuesta, ningún elemento de interés puede despertar una historia tan manida, esquemáticamente expuesta, y trabada a partir de los más trillados estereotipos existentes en este tipo de cine. De alguna manera, un espectador más o menos avezado puede intuir perfectamente las trampas de guión, los lugares comunes y las previsibles resoluciones de los enigmas que va suscitando la trama. Lo peor en este caso es que el necesario nudo argumental está presentado con absoluta rutina, dejando además bien a las claras una mala adaptación de tinte claramente teatral. Es evidente que para intentar salir airoso de una propuesta dramática como la que presenta esta película –en la que participó el propio realizador-, hacía falta la maestría de un Hitchcock, que sabía trascender a través de su personalísima narrativa el material de base más pobre posible. No es este precisamente el caso, y pese a un metraje más o menos ajustado, en realidad NIGHMARE tiene un elemento que le permite parecer lo que no es; la fuerza del blanco y negro ofrecido por Joseph Biroc, que logra imprimir una cierta prestancia visual al conjunto. Más allá de ello, podríamos detenernos en la relativamente impactante secuencia de apertura –que describe a partir de la luz de una vela el asesinato que servirá como mcguffin de la función, desarrollado además en un wellesiano salón de espejos-, o el momento relajado en el que Grayson mantendrá una conversación con una joven cabaretera a la que ha visto plasmada en sus sueño. En esos momentos, la película dejará de lado sus enfatismos para incidir en una búsqueda de conocimiento y comprensión por parte de nuestro protagonista, quien poco después se despedirá bruscamente de la joven. Finalmente, destaquemos la creciente tensión que se ofrece sobre Stan cuando, viajando en coche junto a su hermana, su cuñado y su novia, poco a poco va admitiendo con horror que el lugar por el que van discurriendo en plena lluvia, le es familiar, dando la sensación de que ya ha estado por allí.

 

No se pueden valorar positivamente muchos más elementos, en una película dominada por el tópico y la escasa entidad de sus personajes o lo retorcido de algunas de sus acciones. Pero pese a esas enromes limitaciones, si que es cierto que el film de Shane –realizador de muy corta andadura, por lo general ligada al cine policíaco de la época-, podemos detectar una circunstancia, que quizá de forma involuntaria pueda erigirse como el único rasgo perdurable de un título francamente olvidable. Con ello me refiero a la sensación que se tiene en la expresión –en off- del protagonista y la propia configuración del relato, de encontrarnos con curiosos precedentes de los protagonistas –y el espíritu de dichos films-, plasmados en THE INCREDIBLE SHRINKING MAN (El increíble hombre menguante, 1957. Jack Arnold) y THE INVADERS OF THE BODY SNATCHERS (La invasion de los ladrones de cuerpos, 1957. Don Siegel) –este último igualmente protagonizado por Kevin McCarthy-. En ambos ilustres ejemplos sus jóvenes protagonistas nos relatan una angustiosa andadura de flash-back, transmitiéndose tras su azarosa aventura una visión desesperanzada de la sociedad norteamericana post mccartysta y aún marcadamente anticomunista. Evidentemente, en NIGHMARE esta circunstancia no es más que un ingrediente casi inofensivo, aunque ello no deje de mostrarnos exteriores de New Orleáns caracterizados por ese desasosiego, que en esta ocasión queda diluido en la medida que pueda proporcionar un producto inconsistente a todos los niveles, y solo evocado desde un sentimiento de absoluta arqueología fílmica.

 

Calificación: 1