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CINEMA DE PERRA GORDA

THE DEVIL AND DANIEL WEBSTER (1941, William Dieterle) El diablo y Daniel Webster

THE DEVIL AND DANIEL WEBSTER (1941, William Dieterle) El diablo y Daniel Webster

El mito de Fausto ha sido llevado al cine en un gran número de ocasiones. Desde la celebre versión de Murnau hasta la menospreciada y desconocida (Beddazzled, 1967) de Stanley Donen pasando por diversas variantes, es evidente que la tentación de plasmar esta historia es indudablemente atractiva para la pantalla. Consciente de ello y de sus antecedentes escénicos incluso trasplantados al cine en rarezas como EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO (A Mudsummer Night’s Dream, 1935). Es evidente que William Dieterle se planteó EL HOMBRE QUE VENDIÓ SU ALMA (The Devil and Daniel Webster, 1941) como una obra muy personal y ello se trasmite -a todos los niveles-, en su resultado final.

Eso se nota ya desde los propios títulos de crédito, en los que se plasma el equipo delante de la pantalla –los actores- y detrás de la pantalla –técnicos- sin pormenorizar su cometido concreto. Indudablemente, nos encontramos ante un producto de qualité de la R.K.O. Ello no va en absoluto en menoscabo de sus intenciones y resultados, ya que el propio Dieterle dio vida a otras proyecciones enclavadas en los parámetros de una producción cuidada y unas referencias culturalistas. En esta ocasión se centra en una fábula moral que oscila entre dos fuentes genéricas: la mezcolanza entre el fantastique que ampara su base argumental y parte de sus elementos narrativos, y el denominado género denominado american que abarca películas de muy diferente índole que tienen el denominador común de ambientarse en el entorno rural de una Norteamérica de finales del siglo XIX.

Es evidente que junto a ello se da cita la tendencia pictórica del realizador, volcado en numerosas ocasiones en la creación de composiciones plásticas y escénicas recargadas y que acusan por un lado una notable influencia expresionista, y por otro algunas de las innovaciones puestas en evidencia con la wellesiana y reciente CIUDADANO KANE (Citizen Kane, 1940). A muchos les resultarán familiares las composiciones de planos en contrapicado con presencia de techos, iluminaciones en claroscuro muy contrastadas, luces sobre los rostros de los actores.... Una amalgama de elementos dramáticos que en no pocas ocasiones deslumbran –y más en aquella época- pero que en su conjunto pecan de cierta irregularidad.

La película narra las andanzas del joven Jabez Stone (rudo, vulnerable y en el fondo ingenuo personaje encarnado con fuerza por James Craig), casado granjero al que acompañan las desdichas y que es sometido a la tentación del diabólico Mr. Scratch (un divertido pero quizá excesivamente histriónico Walter Huston). Stone cae ante la propuesta de siete años llenos de bonanza económica y acuciado por una situación personal angustiosa. Pronto se integra en la riqueza repentina y la mala administración de una nueva personalidad. La historia es conocida de todos, pero en este caso se le introduce esa vinculación con la Norteamérica del discurso sobre el nacimiento sobre la nación, mediante el personaje de Daniel Webster (sensacional William Arnold). Todo ello es evidente que procedería del original escénico obra de Stephen Vincent Benet –igualmente colaborador en la adaptación de su propia obra-, pero no es menos cierto que Dieterle ofrece todo un recital de composición de planos, de dirección de actores y de experimentación estética realmente precursor –pienso por ejemplo en cuantos títulos posteriores se han trasladado secuencias como ese baile-pesadilla en la fiesta organizada en la flamante mansión de Stone-.

Elementos como ese son los que inciden en ese lenguaje y tendencia fantastique que se ofrece de forma interrumpida a lo largo del metraje –he tenido suerte de contemplar una versión extendida del mismo de cerca de 110 minutos en vez de la acortada en su momento que no alcanzaba la hora y media de duración-. A ello contribuye la renovadora banda sonora de un joven Bernard Herrmann que ya anticipa algunas de sus constantes musicales y que otorga una notable personalidad al conjunto del film. En cualquier caso, he de señalar que pese a parecerme un film muy notable, prefiero con mucho la sutileza aportada por Dieterle en otras de sus películas tangentes con el género –como es el caso de la magnífica JENNIE (Portrait of Jennie, 1948) o incluso la menos conocida CARTAS A MI AMADA (Love Letters, 1945)- y en algunos momentos –la alocución final de Webster en ese fantasmagórico juicio-, resulte bastante discursiva. Sin embargo, me quedo con mucho con instantes tan espléndidos como aquel que con escasísimos primeros planos nos expresa la pulsión sexual existente entre Stone y su joven esposa –la excelente Anne Shirley-, que generará su único hijo.

A la hora de señalar influencias, hay una que me parece muy notable en esta película, y es la del excelente film realizado por el generalmente mediocre Sam Word –SINFONÍA DE LA VIDA (Our Town, 1940)-, que debe no pocas de sus virtudes al original de Thornton Wilder al colaboró estrechamente en su gestación- con la que pese a ubicarse en periodos diferentes comparte la inclinación por lo fantástico y el entorno rural americano –y me atrevería a señalar que algunos de sus actores-. En suma, una prueba más de las singularidades que el Hollywood de la década de los años 40 permitía a realizadores como Dieterle, del cual me gustaría tener la oportunidad de visionar mas títulos de su –pese a todo- irregular filmografía, pero que sin lugar a dudas propone una trayectoria llena de interés.

Calificación: 3’5

 

1 comentario

daniel cop -

me gustrai tener mas libro s de Daniel mesbter con mas comentarios por favor