STORM OVER THE NILE (1955, Zoltan Korda y Terence Young) Tempestad sobre el Nilo
No sabría decir cuantas han sido las versiones que se han realizado para la pantalla, de la novela de A. E. W. Mason The Four Feathers. Sin duda, la más famosa de ellas es la que filmó el propio Zoltan Korda en 1939, aunque ya en la frontera del cine mudo al sonoro se planteara otra filmada por Merian C. Cooper, Lothar Mnedes y Ernest B. Schoedsack, y protagonizada por Richard Arlen. Lo cierto es que dicho referente literario ha sido uno de los más recurrentes, a la hora de plasmar cintas de aventura de ambiente colonial, encontrando en su relato no solo el terreno propio para una ambientación aventurera, sino sobre todo trascender lo que su base literaria pudiera brindar en una faceta que incidió en la descalificación de este tipo de cine por su presunta vertiente colonialista. Por el contrario, creo que el paso de los años ha permitido valorar lo que realmente se inserta dentro de la peripecia existencial de Harvey Faversham (Anthony Steel), poniendo en un riesgo absoluto su propia existencia, para con ello demostrar que el valor en el ser humano no ha de ir aparejado por una conducta social estrecha, reaccionaria y clasista.
En la plena demostración de dicho enunciado, los primeros minutos de STORM OVER THE NILE (Tempestad sobre el Nilo, 1955) -con la que Zoltan Korda volvía a uno de sus grandes éxitos, aunque en esta ocasión codirigiendo la película con un Terence Young aún lejos de iniciar la serie Bond, y que en aquellos años firmaba films de aventuras de escasa relevancia-, son realmente magníficos. Describen una cena de camaradas del padre del protagonista, cuando este se encuentra aún en una edad muy joven, discutiendo todos ellos sobre la importancia del valor –que solo atribuyen a la participación en contiendas que defiendan el imperio británico-, contraponiéndolo con la cobardía. Más allá del énfasis que en estos temas propone el veterano General Burroughs (James Robertson Justice, describiendo siempre que podrá a lo largo de la película, su participación en una batalla, utilizando para ello frutos que se disponen en el mantel), lo cierto es que la atención de la planificación se centra en el joven Harvey, del que descubrimos su tímida aversión a lo que está escuchando, sabiendo por manifestación de su padre, que se trata de un muchacho sensible ¡al que descubrió leyendo un libro de poesía! Pasarán diez años, falleciendo el General Farvesham padre, y encontrándonos con Harvey en el Regimiento Royal North, junto a sus amigos militares John Durrance (Laurence Harvey), Peter Burroughs (Ronald Lewis) y Willoughby (Ian Carmichael). En apariencia su aprendizaje en el ejército es todo un éxito, como exitoso es su noviazgo con Mary (Mary Ure), la hija del rígido Burroughs. Sin embargo, cuando se encuentran a punto de acudir hasta Sudán en misión militar, para combatir la rebelión de la tribu de los Derviches, este antepondrá sus auténticas convicciones, renunciando a su carrera militar, aunque ello le proporcione un desprecio generalizado y la consideración de cobarde. Todo este proceso es narrado con precisión y sentido de la síntesis por los responsables del film –desconozco que parcelas concretas asumió cada uno de ellos-, logrando que el espectador haya mostrado su interés en el drama interior vivido por ese joven sensato y sincero consigo mismo, al cual la sociedad y el propio entorno que le rodea no comprenden que pueda pensar y sentir de forma diferente a lo que marcan las normas de conducta existentes en la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XIX. Será despreciado por sus amigos –que le remitirán sendas plumas como signo de cobardía- e incluso por su novia –y su padre, quien ni siquiera llegará a volver a dirigirle la palabra-. La cámara nos mostrará a un Harry desolado y semi escondido, contemplando el discurrir de las tropas, jaleadas por los gritos enfervorizados de la multitud. Sin duda, no es ese, un contexto definido por el militarismo, la vulgaridad y la ausencia de reflexión, el más propicio para un ser culto y mesurado, que desde esas mismas premisas, decidirá dar muestra de la fuerza de la inteligencia, a la hora de demostrarse a si mismo su valor interior, que partirá precisamente del reconocimiento del miedo.
Sin ser un producto redondo –y en ello, sinceramente creo que pesan en su contra los servilismos a la, por otro lado inevitables, secuencias de batallas y combates-, lo cierto es que STORM OVER THE NILE se revela como un título francamente apreciable, y merecedor de mejor suerte de la nula con la que es considerado. Incluso la presencia de un intérprete tan apático como el citado Laurence Harvey –en esta ocasión más soportable de lo habitual- contribuye a dotar del oportuno contrapunto frente a la sensatez y sensibilidad que emana de Steel. Todo ello, proporciona el suficiente interés a una película que apenas decae a lo largo de todo su metraje, centrado ante todo en la peripecia de Harvey en su viaje a Egipto –que se prolongará en más de un año-, para ayudar a los que fueron sus compañeros y repudiaron en su momento, al tiempo que devolverles esas plumas simbólicas reveladoras de su supuesta cobardía. Dentro de ese objetivo esencial para recuperar su autoestima, desgajado de todo atisbo colonialista, tendrá su plasmación inicial en el espléndido episodio en el que el convertido en nativo rescatará a Durrance, cuando este se encuentra a punto de morir, escondido de los furiosos representantes de la tribu rebelde, y soportando una insolación que le dejará ciego. Adelantando pasajes de una dureza que una década después acometería un cineasta como Cyril Endfield –ZULÚ (1964), SANDS OF THE KALAHARI (Arenas del Kalahari, 1965), el film de Young y Koprda acierta mucho más cuando se centra en la peripecia de la supervivencia y la búsqueda de la vindicación de su personalidad por parte del que todos han calificado como cobarde. Poco a poco, la película irá adentrando sus parcelas de interés en esta vertiente, dejando de lado el grado más o menos convencional y necesario de las secuencias de batallas, que por momentos no dejaron de recordarme el hilarante comienzo de la genial THE PARTY (El guateque, 1968. Blake Edwards).
Así pues, y aunque de entrada podríamos señalar encontrarnos ante un título caduco, lo cierto es que STORM OVER THE NILE sigue manteniendo sus cuotas de interés, e incluso su fuerza intimista, como las que se centran en las reflexiones de un Durrance, cuando descubre resignado esa pluma que se encontraba en su cartera, renunciando elegantemente al amor que –por caridad y estima- le ha proporcionado Mary, y al saber que este ha logrado liberar a sus compañeros, utilizando antes la inteligencia de la altanería militar.
Calificación. 2’5