SHOCK CORRIDOR (1963, Samuel Fuller) Corredor sin retorno
Durante años he leído que SHOCK CORRIDOR (Corredor sin retorno, 1963) era el único título de la filmografía de Sam Fuller que gustaba a los detractores de su cine, y al mismo tiempo era uno de los más discutibles para los que sí aprecian su aportación cinematográfica. Como me considero bastante interesando en la singularidad y la garra demostrada por la andadura del atrevido director norteamericano, he de reconocer que cuando finalmente he podido acceder a la película, esta me ha producido una relativa decepción.
No se me entienda mal. Me gusta SHOCK…, incluso creo que se encuentran en ella momentos excelentes, y en sí misma resulta una propuesta atractiva –aunque no más sorprendente que otras muestras de su cine, siempre inclinadas a planteamientos singulares y con inusitada fuerza expresiva-. Sin embargo, al contemplarla en ningún momento puedo dejar de tener la sensación que la garra de su realización o las excelencias de algunas de sus secuencias cumbres, están muy por encima de un guión retórico y simplista, que parece en algunos instantes ahogarse en el sensacionalismo buscado por su propio protagonista en su arriesgada y poco creíble peripecia ¿Era esta quizá la intención buscada por Fuller?
Johnny Barrett (Peter Brook) es un joven y ambicioso periodista, deseoso de lograr el Premio Pulitzer. Para ello idea junto el director de su periódico, un plan para poder simular ser un loco e ingresar en un establecimiento psiquiátrico en donde se cometió un crimen, y donde se encuentran internados los tres testigos del mismo, enfermos ambos con los que intentará entablar contacto para lograr descubrir al autor del asesinato. La novia de Barrett, -Cathy (Constante Towers)- cantante de cabaret, se opone a los planes de este, pero acude con él al dicho ingreso simulando ser su hermana, ante el temor de que el ambicioso periodista le abandone.
Una vez logrado su objetivo inicial, el reportero se relacionará con los tres testigos; un joven que cree ser un general nordista, un joven negro racista y partidario de Ku-Kus-Klan, y un científico nuclear ganador del Nóbel que ha perdido la razón. Con ellos poco a poco irá acercándose a la autoría del crímen, pero al mismo tiempo su mente irá descendiendo a los peligrosos terrenos de la sinrazón… hasta que la situación no alcance posibilidad de llegar a ser reversible. SHOCK CORRIDOR es una propuesta vibrante, que adquiere una poderosa fuerza y fisicidad a través de unas imágenes llenas de lugares de sombra, espléndidamente iluminada por la labor como operador del veterano Stanley Cortez. Estructurada en un argumento central bastante sencillo, el film de Fuller se desarrolla en una sucesión de secuencias autónomas –que me recordaron bastante las primeras películas filmadas y protagonizadas por Jerry Lewis-. En ellas iremos descubriendo los avances de Barrett, será atacado por un grupo de mujeres ninfómanas, conocerá a los tres testigos y enfermos, será sometido a sesiones de electroshock, y vivirá momentos dramáticos junto con el negro racista, mostrando ante las visitas de su novia los progresivos avances de su esquizofrenia.
Ni que decir tiene que la película de Fuller –también guionista-, ratifica la lejana vinculación del realizador con el periodismo –que con tanto cariño plasmó en la excelente y evocadora PARK ROW (1951)-, al tiempo que se caracteriza por ser una de las películas más representativas a la hora de abordar la locura en el cine. En su metraje se suceden momentos espléndidos, como la ya señalada del asalto de las ninfómanas, o la situada cerca del final, en la que Barrett imagina que llueve torrencialmente en el interior del recinto psiquiátrico –una secuencia magistral que Fuller se empeñó en rodar pese a las objeciones de los productores-. De todos modos, personalmente me quedo con esos momentos aparentemente inocuos en los que se describe la rutina de los enfermos, desparramados por los pasillos del centro, donde desarrollan sus neuras y estados catatónicos. Son pinceladas que, con el aporte de la iluminación de Cortez, adquieren un aire lejanamente inquietante.
Antes señalaba la debilidad de su guión, que incurre en algunas ingenuidades realmente sonrojantes. Vayamos con algunas de ellas ¿La noticia del descubrimiento de un crimen “obliga” a la concesión del Premio Pulitzer de periodismo? ¿Cómo se puede hacer pasar la novia de Barrett como su hermana? ¿No serían necesarios documentos para avalar tal suplantación? Resulta asimismo artificiosa la manera en la que los tres testigos van acercando el asesino al periodista infiltrado, y es decididamente increíble que un premio Nóbel que ha perdido la razón no reciba un tratamiento especial. Por último, y cuando Barrett está absolutamente imbuido en su esquizofrenia, su jefe periodístico dirá algo así como: “Ahora se llevará el Premio Pulitzer, pero ha perdido la razón”. Una afirmación lapidaria de una indignante ingenuidad, que junto con los antes señalados, y el escaso acierto en la elección del intérprete para el personaje protagonista, desmerecen en el conjunto de una película tan valiente y fascinante por momentos, como pueril y esquemática en otros. Una propuesta donde una brillante tarea de realización no puede alcanzar la altura que apuntaba, debido a un planteamiento argumental decididamente cuestionable, y donde cabría incluir la breve secuencia en color, caracterizada por no aportar nada al conjunto –se trata de uno de los relatos de los testigos-.
Calificación: 3