THE MASQUE OF THE RED DEATH (1964, Roger Corman) La máscara de la muerte roja
Cuando su ya amplio número de realizaciones basadas libremente en textos de Edgar Allan Poe habían traspasado las fronteras de los aficionados al cine fantástico, y el nombre de su director empezaba a ser considerado entre la crítica seria, Roger Corman decide rodar el que sería su séptimo y penúltimo peldaño del mismo en Inglaterra. Y lo hace en el entorno de una cinematografía que por aquellos años se encontraba en pleno apogeo y en la vorágine del denominado Swinging London. Desde los rescoldos del Free Cinema, la presencia en el candelero de Richard Lester, un cierto aroma de psicodelia... De todo ello hay algo presente en esta THE MASQUE OF THE RED DEATH (La máscara de la muerte roja) –no estrenada en España hasta 1983-, a la que el paso del tiempo quizá ha definido como la producción más singular de cuantas compusieron este rosario de films. Evidentemente, y a falta de ver THE PREMATURE BURIAL, la situaría por debajo de la magistral HOUSE OF USHER (El hundimiento de la casa Usher, 1960) y las excelentes THE PIT AND THE PENDULUM (El péndulo de la muerte, 1961) y THE HAUNTED PALACE (1963), aunque por encima del resto, contando con cualidades y peculiaridades que la hacen merecedora de ser resaltada como un pequeño clásico del género.
Es algo notorio que LA MÁSCARA DE LA MUERTE ROJA bebe de fuentes tan conocidas como EL SÉPTIMO SELLO de Ingmar Bergman o algunos referentes de Sade –curiosamente, el actor Patrick Magee interpretó posteriormente el film de Peter Brook dedicado a su figura-. Sin embargo, pocos han destacado que el principal referente visual que adquiere este film se centra en esa peculiar vinculación –a través de una historia ambientada en época medieval-, con el ambiente cinematográfico antes descrito ¿Y de donde hay que buscar esta referencia? Indudablemente en la figura de su director de fotografía, el prestigioso operador y posterior y errático director cinematográfico Nicholas Roëg, que se erige como el verdadero artífice del estilo que preside el film.
En una entrevista de 1988, Vincent Price comentaba que Corman solía atender las sugerencias de sus colaboradores, y en este caso concreto asimiló muchas de las propuestas de Roeg. Y ello se nota en la historia del maléfico Príncipe Próspero a la hora de reunir a toda la clase alta medieval en una suntuosa fiesta de disfraces para evitar ser contaminados con la peste que agita su región. Una línea argumental breve, que permite en primer lugar a Vincent Price una excelente recreación del personaje protagonista. Es la primera ocasión en que su referente poeano adquiere unos tintes totalmente maléficos. Ya en el anterior film del ciclo –THE HAUNTED PALACE- su protagonismo adquiría un matiz ambivalente según las transformaciones requeridas por el papel, mientras que en las anteriores producciones realmente sus protagonistas eran víctimas de taras mentales o traumas de infancia. Esa elegante malignidad y la soltura con que se desenvuelve con sus ropajes de época, permiten un retrato diabólico durante gran parte del film, hasta que su encuentro con el diablo encarnado en su propia imagen revestido por la peste –la “muerte roja”-, le fuerza a mostrar su debilidad como ser humano.
Creo que con este film se puede establecer la teoría de que buena parte del nivel de las obras de Corman en este ciclo proceden de una aguda conjunción de talentos, y en este caso el giro estilístico marcado por la poderosa influencia de Nicholas Roeg se nota en una puesta en escena delirantemente esteticista. En una cromática iluminación, que llega incluso a la excelente disposición de varios recintos dentro del castillo de Próspero definidos por colores puros. No sería justo omitir que en ocasiones se notan las fuentes de luz que instalaron los técnicos, pero esta circunstancia no resta un ápice de fascinación a todo su metraje, hasta su conclusión con la danza de la muerte. Una secuencia que bascula entre lo sublime y un cierto asomo de ridículo, pero en la que se conjuga la elegancia de su mortuorio ballet, el poderoso aire sixties que brinda su aspecto visual y la suprema elegancia de su banda sonora –David Lee demostró ser un buen sustituto del ya clásico Les Baxter-.
Finalmente, y pese a la alianza con el mal, la muerte puede con todo y solo preserva el bien. Esa es la conclusión que deja la secuencia de epílogo, en las que los emisarios de la muerte abandonan un territorio que habían tomado como suyos, y contra los que ni el Príncipe Próspero pudo luchar. Así acaba LA MÁSCARA DE LA MUERTE ROJA; este festín visual ciertamente un tanto desaforado, pero que estimo ha logrado superar con creces la prueba del tiempo.
Calificación: 3’5
Comentario insertado en Cinefania en enero de 2002