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CINEMA DE PERRA GORDA

LUCKY STAR (1929, Frank Borzage) Estrellas dichosas

LUCKY STAR (1929, Frank Borzage) Estrellas dichosas

“La fuerza del amor sobre todas las cosas”. Esa sería la máxima de las principales películas que en su momento consideraron justamente a Frank Borzage como uno de los grandes nombres de las postrimerías del cine mudo y hasta la llegada de los años cuarenta. Un profesional posteriormente caído en el olvido y en los últimos años reivindicado con justo entusiasmo. Lamentablemente para mi y aunque he podido visionar algunos de sus títulos prestigiosos hasta la fecha no había tenido ocasión de contemplar ninguno de sus clásicos mudos -ausencia que espero paliar poco a poco-. Hay veces que confesar esas ausencias involuntarias como aficionado tiene como rasgo positivo el previsible futuro placer que puede reservarme ir descubriéndolas.

Una de ellas ha sido para mi poder disfrutar de LUCKY STAR –estrenada en España bajo el título de ESTRELLAS DICHOSAS- una muestra evidente de su fuerza visual, la singularidad, emotividad, sencillez y casi me atrevería a decir que “el sello único” que podían ofrecer sus películas. Algo que especialistas bien cualificados han intentado analizar (para ello recomiendo vivamente el volumen titulado "Frank Borzage. Sarastro en Hollywood" que el especialista Hervé Dumont creó con motivo de la no muy lejana retrospectiva de su obra en el Festival de Cinbe de San Sebastián), y me gustaría trasladar bajo mi punto de vista en función de alguna de las impresiones que me produce este gran film.

Tras sus triunfos en EL SÉPTIMO CIELO (Seventh Heaven, 1927) y EL ÁNGEL DE LA CALLE (Street Angel, 1927), Frank Borzage reunió de nuevo a la que probablemente fuera la primera gran pareja romántica del cine norteamericano, los excelentes Janet Gaynor y Charles Farell, en esta ocasión encarnando a Mary Tucker, una joven de una familia numerosa encargada de una granja de leche, huérfana de padre y en la que la madre destaca por su carácter autoritario. Por su parte Farrell es Timothy Osborn, un trabajador de postes de líneas telefónicas que conoce a la traviesa muchacha cuando encaramado encima de uno de ellos se pelea con un compañero ya que ella ha intentado sisar una moneda al vender un reparto de leche a todos ellos. Al darse cuenta este del engaño le propina una azotaina no sin antes percatarse en una llamada que detecta en el propio poste que ha llegado la guerra, a la que acudirán todos sus compañeros y él mismo.

Pese a ese encuentro tan accidentado algo se ha encendido entre ambos. Todos sabemos que una puerta en sus sentimientos se ha abierto, por más que Mary al día siguiente tire vengativa una piedra en la puerta de casa del joven, contemplando su marcha al frente. Este recibe en la retaguardia una carta de la joven que inicialmente cree ha escrito por afecto personal, aunque posteriormente veremos que ha generalizado a todos los voluntarios amigos, para lograrles animar. Osborn es allí comandado a una misión accidental de reparto en un carruaje que sufrirá un accidente, del que regresará a su casa paralítico de ambas piernas. Una vez en su domicilio dos años después de su partida, Mary sabiendo que Tim ha regresado tira una nueva piedra rompiendo un pequeño ventanal y vislumbrando el rostro del joven que la llama amistosamente. Mientras él se despide de un repartidor esta se acerca curiosa ante sus requerimientos no sin antes tomar otra piedra como previsión. No obstante al ver que Osborn está sobre una silla de ruedas se desvanece cualquier suspicacia y entra en su ser esa atracción romántica que en el fondo siempre había sentido, mientras que él demuestra su alegría maniobrando con celeridad en su nuevo modo de transporte así como haciendo gala de numerosas habilidades domésticas.



La relación entre los dos se va estrechando pese a las enormes reticencias de Mrs. Tucker (Hedwiga Reicher) a que su hija la prolongue. Al mismo tiempo se va a celebrar un baile para el que Mary compra un vestido y acude al mismo, no logrando que Tim pueda asistir al estar imposibilitado con las muletas. En la celebración la joven toma de nuevo contacto con Martin (Guinn Williams) que la acompaña hasta casa de Osborn escuchando las advertencias de este que no la utilice como a sus demás conquistas. Martin pretende casarse con la joven y para ello procura congraciarse con su madre, que ha prohibido tajantemente a su hija que entre en casa de Tim –es por ello que la comida que le había preparado se celebrará ubicando la mesa en el portal de la casa-. El joven en el fondo profundamente enamorado de una Mary totalmente entregada le promete hablar con su madre para lograr su permiso y poder unir sus vidas.

Llegado el momento Martin ultima el traslado de la muchacha para que ambos se casen pese a sus reticencias, mientras que una fuerte nevada y la distancia existente impide a su verdadero enamorado que pueda avanzar con su silla de ruedas. La fuerza de su voluntad y el amor que siente por ella permitirá no solo pueda desplazarse ante la copiosa nevada con sus muletas sino finalmente incluso sin dicho apoyo, en una estampa que finalmente provoca una enorme conmoción en Mrs. Tucker y sus hijos, al tiempo que logrará en el último momento que la joven no consume su viaje en tren y puedan unir sus vidas para siempre.

Como ya señalaba al inicio, una vez más Borzage se interesa no por la dramatización –el escaso interés que demuestra a la presencia de Tim en la contienda bélica, aunque si incide en el carácter pacifista de su cine- sino por la expresión de los sentimientos. LUCKY STAR es una muestra de ellos. Y una demostración más de su sabiduría en el lenguaje cinematográfico. Desde la recreación y sabia utilización de escenarios exteriores claramente estilizados –el contraste entre el de la granja de May y el bucólico y fluvial de Tim –lo surca un arroyo al pie de una pequeña cascada- y unos interiores que denotan un carácter claramente opresivo –es de destacar que en casi todos sus planos se insertan ventanas o sombras de las mismas, el momento en que Mary rompe uno de dichos ventanales es como un soplo de vitalidad-. Por supuesto, la perfecta estructuración de las secuencias definidas con fundidos en negro y en este caso la no presencia de personajes maniqueos y negativos –incluso la madre de Mary reconoce que Osborn no es mal chico pero prefiere para ella el porvenir que le puede ofrecer Martin, en teoría el contrincante prepotente, pero con el que Borzage no se muestra especialmente insidioso. Realmente lo que interesa en su película es resaltar la inocencia, pureza, pudor y sinceridad de una historia de amor ante la que inicialmente se niegan sus propios protagonistas, pero que pese a todos los impedimentos no pueden mas que aceptar. Incluso en el momento en el que ella se funde en un largo abrazo con su amado y el primer plano de Tim nos hace comprender que pese a amarla profundamente quizá su presencia sea un obstáculo para ella.



La relación entre los protagonistas está llena de hermosos detalles. Desde la lavada de cabello que él le aplica y embellece su aspecto, el posterior baño de ella ante la cascada con la intuición de su enamorado, el tocadiscos que le regala y que en las secuencias finales servirá para evocar la ausencia de Osborn en la cita que tenía prometida o el propio plano final con el abrazo de los dos tras ella acariciar sus piernas en plena nevada y viendo al fondo como se aleja el tren en el que viaja Martin-. Son tantos los momentos intensos que la película proporciona –el conmovedor plano que desde la espalda del antiguo soldado sentado en su silla de ruedas muestra a Mary descubriendo su invalidez y tira transfigurada esa piedra que portaba en la mano (un rayo de luz penetra en el umbral)-, que sería casi imposible referirse a todos ellos, aunque haya que destacar que Borzage jamás olvida intercalar en sus secuencias oportunos momentos de comedia –las demostración de destrezas domésticas del joven- que logran ofrecer un contrapunto a la intensidad de sus instantes románticos.

Pero mas allá que el perfecto manejo de los resortes cinematográficos que el realizador demuestra en toda la película, hay un elemento que realmente hace de él uno de los grandes. No es otro que la mirada “a ras de suelo” que logra transmitir desde sus personajes hacia el espectador. No se sitúa ni por encima ni a distancia. La sencillez de su tratamiento y la intensidad de la dirección de actores –y es oportuno señalar que si bien todos reconocemos la categoría como actriz de Janet Gaynor va siendo hora considerar a Charles Farrell como uno de los mejores y más sensibles intérpretes que ofreció el cine mudo- lograba que la evolución de sus protagonistas contagiara sus emociones fuera de la pantalla. Como más adelante hicieron maestros como Leo McCarey o John Ford –y determinadas obras de otros grandes directores-, Borzage tenía lo que me atrevería a denominar “el sincero dosificador del sentimiento”. Y es bien a través de sencillas secuencias, complejos planos o situaciones límite, como LUCKY STAR se erige como una gran película, la última de su periodo silente. Su contemplación solo me hace ir a la búsqueda con celeridad de otros de sus títulos mudos para volver a sentir la íntima satisfacción de vivir un bello film en todas sus facetas.

Calificación: 4

Nota: Quisiera agradecer la gentileza de Luís Fdo. Rodríguez (seguidor borzaguiano donde los haya) que me facilitó un regrabado de LUCKY STAR para poder contemplarla.

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