CRIME AND PUNISHMENT (1935, Josef von Sternberg) Crimen y castigo
Si tuviera que definir en una palabra la primera impresión que me ha provocado CRIME AND PUNISHMENT (Crimen y castigo, 1935. Josef von Sternberg), el término sería de extrañeza. Extrañeza ante un producto inclasificable, en el que el ya consagrado realizador parecía de alguna manera abocado a la plasmación de una auténtica fantasmagoría cinematográfica, olvidando en buena medida el hecho evidente de suponer una adaptación del prestigioso referente literario de Dostoievsky. Y es que en todo momento nos encontramos con una película en la que –probablemente de manera voluntaria- se mantienen en el aire elementos y matices, como si el realizador no tuviera en realidad ningún interés por proseguir el sendero de una mayor o menor fidelidad argumental. En ese aspecto es interesante destacar como la acción se inserta “en un lugar y tiempo indeterminado”, aunque sus personajes respeten la denominación original rusa presente en el original literario, y pese a que la ambientación quede explícitamente ligada a la Norteamérica urbana del periodo de realización del film –marcado por las limitaciones derivadas de la gran depresión-. Ese grado de singularidad conceptual que caracterizaría la película, se muestra de un modo especialmente destacado en su propia configuración visual. Así pues, CRIME AND… prácticamente se desarrolla en interiores –o exteriores muy mitigados-, toda su propuesta argumental parece imbuida en un tono sombrío, como si se desarrollara en una hipotética tiniebla, la dirección artística ofrece una extraña configuración –es de especial interés la significación que ofrecen los retratos pictóricos que adornan la pobre residencia de Roderick Raskolnikov (Peter Lorre), como la tienen también los que sirven de apoyo a determinadas alocuciones y acciones del inspector Porfiry (William Arnold)-, y el tono fotográfico ofrece una claridad y nitidez quizá no demasiado habitual en el cine de aquellos años. Todo ello, en buena medida permite que la película adquiera en no pocos momentos una cierta herencia del cine mudo –estoy hablando de sus mejores propiedades- y en esa línea el film de Sternberg despliegue todo el bagaje de su singularidad.
Señalada generalmente como el inicio de la decadencia de su realizador, CRIME AND PUNISHMENT, lo cierto es que nos encontramos con una película en la que el gran cineasta supo ofrecer destellos de su reconocido talento y, sobre todo, una innata capacidad para transgredir los códigos por los que otro cineasta más académico hubiera retomado sin recato alguno –por ejemplo, la investigación detectivesca que se sucede al asesinato de la odiosa prestamista por parte de Raskonikov-. Por el contrario, Sternberg vuelve a demostrar que –gustara más o menos- se inclinaba por un cine diferente, abstracto, detector de los sentimientos de sus personajes, y utilizando para ello las miradas, los gestos y la iluminación como pocos de sus compañeros de dirección lograron hacer. Al mismo tiempo, el título que nos ocupa es el primero que firmó en USA tras su contrato, estando enclavado en la primitiva Columbia.
Más allá de todas estas circunstancias, la plasmación cinematográfica de la novela de Dostoievsky queda asumida por parte de Sternberg con un aparente respeto en una primera lectura. En esencia, la película propone las incidencias y acontecimientos vividos por Raskolnikow, su familia, el inspector e incluso la joven con que la que nuestro protagonista quedará inesperadamente ligado. Pero no dejo de pensar que una lectura algo más alejada de dicho planteamiento argumental, encierra la lucha interior de un hombre sensible –Raskolnikow-, uno de esos seres “extraordinarios” que él mismo señala en sus escritos sobre criminales, para intentar integrarse en un engranaje social y afectivo dominado por convenciones. Es decir, que en las intenciones del cineasta austrohúngaro, probablemente tuvo un mayor protagonismo la aplicación de un sentimiento que, muy probablemente, podía emerger de la propia personalidad de Sternberg, y del que esta película es un ejemplo perfecto, ya que nos encontramos –en apariencia- ante un título de segunda fila. Es decir, que puede que la inteligencia del realizador, le forzará a trasladar a la pantalla una parábola de su propia e incómoda situación dentro del cine norteamericano de aquel momento, tras unos años de esplendor en el periodo Paramount. Sea o no cierto este argumento que planteo, lo que nadie puede negar es que con CRIME AND… asistimos a un título todo lo imperfecto que se quiera pero dotado de una extraña definición, dominado además por una puesta en escena seca y desnuda, y sin agarradera alguna para cualquier tipo de sentimentalismo dirigido al espectador. El drama argumental aparece bastante desdramatizado –un rasgo que por otra parte viene a reincidir en la singularidad de la propuesta-, lo que apoyado de esa ya señalada lividez fotográfica –obra de Lucien Ballard-, la austeridad de su escenografía y elementos de producción, y esa sombría dimensión que mantiene su conjunto, son facetas entrelazadas que permitieron la puesta en marcha de una de las películas más inclasificables del cine USA de mediada la década de los años treinta.
Esa elección estética, es la que finalmente debería motivarnos a valorar en su justa medida un título que presumo debió provocar en su momento no poca incomodidad. Una incomodidad que muy pronto derivó en el desprecio más absoluto –hasta cierto punto es comprensible este hecho, cuando en esencia CRIME AND… habla de mediocridades individuales y colectivas-. Es por ello, que cuando varias décadas después tenemos la oportunidad de acceder al film de Sternberg, lo cierto es que una mirada limpia nos debe hacer vislumbrar –por encima de muchas otras virtudes del cineasta, y también de torpezas y limitaciones de la película-, la capacidad transgresora que por lo general sabía ofrecernos su cine. Una transgresión que, paradójicamente no se centraba ni en un humor satírico ni, por supuesto, la inclinación por propuestas de tesis. El mundo de Sternberg ofrecía un quiebro absoluto al modo generalizado de concebir la realización cinematográfica, basándose en gestos, miradas, inflexiones e incluso recurriendo a auténticas e imaginarías recreaciones de toda índole, capaces de satisfacer su vena creativa. Es algo que, de manera modesta y no siempre lograda, llevó a efecto con CRIME AND PUNISHMENT en la que probablemente no se encontraba casi nada de lo que previsiblemente buscaban los espectadores de su momento –de ahí su desdén generalizado-. Pero nosotros si podemos detectar e incluso disfrutar, hasta llegar incluso a conmovernos con ese plano final de un Raskolnikow casi iluminado, tras abrir la puerta del despacho del inspector Porfiry –quien siempre lo ha estado esperando-, acompañado de la entrañable, humilde y espiritual Sonya (Marian Marsh) -la mujer que ha insuflado una cierta ilusión en su atormentada existencia, y que en todo momento revela que su fe es su único apoyo para seguir viviendo, ya que procede de una familia pobre y desestructurada-, siendo encuadrada la figura del protagonista y proyectándose sobre su cuerpo la imagen de una cruz. Un momento memorable para un relato indudablemente irregular, pero al mismo tiempo apasionante por su propia definición.
Calificación: 3
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Luis -