DR. SOCRATES (1935, William Dieterle) El doctor Sócrates
Rodada a continuación de la laureada A MIDSUMMER NIGHT’S DREAM (El sueño de una noche de verano, 1935) –codirigida con el mítico director teatral Max Reinhardt-, William Dieterle nunca manifestó el menor aprecio por DR. SOCRATES (El doctor Sócrates, 1935), que Jack Warner le endosó, para seguir con su sempiterna costumbre de aplacar las posibles ansias de éxito –y, sobre todo, de aumento de salario- de aquellos realizadores que lograban un título que funcionaba comercialmente. Así pues, quizá las propias circunstancias de producción son las que han favorecido que su prestigio sea prácticamente nulo, lo cual no deja de suponer una injusticia más, ya que a mi modo de ver el título que comentamos no deja de superar –dentro de su modestia- otros que gozan de mayor diseño de producción y gozan de un prestigio superior. Pero así se escribe en muchas ocasiones la historia del cine, relegando por su apariencia películas que encierran más interés a través de sus limitados puntos de partida, que otras más consensuadas en sus aportaciones. Así pues, DR. SOCRATES supone uno de tantos ejemplos, basado en una pequeña historia de W. R. Burnett, y combinando en su ajustado discurrir -extendido en poco menos de setenta minutos-, un relato de gangsters con toques de comedia, aunque no olvide insertar en su seno unos apuntes de crítica social, destinados ante todo a describir el puritanismo, la mezquindad y la hipocresía de un contexto provinciano.
Será este y no otro el que se manifiesta desde sus primeros fotogramas en la película que comentamos, sirviendo para describirnos el escaso aprecio que la pequeña ciudad siente hacia un joven médico, al que todos denominan con cierto desprecio como “doctor Sócrates”, debido a su sempiterna afición a leer libros de manera abstraída. Será la pequeña peculiaridad que utilizará su rival en la población, el dr. McClintick (Samuel S. Hinds), incapaz de dar la menor oportunidad a otro profesional, y pensando tan solo en que en el futuro le pueda restar clientes. La economía del protagonista se encuentra prácticamente en bancarrota, salvándole de la misma la inesperada presencia en la consulta del gangster Red Bastian (Barton MacLane), quien acudirá a su humilde despacho para curar la herida de un balazo que porta en un hombro, y pagando a este cien dólares por los servicios prestados –a mala gana- por el galeno. El inesperado ingreso servirá para que Sócrates pueda saldar sus deudas domésticas, aunque supondrá el inicio de una inesperada relación con el delincuente perseguido, que solicitará sus servicios tras la puesta a punto de otro atraco. Será el asalto a un banco, a consecuencias del cual el médico atenderá a una joven autoestopista –Jo Gray (Ann Dvorak)- que ingenuamente ha aceptado ocupar el auto de Bastian, y que en el asalto resultará también herida, siendo confundida por la población como componente de dicha banda. Sócrates la recogerá y trasladará a su consulta, conquistando su naturalidad al hasta entonces taciturno doctor, que verá en ella otra luz a su existencia. Mientras se recupera de sus heridas, la estancia de Jo servirá como perfecta excusa para que McClintick, soliviantando a toda la población, se erija en defensor de la justicia, acudiendo hasta la consulta del que considera su competidor, encabezando el aparente deseo colectivo de que deje de retener a la muchacha, pero en el fondo sobrellevando la sibilina intención de relegar de forma definitiva la estabilidad de su compañero de profesión en la ciudad, cuando este ha logrado la amistad y el respeto de la familia más influyente de la misma. Una nueva llamada de Bastian motivará el traslado de nuestro protagonista a su lado para intentar detener la infección surgida en la herida del brazo que le curó, sirviendo ello de excusa para que logre reducir a toda su banda, culminando con ello la búsqueda a tan temibles delincuentes, al tiempo que salvando a Jo -que ha sido raptada por el delincuente- quien se ha encaprichado con ella.
Dotada de un extraño sentido del ritmo y una capacidad de observación notable, DR. SOCRATES deviene una película en la que se detecta su condición de producto casi de serie B, pero sin que ello limite la valía y el alcance de su enunciado. Una de sus cualidades reside en esa destreza con la que el realizador sabe describir la cerrada fauna humana establecida en la localidad donde se desarrolla la acción. Como si se describiera un curioso y suavizado borrador del planteamiento desarrollado en la muy posterior THE CHASE (La jauría humana, 1966. Arthur Penn) –partiendo del original literario de Lillian Hellman-, Dieterle sabe extraer el jugo pertinente a esa mirada crítica en torno a la intolerancia y el puritanismo, que desplegó en muchos otros títulos de su filmografía, y que se extendería a no pocas de las propuestas emanadas por la Warner –y también otros estudios más conservadores, como la Metro Goldwyn Mayer- en aquellos años. Esa capacidad para ofrecer el estado opresivo de la cotidianeidad en una pequeña ciudad de apariencia pacífica, supone uno de los elementos más valiosos dentro de una película que se beneficia de una excelente interpretación de un Paul Muni –al que Jack Warner costó en convencer para que aceptara el papel- que abandona toda tentación histriónica habitual en él, y ofreciéndose en esta ocasión como un médico joven y creíble. Warner utilizó también la presencia de Ann Dvrak, para proporcionar un factor suplementario de atractivo comercial en la película, al reunir de nuevo a la pareja protagonista de SCARFACE (Scarface, el terror del hampa, 1932. Howard Hawks). Una vez introducidos los elementos del relato, DR. SOCRATES se desarrolla con un notable sentido de la ligereza, teniendo un rasgo de especial interés en la agudeza de sus diálogos y un soterrado y socarrón sentido del humor, al que acompañará el aura romántica que, de manera soterrada, envolverá la relación establecida casi sin pretenderlo entre el médico y Jo.
Uniendo todos estos matices, con el concurso de una planificación ajustada, y planteando algunas situaciones que oscilan entre lo cómico y lo genuinamente insólito –la manera con la que Socrates reduce a la banda de Bastian, dejando a sus componentes anestesiados y a disposición de la policía, dentro de un episodio en el que lo sórdido y lo cómico se da de la mano de manera armoniosa-, revelan a un director dotado de un sentido de la inventiva visual magnífico, sin que ello le impida desarrollar una tesis en contra de la intolerancia, sin duda emanada de la historia que sirve de base a su argumento, pero que se encuentra presentes en el film con tanta contundencia como, en última instancia, inofensiva y revulsiva disolución –esa aceptación final del médico como una persona distinguida de la población, incluso por el propio rival de este-. Es la mordiente definitiva que muestra una película pequeña en su artefacto externo, pero de considerable interés dentro de la carcasa y enjundia que esta muestra en su desarrollo. DR. SOCRATES fue objeto de un remake apenas cuatro años después –KING OF THE UNDERWORLD (1939, Lewis Seiler), de nuevo en el seno de la Warner Bros. Una nueva versión de estimable –aunque algo inferior- resultado, en el que la figura protagonista adquiría aspecto femenino, encarnado por la estupenda Kay Francis.
Calificación: 3
0 comentarios