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CINEMA DE PERRA GORDA

THE LAST COMMAND (1928, Josef von Sternberg) La última orden

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Pocos se acuerdan de citar THE LAST COMMAND (1928, Josef von Sternberg) –LA ÚLTIMA ORDEN en España- a la hora de evocar las mejores películas que tienen como fondo la recreación cinematográfica. Esta omisión es más que probable que tenga dos razones fundamentales. En primer lugar la circunstancia de que su visionado sea casi imposible de completar en los medios habituales –edición en DVD, videos o pases televisivos-, y por otro lado la singularidad que proporciona su propia estructura y que de alguna manera la aleja de otros films desarrollados en este mismo subgénero. Y es que THE LAST COMMAND –además de ser una de las más singulares realizaciones de la carrera del cineasta vienés- se erige fundamentalmente como una obra sobre la representación. Todo ello por encima de mostrar la querencia de Sternberg por temáticas que propicien una ambientación lujosa y de época –en este caso la Rusia zarista-

La película comienza en el Hollywood de 1928 –época del propio rodaje de esta película-. El director Lev Andreyew (William Powell) rueda un film desarrollado en la revolución rusa. Para encarnar a un general en la película consulta varias fotografías de extras rusos y entre ellas elige la del general Dolgorucki (Emmil Jannings), hombre de elegante pero decadente aspecto, que se ofrece por 7’50 dólares por día –tal y como reza su ficha-. Este acude a la llamada y se presenta en un amplio vestuario de extras donde le entregan un uniforme de general –por piezas, en un hermoso y largo travelling lateral- que al mismo tiempo describe la miseria de los aspirantes a simples figurantes de la meca del cine.

Una vez en la sala de maquillaje el anciano ya uniformado muestra la condecoración que amorosamente guardaba, entregada por el propio Zar. La misma es vista por sus compañeros que ironizan con la misma y no terminan de creer en la veracidad de dicha afirmación, planteando una curiosa secuencia con todos los extras uniformados que de alguna manera recuerda un pleno campo de batalla. Una vez maquillándose y mirando al espejo, el anciano recuerda la Rusia de 1917, en la que él era el gran duque Sergius Alexander. La imagen nos retrotrae a las vísperas de la revolución rusa y muestra el enorme poder, influencia y destreza que demostraba en aquellos tiempos como jefe de los ejércitos zaristas. En aquellas fechas se desarrollaban las luchas de la I Guerra Mundial aunque en el seno de la población se fuera gestando le revolución de octubre.

En esas fechas previas, Sergius Alexander detecta la presencia de dos actores que animan a los revolucionarios. Uno es Leo Andreyev y otro Natalie Dabrova (Evelyn Brent). Alexander se deja impresionar por la belleza y simpatía de Natalie a la que adopta como acompañante. En esa relación Natalie –que se sitúa ideológicamente en las antípodas de Alexander- poco a poco observa y detecta la sinceridad de su amor a Rusia, entrega que le lleva incluso a despreciar extravagantes ordenes del Zar y buscar por encima de todo el menor riesgo posible para sus soldados. Esa sintonía entre Sergius y Natalia tiene su emotivo exponente en el encuentro que ambos tienen poco antes de que este parta en tren, con una sucesión de primeros planos llena de emotividad y sinceridad en las confidencias de ambos, en la que de forma latente detectamos la incipiente atracción amorosa existente.

Con la llegada de octubre de 1917 se inicia la revolución y la población se subleva contra las atrocidades zaristas. Sternberg proyecta ese inicio con enfrentamientos entre ambos bandos, filmando la opresión de las fuerzas militares filmando con el uso de amenazadoras sombras en planos generales que de alguna manera manipulan dramáticamente su aire trágico. Serguei viajará en tren para encontrarse con el frente de sus tropas pero en el transcurso del trayecto la máquina es detenida y el mando militar será detenido y extraído del mismo. Allí conocerá la humillación entre los revolucionarios embravecidos que estarán a punto de lincharlo, tal y como han hecho con otros dirigentes zaristas. Pese a la situación la personalidad del jefe del ejército les seguirá intimidando y Natalie manejará el enardecimiento de la multitud para lograr salvar su vida sugiriendo ante la masa de sublevados que este sea ahorcado en otra ciudad y que mientras tanto viaje como fogonero en el tren. El ya preso no reconocerá el carácter de interpretación de esta arenga, sintiendo en carne propia una enorme humillación que sobrellevará con entereza. Una vez allí esta le podrá señalar el verdadero objetivo de sus intenciones, renaciendo el amor existente entre los dos y entregándole el collar que este le había comprado antes para que con venta pueda huir de Rusia. Ambos se despedirán en una hermosa e intensa secuencia modulada por primeros planos seguidos de otros de alejamiento del tren, ya que el denostado dirigente saltará del mismo momentos antes de que sorprendentemente este descarrile y se hunda en un río helado.

La acción retornará de nuevo a la mirada del hoy extra mirándose al espejo evocando el lejano pero aún presente ayer. Y en el Hollywood de 1928 el antaño dirigente militar zarista se reencontrará de nuevo con Leo Andreyev, su antiguo preso actor. Este manifestará su satisfacción por encontrarse de nuevo con Alexander y le explica que su papel en la película es ni más ni menos que de alguna manera reinterpretar su personaje en una película centrada en la revolución rusa. Allí el director le entrega una fusta y le explica el contenido de la secuencia que ha rodar, que no es otra que un contraataque al avance de la revolución. En pleno rodaje al antaño general siente el impulso de su condición militar e imagina el avance de imaginarias hordas, representando su papel con maravillosa credibilidad hasta que su corazón no resiste su maltrecha salud y muere. El ayudante del director llegará a decir impresionado “Era un gran actor”, a lo que Andreyev apostillará mientras lo cubre con cariño con una bandera rusa de “atrezzo”. “Era un gran hombre”.

Más allá de la singularidad de su planteamiento –y me permito señalar que creo que las secuencias más transgresoras de la excesivamente mitificada EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES (Sunset Boulevard, 1950. Billy Wilder) se encuentran ya presentes en esta producción muda-, las excelencias de THE LAST COMMAND se encuentran en diversas vertientes, siendo una de las más significativas su constante contraste y espejo de representaciones y paradojas del destino que se ofrecen a lo largo del film. Hay numerosos ejemplos a lo largo del discurrir –esas fotos de extras que visiona el director de cine / más adelante es el general ruso el que supervisará las fichas del actor y su compañera; la propia representación que monta Serguei ante el zar con sus tropas menguadas y maltrechas; la impresión de reconstrucción que se ofrece en el ataque del ejército del Zar ante los revolucionarios con la proyección de las sombras; la misma configuración del flash-back (nada más apropiado que mirarse en un espejo) que estructura la historia en dos partes claramente diferenciadas; la ironía que supone plantear una historia así dentro del cine de Hollywood de la época, etc.-

De alguna manera el pasado y el presente se da en la mano como si de una paradoja del destino se tratara en la que la relación de causa y efecto está plenamente integrada en la narración. Con ello THE LAST COMMAND es al mismo tiempo una película sobre el respeto de la integridad de las personas en sus ideales. Un respeto que sobrepasa la frontera del antagonismo –para lo cual los tres personajes principales manifiestan su respeto mutuo ante sus acciones y lo que representan, teniendo su exponente más emotivo en los planos finales con la admiración que Andreyev muestra ante el ya cadáver de Serguei, cubriéndolo delicadamente con una bandera rusa de guardarropía –instante que recordará en su espíritu los momentos previos al asesinato de Marlene Dietrich en FATALIDAD (Dishonored, 1931)

La sensibilidad del militar ruso y Natalie permite a Sternberg algunos de los más hermosos planos de la película, en una relación de amor sin duda singular y que sorprendentemente culminará de forma abrupta con el sacrificio de esta y permitiéndole salvar su vida de la segura condena de los revolucionarios –en unos de los momentos más conmovedores y desgarradores filmados jamás por el vienés.

Es evidente que pese a los problemas que en el momento del rodaje tuvieron tanto Emil Jannings como William Powell, junto con Evelyn Brent forman un trío de intérpretes magnífico. Especialmente Emil Jannings compone un trabajo ciertamente memorable –solo me pareció más conmovedor en EL ÚLTIMO (Der Letzte Mann, 1924. F. W. Murnau)- en el que el contraste con su aspecto gallardo en la parte ambientada en 1917, con la desarrollada en 1928 donde sobrelleva con entereza su vejez y con la presencia de ese tic en el rostro producto de una herida de guerra. La expresividad del rostro de Jannigs es mimada por los primeros planos que sirven fundamentalmente aquellos momentos en que su dignidad personal es puesta a prueba, sirviéndole el primer oscar al mejor actor de la historia de la academia. A su lado la Brent sabe suponer su complemento en las secuencias desarrolladas en la Rusia zarista, mostrando su creíble intensidad en los momentos más dramáticos que ambos comparten en el encuadre.

LA ÚLTIMA ORDEN no deja de ser una película extraña en la filmografía de Joseph Von Sternberg, en la que de alguna manera se prefiguran títulos como la ya mencionada FATALIDAD y EL ANGEL AZUL (Der Blaue Engel, 1930). Sin embargo esa singularidad no le impide ser una de sus mejores obras, realizada además en un periodo fértil de una filmografía que quizá aún no había consolidado su característico estilo visual, pero en la que el conocimiento de la narrativa cinematográfica era un hecho ya consumado.

Calificación: 4

1 comentario

Feaito -

Una película poética, emotiva y un tanto desesperanzadora. Obra maestra de Von Sternberg.