FLAXY MARTIN (1949, Richard L. Bare)
Richard L. Bare (nacido en 1913, y al parecer aún con vida), es uno más de esa casi infinita nómina de realizadores, caracterizados por una larga andadura que se inicia en la década de los cuarenta –prolongada hasta inicios de los setenta-, caracterizada sobre todo por una dilatada trayectoria televisiva que le llevó a dirigir episodios de las más conocidas series surgidas desde que el medio catódico tuvo un especial peso en el Entertainment norteamericano –entre ellas, capítulos de The Twlight Zone-. Pero junto a ello formuló una no menos extensa andadura previa en el terreno del cortometraje, lo que conforma una filmografía bastante sui géneris, en la cual sus aportaciones al largometraje apenas son conocidas. Me consta que entre ellas se encuentran títulos de escasa enjundia, pero si tuviéramos que iniciar el recorrido de su obra con FLAXY MARTIN (1949) –como lo ha supuesto mi caso-, lo cierto es que podríamos dejar un margen de confianza en encontrarnos con un realizador dotado de no poco interés.
Dotada de un inicio impactante, unos planos sincopados y dotados de un enorme contraste, nos describen un
crimen cometido –en off-, que alertan a una vecina. Esta de inmediato conocerá la identidad del asesino. Se trata de Caesar (Jack Overman), un matón al servicio del mafioso Hap Richie (Douglas Kennedy). La inesperada presencia de esta testigo ocular, forzará a Richie a reclamar los servicios de su competente abogado Walter Colby (un sorprendentemente eficaz Zachary Scott). Como si fuera un precedente de la relación mantenida en la muy posterior PARTY GIRL (Chicago, años treinta, 1958. Nicholas Ray), Colby será una persona dotada de los suficientes recursos y experiencia para sacar del atolladero al gangster, aunque se encuentre ya cansado de ofrecer un lado de la profesión determinado por su sordidez. Para poder salvar a Caesar de una condena segura, se llegarán a plantear la utilización de una falsa testigo, y para ello utilizarán a Flaxy Martin (Virginia Mayo), una atractiva joven, ambiciosa y carente de la más mínima moral, amante de Hap, y que al mismo modo no dejará de fingir estar enamorada de Colby, al que utiliza según los designios que el hampón le indica. En apenas unos pocos minutos, con un sentido de la síntesis y el montaje encomiable –de destacar es la que nos evita contemplar la vista que inesperadamente declarará inocente a Caesar, fundiendo con la aparición de una portada de periódico que resalta la presencia de la testigo que servirá de coartada a este-, el film de Martin prende muy pronto en la retina del espectador, insertándolo en una atmósfera axisiante, en la que no se sabe si resulta más desagradable; el contexto de impunidad en el que se desenvuelve el imperio de Hap Richie, la carencia de escrúpulos de Flexy, o el desencanto de un abogado que se encuentra al límite de su resistencia al servicio del mafioso. La inesperada demanda de la testigo comprada para salvar a Caesar, determinará que esta sea asesinada, implicando en el crimen a Flexy, lo que llevará a que el propio abogado se postule como autor del crimen –invocando para ello una estrategia de defensa propia-. Sin embargo, con lo que no contará este es que tanto Hap como su amante, en el fondo desean librarse de un letrado que les resulta molesto –los planos que nos describen los dos semblantes de satisfacción de ambos tras la sentencia, resultarán bien explícitos-, utilizando para ello de nuevo el truco de un testigo falso –en este caso un taxista-.
A partir de esta premisa, Wilson será condenado a veinte años, aunque una circunstancia –un viaje en tren al que acude esposado, y que resulta la mayor debilidad de guión de la función- facilitará la huída de este, y el comienzo no de una venganza propiamente dicha –aunque un antiguo beneficiado suyo ya le avisara en la cárcel de los comentarios que iban realizando Flexy y Hap tras su condena-, sino de la demostración de su inocencia y, con ello, el desmantelamiento del imperio al que ha servido con creciente escepticismo. Lo atractivo de FLAXY MARTIN reside en numerosos factores. En primer lugar, la presencia en todo momento de un ritmo logrado –montaje de Frank Magee- con apenas baches de ritmo, o el preciso retrato de la psicología de sus personajes. Pero junto a ello hay un elemento que adquiere una singular importancia en la segunda mitad del relato, como es el encuentro del abogado huido y perseguido, con Nora Carson (una jovencísima Dorothy Malone, alejada de los roles explosivos que caracterizaron el posterior devenir de su carrera). Esta es una mujer solitaria que vive en una sencilla vivienda rodeada de naturaleza. En realidad, ella representará un mundo nuevo para el despechado abogado, al cual ayudará cuando ha desfallecido en su huída. Significativamente, el despertar de Wilson en la cama atendido de sus heridas, coincidirá con un amanecer que contemplará, como si se hubiera adentrado en una manera de atender la existencia hasta entonces inexplorada en su andadura urbana y basada en turbios manejos. Serán estos unos minutos en los que el recelo del herido –basados sobre todo en el trato que ha recibido por las personas a las que ha venido protegiendo-, poco a poco se irán diluyendo al comprobar la nobleza de esa joven solitaria y amable, que quizá haya visto en el abogado huido –pronto conocerá a través de la prensa su situación-, una inesperada oportunidad para variar el rumbo de su vida.
Sin embargo, cuando pese a las dificultades existentes –su cerco cada vez está siendo más estrecho-, Wilson y Nora van intuyendo que su relación va consolidándose casi minuto a minuto, este huirá en solitario para resolver una situación sin cuya conclusión su futuro se encontraba pendiente de un hilo. Y es en ese tercio final, cuando el film de Bare adquiere una temperatura por momentos eléctrica, y en otros incluso, casi cercana a los postulados del cine de terror –la secuencia en la que el letrado descubre el cadáver de Caesar y recibe la llamada amenazadora de Roper (Elisha Cook Jr.), otro de los sicarios de Hap, con el que siempre ha mantenido una tensa relación, indicándole que se encuentra a punto de liquidarlo, escondido en un lugar cercano-. La combinación del uso o la ausencia de música, o una perfecta utilización en la escenografía tanto de interiores y exteriores nocturnos, sobre los que se desarrollará esa persecución casi al límite de lo verosímil, proporcionará al tramo final de FLAXY MARTIN una extraordinaria tersura y fuerza narrativa. Será algo que tendrá su anticipo en la extraña secuencia en la que el abogado y Nora se encuentren a punto de ser asesinados y enterrados en una fosa que están excavando bajo las órdenes de Roper.
Sí que es cierto que la conclusión del film de Bare quizá no apure las posibilidades de perversión que se esgrimen durante el resto del metraje, con la caída de la protagonista en la propia trampa que ella misma había ido fraguando con su ambivalente y perverso comportamiento –en una secuencia un tanto pueril, si se me permite señalarlo-. Sin embargo, la presencia de ese happy end que la propia Nora reclama para la oportunidad en el amor que han fraguado, aunque para ello el abogado protagonista deba redimirse de los pecados que formaron parte de su pasado, adquiere en la película el recuerdo de ese oportuno contraste que en un momento dado proporcionó al abogado imbuido en turbias maniobras, el descubrimiento de un modo de vida más natural y sincero. Quizá el aficionado hubiera valorado un desenlace trágico, pero ello no invalidan ni la elección finalmente tomada, ni lo logrado durante el transcurso de su metraje, que contribuye a intentar redescubrir más exponentes en la filmografía de un realizador poco frecuentado y, es probable, poseedor de más títulos de interés en su filmografía. A ver si es verdad.
Calificación: 3