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CINEMA DE PERRA GORDA

TENESSEE’S PARTNERS (1955, Allan Dwan) El jugador

TENESSEE’S PARTNERS (1955, Allan Dwan) El jugador

Suele haber bastante consenso a la hora de situar TENESSEE’S PARTNERS (El jugador, 1955) entre las mejores obras de la extensísima filmografía del norteamericano Allan Dwan. Una copiosa producción que abarca centenares de títulos desde el corazón del periodo silente, y que en la década de los cincuenta logró alcanzar una cierta estabilidad laboral –siempre dentro del ámbito de la serie B-, en una serie de títulos producidos por Benedict Bogeaus –una personalidad cinematográfica a la que se debe la iniciativa de numerosas películas de interés y que, por el contrario, no ha merecido aún ese aura mítica que sí alcanzaron otros productores dentro del ámbito de la producción de bajo presupuesto, como fue el caso de Val Lewton. Valga este enunciado como llamada de interés para efectuar una mirada global a su aportación como promotor fílmico-. Entre esta larga colaboración entre ambos, surgieron westerns, extrañas e incluso estrambóticas parábolas bíblicas envueltas en ropajes del cine aventuras, triángulos amorosos articulados por su alcance pasional... Toda una amalgama de propuestas que se caracterizaron en todo momento por su sensualidad, el hecho de romper cualquier barrera genérica en la que fueran insertadas, la valentía que pusieron en práctica al plasmar proyectos sin miedo a caer en el ridículo –cierto es que en muy pocas ocasiones lo bordearon, al menos entre los títulos que he podido contemplar de esta colaboración- y también por la fidelidad hacia determinados técnicos, que aportaron una unidad a estas películas, por más que estas frecuentaran géneros variados, e incluso estuvieran dotadas de un extraño esplendor visual. Es algo que el propio Dwan destacaba en una lejana entrevista a Peter Bogdanovich, resaltando la aportación como director artístico de Van Nest Polglase, un hombre de gran talento que había caído en desgracia en los grandes estudios debido a su adicción a la bebida y, por otro lado, el gran operador de fotografía John Alton, quien sintonizó con Dwan de una manera especial, transmutando ese blanco y negro de gran dureza que había caracterizado su aportación previa, dotando a los títulos en los que colaboró con el veterano pionero de una extraordinaria gama cromática, para lo que hubo que luchar con trucos sorteando las trabas sindicales, y lograr con ello esos rodajes rápidos que demandaba el equipo productor comandado por Bogeaus.

 

He de señalar que entre los exponentes que he contemplado de esta colaboración, no dejaría de destacar –pese a defectos inherentes a producciones de escaso presupuesto-, los valores y la singularidad que presentaban PEARL OF THE SOUTH PACIFIC (1955), THE RIVER’S EDGE (Al borde del río, 1957) e incluso no debería dejar de citar el reconocido y previo SLIGHTLY SCARLET (Ligeramente escarlata, 1956) –que dejo en un poco en el aire, en la medida que hace muchos años que no la he revisado, aunque estoy seguro que en una próxima revisitación me depararía un interés aún superior-. En cualquier caso, no dejo de reconocer que hasta el momento de contemplar el título que comentamos, si hubiera tenido que quedarme con un título de cuantos había contemplado de Dwan –menos de los que quisiera-, sin duda elegiría el electrizante y casi aterrador en su crítica del maccarthysmo SILVER LODE (Filón de plata, 1954), uno de los westerns más atrevidos, valientes e incluso arriesgados formalmente que jamás produjo Hollywood. Pero hete aquí que acceder a TENNESSEE’S... de alguna manera ha sacudido –por fortuna- este relativo escalafón que tenía establecido en mi recuerdo de la figura de Dwan. Y es que aún reconociendo que seguiría citando SILVER LODE como mi título suyo preferido, no es menos cierto que situaría en un similar grado aprecio a la extraña mezcla de cine del Oeste y melodrama que ofrece esta magnífica película, basada en una historia de Bret Harte, y llevada a la pantalla bajo un amplio equipo de guionistas, entre los que al parecer se encontró el propio realizador sin estar acreditado.

 

La película se inicia con unos títulos de crédito dotados de una extraña tonalidad, centrados en el extraordinario cromatismo ofrecido por Alton, combinado por una alegre canción que servirá como fondo para mostrar la llegada de Cowpoke (un Ronald Reagan que interpreta su personaje con notable sensibilidad) a una localidad de California, con la intención de encontrar allí a la mujer con la que se ha relacionado por escrito, y que aspira a convertirse en su esposa. Este ha trabajado durante largo tiempo en una mina, siendo poseedor de una nada despreciable fortuna que pondrá a disposición de su futura esposa. Muy pronto, a la llegada a esas calles que le servirá de encuentro, el joven minero actuará instintivamente en defensa de alguien que no conoce, pero que resultará esencial en su destino. Se trata de Tennesse (un magnífico en su impasibilidad John Payne), conocido jugador de la localidad, relacionado con la dueña de un extraño local en el que jóvenes muchachas esperan su destino como futuras esposas –la duquesa (Rhonda Fleming)-, y al mismo tiempo envidiado por las constantes fortunas que gana jugando al poker; algo que no pocos atribuirán a trampas, pero que él mismo asume en su conocimiento del juego –que en definitiva se podría extender como una metáfora a su visión desencantada de la condición humana-. La defensa ofrecida por el recién  llegado salvará la vida de Tennesse, estableciéndose muy pronto una sincera amistad entre ambos hombres, siendo Cowpole invitado a residir en el local que regenta “la duquesa”. Sin embargo, este intercambio de afecto se verá pronto erosionado al conocer nuestro jugador a la que supuestamente sería la esposa de su amigo; una de sus antiguas amantes, joven de dudosa reputación que pronto intuirá solo desea aprovecharse del inocente minero. La situación llegará a enfriar una amistad que se aventuraba como inalterable, y que llegará a convertirse en motivo de abierto enfrentamiento cuando Tennesse simule fugarse con la prometida de su amigo, haciéndola viajar en un barco de río, y entregándole el suficiente dinero para que se aleje de este. Mientras tanto, tanto la duquesa como Cowpoke quedarán atónitos de lo sucedido, quedando este último con la plena disposición de buscarlo para matarle. Será todo ello el inicio de una serie de situaciones de creciente dramatismo, que culminarán en el estallido colectivo en una localidad minera en la que prenderá la denominada “fiebre del oro” con el descubrimiento de una mina que había patrocinado Tennesse, aprovechándose para ello el eterno enemigo del concienzudo jugador –Turner (Anthony Caruso)- para acabar con alguien que se interpone en sus planes, y considerar a este un eterno rival.

 

TENNESSEE’S PARTNER sorprende e incluso en no pocos momentos llega a deslumbrar, en primer lugar por su propia esquiva ubicación genérica; encontrarnos ante un extraño western que apenas roza los mínimos exigibles para ser insertado en el género, escorándose de manera creciente en la espiral del melodrama. Pero al mismo tiempo tampoco puede decirse que su contenido se centre en los esquemas propios del género por excelencia del cine. Unamos a ello la propia extraña configuración de sus imágenes, que se iniciarán y culminarán de manera en apariencia alegre y optimista, casi como si indicaran al espectador que todo aquello que acaban de contemplar no es más que una más de las representaciones de la comedia de la vida. Ayudado por ese ya señalado admirable cromatismo de sus fotogramas, insertando en la acción un marco tan insólito como ese salón en el que jóvenes muchachas buscan encontrar la solidez de sus vidas encontrando esposos dotados con los recursos logrados en las minas, podríamos descubrir en el film de Dwan un alcance transgresor comparable al de los melodramas más reconocidos que por aquellos años estaba rodando Douglas Sirk. Cierto es que en esta ocasión, no encontramos una mirada de denuncia tan concreta como la que planteaba el citado SILVER LODE, pero no es menos cierto que en la apariencia sencilla de la película que comentamos, aparece configurada de una rara y cada vez más apasionante complejidad, en la que además se alcanza un admirable equilibrio entre lo que se narra y la manera de plasmarlo con unos modos cinematográficos secos, directos y honestos.

 

Y es que, en última instancia, lo que realmente describe el film de Dwan es una abierta parábola sobre la importancia de la amistad, quizá planteada en la película como la relación más hermosa que pueda plantearse entre dos seres humanos. Sin buscar en ello cualquier matiz de índole homosexual, no cabe duda que en la película destacarán con fuerza dos fragmentos en los que Tennesse y Cowpoke se confesarán en sus intimidades. El primero de ellos quedará enmarcado cuando ambos son encarcelados brevemente tras la muerte por parte del recién llegado del pistolero que estaba a punto de acabar con el conocido jugador. Serán unos instantes en los que se desprenderá una enorme complicidad entre ambos –atención al detalle del encuadre especial entre unas rejas más acusadas que rodean a Tennesse-. El otro encuentro sucederá en la parte final de la película, cuando tras una cruenta pelea entre ambos, revelará al desengañado minero la realidad de aquello que el jugador le había contado, respecto a la nula fiabilidad que le iba a ofrecer la joven de dudosa moralidad que iba a ser su esposa –es especialmente revelador el detalle de la mano que Cowpoke pondrá en el hombro de ese amigo que ha recuperado-.

 

Pero con ser quizá el nudo gordiano de la película, limitar la excelencia del film de Dwan a este apólogo moral en torno a la amistad, sería obviar el abundante caudal de sugerencias y aciertos que presenta un relato conducido con una progresión ejemplar. Detalles como la manera con la que es presentado Tennesse –emergiendo en plano medio durante una partida de cartas -en la que se atisbará la animadversión que Turner le profesa, quizá basada más que en las pérdidas que sufrirá sin descanso, en la propia seguridad que nuestro protagonista manifestará en todo momento-. Puede con ello que los responsables de la película desearan mostrar un prototipo del ser escéptico ante un entorno malsano y sombrío pese a la visión colorista que muestran en todo momento sus secuencias. En realidad, el experto jugador parecer emerger por la función como un ser ajeno a la mediocridad imperante en un territorio al que ha recalado tiempo atrás, después de haberlo hecho en otros estados, y del que su extraño –y noble- sentido de la dignidad, tendrá en ese joven minero ilusionado que le ha salvado la vida, un referente para devolverle una andadura existencial merecedora de un mejor destino. Pero al mismo tiempo, la película no dejará de apostar por su poderosa forma narrativa –el espléndido y tenso episodio en el que Turner contratará a un matón para que provoque a Tennesse en una partida de cartas, será un perfecto ejemplo de dicho enunciado- ni tampoco por la inclusión de afilados diálogos, como el que mantendrá el citado Turner con dicho matón antes de cerrar el trato con este, quien le pregunta que sucederá si pierde. “Un funeral gratuito” será la concisa respuesta del eterno enemigo del protagonista del film.

 

Pero aún existirá un diálogo que –a mi modo de ver- en sus pocas palabras, se erigirá como el momento más conmovedor de una película sorprendente, sin asideros emocionales, deslumbrante en no pocos momentos y que, sobre todo, se erige como una de las muestras más atrevidas que el cine del Oeste brindó en aquellos años cercanos a su crepúsculo como género. Me refiero a ese plano que muestra de forma tan sencilla como dolorosa el funeral de Cowpoke con la sola de presencia de Tenesse y la duquesa. El único y lacónico comentario que el experto jugador acertará a pronunciar, intuyendo en su semblante taciturno el dolor por haber perdido a alguien a quien quiso de verdad pese al poco tiempo que convivió con él; será “Y ni siquiera conocía su nombre”.

 

Así es como narradores con décadas y décadas de oficio a sus espaldas, supieron en un periodo de transformación industrial y cercano declive de la serie B, articular propuestas magníficas, a las que el paso de los años no solo no merman en sus cualidades, sino que incluso me atrevería a decir confirman en sus vigencia. TENNESSEE’S PARTNERS fue un claro y venturoso ejemplo de dicho enunciado.

 

Calificación: 4

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