THE COUCH (1962, Owen Crump) Crimen a las 7
Dentro de la amplia, poco conocida y siempre sugerente filmografía generada en el contexto de la serie B tardía del cine USA, auspiciando exponentes singulares del cine noir desarrollados en marcos urbanos, sombríos y casi malsanos, no puede decirse que THE COUCH (Crimen a las 7, 1961. Owen Crump) se encuentre entre sus exponentes más memorables. Sin embargo, dentro de un ámbito en el que se pueden detectar joyas como MURDER BY CONTRACT (1958. Irving Lerner) o tantos títulos como este, caracterizados por su olvido y menosprecio durante décadas, siempre es interesante ir reseñándolos. Se trata de un corpus que en los últimos años está sufriendo un reconocimiento generalizado, y del que el exponente que nos ocupa brinda un nada desdeñable atractivo, dentro del punto de partida de una historia de Blake Edwards –en el mismo año en el que con EXPERIMENT IN TERROR (Chantaje contra una mujer, 1962), Edwards compartía aspectos con esta película, como la recurrencia a una secuencia en un estadio- y una sombría ambientación urbana-, siendo Robert Bloch el encargado de transformar en guión la misma para ser llevado a la gran pantalla por el tío de Edwards –Crump-, en una de sus dos escasos largometrajes de ficción. Y como más adelante veremos, no será precisamente la impronta de Bloch la que favorezca el resultado final del largometraje, atractivo sin embargo en otras vertientes, hasta el punto de suponer uno de los títulos en los que podría encontrarse la raíz de la renovación que el genero experimentaría en la década posterior, y que tendría en clásicos como TAXI DRIVER (1976. Martin Scorsese), una referencia ineludible.
Es algo que percibiremos de manera rotunda en los primeros minutos de la película, instantes antes de la inserción de los títulos de crédito, con la llamada que efectuará el joven Charles Campbell (Grant Williams). Nos es mostrado de espaldas marcando el teléfono de una comisaría de policía, a donde anunciará que a las siete de la tarde cometeré un crimen, sin detallar más datos. Los títulos de crédito mostrarán el discurrir del protagonista –del que no conocemos nada-, discurriendo por las calles, y comprobando un detalle que caracterizará su indumentaria –el uso de unas botas muy singulares-. Se sucederá la percutante secuencia del asesinato que cometerá el propio denunciante, articulado con tanta fuerza como cierto resabio de la mejor televisión de la época. Será sin duda un valioso comienzo, para una cinta que no siempre adquirirá el mismo nivel, y que quizá tenga uno de los escollos más farragosos en la incidencia que tendrá el progresivo conocimiento de la psique de su protagonista, en las diferentes sesiones que mantendrá con el dr. Ganz (Onslow Stevens). Serás secuencias estas en las que chirriará la incidencia visual en los recuerdos de su pasado, mostradas a partir de un acercamiento hacia del ojo de Campbell, hasta que en un primerísimo plano se inserten dichas visualizaciones.
Llegados a este punto, hay que destacar que buena parte de interés que THE COUCH –el diván- adquiere a lo largo de todo su metraje, se centra en la admirable performance que en todo momento brinda Grant Williams –el inolvidable Shrinking Man-. Y buena es la hora de reconocer en este joven intérprete formado en el Actor’s Studio el magnetismo y talento que atesoró en sus no muy numerosas incursiones cinematográficas –poco tiempo después su carrera se inclinó a un formato televisivo de consumo-. Es más, años atrás hay que consignar otro magnífico rol de villano de reminiscencias psicológicas, en el notable western de Jack Arnold RED SUNDOWN (1956). Es por ello que incluso en los instante más farragoso del relato, la fuerza del trabajo de Williams eleva el interés de este, con todo atractivo thriller. Justo es reconocer que ese atractivo se deriva ante todo en lo que se eleva por encima de las propuestas argumentales del mismo. Y es que aun admitiendo que el proceso de “descubrimiento” de los auténticos rasgos psicológicos de este joven de buena presencia e incluso aspecto indefenso, que desde el primer momento sabemos es un asesino sin motivo racional alguno, está mostrado con pertinencia, lo más valioso del film de Owen Crump reside en su fuerza física. En la secuencia despojada del menor interés argumental, en la que Charles discurre casi catatónico por la noche urbana, en aquella otra en la que se encuentra junto a Terry (Shirley Knight), la sobrina de Gans y su secretaria, ubicados en un monte bajo el que se sitúa la ciudad iluminada de noche, o en el episodio en el que ambos visitan la mansión abandonada del abuelo del protagonista, donde dejará traducir sus aparentes inquietudes y deseos laborales e incluso sentimentales con ella.
Es decir, que importa mucho más en THE COUCH el aspecto descriptivo, la fisicidad de sus propuestas, antes que el seguimiento de un argumento, en el que Bloch apuesta como siempre en sus consabidas aportaciones fílmicas –y supongo que literarias- por la incorporación de registros más o menos sorpresivos o, lo que es peor, elementos humorísticos provistos de una considerable zafiedad –el apunte final en la casa donde el protagonista se encontraba realquilado junto a una mujer de edad y su hija, es una prueba definitiva de este enunciado-, que le conecta con ciertas propuestas paralelas en aquellos años en el cine de William Castle. Y es que, a fin de cuentas, y más allá de sus aciertos parciales y de su apreciable nivel general –en el que convendría destacar la fuerza que le proporciona la fotografía en blanco y negro de Harold E. Stine, o en conjunto las secuencias nocturnas desarrolladas en exteriores-, THE COUCH conecta con una corriente dentro del thriller inserto en la serie B de aquellos inicios de los sesenta, que tendría un especial predicamento en el seno de la Warner Bros, con aportaciones dirigidas, entre otros, por el ocasional realizador y conocido actor de carácter William Conrad –BRAINSTORM (Desafío al destino, 1965)-, antes que una profunda indagación en los límites de la locura y su relación con la sociedad de su tiempo, que en diversas vertientes, proclamarían títulos posteriores como NIGHT MUST FALL (1964, Karel Reisz), LILITH (1965, Robert Rossen), PEPULSION (1965, Roman Polanski) o el más tardío TARGETS (El héroe anda suelto, 1967. Peter Bogdanovich). Con todo, resulta más que estimulante que su nula referencia –se estrenó comercialmente en nuestro país con relativa prontitud- sea sustituida por el redescubrimiento de un título modesto, irregular, pero provisto de suficientes atractivos.
Calificación: 2’5