BARRY LYNDON (1975, Stanley Kubrick) Barry Lyndon
Dentro del conjunto de realizadores más o menos prestigiosos, consagrados y entronizados, creo que no hay ninguno con el que mantenga una relación de amor – odio más acentuada que con Stanley Kubrick. Hombre de cine dotado de una indudable personalidad, artífice de algunos grandes títulos –bajo mi punto de vista destacaría entre ellos THE KILLING (Atraco perfecto, 1956), LOLITA (1962) y DR. STRANGELOVE OR: HOW I LEARNED TO STOP WORRYNG AND LOVE THE BOMB (¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú, 1964)-, soy de los que piensan que algunos otros –PATHS OF GLORY (Senderos de gloria, 1957)- gozan de un prestigio desmesurado... hasta alcanzar con A CLOCKWORK ORANGE (La naranja mecánica, 1971) -una película mitificada por mucho pero a mi juicio absolutamente lamentable, en la que dio rienda suelta a toda una serie de efectismos visuales dignos del más ramplón director aparecido en la década de los setenta- el punto más bajo de su filmografía. Partiendo de esa –por muchos no reconocida- irregularidad en la no muy extensa trayectoria de Kubrick –que, no obstante, no ha influido en que haya sido objeto de una amplísima bibliografía-, es al abundar los comentarios apologéticos entre numerosos comentaristas, por lo que uno disiente ante una obra en primer lugar no demasiado extensa, provista de notable irregularidad y una serie de debilidades visuales, un cierto empacho de narcisismo intelectual que quizá fue en su vida su mejor elemento de marketing, que para los que no somos fervorosos del personaje solo contribuye a que pongamos por medio bastante distancia crítica a la hora de calificar su obra. Todas estas prevenciones se encontraban a la hora de contemplar BARRY LYNDON (1975), que se encuentra en su filmografía en un periodo de pérdida de interés en su cine –a partir de la sobrevalorada 2001: A SPACE ODYSSEY (2001, una odisea del espacio, 1968)- y tras el horroroso resultado alcanzado por la mencionada A CLOCKWORK... . Afortunadamente, creo que BARRY LYNDON es una magnífica película, que no solo ha soportado muy bien el paso del tiempo, sino que bajo mi punto de vista no solo se erige como la última de las grandes obras de su realizador –mas allá de los ocasionales fulgores de EYES WIDE SHUT (1999)- sino que podría considerarse una de las grandes películas de la década de los setenta. El recorrido de las andanzas de Barry Lyndon (un Ryan O’Neal mucho más brillante en su papel de lo que siempre se le ha querido conceder), su primer amor frustrado, la picaresca, el sentimiento de lealtad que en un momento determinado manifiesta, la búsqueda y disfrute de la fortuna, la llegada de la ambición y el desprecio, el amor por su hijo, la animadversión por su hijastro, el dolor de la pérdida e incluso la decadencia, configuran un relato en el que desde sus compases iniciales, destaca por dos vertientes muy claras; su asombrosa belleza visual y la perenne tristeza que emana de una historia en la que la musicalidad de su puesta en escena y el movimiento de los actores dentro del encuadre es determinante. Punteada en todo momento por una voz en off que ofrece un relato distanciado pero lleno de severidad de sus andanzas, la película de Kubrick logra en esta ocasión una plena adecuación entre el esplendor estético de sus imágenes con su integración en el contexto dramático en el que se desarrolla. Basado en una novela de William Thackeray, Kubrick trasladó en su guión una de sus más aceradas miradas desesperanzadas sobre el ser humano, de entre las que caracterizaron el conjunto de su obra. La película se divide en dos partes. La primera de ellas presenta la escalada de su ascenso social, caracterizada por una relativa mayor capacidad de ironía y al mismo tiempo una belleza visual más acentuada en su predominio de exteriores. Por su parte, y tras un breve interludio, se desarrollará la segunda parte, que parte desde el ascenso social alcanzado por Barry Lyndon –ya ha modificado su nombre original de Redmond Barry al casarse con la acaudalada Lady Lyndon (Marisa Berenson)-. En esta segunda mitad se nos mostrarán igualmente los primeros indicios de decadencia en su fortuna no solo material, sino incluso social. Barry se ha convertido en un arribista sin escrúpulos; engaña a su mujer sin el menor recato, está totalmente enfrentado a su hijastro, y malgasta constantemente los fondos de la fortuna familiar. Una situación que será precisamente ese hijastro el que empiece a combatirla, desafiando a duelo a Lyndon. Pero antes incluso de todo ello, se producirá en el seno de la familia una novedad lo suficientemente importante como para permitir una esperanza en nuestro protagonista; el nacimiento de su hijo, a quien Barry demostrará verdadera adoración, y cuya muerte en un accidente de caballo, sumirá a este en una total desesperación. Será en esos momentos cuando Lord Bullington –su hijastro-, retorne a la mansión de los Lyndon, y desafiará a Barry a duelo, que se desarrollará en una secuencia que puede calificarse sin temor a equivocarnos, entre las set-piéces más memorables de su cine. Combinando tensiones internas con la propiamente externa manifestada en los dos contendientes, finalmente la condescendencia de Barry permitirá que su oponente logre acertar en la pierna en su disparo. Ello llevará a la amputación de la misma y al propio final del propio personaje, que se retirará de la vida pública recibiendo, eso si, 500 guineas anuales como asignación de la familia Lyndon. Una vez más se da la paradoja de la imposibilidad de ascender socialmente de entre aquellos que proceden de las clases más humildes. Dentro de la asombrosa belleza formal que presenta BARRY LYNDON, creo que solo se le pueden objetar elementos que en algunos momentos chirrían dentro de un conjunto tan medido y pensado. Me estoy refiriendo a la debilidad de algunos de los zooms que en ocasiones hacen acto de presencia, o la planificación nerviosa y equivocada que se plasma cuando a Lady Lyndon le sobreviene un ataque mental. Algo de ello sucede también en la secuencia en la que Lord Bullington se pelea con Barry Lyndon, planificada de forma totalmente vulgar. Pero, en definitiva, una de las grandes virtudes de este magnífico film estriba en haber logrado plasmar un retrato que parte de la inocencia y la búsqueda del amor, y en cuyo rechazo comprende que tiene que integrarse como sea en las clases sociales superiores. Una lucha de clases que, entre los que se encuentran en los peldaños superiores, no hacen más que cerrar las puertas a aquellos que desean introducirse en ellas. En este caso, Redmond Barry, que es noble en su personalidad y atractivo. Serían precisamente esas cualidades las que le lleven a alcanzar sus objetivos, siempre como si fuera un “prestado” en el conjunto de unas clases aristocráticas totalmente reacias a integrar en su seno jóvenes advenedizos de clases humildes En definitiva, BARRY LYNDON es, sin duda, una de las más grandes películas de Stanley Kubrick, uno de los más hermosos y al mismo tiempo tristes films “de época” desarrollados en los años setenta, y una obra que aúna emotividad con distanciación, y belleza en ocasiones dolorosas y en las más de las veces, tamizada de una sorda tristeza. Una verdadera obra de madurez. Calificación: 4