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CINEMA DE PERRA GORDA

Peter Yates

JOHN AND MARY (1969, Peter Yates) John y Mary

JOHN AND MARY (1969, Peter Yates) John y Mary

Asumiendo la impersonalidad que caracterizó a un hombre de cine caracterizado por su fluctuación como sencillo artesano, recuerdo muy lejanamente el debut de británico Peter Yates con la agradable comedia musical SUMMER HOLIDAY (Vacaciones de verano, 1963) al servicio del entonces exitoso Cliff Richard. Desde entonces, y hasta el inesperado éxito de la para mi muy sobrevalorada BULLIT (Bullit, 1968), Yates incide en algunas variadas películas e inclusiones televisivas. Tras la exitosa andadura comercial del policiaco protagonizado por Steve McQueen comienza a ser absorbido por la industria de aquel Hollywood en decadencia, responsabilizándose de títulos que aparecían en líneas generales como herederos de otras vertientes genéricas de éxito preestablecido, de las que curiosamente destaco de manera muy especial la divertida comedia policiaca THE HOT ROCK (Un diamante al rojo vivo, 1972), en mi opinión su mejor película hasta que más de una década después realizara la excelente THE DRESSER (La sombra del actor, 1983), en donde logró su obra más perdurable, al acertar a aunar unos elementos de producción y artísticos del más alto nivel.

De tal forma, dentro de sus primeros pasos en Hollywood, JOHN AND MARY (John y Mary, 1969) aparece hoy día como uno de sus títulos menos conocidos, ni siquiera contando con una pareja protagonista muy pronto dominada por su estelaridad. Es decir, nos encontramos con un Dustin Hoffman salido de THE GRADUATE (El graduado, 1967. Mike Nichols) y poco antes de que se estrenada MIDNIGHT COWBOY (Cowboy de medianoche, 1969. John Schlesinger). Por su parte, nos encontramos con una Mia Farrow post ROSEMARY’S BABY (La semilla del diablo, 1968. Roman Polanski) -hay una secuencia en la que se la muestra en una bañera y en otra se encuentra en cama con un camisón, que la hace idéntica a su rol en el film de Polanski. Por otro lado, la película conecta de manera clara con una especie de subgénero de comedia dramática de ambiente newyorkino cosmopolita, que buscaba ante todo una cercanía a la hora de describir esa sociedad urbana alejada de la sofisticación de años anteriores. Fue una faceta que incluso pondrían en práctica cineastas como Sidney Lumet -BYE BYE BRAVERMAN (1968)- o Robert Mulligan -UP THE DOWN STARCAISE (1967)-, por no citar ejemplos como SWEET NOVEMBER (Dulce noviembre, 1968. Robert Ellis Miller). Títulos estos y otros que intentaban trasladar a la pantalla una nueva sociedad, en la que se insertaban modelos de convivencia e incluso corrientes intelectuales de aquel momento, al tiempo que lo incorporaban con servilismos visuales en ocasiones bastante caducos.

Dentro de dicho contexto de sometimiento a unas nuevas estrellas y a un contexto de producción determinado, JOHN AND MARY plantea la rápida e inesperada relación establecida entre dos jóvenes solitarios. John es un diseñador de muebles que reside en un cómodo y espacioso apartamento. Mary es una empleada en una galería de arte precolombino. Ambos se han conocido una noche, acompañados por diferentes amigos, en un bar de solteros, y ambos vivirán su primera noche de sexo en el apartamento del primero. En realidad, la película -ya sus propios títulos de crédito- se enmarcan una vez dicha velada ha concluido, y la pareja de jóvenes se dispone a levantarse ante el nuevo día -ella lo hará antes que él, aunque simula seguir dormida-.

Todo ello será el punto de partida de un guion del experto John Mortimer -THE INNOCENTS (¡Suspense!, 1961, Jack Clayton), BUNNY LAKE IS MISSING (El rapto de Bunny Lake, 1965. Otto Preminger)-, elaborado a partir de una novela de Mervyn Jones, ambos británicos. En líneas generales, la película se dirime a partir de un intento de estudio de caracteres en torno a esos dos seres solitarios, enfrentados ante una relación -que en ambos casos no es la primera; ella se ha mantenido como amante de un político casado, y él también ha tenido relaciones, en especial con una alocada joden que ha llegado a vivir en su apartamento-. Serán dos jóvenes contrapuestos, de los que sus interlocutores no conocerán su nombre hasta los instantes finales, y que realmente empezarán a conocer, a dudar de sí mismos, del ser que tienen enfrente, y a comprenderse, prácticamente en un solo día.

De tal forma, JOHN AND MARY se ofrece como una crónica puntual, a ratos punzante, en otros divertida, en contados momentos emocionante, y en otros fallida, de una relación que nace y se consolida. Una propuesta dramática que, a mi modo de ver, tendrá su marco de expresión más sólido en su tercio inicial, donde las injerencias visuales y narrativas tienen menor peso, y esa capacidad de observación alberga mayor presencia. Y es que, las singularidades del film de Peter Yates, se erigen por un lado en permitir oír a su pareja de protagonistas sus reflexiones en off, permitiendo una distanciación sobre lo que representan ante su alter ego -e incluso en ocasiones con el divertido contrapunto de que estos sean inesperadamente escuchados en la conversación-. A esos detalles irónicos se incorporarán diversos flashbacks de desigual pertinencia y efectividad. Invocando de alguna manera ecos de la inolvidable TWO FOR THE ROAD (Dos en la carretera, 1967. Stanley Donen), aunque en ningún momento obviando el presente en que se centra la acción.

Así pues, cabe reseñar esa inmediatez que manifiestan todas sus secuencias de exteriores -resaltadas por la iluminación en color de Gayne Rescher-. Sin embargo, uno de los grandes aciertos de esta, con todo, discreta y pequeña película, reside en la habilidad con que Yates utiliza las dependencias del amplio y moderno apartamento en que se desarrolla buena parte de la acción, así como la efectividad de su planificación en la interacción de sus dos intérpretes, acertando al expresar con dicha puesta en escena -brillante el uso del formato panorámico- el ondulante estado de ánimo en las efímeras relaciones establecidas entre ambos. Por ello, en líneas generales, cuando la película abandona ese marco de acción, tiende a perder en efectividad. No se trata solo de lo prescindible de la visita de John a la fiesta psicodélica a la que ha sido invitado -que justo es reconocer podía haber sido peor, recordemos la similar y horripilante plasmada por John Schlesinger en la casi inmediata y a mi juicio sobrevalorada y ya citada MIDNIGHT COWBOY-. O se puede objetar la presencia de personajes episódicos introducidos en el relato y que funcionan de manera chusca como elementos de comedia. Es el caso de los instantes que muestran a la antigua relación de John -su secuencia en el interior del apartamento aparece como lo más caduco de la película-, o las más fugaces de la madre de Mary, dominadas por una poco afortunada caricatura.

Como película centrada en dos personajes principales, esta se basa en la efectividad de sus intérpretes. Hay que reconocer que ambos funcionan, con especial mención a una joven Mia Farrow que llega a erigirse como el gran atractivo del relato. En la ligereza de su rostro dominado por sus ojos azules, y la -aparente- ingenuidad de sus manifestaciones. En ese singular ‘toma y daca’ psicológico se centra la entraña de un relato sin grandes pretensiones, pero quizá más apreciable que otros títulos más recordados de Yates. Una película de la que me gustaría destacar una pequeña secuencia, ubicada en su tramo final, en la que se encuadra horizontalmente en la cama a John y Mary. Con apenas dos acercamientos de cámara y el diálogo confesional, se logra casi como en ningún otro momento del metraje, cierta capacidad para profundizar emocionalmente en esos dos seres que, en el fondo, solo buscan compartir sus soledades.

Calificación: 2

ROBBERY (1967, Peter Yates) El gran robo

ROBBERY (1967, Peter Yates) El gran robo

En el momento en que el británico Peter Yates realiza ROBBERY (El gran robo, 1967), asumía un determinado bagaje centrado en el medio televisivo, así como un par de películas, totalmente desgajadas de las corrientes realistas de aquel tiempo. De ellas, su debut se expresó en el musical al servicio de Cliff Richard SUMMER HOLIDAY (Vacaciones de verano, 1963), de la cual tengo un recuerdo relativamente grato pero muy, muy lejano. Es curioso consignar como en sus orígenes, tanto Yates como el canadiense Sidney J. Furie atesoran unos inicios similares, aunque el segundo de ellos ofreciera unos resultados inicialmente más alentadores, que pronto se desinflaron en una andadura posterior decepcionante. Mas allá de esta digresión, lo peor que propone ROBBERY (El gran robo, 1967), es constatar esa frialdad consustancial el cine de Yates, que en el momento de su estreno llamó la atención al parecer de Steve MoQueen, para quien firmó a continuación BULLIT (1968), en mi opinión uno de los films más sobrevalorados de su tiempo –sobre todo para quien no disfrutamos de la presunta mítica de Mr. McQueen-. Por fortuna, ROBBERY deviene algo más interesante, aunque no la podamos incluir ni de lejos, en esa rica corriente que le precedió, inserta en el policiaco inglés, que deparó títulos en ocasiones brillantísimos, avalados por cineastas como Basil Dearden, Roy Ward Baker, Seht Holt, Terence Fisher, Robert Hamer, Charles Crichton o tantos otros. Sin alcanzar la altura y la densidad de la mayor parte de exponentes de dicha tendencia, el título que comentamos se centra en la narración del celebérrimo asalto al tren de Glasgow, sucedido en 1963. A partir de dicha premisa, ofrece una reconstrucción más o menos detallada de los pormenores del mismo, iniciada con la descripción de uno de los asaltos promovido por Paul Clifton (Stanley Baker, también coproductor del film). Su desarrollo ocupará los primeros minutos del relato, en una construcción de secuencias a través de la persecución que sufrirán los autores del robo –audazmente planteado- por miembros de la policía británica. Será el modelo que prefigurará la ya mencionada BULLIT, al tiempo que brindará a la película una extraña textura, a mi modo de ver bastante caduca con el paso del tiempo. Cierto es que servirá para presentar a buena parte de los personajes que centrarán el asalto, pero no es menos evidente que ese predominio por la acción en detrimento de su desarrollo psicológico, privará al conjunto de la densidad característica en la corriente cinematográfica antes comentada. Es por ello que ROBBERY destaca por la frialdad de su enunciado, proponiendo por el contrario el rasgo que con el paso de más de cuatro décadas, deviene más perdurable. Me refiero a esa mirada casi documental que ofrece en torno a la sociedad urbana de la Inglaterra de su tiempo. Aunado por la excelente fotografía en color que brinda Douglas Slocombe, en la que se aprecia casi la humedad del clima británico, asistimos teniendo como fondo de la acción, el recorrido de numerosos lugares urbanos y rurales, que son mostrados sin ninguna intención embellecedora, transmitiendo en la pantalla una rara sensación de autenticidad. Es una cualidad que no podrá reiterarse, a la hora de plasmar los pormenores y preparativo del golpe que motivará esta crónica cinematográfica, ya que la falta de motivaciones y de peso psicológico de sus protagonistas, aparecerá difuminado hasta cotas indigentes. Por ello, uno tiene la sensación de asistir a un relato en el que no le importa nada de lo que suceda, sabiendo de antemano el resultado final de su argumento, y no ofreciéndosele a través de sus imágenes una sólida alternativa en función de los artífices del mismo.

Queda pues, además de ese entorno urbano y rural en el que se describen sus secuencias, la sequedad con la que se desarrollan los preparativos del golpe, el interés del inspector Langdon (James Booth), a la hora de convertir la búsqueda de los autores del golpe inicial en diamantes, en un objetivo que canaliza todas sus intuiciones y anhelos. También el contacto con los diversos participantes del mismo y sus respectivas exigencias, la debilidad de Robinson (Frank Finlay), un preso que han obligado a fugarse, a la hora de intentar trabar contacto telefónico con su esposa –será este a la postre, uno de los detonantes para que la policía logre acercarse al lugar donde se esconden los asaltantes-. Por el contrario, apenas suscitará interés la tensión interna existente entre Clifton y su esposa –Kate (Joana Pettet)-, diluida en una película donde el contraste de personajes apenas reviste importancia. Por el contrario, Yates se centrará en el relato pormenorizado y, si se me permite la expresión, algo tedioso, del asalto al tren, en el que se contará con un botín de varios millones de libras, destacando en el mismo la ausencia total de armas. Un episodio al que sucederá el tramo en donde los asaltantes se esconderán en el subterráneo de un antiguo aeródromo percibiéndose, esta vez sí, esa tensión de la que hasta entonces ha carecido la película. Pese a contemplar momentos ridículos como el instante en el que uno de los asaltantes enciende un cigarro con un billete de cinco libras, asistiremos a una creciente espiral de alcance claustrofóbica, en la que los agentes de la policía cercarán literalmente a los asaltantes, con la excepción de Clifton, que ha decidido huir del país. Instantes como el sobrevolado del helicóptero policial, escudriñando el exterior de la edificación abandonada, o la intuición marcada de manera creciente por Langdon, rozando literalmente a los escondidos salteadores, darán la medida de lo que podría ser y, en definitiva, no es, esta discreta ROBBERY. Prefiero con mucho otra aportación posterior de Yates en el contexto del policíaco esta vez con ribetes de comedia, al amparo de una novela de Donald E. Westlakle, y guión de conocido William Goldman-. Me refiero a la olvidadísima y muy disfrutable THE HOT ROCK (Un diamante al rojo vivo, 1972).

Calificación: 2