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CINEMA DE PERRA GORDA

Tom Tykwer

THE INTERNATIONAL (2009, Tom Tykwer) The International: Dinero en la sombra

THE INTERNATIONAL (2009, Tom Tykwer) The International: Dinero en la sombra

Aunque en un contexto tan desquiciado como el actual, uno no deja de sorprenderse del éxito y la cobertura comercial y crítica recibida por ciertos títulos que parecen “precocinados”, en ocasiones este mismo sentimiento deviene contrario al comprobar la frialdad con la que son acogidas propuestas ubicadas en las mismas coordenadas que, alcanzando a nivel narrativo e incluso temático un superior caudal en virtudes, son dejadas de lado con pasmosa y común aceptación. Esa es la primera reflexión que me viene a la mente al contemplar esta interesante propuesta de thriller de denuncia que ofrece THE INTERNATIONAL (The International: Dinero en la sombra, 2009) con la que el alemán Tom Tykwer retorna a la actualidad cinematográfica tras el lapsus producido después del rodaje de la espléndida PERFUME: THE STORY OF A MURDERER (El perfume. Historia de una obsesión, 2006). Y hago mención a esa frialdad con la que en líneas generales ha sido acogido el título que nos ocupa, advirtiendo que pese a sus insuficiencias –no excesivas, y que más adelante pondré sobre el tapete-, se erige como un producto erigido dentro de la “moda” emergente a partir del éxito de los films de la saga “Bourne”, pero que no dudo en considerar muy superior a todas las intentonas que, dentro de los confines de este género, han producido / auspiciado / protagonizado, las más rutilantes y discutibles “estrellonas” del Hollywood actual –véase Leonardo DiCaprio, Matt Dammon, George Clooney o incluso Brad Pitt-. Artífices máximos todos ellos de películas que intentan lavar su mala conciencia de liberales comprometidos dentro del lujo y la opulencia de sus existencias. Curiosamente, a la hora de buscar las propuestas más valiosas dentro de este subgénero de thrillers de denuncia de la política internacional, ninguno de los títulos promovidos por dicha élite deberían ocupar lugar de referencia alguno, y sí sin embargo películas menos reconocidas –pero más punzantes- como LORD OF WAR (El señor de la guerra, 2005. Andrew Niccol), la estupenda aportación bondiana de CASINO ROYALE (2006, Martín Campbell) o, en definitiva, este THE INTERNATIONAL. Referentes que, a la chita callando, ofrecen no solo un mayor grado de lucidez que la mayor parte de los títulos antes enunciados a través del “mecenazgo” de sus protagonistas, sino que apuestan por una formulación visual y narrativa que sabe ir más allá de la anécdota directa emanada por su argumento, erigiéndose como una parábola abstracta en torno al nivel de alineación que dominan los recovecos en apariencia más alejados de la actividad humana.

 

THE INTERNATIONAL logra enganchar al espectador desde ese percutante primer plano de la mirada desencantada de su protagonista, el agente de la Interpol Louis Salinger (impecable Clive Owen). De él no sabemos ni su pasado –aunque se presupone que profesionalmente tuvo más de un contratiempo-, pero desde el primer momento comprendemos su empeño en luchar casi de manera quijotesca para lograr descubrir los tratos con negocios de armas que mantiene el banco IBBC. Será esta una auténtica cruzada, para la que contará con la ayuda de la joven Eleanor Whitman (una desaprovechada Naomi Watts), llevándole a diferente emplazamientos mundiales, y siguiendo con ello un reguero de pistas, asesinatos y situaciones, encaminadas a la resolución de un caso de insospechado calado. Una referencia que en su percepción última, sobrepasará con mucho las posibilidades de un sistema judicial y legislativo, que en ningún momento puede articularse como defensor de las leyes. Es probable que la moraleja que propone el film de Tykwer no aporte nada nuevo a una visión desencantada e incluso nihilista del contexto de la política y las finanzas internacionales, pero no es menos cierto que es algo extensible al conjunto de producciones que en los últimos años siguen esta tendencia, e incluso en este caso nos encontremos con una mirada que logra horadar en esas limitaciones. Lo hará a través de la distancia con la que observa esa maraña de intereses, acontecimientos y actitudes turbias. Un modus operandi al que sus aterradores perfiles no impiden una apreciación cercana, demasiado cercana, al conjunto de la ciudadanía. Por fortuna, en esta ocasión no nos encontramos con esa narrativa atrofiada y saturada de miles de planos sin cuento –tal y como sucede en la tan aclamada como por mi cuestionada saga “Bourne”- y, en su oposición, asistimos a una narrativa ágil pero no por ello menos reposada, en la que cada espectador puede penetrar en la composición de cada secuencia, y en la que la progresión de su guión sigue una concatenación causa – efecto sobrellevada con notable efectividad.

 

No, no es facil encontrar en nuestro días, productos que aúnen con tanta eficacia su condición de producto industrial sin que ello lleve aparejado un menosprecio a la inteligencia del espectador. Tykwer logra por fortuna una película atractiva, quizá ausente de ese plus que le permitiría alcanzar un estatus superior, pero no por ello merecedora de esa frialdad con la que ha sido acogida en líneas generales. Y es que en su metraje –nunca carente del ritmo necesario-, se destilan numerosos elementos de interés, el principal de los cuales supone, bajo mi punto de vista, esa visión absolutamente metálica, fría y deshumanizada, que el realizador sabe ofrecer de todos y cuantos lugares fotografía –sean estos interiores o, sobre todo, exteriores-. Es ahí, en esa visión casi heredada del Aldoux Huxley de “Un mundo feliz”, donde se extrae el mensaje más aterrador –y oculto- del título que nos ocupa. Se trata de algo que ejemplificará una secuencia en apariencia tan amorfa como la que describe el mitin que protagoniza el líder político Umberto Calvini (excelente en su breve intervención Luca Barbareschi) y que culminará con su asesinato. Puede que para un espectador poco avezado la secuencia aparezca como pobre en la presencia de extras como asistentes a la convocatoria, pero en realidad esta se ofrece como el momento más revelador del relato, describiendo el mitin de un previsible candidato a primer ministro, rodeado de apenas unas centenas de seguidores en medio de una inmensa plaza en la que prosigue una realidad cotidiana, alienante y ajena a cualquier compromiso. Se trata de un sentimiento que podría prolongarse de ese momento en que Sallinger detiene un vehículo en medio de una caravana de estos –rememorando en cierto modo el célebre instante de LE TESTAMENT DU DR. MABUSE (El testamento del Dr. Mabuse, 1932) de Lang-, mientras el resto de vehículos ni se inmutan de su discurrir cotidiano.

 

Y es que en muchos de los comentarios que el film de Tykwer ha propiciado, se ha destacado –y no seré yo quien lleve la contraria-, el extraño virtuosismo desplegado en la secuencia desarrollada en el Guggenheim de New York. Sin embargo, uno prefiere detenerse en otros momentos a mi juicio más valiosos, reveladores de un especial cuidado en la pintura de personajes y en el detalle específicamente cinematográfico. Es algo que expresa esa casi aterradora conversación final mantenida entre Salinger y el veterano Wexler (extraordinario Armin Mueller-Stahl), en la que se condensa la esencia del discurso del film; en los copos de nieve que se derriten en el rostro del protagonista –en muy pocas ocasiones se ha mostrado en la pantalla ese efecto tan hermoso y triste a la vez-; en la inesperada relación casi sobrenatural que el propio Salinger mantendrá con ese terrible asesino de pierna ortopédica al que se había enfrentado minutos antes; en la terrible limpieza con la que la película muestra la –presumible- muerte del abogado Martín White (carismático Martín Baladi) o, en definitiva, en ese quiebro narrativo final, entroncando la conclusión del film –que por otro lado tiene un interesante epílogo a base de titulares de prensa en sus créditos finales- con los orígenes italianos de Calvini, evitando astutamente incurrir en cualquier veleidad reaccionaria de la conclusión del relato.

 

Son motivos todos ellos, suficientes para mantener la atención del espectador durante casi dos horas, aunque impida que su conjunto se articule en un superior estrato de brillantez. Bajo mi punto de vista, ello es impedido por lo desdibujado del personaje encarnado por una correcta pero miscasting Naomi Watts, y también por la hasta cierto punto molesta banda sonora –en la que participa el propio Tykwer-, que no dejó de traerme ecos de las utilizadas en las  series televisivas alemanas. “Daños colaterales” –y los que hayan contemplado la película comprenderán por que utilizo estos términos-, que no enturbian la inteligencia, pericia y sentido del espectáculo que aglutina esta atractiva película, ejemplo perfecto de producto mainstream manufacturado con la minuciosidad de un orfebre de cierto calado.

 

Calificación: 3

DAS PARFUM – DIE GESCHICHTE EINES MÖRDERS (2006, Tom Tykwer) El perfume: historia de un asesino

DAS PARFUM – DIE GESCHICHTE EINES MÖRDERS (2006, Tom Tykwer) El perfume: historia de un asesino

Antes de cualquier otro análisis más pormenorizado, es preciso reconocer que DAS PARFUM – DIE GESCHICHTE EINES MÖRDERS (El perfume: historia de un asesino, 2006. Tom Tykwer) representa un perfecto ejemplo de brillante espectáculo cinematográfico, ratificando las posibilidades de una superproducción europea de gran nivel. Es innegable que sus elementos de producción son magníficos, pero lo verdaderamente valioso de la propuesta es que todas sus características técnicas están puestas al servicio de un material de base indudablemente interesante, y sus aciertos cinematográficos son más que evidentes. Digamos que nos encontramos en las antípodas de títulos de la calaña como UN LONG DIMANCHE DE FIANÇAILLES (Largo domingo de noviazgo, 2004. Jean-Pierre Jeunet) o tantos y tantos exponentes emanados especialmente de la cinematografía francesa. En su oposición, DAS PARFUM… se erige como un producto revestido de inteligencia en sus propuestas temáticas, trascendido por una puesta en escena que no obvia en potenciar su vertiente espectacular, pero que somete ambos elementos a una realización destacable en dos elementos concretos. Por un lado lograr un ritmo casi inmaculado en un producto que sobrepasa los 140 minutos de duración, y por otro demostrar –incluso para los que somos reticentes a dicha aplicación-, que en una película de tinte clásico, la adopción de elementos cinematográficos de tendencia incluso publicitaria, en esta ocasión se incorporan con auténtica pertinencia.

Una vez más, mi escaso apego literario me impide hablar con propiedad en lo referente a la valía del film partiendo de la referencia a la novela de Patrick Süskind que le sirve como referente. Partiendo de este desconocimiento, creo que las imágenes del film de Tykwer logran trasladarnos a una especie de cuento cruel desarrollado en los albores de la Revolución Francesa. En dicho contexto histórico, nos relatará la insólita aventura vital de Jean-Baptiste Grenouille -un fabuloso Ben Whishaw, a quien se le puede augurar un imparable ascenso dentro de los jóvenes intérpretes británicos-, hijo de una sucia vendedora de pescado, y que desde su nacimiento ha gozado de la insólita cualidad de poder absorber todos los aromas del mundo. A partir de esa circunstancia, se seguirá una trayectoria vital que podría definirse como paralela al arribismo –se trata de un joven de humilde condición, que poco a poco irá integrándose en entornos de más elevada extracción social-. Sin embargo, sus ambiciones son otras y muy diferentes a la del resto de los seres que lo rodean. Como si fuera el protagonista de una dimensión paralela de la existencia, Grenouille en realidad desea saborear el perfume del mundo, ya que se trata de una persona extremadamente introvertida, e incapaz de amar y ser amado. A partir de esas premisas, se dedicará a perfeccionar su innata destreza para elaborar perfumes –para lo cual contará con la ayuda del veterano experto Giuseppe Baldini -estupenda performance de Dustin Hoffman-, intentando lograr una especie de máxima; el aprendizaje de las técnicas que le permitan alcanzar la esencia del alma de todas las cosas. Profundamente amoral en su comportamiento, el protagonista proseguirá en esa tarea, dedicándose a asesinar a jóvenes muchachas para extraer de ellas la esencia que destilan sus perfumes, que en estos casos se exponen como la expresión más delicada de su belleza exterior. Alarmados por la proliferación de asesinatos, las autoridades de la localidad en la que se producen intentan llevar a cabo la captura del criminal, que finalmente lograrán no sin impedir que consume el último de sus crímenes –la hija de un terrateniente- y con ello lograr el perfume perfecto, con el que prácticamente puede proporcionar un placer paradisíaco a cualquiera que se sitúe en su entorno. Este poder, es el que le permitirá salir indemne de una ineludible condena a muerte, pero no le permitirá que por encima de su capacidad, del logro de una faceta en la que ha conseguido destacar en la vida, le lleve a sentir el anhelo de ser amado, poniendo en práctica el perfume de su fabricación en su persona, y borrando su presencia en la tierra.

DAS PARFUM… se inicia con el recurso de una adecuada voz en off que se complementará a la perfección con la progresión narrativa de la película. Dotada de un cuidado formal en ocasiones exquisito –y que en muchos momentos se centra en la descripción de lúgubres ambientes parisinos-, hay algo que proporciona al film de Tykwer una cualidad por la que permitirá que su película sea recordada en el tiempo. Me estoy refiriendo a la sensualidad y acierto logrado a la hora de expresar cinematográficamente ese don de Jean-Baptiste. Se trata sin duda de algo difícil de trasladar a la imagen, pero en esta ocasión se alcanza con una facilidad pasmosa, atendiendo con ello a una ajustada planificación, una interpretación idónea –especialmente centrada en Whishaw-, y también al recurso de una banda sonora perfectamente compenetrada con las necesidades dramáticas de la historia.

A partir de estas premisas, el resto de elementos que rodean la propuesta se aúnan en el enriquecimiento de la descripción de este personaje central, mezcla de ángel y diablo, que toma el camino del mal quizá sin tener conciencia de ello, y en realidad va en la búsqueda de un referente de pureza. Supongo que trasladando varios de los elementos presentes en la novela que le sirve de base, DAS PARFUM… se erige como un apólogo moral, que en numerosos instantes retoma un lenguaje casi fantastique, y que deja de lado cualquier tratamiento de la violencia. Todo ello, aunque su título así lo atestigüe, y aunque sus secuencias se inicien mostrando a Jean-Baptiste ya condenado a muerte, recorriendo su andadura vital a través de un largo flash-back que recuerda los sucesos más importantes de su vida. En ese recorrido vital, hay un detalle a destacar y que de alguna manera induce a pensar en algunas cualidades casi sobrenaturales que rodean al protagonista. Su madre es colgada cuando deja su cuerpo recién nacido, la dueña del orfanato es asesinada y robada instantes después de venderlo ya convertido en niño, el dueño de la curtiduría en la que Grenouville ha estado trabajando muere accidentalmente cuando ha vendido a este al veterano perfumista… y finalmente este fallece en un extraño derrumbe de su casa, cuando Jean-Baptiste lo abandona para iniciar sus estudios en las poco conocidas técnicas que le llevarán a la búsqueda de esa especie de absoluto en su obsesión para alcanzar la esencia de las cosas a través del olfato. Es precisamente en esos momentos, cuando el film adquiere un rasgo metafísico, a partir del retiro en una cueva de Grenouille para evitar contagiarse con los aromas que alcanza de forma constante. A partir de ese retiro casi espiritual, decidirá acometer lo que será el plan de su vida. Una existencia corta, llena de violencia latente, y tras la que emergerá triunfante aunque, en un rasgo insólito de su extraña personalidad, en realizad no ha sido más que un fracasado que ha logrado –eso si- esquivar su condena a muerte haciendo ilusionar a las masas con la fuerza de ese perfume que ha compuesto a partir de la esencia emanada por las muchachas que ha ido asesinando.

Indudablemente, un film de las características de DAS PARFUM… se presta a un análisis detallado en torno a sus múltiples implicaciones y matices, pero fundamentalmente en el terreno que nos ocupa hay que destacarlo en la medida que ofrece un producto cinematográfico brillante, con un ritmo magnífico, que no desdeña el preciosismo visual, que modula con acierto sus escasos momentos irónicos, y que muestra el plan cruel ideado por su protagonista no como el proyecto de un criminal, sino probablemente como una insólita búsqueda de la belleza absoluta. Es por ello que en los instantes finales, cuando Grenouiville se autoinmola en medio de un grupo de mendigos harapientos que prácticamente lo devoran, es cuando el espectador muestra una cierta compasión ante un ser sufriente, que busca amor y no lo encuentra, que desea amar y no sabe como experimentar la suprema satisfacción del ser humano, y que en la vida ha logrado algo único en su especie. Pero eso no será motivo para hacerle feliz ni, tampoco permitirle pasar a la historia, como si lo hicieron personajes mucho más siniestros que el recordado en esta película.

DAS PARFUM… es una película bella y mórbida, definida en una belleza visual a menudo terrible –la descripción de lugares degradados-, y en otras complaciente –la manera con la que se filman los campos en los que se está segando-, y que alcanza en no pocos instantes un elemento metafísico que –no se por que- me recordó al Scott Carey de THE INCREDIBLE SHRINKING MAN (El increíble hombre menguante, 1957. Jack Arnold). En cualquier caso, la densidad de sus propuestas y el acierto a la hora de trasladar estas a la pantalla permiten un producto brillante, apasionante casi en todos sus fotogramas, y que se erige por derecho propio entre los títulos más interesantes estrenados en 2006.

Calificación: 3’5