INTO THE WOODS (2014, Rob Marshall) Into the Woods
Pueden gustar más o menos, pero nadie puede negar la inteligencia demostrada por la Disney, a la hora de actualizar los blandas e infantiles historias que conformaron la mitología de sus largometrajes más recordados. Una apuesta que buscaba trasladar a imagen real esos relatos edulcorados, en una operación indudablemente arriesgada, pero que estimo se ha saldado con un resultado bastante apreciable. Ahí es nada, quitar el polvo a iconos de nuestra infancia, transformándolos a la ficción de imagen real, y al mismo tiempo incorporar en ellos el suficiente grado de distancia, para aunar al mismo tiempo la ironía y la cercanía con “lo maravilloso”, tal y como podíamos percibir en no pocas producciones de aventuras fantásticas rodadas en la década de los cincuenta. A la combinación de esa falsa inocencia combinada de sentido del humor, los adelantos técnicos y la era de la digitalización, se aúna en INTO THE WOODS (2014, Rob Marshall), la circunstancia de heredar una exitosa andadura previa como musical en Broadway y en el West End londinense, hasta el punto de erigirse como uno de los referentes del género en las últimas décadas. Un guión firmado por James Lapine, tomando forma en él las canciones del mítico Stephen Sondheim, y que durante años fue pieza codiciada para su traslación a la pantalla.
Finalmente, esta curiosa mixtura de cuentos escritos por la fantasía de los Hermanos Grimm, alcanzó la traslación fílmica, y considero que pese a su tibia recepción entre la crítica, y partiendo del hecho de no haber visto los otros dos títulos que le preceden dentro del género, en la filmografía del antiguo coreógrafo y director teatral Rob Marshall –si recuerdo sin embargo la soporífera MEMOIRS OF A GESIHA (Memorias de una geisha, 2005)-, aparece una propuesta atractiva, que a mi modo de ver sobrepone su ascendencia musical –sin orillarla-, apareciendo al mismo tiempo como un homenaje, una actualización, una mirada revestida de ironía, una feerie y también, y por qué no decirlo, una mirada en torno a la imposibilidad de la felicidad incluso en un ámbito fantastique, donde la exploración de los sentimientos más auténticos, quizá tampoco tengan cabida, en esta extraña combinación de evocación de aquellos musicales que en los años sesenta y setenta filmaran cineastas tan personales y apasionados como Joshua Logan, marcando en algunos momentos ecos de aquella lejana –y, si se me permite la aseveración, algo sobrevalorada- versión que la Warner sobreelevó de la obra de William Shakespeare A MIDSUMMER NIGHT’S DREAM (El sueño de una noche de verano, 1935) auspiciada al alimón por el prestigioso Max Reinhardt y William Dieterle.
Precisamente en un sendero que prolongaría el Vicente Minnelli de BRIGADOON (1954), aunque ciñéndonos a un tono fabulesco y lindante con la evocación fantástica, recuperaremos a gigantes, una bruja mala –encarnada por Meryl Streep-, apuestos príncipes, jóvenes malditas residentes en lo alto de una torre de la que no pueden descender, pérfidas aspirantes al trono del príncipe, gigantes vengativos, y hasta la evocadora y temible presencia da Caperucita y el Lobo Feroz –encarnado por Johnny Deep-. Toda una amalgama, que trasladando la base argumental ya llevada a la escena, se combina con especial inspiración, dentro de un singular entrelazado, presentado de manera involuntaria por esa pareja de panaderos que encarnan James Corden (Baker) y una espectacular Emily Blunt (su esposa). En torno a ellos se sucederá esa mixtura de narraciones, utilizando los pensamientos de sus personajes mediante canciones que aparecen como un recurso narrativo para expresar sus emociones.
Conocedor del material, Marshall se detiene casi con delectación en primer lugar en presentarnos ese fantasmagórico microcosmos, se beneficia de una subyugante ambientación rodada en estudio, extrayendo del deambular de sus diferentes personajes e historias una extraña aura mágica, en la que la presencia de determinadas canciones, proporcionan un contrapunto irónico. Pienso por ejemplo la que entonan Chris Pine (el Príncipe de Cenicienta), y Billy Magnussen (Príncipe Rapunzel), en medio del caudal de un río, lamentándose de su situación sentimental, en un número muy cercano a esas maneras tan homoeróticas que el ya citado Logan planteaba en su cine. O en esa irónica canción con la que Cenicienta exterioriza sus pensamientos, cuando al huir por tercera vez del baile del príncipe –una premisa argumental poco convincente-, quedará atrapada mediante la capa de alquitrán que este ha puesto en la salida de palacio. E incluso en la inesperada presencia de apuntes tan bizarros, como la automutilación de las pretendientas del príncipe, cortándose un dedo y parte del talón, para intentar inútilmente que el famoso zapato les quepa. Y no conviene olvidar ese inesperado apunte trágico que aporta la muerte y desaparición de la panadera, poco después de haber vivido una leve pero en el fondo siempre latente y efímera infidelidad con el Príncipe, en el pasaje sin duda más erótico de la función.
INTO THE WOODS, como antes señalaba, se beneficia del alcance de deliberada recreación fabulesca de su conjunto, y de la capacidad de sus intérpretes para integrarse en dicho ambiente, sabiendo aportar con sus performances el más oportuno contrapunto a la ficción. En este sentido, es Emly Blunt la que ilumina con su presencia todos aquellos instantes en que aparece, Meryl Streep brinda todo su histrionismo al rol de la pérfida bruja presa de una maldición, y Chris Pine resulta magnífico en su elegante y al mismo tiempo irónica prestación del galante y un tanto aventurero príncipe. Con todos ellos, con esa apuesta de producción y ambientación, creo que ha logrado la que quizá sea la más perdurable recuperación cinematográfica con personajes reales, de ese universo fabulesco que en los últimos años se está revisitando en títulos en líneas generales, con tanto respeto como entrañable distancia. En dicho ámbito, lo cierto es que INTO THE WOODS lleva hasta el momento las de ganar.
Calificación: 3