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CINEMA DE PERRA GORDA

Yasujiro Ozu

SANMA NO AJI (1962, Yasujiro Ozu) [El sabor del sake]

SANMA NO AJI (1962, Yasujiro Ozu) [El sabor del sake]

No se ni como me atrevo a esbozar unas líneas sobre las constantes de un artista cinematográfico de la talla de Yasujiro Ozu, cuando esta es la cuarta película de su filmografía que he contemplado –dentro de una producción realmente amplia-. No obstante, es tan transparente y al mismo tiempo tan complejo su mundo temático y plástico. Son tan claras las interrelaciones de sus obras, que parece que en ocasiones el maestro japonés haya rodado una saga familiar a lo largo del tiempo y cada una de sus películas sea una variación con respecto a la precedente.

No importa. Es tanto el placer que provoca la sinceridad de sus personajes, esa mirada casi cara a cara, la precisión y sencillez de sus diálogos, la extrema belleza de sus composiciones en plano fijo y desde un encuadre de mirada baja... El último de los capítulos de esa hipotética saga lo compuso SANMA NO AJI, realizada en 1962 un año antes de la prematura muerte del director. Y realmente se trata de una digna despedida para la obra de un hombre que siempre planteó sus mismas constantes a lo largo del tiempo. Es por ello que en una trayectoria tan honesta y fiel daría igual que la misma culminara de una u otra manera, tal es su extrema coherencia y fidelidad.

EL SABOR DEL SAKE –nunca estrenada comercialmente en España- se inicia con los planos de las chimeneas de una industria. Estamos en el Japón del desarrollo tras la II Guerra Mundial. Con un excepcional cromatismo ya habitual en sus últimos films, se nos narra enseguida la disyuntiva en la que se pone al veterano Shubei Hirayama (el sensacional Chisu Ryu, de CUENTOS DE TOKIO). Se trata de un acomodado directivo que envejece en esta sociedad nipona que se debate entre el sake y la cerveza, y al cual un amigo le plantea el hecho de casar a su hija, que le cuida y convive con él junto con su hijo más joven.

De forma independiente vive otro de sus hijos, casado con una mujer que lo domina aunque no consiga evitar que el aún joven marido tenga unos deseos caprichosos –pese a su ausencia de recursos se compra unos costosos palos de golf de segunda mano-. Al mismo tiempo, Hirayama se reúne con su amigos con los que conversa –emborrachándose- y se dan cuenta todos ellos de su irreductible envejecimiento. De que su tiempo está próximo a concluir –por más que uno de ellos se haya casado con una mujer más joven en edad- y de la inevitable soledad que le espera.

El encuentro con Calabazas, un viejo profesor que vive con una hija a la que ha amargado la vida al no haber dejado que se casara; las reflexiones de sus otros hijos; los propios recuerdos que le ofrece contemplar en una tasca a una joven que le recuerda a su difunta esposa, son elementos que inducen finalmente al veterano y viudo cabeza de familia de la necesidad de casar a su hija. La joven en su interior duda entre aceptar la oferta que le ofrece un chico de buena familia u otro joven que es amigo de uno de sus hermanos. La decepción sufrida al enterarse de que su íntima elección ya estaba comprometida hará finalmente que acepte con resignación la oferta que le transmite su padre. La joven se casa, el viejo padre de familia se emborracha de nuevo... y empieza a vivir su soledad.

Una de las cosas que destacan en este SANMA NO AJI reside en los elementos elípticos que hacen que lo que no se ve tenga tanta importancia como lo que se ve. La existencia de esa boda en off –tras los planos de increíble belleza en los que padre e hija se miran poco antes de la boda mientras la novia está vestida a la antigua usanza-; la propia cita con ese pretendiente al que nunca conoceremos, son perfectos ejemplos de esa complejidad narrativa oculta tras esos asombrosos planos fijos con tanta vida interna. En esta película destaca esa excelente integración de ese Japón ya desarrollado, generalmente expuesto con esa sucesión de 3 / 4 planos entre secuencia y secuencia. Es una especie de canalización tan hermosa –acentuado por un fondo sonoro de gran belleza-, que permite que la estructuración de secuencias sea simple, adquiera la integración social de forma sencilla, y al mismo tiempo Ozu nos muestre algunas composiciones visuales en exteriores que pueden variar desde mostrar chimeneas industriales, planos generales de conjuntos urbanos, edificios e incluso nocturnos como esa reiteración del plano de la taberna a la que acude nuestro protagonista en ocasiones para ser atendido por esa camarera que le recuerda a su desaparecida consorte.

Es evidente que esta excelente película se presta a muchísimas disgresiones; desde la impecable construcción en su sentido coral de personajes y sentimientos, en la coherencia con el conjunto de una obra cinematográfica unida de forma indeleble, en su serenidad y en algo que me gustaría destacar: el sentido optimista de su pesimismo existencial. Parece una contradicción, pero en el cine de Ozu no hay salidas de tono. La joven hija asume llorando sin que nadie la vea su decepción al no poderse casar con quien desea. Finalmente, Hirayama se sienta reflexivo a recibir la soledad. Con sencillez, en semipenumbra y asumiendo lo inevitable de la vida, va a recibir el periodo más triste de su vida. Mas allá incluso de sus aventuras en la guerra –que son evocadas en el transcurso del film-. Un año después de ese plano final, su artífice abandonaba este mundo. Cuatro décadas más tarde su obra queda indeleble. Afortunadamente, uno de los alicientes que me quedan como amante del cine es admitir que me quedan por ver muchas más películas de este realizador. Se que no son fáciles de visionar –afortunadamente tengo aún varios en cartera en su reciente edición en DVD-, pero están ahí, y eso es lo mejor de todo.

Calificación: 4

TOKYO MONOGATARI (1953, Yasujiro Ozu) Cuentos de Tokio

TOKYO MONOGATARI (1953, Yasujiro Ozu) Cuentos de Tokio

Debo decir de antemano que me cuesta mucho "entrar" en el cine japonés y, en defintiva, en aquellas obras procedentes de los cines orientales. Es por ello que pese a contar con copias de buena parte de clásicos del cine japonés, es muy de tarde en tarde cuando me "atrevo" a visionar alguna de dichas obras. El miedo a no saber apreciarlas en la medida de su generalizado reconocimiento ha posibilitado una menor frecuencia del mismo por mi parte, sin que ello me impida valorar algunas grandes obras de Kurosawa, el propio Ozu o Zhang Yimou -lamento mi casi total desconocimiento de realizaciones de Mizoguchi o algunos otros realizadores nipones-. Espero que el paso del tiempo me haga evitar esa enorme laguna.

Viene esta larga disgresión para justificar esta circunstancia particular, al tiempo que iniciar el comentario de TOKIO MONOGATARI, la mejor cinta que habré visto en un año a la redonda y quizá ya convertida en una de mis películas preferidas de siempre.

Reconocida como uno de los grandes títulos de la historia del cine, quizá la obra cumbre de un realizador pródigo en grandes títulos -recientemente disfruté con su posterior BUENOS DÍAS (1959)-, CUENTOS DE TOKIO es más que una simple obra cinematográfica, un zoom al alma humana, centrado en la sociedad japonesa que se adentra en el progreso tras la brutal ruptura de la II guerra mundial y el enorme contraste existente entre las diferentes generaciones que en ella conviven.

El matrimonio compuesto por el viejo Shukishi (Chishu Ryu) y Tomy (excepcional Chieko Higashiyama) deciden viajar desde su localidad cercana a Hiroshima hasta Tokio a visitar a sus hijos. Probablemente ese viaje tiene algo de despedida ritual para una pareja imbuída en una sociedad que varía sobre su entorno, en la que cualquier sentimiento está ritualizado y, de alguna manera, constreñido.

En apenas unos pocos planos Ozu nos introduce desde ese mundo rural en su contraposición con el urbano de la gran ciudad. Muy pronto los veteranos protagonistas se integran en un marco urbano abigarrado, con espacios reducidos, elementos y adelantos occidentales y notando con resignación que son una molestia para sus hijos. Estoy convencido que el realizador tuvo que ver en su momento el excelente film de Leo McCarey MAKE WAY FOR TOMORROW (1937) -solo exhibido en España por televisión bajo el título DEJAD PASO AL MAÑANA- que, en buena medida cuenta la misma historia. Sin embargo, Ozu no se limita a relatar el desarraigo de unos anciandos con respecto a los hijos que criaron y la sociedad que les ha sucedido. Por el contrario y sin alzar nunca la voz, nos muestra la sencillez y crueldad del devenir de la vida -como ese barco junto a su casa que discurre por medio del lago-.

De forma pasmosa, con la sensibilidad de un humanista, el sentido pictórico de sus excepcionales encuadres siempre en plano fijo -salvo dos movimientos que luego señalaré- CUENTOS DE TOKIO discurre siempre integrando sus personajes, mostrando la crueldad inexorable de ese paso del tiempo, en ocasiones llena de egoísmo pero finalmente irremisible con la evolución de nuestras sensiblidades y obligaciones como seres humanos. El peso de una evolución social, el desarraigo, la deshumanización de una sociedad urbana, los rituales de la tradición japonesa, su diferente concepción del paso del tiempo...

Toda una serie de sensaciones que se entrecruzan de forma admirable, serena, reluciendo siempre la belleza de una visión total del mundo a través de la imagen aparentemente sencilla pero siempre llena de complejidad narrativa. Los encuadres recargados, sabiendo extraer el mejor partido visual de un escenario esencialmente vulgar y rutinario -por ello cuando el film recoge algún encuadre natural contrasta en su lirismo-, TOKYO MONOGATARI destaca igualmente en la utilización de su iluminación -ahora entiendo como al hablar del cine de Tourneur se citan las reminiscencias con el uso de la luz del maestro japonés-.

Con la estudiada ambigüedad que nos indica el poder visionar unos personajes que en el fondo nos son muy familiares -son caracteres universales-, el veterano matrimonio comprueba lo oupado que está su hijo médico, su hija peluquera (la que en mayor medida exterioriza su egoísmo), encontrando sin embargo el cariño total de su nuera Noriko (excepcional Setsuko Hara) que quizá ha aplicado en ellos la frustración por no decidirse a casarse de nuevo y su temor a quedarse sola tras enviudar de un hijo del matromonio -tal y como revela en un extraordinario momento confesional junto al suegro ya enviudado-.

Al mismo tiempo, en ocasiones en el mismo plano, se muestra el contraste generacional de abuelos, hijos y nietos. Unos ya con el tiempo vencido, otros con el instante ocupado en su proyecto familiar, mientras que los mas pequeños no se han enfrentado aún a la realidad de la vida. Es precisamente en esa relación de ancianos - niños cuando se produce el que considero el momento más memorable del film. Me refiero al paseo de la abuela con su nieto pequeño, al que pregunta si cuando sea mayor va a ser médico como su padre. Mientras ella le dice que no podrá comprobarlo -un presagio de su muerte-, el pequeño recoge hierba sin atender la confesión de la anciana -la incomunicación-. Al mismo tiempo, es lógico destacar -como quiso el propio Ozu, esos dos leves travellings laterales -unicos movimientos de cámara del film-, cuando los ancianos salen a la calle y se ven obligados a separarse por una noche -un anticipo de su separacíón final-.

Evidentemente, CUENTOS DE TOKIO es una película sobre la que se ha dicho casi todo. Junto al referente que en mi opinión marca el film antes citado de McCarey, quizá ofrece un precedente sobre unos de los grandes films de Ingmar Bergman -FRESAS SALVAJES-. Quizá lo mejor ante sus asomborsas calidades solo queda verla y admirarla con ojos limpios, asombrarse por la sencillez de su elaboradísima puesta en escena o la adecuación de sus diálogos o la sutileza de los gestos y detalles de los actores. En definitiva dejarse llevar por esa precisión en la plasmación de unos sentimientos extensibles a todos los pueblos y culturas.

Personalmente me gustaría incorporar dos precisiones muy personales. Por una parte como occidental echo de menos la exteriorización de sentimientos con gestos muy propios de nuestra cultura -abrazos, besos- en la hermosa relación existente sobre todo entre Noriku y los ancianos -especialmente la esposa-. Por otra, viendo la hondura de su metraje, uno no puede mas que agachar la cabeza de vergüenza al ver en la pantalla cosas que nos pasan a nosotros mismos, teniendo que reconocer que son consustanciales al ser humano. Es triste tener que reconocerlo viendo una obra maestra como TOKYO MONOGATARI pero, ¡Muchas gracias Mr. Ozu por haber sabido expresarlo en una obra de arte!

Calificación: 5