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CINEMA DE PERRA GORDA

TIDE OF EMPIRE (1929, Allan Dwan) Gesta de hidalgos

TIDE OF EMPIRE (1929, Allan Dwan) Gesta de hidalgos

Escarbar dentro de la vasta obra de Allan Dwan, supone encontrarse con títulos que -no importa en que marco genérico se encuentren- ofrecen precisión narrativa, inventiva, singularidad y distanciamiento. Es algo que, punto por punto, se cumple en TIDE OF EMPIRE (Gesta de hidalgos, 1929), una producción de Metro Goldwyn Mayer aún silente que, sin embargo, presenta una sonorización en varios de sus elementos ambientales. Nos encontramos ante una singular propuesta de cine de Oeste que, como no podía ser de otra manera viniendo de quien viene, no deja de suponer una mirada singular, en el contraste que se establecería a mediados del siglo XIX, entre los sucesores españoles de los colonizadores de California, en el enfrentamiento que se vivirá con la repentina invasión que marcará la fiebre del oro. Todo ello, será el ámbito en el que Dwan describirá esta inicialmente un tanto apergaminada, pero muy pronto vibrante película, que en poco más de setenta minutos de metraje, nos brinda incluso un recuerdo muy frecuente en el cineasta; el aporte de elementos de comedia.

TIDE OF EMPIRE se inicia con unos escuetos planos, describiendo la evolución humana descrita en el estado de Carolinas, y centrándose en la significación que, en la mitad del siglo XIX, mantendrán las propiedades del ya veterano terrateniente José Guerrero (George Fawcett). Es este, un hombre caracterizado por su fortuna y propiedades, padre de dos hijos; Josephita (Renée Adorée) y Romualdo (William Collier Jr.). Dos seres, es estos, muy unidos, estableciéndose entre ellos una relación de leve raíz incestuosa -la secuencia en la que se describe la misma, resulta reveladora, como lo será el apasionado beso en la boca que, bastante más adelante, Romueldo brindará a su hermana, instantes antes de marcharse -tras perder la familia su rancho-, aunque tanto en la familia haya una franca camaradería, al tiempo que todos ellos sean considerablemente considerados son sus sirvientes -un elemento que, unido a lo apergaminado de la ambientación, sea lo más caduco de la función-. Aunque la elipsis marque su importancia, el paso del tiempo y la presencia de nuevos moradores, menguará el poderío económico de Guerrero.

Uno de ellos, será precisamente el joven, valeroso, ingénuo y atractivo Dermond D’Arcy (Tom Keene), llegado hasta tierras californianas, al objeto de alcanzar fortuna hallando oro. Para lograr su objetivo, se aliará con un avejentado y chispeante oficial de prisiones, que se encuentra reteniendo a unos pintorescos presos, en una población donde se ha quedado solo. D’Arcy le convencerá en que se sume con él portando a los presos ¡en una jaula!, que se trasladará en el camino con ruedas. Dicho trayecto será el que le permita conocer a la arrogante Josephita, quedando prendado de ella, aunque no reciba de la muchacha más que desprecios. La percepción de la velocidad del caballo del joven, hará que un ranchero resentido por una negativa de la muchacha, inscriba al animal en una carrera que se realiza anualmente, dentro de una celebración campestre. El caballo de Dermond ganará la pugna, resultando ganador de la propiedad del rancho, que había apostado su dueño, José Guerrero. El nuevo propietario, será recibido por su hasta entonces anciano dueño, y teniendo como compañía a Josephita. D’Arcy renunciará a la propiedad, pese a recibir otro de los brutales rechazos de la joven, y sin impedir que José Guerrero muera inesperadamente de tristeza.

Una nueva elipsis nos llevará a la rápida conquista de oro por parte del joven protagonista, estableciéndose en una población de aún incipiente estructura, aunque abigarrada convivencia humana, debido a la eclosión del oro. La llegada del progreso casi se palpa, en un ambiente dominado por un cierto sentido de la aventura, y en la que la presencia de nuevos elementos de comunicación, como la instauración de una nueva agencia de mensajería, quedará sometida a prueba a partir de la emboscada aplicada por un grupo de bandidos, entre los que se encontrará -sin pertenecer realmente a sus intenciones- Romualdo, el hermano de Josephita, huido en su momento, sin llegar a conocer la muerte de su padre.

Antes lo señalaba; los primeros minutos de TIDE OF EMIPRE, son sin duda los más endebles de su conjunto, más allá de la eficacia de sus planos iniciales. Esa querencia por lo convencional e incluso lo paternalista, pronto encontrará un valioso contrapunto, al entrar en escena la figura del héroe, por más que la misma quede revestida de una cierta aura de bobaliconería -esa perenne sonrisa de Tom Keene-. Las secuencias en las se encontrará con ese ya descreído carcelero, que le mostrará un cuarto, lleno de palas para excavar, que no encuentra en una población que ha quedado desierta por completo, no supondrá más que una más de esas insólitas fugas cómicas, que dotarán de personalidad el cine de Dwan. La película mostrará otros pasajes insertos en dicha corriente, como esos presos que aparecerán casi como ayudantes custodiados por ese pintoresco oficial de prisiones por las noches, mientras que de día no serán más que colaboradores de este y del propio D’Arcy. En la divertida pareja de propietarios del salón, que no desaprovecharán la ocasión de emborracharse, a escondidas uno de otro. O en la impagable descripción del rápido juicio, al que se someterá a los bandidos que han intentado asaltar la población.

A dicho regusto a comedia. A la presencia de lances románticos, centrados fundamentalmente en esa lucha de Josephita, contra el sentimiento que Dermond le transmite -y que se hará especialmente tangible en la parte final, cuando el muchacho la bese con delicadeza en la mano, antes de marcharse-, lo cierto es que el devenir de TIDE OF EMPIRE proporciona no pocos elementos de regocijo. No será el menor de ellos, precisamente, la dinamización que proporciona esas alteraciones de tono, e incluso la mixtura de géneros. Por ello, en su rápido discurrir podremos disfrutar de esa magnífica cabalgada que brindará la competición de los tres rápidos caballos, o la insólita carrera de ranas. Nos permitirá percibir esa insólita presencia de dos zooms de retroceso, que servirán para describir el entorno poblacional que ha definido ese núcleo de buscadores de oro. Brindará igualmente el desarrollo de un intenso tiroteo, narrando el asalto de esa pandilla de fascinerosos, deseosos de asaltar los enseres de la nueva empresa de mensajería, cuyas intenciones logrará detectar D’Arcy, coordinando las acciones de réplica. Y la película, dentro de ese creciente maremandum de acciones, provisto de una muy dinámica planificación, aún nos brindará un instante magnífico, revelador de la enorme inventiva visual de Allan Dwan. Herido de bala, el joven cowboy rescatará a Romualdo de la emboscada que se está viviendo en la población, llevándolo en brazos hasta la habitación donde se encuentra su hermana, para poder atenderlo. Una vez reducida la banda, alguien hará señalar el hecho de que uno de sus componentes ha sido recogido por Dermond. Para lograr recuperarlo, subirán varios buscadores, siguiendo el rastro de sangre que este ha dejado por el angosto pasillo, que son mostrados por la cámara en un travelling frontal en picado. Una audacia visual de enorme modernidad, en una película que culminará casi con un brindis a lo inverosímil, con la puesta en escena de una salvación de Romualdo en el último minuto, con los mejores regustos del serial, y permitiendo la definitiva consolidación, del amor entre sus dos jóvenes protagonistas.

Calificación: 3

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