COP HATER (1958, William Berke)
Los últimos estertores de la década de los cincuenta, fueron prolijos en el cine norteamericano de la serie B, a la hora de ofrecer una serie de títulos que reflejaban una mirada bastante específica dentro del noir, que podríamos denominar tardía. Es decir, no se acercaban a la presunta defunción del género que propició el Orson Welles de TOUCH OF EVIL (Sed de mal, 1957). Sin embargo, al margen de esta obra maestra. Al margen también de títulos insertos en la vocación de la época dorada del gangsterismo –como THE RISE AND FALL OF LEGS DIAMOND (La ley del hampa, 1960) de Budd Boetticher- se encuentran una serie de crónicas urbanas, caracterizadas por un alcance casi existencial, y por una vocación realista que irá acompañada de una mirada desesperanzada sobre el contexto sobre el que se insertan sus argumentos. Las mismas llegarán a proponer unas miradas sombrías e incluso asfixiantes, insertando en ellas incluso patologías de comportamiento hasta entonces poco tratadas en la pantalla. Fruto de esta corriente podemos citar títulos hoy día de culto como MURDER BY CONTRACT (1958) y CITY OF FEAR (1959) de Irving Lerner, el insólito y un tanto pretencioso BLAST OF SILENCE (1961, Allen Baron), o el extraño drama que propone SOMETHING WILD (1961, Allen Garfein). Se podría incluso plantear un pequeño ciclo con este y otros exponentes, y en ellos se debería incluir de manera forzosa COP HATER (1958), firmado para la United Artists –una de las productoras que con mayor ahínco participó de este tipo de cine de marcado carácter independiente-, y dirigido por el desconocido William Berke (1903 – 1958). Un nombre caracterizado por una larga implicación en la pequeña pantalla, pero también por una casi desconocida filmografía, de la que el título que nos ocupa ofrece unas cualidades innegables, al margen de detectar en ellas diversos rasgos de ascendencia televisiva. Detalles insertos tal y como se entendía la misma en aquellos años en los que dicha producción dramática adquirió un especial campo de aprendizaje para nuevos realizadores, o en su defecto prolongación de carrera en otros ya más veteranos.
Lo cierto es que COP HATER atrae desde el primer instante, describiendo en sus títulos de crédito y en un plano secuencia que destaca por la precisión de sus reencuadres, el despertar y los preparativos de un policía para realizar su jornada laboral. Ya desde esos instantes, la fuerza del intenso blanco y negro de J. Burgi Contner, nos sumerge en una atmósfera que se extenderá al conjunto del metraje. El comienzo variará de plano hasta contemplar como el policía sale a la calle –un nunca nombrado escenario newyorkino-, recibiendo a bocajarro y en la cabeza unos disparos que le provocarán la muerte. Percutante comienzo de una producción de apenas setenta y cinco minutos de duración, procedente de una novela del prestigioso Evan Hunter, pero en la que es evidente destaca de manera muy especial en su alcance descriptivo, el seguimiento de una trama argumental interesante, aunque deliberadamente orillada a un segundo término. El asesinato del agente, soliviantará a los agente de la comisaría de policía. En especial a su veterano superior, que arenga a sus muchachos a descubrir al autor del crimen. Sin embargo, muy pronto la tragedia se cebará en el compañero del asesinado, un policía negro querido por todos. La investigación quedará de manos del detective Steve Carelli (un sorprendente Robert Loggia, conocido años después como brillante actor de carácter), y su compañero Mike Maguire (Gerald S. O’Loughlin). El primero se encuentra prometido con una bella y joven sordomuda, y el segundo está casado con una mujer de la que se aprecia sus instintos licenciosos al tiempo que su insatisfacción con el matrimonio que sobrelleva. A la unión en la descripción de la vida normal de estos detectives, irá aparejado el núcleo central del film; la mirada sobre los modos de funcionamiento de esa comisaría en el fondo carente de medios. Planteándose casi como si se tratara de un precedente de la conocida y muy posterior serie televisiva HILL STREET BLUES (1981 – 1987), lo cierto es que la mayor cualidad que esgrime esta –digámoslo ya- magnífica película-, es la transmisión física al espectador de la intensidad, la vocación y al mismo tiempo la dureza de la labor policial. Sin hacer de ello una apología ni, por el contrario, profundizar en esos aspectos de corrupción inherentes a su mundo. No es ese su objetivo, aunque nos encontremos con una propuesta que podría erigirse como referente de tantos y tantos títulos rodados por Sidney Lumet en la década de los setenta y ochenta, que supere ampliamente en el capítulo de la banda de jóvenes delincuentes que en un momento dado se interroga como posibles autores de los crímenes, las aproximaciones que en aquellos años realizaban realizadores como un Siegel –CRIME IN THE STREETS (1956)- o Martin Ritt –EDGE OF THE CITY (Donde la ciudad termina, 1957)-, y en cuyo seño encontramos curiosamente la presencia de un juvenil Jerry Orbach –conocido tantos años después por su presencia en exponentes del género- o Vincent Gardenia, ejerciendo como un drogadicto soplón.
Lo cierto es que aspectos como estos son los que permiten considerar esta estupenda y al mismo tiempo sencilla película –en la que quizá chirríe un poco su aspecto musical-, casi como una precursora de un tipo de cine, que lograba trascender de manera amplia los moralismos que lastraban el DETECTIVE STORY (Brigada 21, 1951) de William Wyler, que destaca en la capacidad de impactar al espectador a la hora de plasmar los tres crímenes que se producirán en el relato –de resaltar es la manera con la que se muestra el dolor de la madre del agente negro, situando en el off narrativo a Carelli-, la descripción de la vida diaria casi sin privacidad de los agentes, la frustración que vive Maguire con una mujer que no le acompaña en absoluto, la actuación de un irresponsable reportero que no dudará en incriminar a la ya citada banda de jóvenes un tanto violentos, y de cuya presencia se servirá Carelli para utilizarlo como cebo, aunque el alcance de ello le impida comprender que está tratando con un profesional imprudente, que estará a punto de poner en peligro la vida de su propia prometida. Cierto es que la llegada de ese clímax, a mi modo de ver no se encuentra a la altura de la atmósfera y densidad que preside el conjunto del metraje, e incluso plantee la extraña justificación y resolución del caso. No obstante, tanto su guión como la propia narración de Berke, sabrá concluir el mismo de manera cotidiana, con el clara propósito de recordar al espectador, por si a lo largo de su recorrido le había cabido alguna duda, que la intención central del film es la de mostrar la cotidianeidad de la vida de una comisaría de distrito. Un retrato con sus miserias y flaquezas, con sus elementos de grandeza y de vocación. Con la visión de la vida de unos seres que han consagrado su tiempo a la defensa de la ley. Los títulos de crédito insertados de nuevo sobre la oficina que no cesa en su actividad, nos señalan que COP HATER no habla de corrupción en el estamento policial. No es ese su objetivo sino, por el contrario, el de mostrar la cotidianeidad, el drama, la densidad, los humos, acciones, oscuridades y logros, de ese microcosmos policial, que se desprende del conjunto de esta auténtica cult movie, que espero poco a poco encuentre el lugar que merece dentro de ese subgénero que señalaba al inicio de estas líneas, al tiempo que permitirnos seguir la pista sobre William Berke ¿Quién sabe si en el resto de su filmografía, de la que este fue uno de sus últimos exponentes, dada su prematura muerte, se encuentran títulos de especial interés?
Calificación: 3’5