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CINEMA DE PERRA GORDA

Stephen Frears

THE QUEEN (2006, Stephen Frears) La Reina

THE QUEEN (2006, Stephen Frears) La Reina

Tras una pequeña presentación del personaje protagonista –comentando con uno de los miembros de su personal los comicios que darían el poder a Tony Blair- THE QUEEN (La reina, 2006. Stephen Frears) se inicia y concluye con dos secuencias de simétrica construcción. En la primera de ellas vemos la llegada del recién elegido primer ministro laborista. Contemplaremos la llegada de un tímido Blair en su primer contacto ya electo delante de la reina Isabel II (Helen Mirren). El encuentro está dominado por las torpezas y desconfianzas entre ambos gobernantes. Al finalizar la película se reiterará este encuentro, mostrándose entre el sorprendentemente curtido primer ministro y la soberana una sutil y respetuosa complicidad. Lo que ha sucedido entre ambas secuencias es el núcleo central de esta película del británico Frears, extendida en su relato durante varios meses de 1997 –los que abarcan la elección del líder laborista y los primeros meses de su mandato-, pero que se centran en la tensa semana que la familia real británica vivió a raíz de la muerte por accidente en agosto de dicho año de Diana Spencer, Princesa de Gales. Serán unos días durante los cuales el enfervorizado sentimiento de los británicos en torno a dicha inesperada desaparición, unido a la frialdad con la que su monarca marcó inicialmente el tratamiento oficial al suceso, marcaron unas fechas donde el tradicional sentimiento monárquico inglés se tambaleó, teniendo finalmente el recién elegido gobernante que presionar a la reina para que reconsiderara su actitud.

 

Me sorprende francamente, tras haber contemplado la película, la entusiástica acogida recibida en líneas generales. Acogida esta tanto a nivel de crítica como en su repercusión en galardones de toda índole. Y todo ello reconociendo de antemano mi relativa debilidad por la obra de su director, Stephen Frears, aún admitiendo la impersonalidad de su tarea como “mettreu en scene”. Ello nunca me ha impedido valorar su elección de temas o una desigual implicación y acierto en la configuración de sus títulos –la que puede ir, por ejemplo, entre la excelente THE GRIFTERS (Los timadores, 1990) y la anodina THE HI-LO COUNTRY (1998)-. Y cuando hablo de sorpresa, lo es en la medida en que considero THE QUEEN un film plano e incluso televisivo en su puesta en imágenes, cuyos elementos de interés se centran fundamentalmente en las previsibles sugerencias que plantean el astuto planteamiento de guión, plasmando una cuestión que, sorprendentemente, de antemano se sabía iba a lograr el interés de una sociedad, la de los últimos tiempos, amantes de los fenómenos mediáticos –entre los cuales la figura de la desaparecida Diana de Gales fue uno de los exponentes más representativos y explotados-. En cualquier caso, y para cualquier seguidor de la andadura cinematográfica de Frears, lo cierto es que los temas centrales de esta película ya se manifestaron previamente en dos de los títulos filmados por el británico en el pasado. Por una parte la visión de los entresijos o la cotidianeidad de los marcos de poder –manifestado en DANGEROUS LIAISONS (Las amistades peligrosas, 1988), y de otra el poder manipulador de los mal llamados medios de comunicación –que tuvieron su acomodo en la tardía fábula capriana HERO (Héroe por accidente, 1992)-. No quiere ello decir que con Frears nos encontremos con un hombre de cine marcado por su visión personal del mundo –algo que él mismo siempre ha procurado desmentir-, pero creo que, de forma más o menos casual, se integran en esta película, que estoy convencido ha funcionado en su carrera comercial debido a dos factores. Por un lado la irresistiblemente atractiva presencia que ofrece en el retrato de Isabel II ofrecido por la veterana Helen Mirren –algo que le ha valido el “papel de su vida”, aunque ello tenga la injusta consecuencia de minusvalorar una muy interesante andadura cinematográfica extendida en casi tres décadas-, y fundamentalmente la posibilidad que esta película nos permite asistir a una cuidada sesión de “marujeo” cinematográfico, extendiendo tantos y tantos “biopics” realizados a lo largo de la historia del cine, empeñados en ofrecernos un espectáculo de “intimismo” en torno a figuras conocidas de la historia de la humanidad. En ese sentido, es preciso reconocer que la jugada es perfecta, permitiéndonos sentirnos durante poco más de cien minutos como auténticos vouyeurs, viviendo las cotidianeidades y sufrimientos de aquellos que detentan el poder y, ante todo, presumen de su conocimiento de la personalidad del británico medio.

 

En cualquier caso, limitar la película a esta circunstancia última, sería de alguna manera oscurecer sus atractivos, puesto que el guión realizado por Peter Morgan apunta –dentro de sus servilismos-, una serie de elementos y matices que, preciso es reconocerlo, generalmente no son lo suficientemente aprovechados por un Frears pulcro y aséptico, correcto pero jamás inspirado, que en su indefinición y falta de arrojo no consigue nunca desprendernos de aire televisivo que invade el conjunto. Ni que decir tiene que una de las virtudes de THE QUEEN es su ritmo y montaje, muy bien dosificado, que contribuye a que la película se vea con interés aunque, preciso es reconocerlo, ninguna de sus imágenes puedan resultarnos perdurables. Quizá, en este sentido, la excepción se muestre en la breve secuencia en la que Isabel II visita la entrada al Palacio de Buckingham, comprobando la contestación de su pueblo -que hasta entonces había ignorado- a raíz de la frialdad manifestada en torno a la muerte de Lady Di. Un desapego que finalmente es roto con la entrega de ese ramo de flores por parte de una pequeña, que será seguido de la reverencia inesperada de las gentes allí presentes.

 

Pero más allá de ese directo relato –casi confidencial-, de unas fechas que afectaron los cimientos de la monarquía británica, creo que los principales elementos de interés de THE QUEEN se centran por un lado en la sutileza con la que se exponen las extrañas fronteras de los manejos del poder –a mi juicio el personaje más interesante del film es ese joven y avispado asesor de Blair que, en la sombra, maneja la personalidad exterior del joven dirigente-. Pero, de un modo más claro, el film de Frears expone, una vez más en el cine, una mirada no suficientemente maliciosa sobre la estupidez humana y la catarsis colectiva que pudo provocar la muerte de un personaje que no tuvo más mérito que ser carne de las revistas del corazón, provocando un auténtico estado de schock en la sociedad inglesa y, en menor medida, en el mundo occidental. No cabe duda que una cuestión como esta –alentada por la creciente falta de ética de los mal llamados “medios de comunicación”-, fue ya tratada en la pantalla a través de títulos como el a mi juicio sobrevalorado ACE IN THE HOLE (El gran carnaval, 1951. Billy Wilder), en las sátiras de Preston Sturges, en NOTHING SACRED (La reina de Nueva York, 1937. William A. Wellman), o en la olvidada y  espléndida COLD TURKEY (Un mes de abstinencia, 1971. Norman Lear). En este sentido, y aunque algunas de sus imágenes apunten en esa dirección, creo que Frears no apura a fondo ese matiz crítico –que por otro lado expresa muy bien en sus manifestaciones- un personaje tan cuestionado en la película como ese príncipe Philip encarnado con solvencia por James Cromwell. En esa mirada coral la película contrapone la visión de una institución anacrónica pero eficaz, contra la estupidez engrendrada por una sociedad alienada por el tremendo daño de la televisión y otros medios de difusión empeñados en convertir en un acontecimiento, la muerte accidental –y paradigmática- de un personaje en esencia insignificante.

 

Entre la visión casi de revista del corazón, un ritmo atractivo, una definición de personajes más o menos eficaz, un ajustado reparto y una realización simplemente funcional, THE QUEEN es un relato que se deja ver con moderado atractivo, pero al cual creo que le hubiera hecho falta más complejidad dramática y un mayor arrojo narrativo, para convertirse en esa gran película que sus intenciones apuntan, pero que jamás llega a alcanzar.

 

Calificación: 2’5

MY BEAUTIFUL LAUNDRETTE (1985, Stephen Frears) Mi hermosa lavandería

MY BEAUTIFUL LAUNDRETTE (1985, Stephen Frears) Mi hermosa lavandería

Una película como MY BEAUTIFUL LAUNDRETTE (1985, Stephen Frears) –en España escrupulosamente traducida como MI HERMOSA LAVANDERÍA- me trae el recuerdo personal de la relativa asiduidad a las salas especializadas –hoy desgraciadamente casi ausentes en ciudades medias-. En mi caso los casi míticos Cines Astoria de Alicante. Allí en su momento descubrimos y quizá nos dejamos asombrar un tanto apresuradamente por esta sencilla crónica de mágicos perfiles que nos hizo recaer la mirada en el británico Stephen Frears, que posteriormente se ha revelado como un competente hombre de cine, tan irregular como atractivo en su trayectoria, en la que ciertamente es difícil encontrar un mal producto. En aquellos años ya me había impresionado un telefilm suyo emitido por TVE titulado en nuestra pequeña pantalla MARCHARSE CON URBANIDAD (Going Gently, 1981) del que ciertamente aún guardo en el recuerdo la fuerza de sus imágenes mostrándonos con tanta sobriedad como distanciación una historia desarrollada entre dos personajes de un sanatorio de enfermos terminales.

Quizá recurriendo a esa tendencia hacia un cáustico sentido del humor, es el eje en el que habría que valorar, dos décadas después de su realización, las mejores cualidades de esta pequeña obra de Frears –filmada inicialmente para su exhibición en formato televisivo-, que muy pronto adquirió carta de naturaleza como estandarte de una resurrección del cine inglés –calificación que se demostró bastante discutible-. Quizá recordando sus orígenes se pueda entender mejor el visionado de un título que me parece algo envejecido pero que aún mantiene una notable fuerza y alcanza similares cualidades y defectos que la posterior SAMMY Y ROSIE SE LO MONTAN (Sammy and Rosie Get Laid, 1987) o ABRETE DE OREJAS (Prick Up Your Eras, 1987) en mi opinión la mejor de las tres. En todas ellas se ofrece –salvo la tercera, desarrollada en un periodo inmediatamente precedente- una mirada cínica a la Inglaterra de Margaret Thatcher caracterizada por las desigualdades sociales, el paro o la incidencia del racismo y tratando con ironía la integración de la minoría pakistani en este país. Indudablemente una de las cualidades del título que nos ocupa es el considerable cinismo y desdramatización que propone, así como el tono de ensoñación que adquiere la relación –progresivamente declarada en su homosexualidad- que se establece entre Omar (Gordon Warnecke) y Johnny (Daniel Day-Lewis).

MY BEAUTIFUL LAUNDRETTE se desarrolla en Londres dentro del seno de una familia pakistani. Omar es hijo de un escritor impedido caracterizado por sus pensamientos izquierdistas que han posibilitado su ostracismo. Este pide a su hermano -Nasser (Saed Jaffrey)- que busque un empleo para su hijo. Atendiendo a sus ruegos Nasser le entregará al joven una vieja y ruinosa lavandería para que la regente e intente lograr beneficios con la misma, para lo cual Omar logra la ayuda de un antiguo compañero de colegio, Johnny, que actualmente se ha convertido en un violento delincuente de tendencia fascista. Los dos logran reconstruir y decorar de forma inusual el negocio hasta abrirlo al público, mientras su relación se va transformando desde la simple amistad hasta llegar al amor. Por su parte Omar verá cumplidos sus anhelos de ambición social y económica basados en algunos de los componentes de su familia, llegándosele a plantear su boda con la hija de su tío. Sin embargo, la llegada de unos acontecimientos tensos y violentos devolverán su lugar natural la relación que se ha establecido entre Omar y Johnny.

La base de la película parte de un guión de Hanif Kureishi, experto conocedor de las realidades que retrata con tanta capacidad de autocrítica como cariño y con el que Frears volvió a colaborar en la ya mencionada SAMMY Y ROSE... Su historia plantea una amplia gama de desarraigados pakistanies que ven en Inglaterra –con todas sus desigualdades y nada oculto racismo-, la oportunidad de un ascenso social. Una oportunidad a la que no estarán dispuestos a renunciar llegando siquiera a procedimientos mafiosos o poco recomendables. Entre esa fauna de medradores es indudable que destacará –pese a sus condicionantes violentos que pronto se revelarán impostados- el sincero romanticismo de Johnny, quien pronto dejará atrás su condición de “hoolligan” al entregarse con amor a Omar, y pese a las vacilaciones que en ocasiones este le ofrece al estar más decidido en su ascenso social y económico que en la auténtica respuesta a sus sentimientos.

Lo que es innegable es que MY BEAUTIFUL LAUNDRETTE funciona bastante mejor en su segunda mitad y cuando la historia se va centrando en los preparativos de la reapertura del establecimiento hasta llegar a la secuencia en la que Johnny y Omar hacen el amor en el interior del establecimiento mientras la clientela está en la puerta esperando la inauguración y su tío se introduce con su madura amante –interpretada por la Shirley Anne Field de SABADO NOCHE, DOMINGO MAÑANA (Saturday Night and Sunday Morning, 1960. Karen Reisz)- y bailan en el recinto. Unas secuencias destacadas por la escenografía e iluminación de tonos pasteles, incidiendo en ese buscado tono mágico y en el que la labor como operador de fotografía de Oliver Stapleton es de una gran altura –lo considero uno de los mejores profesionales de la materia surgidos en las últimas décadas-. En estas secuencias la divertida ubicación de los personajes –impecable el detalle del eterno cliente del teléfono-, son consecuencias de una labor de puesta en escena más acusada y casi ausente en una primera mitad más desmañada caracterizada por su carácter simplemente descriptivo y un nada oculto origen televisivo.

Y es que a la hora de hacer balance del film jamás habría que omitir dicho carácter –Frears se forjó en una sólida y prestigiosa trayectoria para el medio para la BBC-, lo que no impidió que se convirtiera en uno de los títulos más influyentes de aquellos años, invocando algunos lejanos ecos del Free Cinema inglés, no olvidemos que Frears fue ayudante de dirección de Karen Reisz e incluso de Albert Finney es su extraordinario debut como realizador –CHARLIE BUBBLES (1968)-. Es por ello que esta sencilla cinta muestra algunas de sus mejores cualidades corriendo de forma pareja a las de aquel movimiento caracterizado por su realismo, aunque en esta ocasión un determinado “romanticismo mágico” se introduzca en su desarrollo. Ni que decir tiene que el conjunto del reparto es magnífico, pero no es menos cierto que la fuerza y el magnetismo con que Daniel Day-Lewis encarna a Johnny es el rasgo que más fuerza otorga a un tanto sobrevalorada historia. A pesar de una trayectoria posterior llena de aclamados y galardonados personajes cinematográficos –en algunas ocasiones incluso caracterizados por cargantes excesos histriónicos-, creo que jamás Day-Lewis ha estado más tremendo en la pantalla, con una labor que se come prácticamente la película a dentelladas y convirtiéndole en uno de los personajes más evocadores del cine de los 80.

Calificación: 2’5