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CINEMA DE PERRA GORDA

Roy Ward Baker

THE HOUSE IN THE SQUARE (1951, Roy Ward Baker)

THE HOUSE IN THE SQUARE (1951, Roy Ward Baker)

Cuando alguien –no creo que sean muchos, la verdad- a la hora de evocar la andadura de los profesionales del estudio británico Hammer Films, saca a colación el nombre del realizador Roy Ward Baker (1916) –realizador del que para mi gusto es una de las cimas del estudio, y del cine fantástico cinematográfico en general; QUATERMASS AND THE PIT (¿Qué sucedió entonces?, 1967)- , se olvida la experiencia previa que este mantuvo en el cine norteamericano. Una andadura que se centró con la 20th Century Fox, y de la que quizá solo se recuerdo DON’T BOTHER THE KNOCK (Niebla en el alma, 1952), en la medida de suponer uno de los primeros papeles de relieve de la mítica Marilyn Monroe –que encarnaba con poca fortuna un personaje desequilibrado psicológicamente- y la apreciable INFERNO (1953). Cierto es que una mirada de conjunto a sus aportaciones en el estudio de Zanuck, nos revelan una inclinación hacia temas sórdidos; oscilando entre el policiaco y el suspense, que le llevaron a practicar –quizá por vez primera en su filmografía- con el fantastique. Lo hará por medio de THE HOUSE IN THE SQUARE (1951), una insólita apuesta por el subgénero de viajes en el tiempo, combinando en sus modos el look habitual del cine noir del estudio, con una apuesta que entremezclara la aportación británica de la filial inglesa del estudio. Todo ello, permitirá una curiosísima propuesta, apenas mencionada y reconocida en nuestros días, que logra articular esos condicionantes de producción –otro de ellos sería la posibilidad de servir a su protagonista, Tyrone Power, en un rol que le permitiera su facilidad como galán de época, además de incidir en esa poco reconocida ambivalencia interpretativa del intérprete, potenciada en sus años de madurez-. El resultado, como antes señalaba, aparece simpático en líneas generales, sorprendente en algunos momentos e incluso revestido en alguno de sus tramos de una notable intensidad cinematográfica. Sin embargo, esos ocasionales destellos, e incluso la relativa originalidad del conjunto, no impide que una cierta sensación de irregularidad limite los logros de una propuesta que, con un mayor arrojo o equilibrio, sin duda hubiera permitido todo un logro del género, quedando finalmente como un producto apreciable y, sobre todo, insólito.

 

Nos encontramos en un laboratorio nuclear en el Londres de inicios la década de los cincuenta. Los primeros compases del film nos describen la minuciosidad del comportamiento científico expresado por el físico nuclear norteamericano Peter Standish (Power). La extremada pasión con la que desarrolla su trabajo ha llamado la atención de sus compañeros, encargándose de vigilarlo otro miembro del colectivo científico –Roger Forsyth (Michael Rennie)-. Tras acompañar a Standish a su casa, Roger comprobará con cierto temor que la vivienda –ubicada en el centro de Londres-, conserva el mismo interior que hace doscientos años. Poco a poco, el norteamericano se confesará ante Roger, revelándose sus creencias –avaladas por planteamientos científicos- de la posibilidad del viaje en el tiempo, logrando con ello trasladarse al contexto de sus antepasados en el siglo XVIII. Será, sin lugar a duda, el fragmento más valioso de la película, en unos minutos ejemplarmente modulados en la realización, la utilización de una escenografía que podría plasmar cualquier film noir de la Fox, la dirección de los actores –especialmente en el temor creciente que irá expresando el estupendo Michael Rennie- y la ubicación de los dos intérpretes en el escenario, contando finalmente con el apoyo oportuno de la tormenta que irá incorporándose y punteando el desarrollo dramático y progresivamente inquietante del episodio. Una sensación de miedo ante lo desconocido, también de deseo de traspasar la frontera de lo numinoso, se encuentra expresada con fuerza en ese preámbulo rodado en el preciso blanco y negro del estudio, que dará paso al traslado del protagonista a ese pasado que ha intuido podía llegar a experimentar. De una manera bastante creíble la acción se remitirá al mismo Londres de dos siglos atrás, convirtiéndose el protagonista en su antepasado, que se ha trasladado a la capital británica desde su origen en New England, para comprometerse en matrimonio con su prima Kate Pettigrew (Beatrice Campbell). En ese encuentro muy pronto emergerán los anacronismos en actitudes y comportamientos que Standish no siempre podrá controlar, y que muy pronto le granjearán en la estirada comunidad una fama de excéntrico, aumentando estos recelos hasta ver en él una vertiente diabólica. Será una incómoda situación en la que nuestro protagonista solo encontrará un asidero emocional, a partir de la pasión que desde el primer momento se manifestará con la joven hermana de su inicial prometida –Helen (Ann Blyth)- En este largo fragmento, destacará por un lado la formulación cromática de sus secuencias –en un espléndido color de raíces pictóricas, igualmente obra de Georges Périnal-, que mostrará un especial cuidado en una ambientación que acentuará los contrastes entre las clases más opulentas, con la generalidad llena de miseria del Londres de la época –la secuencia en la que Power, impecablemente vestido, recorre ese contexto lleno de suciedad y casi esclavitud, es reveladora de esas intenciones-.

 

En cualquier caso, y pese a las buenas intenciones existentes, THE HOUSE… queda limitada un poco a sí misma, quizá debido al excesivo servilismo del sesgo teatral de su origen –obra de John L. Balderston, el autor de la versión teatral de “Dracula” que sirvió como base el film de Tod Browning- e, indudablemente, a la falta de arrojo que adquiere finalmente la función a la hora de integrarse en los senderos de ese relato de amor fou que la película pedía casi a gritos. Contemplando las imágenes siempre eficaces, e incluso puntualmente inspiradas del film de Baker, uno no puede dejar de recordar referentes más logrados como el que podía suponer DEATH TAKES A HOLIDAY (La muerte en vacaciones, 1934. Mitchell Leisen), THE PICTURE OF DORIAN GRAY (El retrato de Drian Gray, 1945. Albert Lewin) o la admirable y aún casi desconocida THE LOST MOMENT (Viviendo el pasado, 1947. Martin Gabel). Títulos todos ellos que lograban combinar su atractivo fantastique, un alcance romántico y feérico, e incluyendo en ellas la violentación a un contexto social dominado por las discriminaciones e injusticias. En esta ocasión, preciso es reconocerlo, no se alcanzan los objetivos que sí mostraban –en diversas de estas vertientes- los títulos antes citados. Sin embargo, no por ello podemos hablar de un conjunto desprovisto de atractivos. Hay en los giros y en el desequilibrio del film de Baker, suficiente interés en sí mismo, como para no reconocer los valores de un título atractivo, que merece su pequeño lugar –todavía no reconocido; es un título absolutamente ignorado- dentro de la historia del fantastique norteamericano en la primera mitad de los cincuenta.

 

No fue, por otra parte, la primera ocasión en la que el norteamericano –y todavía no justamente valorado- Tyrone Power, se incorporó a títulos de cierta ascendencia con dicho género. Lo hizo siempre en el contexto de la 20th Century Fox a la que se mantuvo fiel, en títulos como el igualmente atractivo THE LUCK OF THE IRISH (1948, Henry Koster), inclinándose a roles de cierto alcance inquietante, a partir de su éxito en la excelente THE RAZOR’S EDGE (El filo de la navaja, 1946) y la inmediatamente posterior NIGHTMARE ALLEY (El callejón de las almas perdidas, 1947), ambas firmadas por Edmund Goulding.

 

THE HOUSE IN THE SQUARE finalizará con una situación quizá dominada por el artificio –el retorno de Standish al tiempo presente, le permitirá encontrarse en la hermana de Roger, a una joven con el mismo aspecto y sensibilidad que la Helen que ha tenido forzosamente que abandonar-, aunque coronada por una bellísima visita nocturna a la tumba en donde yacen los restos de esa mujer a la que conoció y amó en su fugaz viaje a dos siglos atrás. Una muestra más de la efectividad de unos códigos de probada eficacia en el contexto del cine norteamericano y que, si más no, el británico Roy Ward Baker –entonces firmando aún sin el “Ward”- supo manejar con eficacia y profesionalidad.

 

Calificación: 2’5

THE ONE THAT GOT AWAY (1957, Roy Ward Baker) El único evadido

THE ONE THAT GOT AWAY (1957, Roy Ward Baker) El único evadido

No andan muy desencaminados aquellos comentaristas que señalan la innegable referencia que proporcionó en su momento THE ONE THAT GOT AWAY (El único evadido, 1957. Roy Ward Baker) cuando pocos años después el ya veterano John Sturges realizó el que sería enorme éxito THE GREAT ESCAPE (La gran evasión, 1963). No cabe duda que las concomitancias entre el protagonista que encarna en el film de Baker –antes de iniciar su periodo con la Hammer Films- el alemán Hardy Kruger y en el de Sturges - Steve McQueen, se encuentran definidos con rasgos bastantes similares. Solo podríamos modificar, en ambos casos, el “bando” de cada uno de los protagonistas –alemán en el primero y norteamericano en el segundo-, limitando el alcance del film británico primigenio a las andanzas de su personaje principal, y en el segundo abriendo una galería de prototipos complementarios. Curiosamente, esta circunstancia no evita que Kruger componga un retrato atractivo de su rol protagonista, mientras que bajo su aparente acogida y alcance coral, THE GREAT ESCAPE suponga uno de los primeros exponentes del narcisismo que presidió la carrera y la propia imagen cinematográfica del por tantos –no por mí- venerado Steve McQueen. Quizá sea por ello, por lo que finalmente prefiera esta simpática y pequeña producción inglesa, en la medida de suponer un relato atractivo, quizá demasiado centrado en su elaboración como mero producto de entretenimiento, faceta en la que no obstante puede decirse que logra cumplir su cometido sobradamente. El mérito en esta ocasión, se centra en una precisión como relato, la falta de pretensiones en su plasmación, un alcance físico que tendrá su especial significación en el episodio final, y la eficacia de un cuadro técnico y artístico –aspecto en el que me gustaría destacar el montaje –responsabilidad del posterior director Sidney Hayers-, y la sensación evidente en todo momento, de que cualquier atisbo de pretenciosidad en el relato queda por completo relegada, al servicio de un mecanismo de relojería bien engrasado y, sobre todo, servido con suficiente distanciación.

 

THE ONE THAT… nos cuenta la andadura de Franz von Werra (Krüger), conocido aviador alemán que será atrapado por el ejército inglés en 1940, en medio de un aterrizaje forzoso de este en un vuelo. Prosaica detención a la que afrontará von Werra con cierta altanería. Albergando desde el primer momento la intención de escaparse del campo de concentración en el que sea internado –intención que no ocultará al oficial británico que lo intente interrogar-. A partir de ese deseo, y en connivencia con sus compañeros alemanes presos, se escapará de uno de los ejercicios exteriores realizados por estos, siendo buscado afanosamente hasta ser encontrado desfallecido escondido en un barrizal. Tras ser incomunicado y trasladado de internamiento, articulará una nueva fuga, en esta ocasión practicando un túnel por debajo de los barracones en los que están internados los presos. El plan será un éxito, y a punto le llevará a tripular un vuelo en el aeródromo de la R.A.F.F. Sin embargo, finalmente será capturado de nuevo –junto a los otros participantes en la huída-, siendo trasladado hasta otro internamiento en Canadá. Será precisamente en el largo trayecto en tren tras el viaje en barco que llevaría a los presos de Inglaterra al continente americano, el aviador logrará huir del ferrocarril cuando este se encuentra a plena marcha y estando el entorno absolutamente nevado. Será una nueva y dura prueba para nuestro protagonista, que finalmente tendrá entre sus posibilidades poder cruzar la frontera con los Estados Unidos, que le podría proporcionar inmunidad como país neutral que era aún entonces en el conflicto bélico.

 

A la hora de destacar las cualidades que finalmente conforman el atractivo del film de Baker, cabría señalar en primer lugar su aspecto de crónica desapasionada en torno a la figura –realmente existente- de su protagonista. En ningún momento la película levanta el tono, supone cántico alguno relacionado con el patriotismo ni, por otro lado, en modo alguno se erige como alegato antinazi. Dejando de lado todas estas características, es evidente que los responsables del film optaron por una crónica sencilla y desapasionada, una mirada –si cabe la expresión- muy british, en la que la presencia de un cierto sentido de la ironía –especialmente en la relación que von Werra tendrá con los oficiales británicos que les tocará en suerte-. Pero al mismo tiempo, THE ONE WHAT… va elevando sus cuotas de interés, al centrarse en las diferentes fugas protagonizadas por el aviador, que son mostradas casi desprovistas de dramatismo alguno –incluso en ellas se aportan matices que despojan de cualquier matiz heroico las mismas; las muchachas que intentarán avisar a las autoridades cuando el protagonista realice su primera intentona en pleno campo-, en un entorno dominado por una notable sobriedad. Se trata, que duda cabe, de un look visual bastante común al cine británico de aquellos años, quizá cuestionado en su momento, pero que con el paso de los años deja ver el alcance de su efectividad –como nos podrían definir títulos como THE QUATERMASS XPERIMENT (El experimento del Dr. Quatermass, 1956. Val Guest) o VILLAGE OF THE DAMNED (El pueblo de los malditos, 1960. Wolf Rilla), ambos ya integrados en el contexto de la primigenia Hammer Films-. Una eficacia esta centrada en la fisicidad de sus imágenes, en la mirada sobria y distanciada, y en la oportuna intercalación de apuntes de comedia y suspense –la conversación que von Werra mantiene con el responsable de la estación de tren, y la llegada a la misma de la policía-. En medio de ese contexto, quizá se eche de menos un mayor enfrentamiento entre nuestro protagonista y los superiores británicos con los que ha tenido que tratar. Algo que finalmente solo quedará en esa apuesta que establece con uno de ellos, y que finalmente protagonizará los últimos instantes del film. Sin embargo, quizá una de las mayores objeciones que se puede formular a la película, es la de haber obviado casi por completo ese desafío que podría haber alcanzado tintes casi metafísicos.

 

Pese a dicha circunstancia, lo cierto es que el film de Baker –que un año después realizaría otra película también con tintes de acción; A NIGHT TO REMEMBER (La última noche del Titanic, 1958)- se degusta plenamente, elemento en que –reitero- tiene una notable importancia la labor de montaje, unido a una ajustada planificación por parte del director. En este sentido, y cuando uno se introduce en el relato y deja de lado ese alcance casi insustancial que en definitiva lo caracteriza, resulta casi obligado destacar algunos elementos y secuencias que ejercen como brillantes set pièces, erigiéndose como fragmentos especialmente conseguidos. En esta línea se encuentra el episodio que concluirá en el paso del río para alcanzar la frontera norteamericana, dejando atrás la canadiense ,y erigiéndose como el más brillante de la película, lo cual permite que su resultado alcance una personalidad especial, al estar situado en su último tramo. Serán unos minutos progresivamente angustiosos, centrados en mostrar el tremendo esfuerzo físico que el protagonista tendrá que realizar, en plena nevada, para llegar a trasladarse con una barca que ha encontrado, a ese río que se encuentra rodeado de grandes bloques de hielo. El fragmento, que carece de diálogos, nos permite casi sentir el tremendo esfuerzo de von Werra, y su progresivo desfallecimiento alcanzando finalmente un rasgo de epopeya, que no dudo en comparar con algunos de los episodios que brindaba en cada vez más menguado Scott Carey en el sótano de su casa, en la gloriosa THE INCREDIBLE SHRINKING MAN (El increíble hombre menguante, 1957. Jack Arnold). Ambas películas están fechadas en 1957, por lo que no sabría señalar una influencia más o menos razonada de uno u otro film. Lo único que puedo señalar a este respecto, es que las semejanzas existen de manera concluyente. Y serán además, los únicos momentos en los que el argumento del film intente justificar un alcance casi existencial a la andadura del protagonista, sobresaliendo la parte final de la película, del carácter de film de entretenimiento con el que fue concebido. Una etiqueta a la que respondió plenamente, pero que sin duda también en ese mismo momento, desperdició la ocasión de formular una aventura apasionante. No lo es, pero sin embargo nos quedamos con un pequeño título, más que estimulante en su limitado alcance.

 

Calificación: 2’5