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CINEMA DE PERRA GORDA

Peter Sykes

DEMONS OF THE MIND (1972, Peter Sykes) [Los demonios de la mente]

DEMONS OF THE MIND (1972, Peter Sykes) [Los demonios de la mente]

Ignorada desde el propio momento de su estreno, ya que la propia productora se desentendió de ella, en un tiempo en que prácticamente esta, estaba exteriorizando su último grito agónico, DEMONS OF THE MIND (1972) es, por tanto, una extraña aportación al cine de terror, apenas conocida por los aficionados y, por supuesto nunca estrenada en nuestro país, por más que hace unos años, haya conocido una edición digital, bajo el título de ‘Los demonios de la mente’. Nos encontramos, por tanto, ante una de las últimas producciones de Hammer Films, en un periodo en el que las transformaciones de los gustos y los elementos industriales del cine de género, habían clausurado de manera lamentable, el interés por un cine de terror de raíz gótica -en realidad, esta transformación, afectaría a todos los géneros que forjaron el denominado clasicismo cinematográfico-.

En este caso, partiendo de un guion del especialista Chris Wicking, a partir de una historia del propio Wicking, junto a Frank Godwin, podría decirse que DEMONS OF THE MIND ofrece, una historia que asume la confluencia de varias de las subtramas que definieron, buena parte del mejor cine fantástico de la década de los 60. Unos elegantes títulos de crédito, centrados una sobria combinación de retratos de los personajes protagonistas, e imágenes de los mismos, tomando como fondo un elegante y sombrío tema musical de Harry Robertson, parece preludiarnos, la contemplación de un relato provisto de cierta querencia por un clasicismo en aquellos tiempos dejado de lado. De inmediato, veremos el discurrir de un carruaje, en cuyo interior se encuentra la joven y casi catatónica Elizabeth (Gillian Hills), custodiada por su tía Hilda (Yvonne Mitchell). La muchacha ha sido rescatada, tras encontrarla en la cabaña del joven Carl Richter (Paul Jones), en medio de una situación poco clara. Esta es la hija del barón Zorn (Robert Hardy), el temido y odiado terrateniente de la zona entre los lugareños. Zorn, viudo desde hace años, tras el trágico suicidio de su esposa, mantendrá tanto a Elizabeth como a su otro hijo, el también adolescente Emil (Shane Briant), custodiados y encerrados en sendas estancias de su imponente mansión, contando para ello con la fiel ayuda de Klaus (Kenneth J. Warren).

El oscuro noble, tiene la absoluta convicción que la sangre de su familia se encuentra enferma, habiendo transmitido a través de la misma el germen de la locura. Para ello, buscará el apoyo de Falkenberg (Patrick Magee), un médico cuestionado entre sus colegas de profesión, acusado de ser un falsario, que acudirá hasta la mansión de los Zorn, acompañado del ya mencionado Carl, que descubrimos es estudiante de medicina, sufriendo en el trayecto un truculento -y no demasiado bien resuelto argumentalmente-, accidente, que afectará al conductor del carruaje. Muy pronto, una vez los dos hombres se encuentren en las dependencias del atormentado aristócrata, el cuestionado Falkenberg hará ver a este, la raíz psicológica de su tormentosa vivencia, y la de sus dos hijos, mientras que, por parte de Carl, se producirá una lógica voluntad de ayudar a la muchacha de la que se ha enamorado. Todo ello, se sucederá entre un contexto exterior, donde los lugareños irán creciendo en su indignación, al irse produciendo una serie de asesinatos entre las jóvenes lugareñas, cuyos cuerpos irán desapareciendo, inundando la zona de un aura demoniaca, merced a las proclamas de un alucinado presbítero, empeñado en traducir la situación vivida, dentro de un contexto satánico.

Incesto, familias enfermas, superstición, contraste entre el mundo rural y el aristocrático, decadencia… Son todos ellos, elementos que pululan, entremezclándose en ocasiones con acierto, en otras no tanto, en medio de una película que, es obvio señalarlo, no se puede considerar plenamente logrado. Sin embargo, si más no, pese a sus desequilibrios, sí que logra transmitir el aura de un relato trágico que, por encima de todas sus derivaciones, aparece casi como una variación de ‘La caída de la casa Usher’ de Allan Poe. Esa recreación de una familia enferma de la sangre o de la mente, es a mi modo de ver, la raíz de una película que, no cabe duda, podría haber dado más de sí pero que, en medio de sus desequilibrios e irregularidades, ofrece un resultado en el que, por encima de todo, se logra transmitir esa aura de inmolación de una familia víctima, ante todo, de la propia incomprensión de su papel como tal.

Así pues, y como sucederá, en buena parte de las producciones Hammer de aquellos últimos años, DEMONS OF THE MIND tendrá escasos marcos de desarrollo. Fundamentalmente dos; el interior de la mansión Zorn, y los exteriores rurales de aquel entorno, centrado en las búsquedas, temores y rebeldía de los lugareños de la zona. Todo ello, confluirá en un conjunto tan atractivo como irregular. Tan romántico en sus mejores momentos, como disperso y carente de fuerza en los más prescindibles. Entre la primera de las vertientes, ese desgarro emocional producido entre una familia absolutamente desolada y, de manera muy especial, en la tristeza -e incluso la violencia-, con la que se describirá la relación incestuosa entre los dos hermanos, en realidad, la clave de la película. Destacará, situándose siempre en un segundo plano el rol de Hilda -encarnada por la gran Yvonne Mitchell, nunca me cansaré de señalarlo, en mi opinión, una de las mejores actrices de todos los tiempos-, brindando en su mirada compasiva, el intento por reconducir una situación familiar insostenible.

Todo ello, en ocasiones se dará de bruces con una cierta falta de equilibrio en el relato, aunque justo es reconocer que Peter Sykes intenta aplicar una realización dominada por la funcionalidad, eficaz cuando se impone la frialdad de lo narrado, e insuficiente cuando se intenta apelar a ese enfermizo romanticismo de la propuesta. En cualquier caso, por más que se observen algunos inoportunos zooms, no es menos cierto que Sykes se distancia de los horrores que podrían haber planteado, nombres tan nefastos como Peter Sasdy, Alan Gibson o Gordon Hessler -con quien el guionista Wicking colaboraría en varias ocasiones-. Así pues, DEMONS IN THE MIND queda en última instancia, como una película descompensada, curiosa, en ciertos elementos deudora de su tiempo y, en su configuración final, merecedora al menos, de ser referenciada en una nota a pie de página, en unos momentos en los que el cine de terror británico, se iba descomponiendo, casi por momentos, culminada, además, por una conclusión tan lógica como atroz.

Calificación: 2’5