NIGHTMARE (1956, Maxwell Shane) Noche de pesadilla
Exponente tardío de aquella corriente psicoanalítica que invadió el cine norteamericano durante la segunda mitad de la década de los cuarenta, NIGHTMARE (Noche de pesadilla, 1956. Maxwell Shane) posee, dentro de su mediocridad, algunos elementos que se prestan a luna cierta consideración. No entrará en ella, por supuesto, ni la escasa consistencia de su peripecia argumental, pedestre y elemental, ni la pobreza de su puesta en escena, puesto que en realidad nos encontramos ante un título tan anacrónico en el mismo momento de su estreno, como puede serlo en nuestros días.
Basada en un relato de William Irih (o Cornell Woorich, como prefiera denominársele), NIGHTMARE nos cuenta el relato de un joven trompetista de una orquesta de jazz –Stan Grayson (Kevin McCarthy)-, angustiado de repente por la vivencia de un extraño sueño que le lleva a tener que admitir que ha sido autor de un asesinato. Pese a la ausencia de lógica de dicha suposición, los indicios le llevarán a tener que admitir la pertinencia de la misma. Será algo que transmitirá a su cuñado –Rene (Edward G. Robinson)-, inspector de policía, quien le ayudará en sus pesquisas y le llevará a tener que admitir que los indicios le acercan a ser culpable. Frente a la evidencia de estos, al mismo tiempo un nuevo camino se abrirá en torno a la imperceptible influencia que sobre el atormentado protagonista ha ejercido un extraño vecino –Belknap (Gage Clarke)-, quien pronto se verá ha puesto en práctica técnicas de hipnotismo para que Grayson cometiera –sin estar en posesión de su voluntad-, el asesinato de un hombre.
Como se puede comprobar a tenor de la base argumental sucintamente expuesta, ningún elemento de interés puede despertar una historia tan manida, esquemáticamente expuesta, y trabada a partir de los más trillados estereotipos existentes en este tipo de cine. De alguna manera, un espectador más o menos avezado puede intuir perfectamente las trampas de guión, los lugares comunes y las previsibles resoluciones de los enigmas que va suscitando la trama. Lo peor en este caso es que el necesario nudo argumental está presentado con absoluta rutina, dejando además bien a las claras una mala adaptación de tinte claramente teatral. Es evidente que para intentar salir airoso de una propuesta dramática como la que presenta esta película –en la que participó el propio realizador-, hacía falta la maestría de un Hitchcock, que sabía trascender a través de su personalísima narrativa el material de base más pobre posible. No es este precisamente el caso, y pese a un metraje más o menos ajustado, en realidad NIGHMARE tiene un elemento que le permite parecer lo que no es; la fuerza del blanco y negro ofrecido por Joseph Biroc, que logra imprimir una cierta prestancia visual al conjunto. Más allá de ello, podríamos detenernos en la relativamente impactante secuencia de apertura –que describe a partir de la luz de una vela el asesinato que servirá como mcguffin de la función, desarrollado además en un wellesiano salón de espejos-, o el momento relajado en el que Grayson mantendrá una conversación con una joven cabaretera a la que ha visto plasmada en sus sueño. En esos momentos, la película dejará de lado sus enfatismos para incidir en una búsqueda de conocimiento y comprensión por parte de nuestro protagonista, quien poco después se despedirá bruscamente de la joven. Finalmente, destaquemos la creciente tensión que se ofrece sobre Stan cuando, viajando en coche junto a su hermana, su cuñado y su novia, poco a poco va admitiendo con horror que el lugar por el que van discurriendo en plena lluvia, le es familiar, dando la sensación de que ya ha estado por allí.
No se pueden valorar positivamente muchos más elementos, en una película dominada por el tópico y la escasa entidad de sus personajes o lo retorcido de algunas de sus acciones. Pero pese a esas enromes limitaciones, si que es cierto que el film de Shane –realizador de muy corta andadura, por lo general ligada al cine policíaco de la época-, podemos detectar una circunstancia, que quizá de forma involuntaria pueda erigirse como el único rasgo perdurable de un título francamente olvidable. Con ello me refiero a la sensación que se tiene en la expresión –en off- del protagonista y la propia configuración del relato, de encontrarnos con curiosos precedentes de los protagonistas –y el espíritu de dichos films-, plasmados en THE INCREDIBLE SHRINKING MAN (El increíble hombre menguante, 1957. Jack Arnold) y THE INVADERS OF THE BODY SNATCHERS (La invasion de los ladrones de cuerpos, 1957. Don Siegel) –este último igualmente protagonizado por Kevin McCarthy-. En ambos ilustres ejemplos sus jóvenes protagonistas nos relatan una angustiosa andadura de flash-back, transmitiéndose tras su azarosa aventura una visión desesperanzada de la sociedad norteamericana post mccartysta y aún marcadamente anticomunista. Evidentemente, en NIGHMARE esta circunstancia no es más que un ingrediente casi inofensivo, aunque ello no deje de mostrarnos exteriores de New Orleáns caracterizados por ese desasosiego, que en esta ocasión queda diluido en la medida que pueda proporcionar un producto inconsistente a todos los niveles, y solo evocado desde un sentimiento de absoluta arqueología fílmica.
Calificación: 1
4 comentarios
jorge trejo -
jorge trejo -
Juan Carlos Vizcaíno -
David G. Panadero -
Gracias!