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CINEMA DE PERRA GORDA

THE RIVER’S EDGE (1957, Allan Dwan) Al borde del río

THE RIVER’S EDGE (1957, Allan Dwan) Al borde del río

Seguramente en los estudios más pormenorizados que existan sobre la serie B norteamericana, se haga constancia de las similitudes que en argumentos, rasgos visuales y características, se pueden ofrecer entre determinados exponentes firmados por algunos de sus realizadores más inventivos y característicos. Viene esto a colación, puesto que con ser finalmente productos muy diferentes, encontré una enorme afinidad entre THE NAKED DAWN, dirigida por el eterno errante Edgar G. Ulmer en 1955, y este THE RIVER’S EDGE (Al borde del río, 1957) que, menos de dos años después, firmó uno de los grandes veteranos del cine de Hollywood, Allan Dwan, en el que supuso uno de los últimos exponentes de una de las trayectorias más dilatadas del cine norteamericano. Tan solo tres títulos firmaría con posterioridad Dwan, cerrando una andadura de la que resulta bastante poco accesible llegar a buena parte de sus films, y de la que personalmente destacaría la excelente SILVER LODE (Filón de plata, 1954) –uno de los westerns más insólitos de la década de los cincuenta, dotado además de una inequívoca lectura antimacarthista-.

Pero si antes señalaba las similitudes de partida de THE RIVER’S EDGE con THE NAKED DAWN, me basaba en diversos rasgos fáciles de detectar. En ambos casos nos encontramos con insólitos melodramas triangulares, se reviste al personaje femenino de una indudable aura erótica, y se definen sus relatos por sus rasgos de parábola bíblica. En ambos casos, además, nos encontramos con historias desarrolladas en ambientes contemporáneas –ambos podrían ser inusuales neowesterns-, pero que parecen encontrar ecos del pasado, y en ellas además se entremezclan elementos del cine del Oeste y el de aventuras, adentrándose finalmente hacia terrenos sorprendentemente inclinados a la abstracción formal. Con ello logran hacer tabla rasa de sus limitaciones de producción, hasta erigirse en extraños productos que se encuentran entre lo más insólito legado por el cine norteamericano en ese periodo de transformación cinematográfica.

Lo primero que cabría destacar del film de Dwan, es algo que ya venía heredado de otro de los productos epigonales suyos más apreciados –SLIGHTLY SCARLETT (Ligeramente escarlata, 1956)-. Es decir, nos encontramos ante títulos de serie B de la Fox, revestidos de un look muy lujoso, sobre todo en el cuidado de su fotografía en color –magnífica, obra de Harold Lipstein-, y centrados en unos pocos personajes, en cuya intensidad se despliega el conjunto de la película. THE RIVER’S… se inicia en sus títulos de crédito teniendo como fondo el plano de ese río por el que discurren los billetes que serán el eje de las tensiones sobre las que girará el conflicto dramático. Tras ello nos adentramos en el hogar de los Cameron. Allí vive el bonachón y bruto Ben (Anthony Quinn) y su esposa, la atractiva Margaret (Debra Pager). Ella estuvo casada con un gangster y experimentó la situación de libertad provisional, siendo rescatada de la cárcel al casarse con Ben, aunque lo cierto es que el matrimonio no funciona y en el fondo Margaret añora su antigua y peligrosa relación. Sin pretenderlo, aunque deseándolo de forma inconsciente, su anterior amante se presentará de forma casual –una ligereza de guión indigna de una película de sus cualidades-. Se trata de Nardo Denning (Ray Milland), un hombre de amables modales y extraña aura, que localiza a Ben con la intención de que lo guíe hasta la frontera mexicana. Muy pronto veremos que se trata del antiguo esposo de Margaret, que ve en el inesperado reencuentro la oportunidad de retornar  a una vida dominada por emociones y riesgos, emergiendo de esa rutina rural en la que se encuentra inmersa en su relación con Ben. Pese a la ambivalencia que le define, no duda en adentrarse en la estela del riesgo, convencida aparentemente de la honestidad en las intenciones de Nardo, aunque en realidad ligada por una psicología compleja y el atractivo de la maldad. Huye junto a él y pronto tendrá la oportunidad de comprobar que los peores instintos afloran en su personalidad; atropella de forma violenta a un policía de carretera cuando estaba a punto de mirar en el maletero de su coche –en un momento magnífico que culmina con las manchas de sangre en el vestido de Margaret, tras huir al temer que ella misma va a ser atropellada-; mata posteriormente a un veterano minero cuando se le abre el contenido de su maleta lleno de dólares, intuyendo una posible delación. Casi obligado por el destino que eligió, en Nardo se define la expresión del mal en sus acciones –señala para justificarlas que juega sus cartas según le llegan-. Sin embargo, y de forma paradójica, su fin vendrá cuando intente redimirse como ser humano y ayude a ese matrimonio, a los que de forma indirecta ha llevado a la unión en sus sentimientos. Por ello, cuando su Margaret contemple su cadáver destrozado, llorará la muerte con la aprobación de su marido, ya que merece esas lágrimas al demostrar sentimientos humanos al lograr con ello su redención como persona.

Ese recorrido moral está mostrado por la cámara de Dwan atendiendo a las compasiones horizontales, la potenciación del uso de la pantalla ancha, la utilización de espejos y reflejos que sirven para acentuar la dualidad de los sentimientos del trío protagonista –atención para ellos a las secuencias que se desarrollan en el interior del hogar de los Cameron- y, en los momentos iniciales, incidiendo con una enorme fuerza en la fuerza erótica del personaje encarnado por una Debra Paget en el esplendor de su belleza física. Para ello no hay más que contemplar los instantes en los que se la muestra mientras se prepara para ducharse, aplastando un escorpión que se introduce en uno de sus suntuosos zapatos de andar por casa –una metáfora de la definición de su propio personaje-, o embadurnándose en la ducha con un barro que acentúa ese carácter erótico. THE RIVER’S… destaca asimismo por la precisión con la que utiliza los fundidos encadenados para aportar detalles sobre las acciones de sus personajes –hay un momento en el que un pensamiento de Ray Milland funde con una hoguera nocturna en el mismo lugar en que culmina el plano de su rostro-. Ese grado de abstracción alcanza su punto más álgido en las secuencias nocturnas desarrolladas en una cueva, mientras se desata una tormenta-. Con ellas Dwan logra superar la pobreza evidente del decorado, para abrazar un auténtico ascetismo formal en el desarrollo de la evolución dramática del trío protagonista, o la limpieza visual de diversos de sus momentos en exteriores, en los que se logra traspasar esa condición de producto de serie B con aura de lujo, para alcanzar una notable hondura en sus planteamientos.

Ello no nos impide dejar de reconocer las limitaciones del conjunto. Por un lado, creo que Ray Milland no funciona en el personaje del malvado Nardo, hay algo que falla en su presencia. Por otra parte, hay diversas ligerezas de guión que chirrían en un conjunto muy bien plasmado. A la señalada de la aparición forzada del veterano gangster en el hogar de los Cameron, cabría añadir la forma por la que Ben descubre que se trata del antiguo marido de su esposa, o la torpeza con la que se muestra esa escalada de Nardo en la que la maleta con el producto de su previsible atraco se abre en plena montaña, cayéndosele su contenido en billetes. Son instantes que se dan de bofetadas en su ingenuidad con la brillantez visual alcanzada por Dwan, y ese carácter de parábola en la inesperada búsqueda de la redención personal a través del sacrificio, que define un título brillante aunque no tan definitivo como algunos especialistas suelen considerar. Algo  que de todos modos no les impide ser incluida entre ese valioso conjunto de manifestaciones tardías de la serie B a finales de los cincuenta, definidas por su extrañeza formal y hetereogeneidad genérica, y suponiendo uno de los últimos exponentes de un gran realizador, aún necesitado de su definitiva vindicación.

Calificación: 3

1 comentario

Alfredo -

Ray Milland no aparece de casualidad, ha seguido la pista de la chica (lo dice en cierto momento en el hotel "en cuanto tuve el dinero vine a por tí").
La manera qeu Ben tiene de enterarse de la identidad del recien llegado es lógica: él sabe que ella aún guarda fotografías de su antiguo amante y corre a comprobarlo ante la extrañeza de la situación anterior en la que parecían reconocerse ellos...

Creo que estos puntos (sobre todo el primero, recuerde el diálogo del hotel) desmienten ciertos fallos que usted enumera.
Por otra parte, tengo que agradecer su crítica al existir poca reflexión sobre la obra de Dwan en nuestro idioma.