Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

MALA NOCHE (1985, Gus Van Sant)

MALA NOCHE (1985, Gus Van Sant)

Suele decirse –y no sin razón-, que MALA NOCHE (1985) contiene en su corto, intenso, desequilibrado y apasionado metraje, todo lo que posteriormente configuraría el mundo visual y temático del norteamericano Gus Van Sant. Desde su recurrencia a metáforas visuales marcadas en cielos nubosos, hasta su inclinación por ambientes marginales, pasando por la incorporación de una extraña poesía o la capacidad por revelar una extraña sensibilidad a la hora de tratar emociones marcadas en personajes jóvenes –sin olvidar, por supuesto, el alcance homoerótico de su cine- se dan cita, quintaesenciados, en esta producción de bajo, bajísimo presupuesto. Un film que el propio director reconoce como el primero en su filmografía –años atrás rodó una película que jamás llegó a completarse y exhibirse-, y en el que desde el primer momento se logra transmitir bajo sus imágenes oscuras, contrastadas y sincopadas, la traslación cinematográfica del deseo que el joven Walt Curtis (un memorable Tim Streeter ¿Cómo es posible que este chico no hiciera más cine?) mantiene con Johnny (Doug Cooeyate), un joven inmigrante ilegal mexicano, en el contexto de la ciudad de Portland. Curtis trabaja como dependiente de un lúgubre establecimiento mientras desarrolla su vida de forma totalmente alternativa, dentro de un ambiente definido por la marginalidad y una visión alternativa de la propia existencia. Una andadura vital que para nuestro protagonista revestirá un nuevo aliciente al atisbar por vez primera al desarrapado y arrogante Johnny. Desde el primer momento, su voz en off delatará sus intenciones y su homosexualidad le llevará a una sincera carrera por conquistar a un muchacho que le es totalmente esquivo en sus deseos. El centroamericano se encontrará siempre acompañado por su amigo Roberto Peper (Ray Monge), joven con el que Curtis igualmente estrechará sus lazos de sincera amistad, con la nada velada intención de conquistar su objeto de deseo.

 

A partir de esa premisa, MALA NOCHE se desarrolla como una crónica casi desprovista de argumento, centrada fundamentalmente en la mirada desplegada por un joven sensible, irónico, atractivo y maduro en su asumida sexualidad, y en la convicción manifestada en su modo de vida. Ello tendrá su contraste en la manera con la que desarrolla su existencia un joven que no deja de sufrir una constate frustración en sus anhelos de felicidad a la hora de conquistar a un joven desafecto e insolente, pero no deja de manifestar una complacencia de su disfrute de la vida, dominada por una visión de las cosas casi contemplativa. En efecto, es ese un sentido del humor que se muestra en momentos como aquel que describe el malestar físico del protagonista tras ser penetrado por Peper, o en otros diversos instantes que contribuyen a establecer un contrapunto en una historia que podría resultar melodramática o efectista, pero que Van Sant logra en todo momento controlar en el sendero de una sinceridad y una originalidad que, a fin de cuentas, revierte como su cualidad más relevante.

 

MALA NOCHE basa su personaje protagonista en el relato autobiográfico realizado por el poeta beatnick Walt Curtis, que siguió muy de cerca el proyecto de este film desarrollado a raíz de la amistad establecida con el cineasta. La baja dotación presupuestaria del producto, es indudable que forzó a sus artífices a elaborar una textura visual, que al mismo tiempo otorga a las mismas una pátina de modernidad y un regusto a deliberada referencia a ese cine independiente ejemplificado por nombres como John Casavettes y todos los apóstoles del urderground fílmico. En medio de esas coordenadas, es evidente que contemplando la película podemos encontrar referencias al mundo temático y estético reiterado por Van Sant en su no muy extensa filmografía, comenzando por las enormes semejanzas que muestra con MY OWN PRIVATE IDAHO (1991) –hay unos planos en los que Streeter parece un hermano gemelo de Keanu Reeves en dicho film-, la anterior DRUGSTORE COWBOY (1989), o incluso en la relación conflictiva que se manifiesta entre el conflictivo prodigio y el profesor de GOOD WILL HUNTING (El indomable Will Hunting, 1997). Con el paso de los años, y pese a equivocaciones como el remake de PSYCHO (Psicosis, 1998) o sus claudicaciones en el marco del cine mainstream, es evidente que en la figura de Van Sant se encuentra un cineasta consecuente, arriesgado, honesto consigo mismo y que, pese a no haber ofrecido en su obra bajo mi punto de vista ningún logro absoluto, sí que se erige como un notable representante dentro de la galería de realizadores norteamericanos de interés surgidos a partir de finales de la década de los ochenta. En este sentido, el título que nos ocupa ofrece sus mayores atractivos en dos elementos fácilmente constatables, combinados y utilizados con una destreza casi admirable, y que hablan no solo de la habilidad de sus artífices, sino de la sinceridad y convicción con la que están resueltas. Me refiero por un lado en la articulación de su montaje, que logra combinar una inicialmente caótica muestra de planos sueltos, dispuestos con aparente anarquía, que en su conjunto logran articular una propuesta honesta, descriptiva, atractiva en la incorporación de esas pinceladas contrapuestas, en ese patetismo moderado y tamizado por lo general con una vertiente irónica y humana, que permiten que la credibilidad del conjunto avance hasta configurar un relato entrañable.

 

El otro elemento que contribuye a dotar de espesura y personalidad al conjunto, erigiéndose como el auténtico rasgo vector que solidifica sus sugerencias, es la apuesta –sin duda acuciados por la economía de medios, pero estoy convencido que también consecuentemente con el espíritu del film- por una fotografía en blanco y negro dominada por fuertes contrastes, concretos puntos de luz, y por lo general desarrollada en secuencias nocturnas. Una elección formal que imprime carácter, logra definir el contexto de sus personajes, ejerciendo como auténtico catalizador de sus estados de ánimo, y mostrando una mirada fílmica que refuerza la sensación de desarraigo manifestado por las actitudes de sus protagonistas. Unos por vivir en penuria en un entorno que no es el suyo, y otro por tener que luchar por alcanzar su anhelo de felicidad a partir del desarrollo de su sexualidad marginal, centrado en el reiterado intento de conquistar de este joven inmigrante mexicano. Virtudes todas ellas que desde el primer momento logran prender no solo el interés, sino la implicación activa del espectador, que se identificará quizá no tanto por ese Johnny que en el fondo no hace más que provocar a Walt, pero sí en la persona del joven y bondadoso vendedor de comestibles, e incluso en la figura de Peper, el joven amigo de Johnny, quien finalmente aceptará la amistad de Curtis, cayendo finalmente muerto tras una persecución de la policía.

 

Sin embargo, esta película personal y, por momentos, apasionada, revela ciertas imperfecciones. En algunos momentos parece palparse una ausencia de guión, o que su discurrir narrativo nos lleve a una tierra de nadie. Y otro elemento cuestionable es la incorporación de unos escasos planos en color, que corresponden a las filmaciones realizadas con la cámara que de repente adquiere Walt a bajo precio, mostrando unas imágenes de cierta felicidad de los protagonistas que se extenderán a los títulos de crédito finales. No voy a negar que estas se muestran precisamente como contraste utópico de una relación imposible de fraguar en el contexto de la película, pero a mi juicio desvirtúan la radicalidad de su apuesta por la imagen en ese contrastado blanco y negro. Por decirlo con otras palabras, me induce a pensar que la sinceridad que alcanza la película por dicha elección estética y lumínica, no es más que una pose. No digo que realmente lo sea, pero la presencia de esos escasos instantes a color, me llevan a tener que  admitir dicha posibilidad.

 

Película breve, intensa, sombría y alegre al mismo tiempo, es evidente que el paso del tiempo ha permitido recuperar los valores de la misma, y al mismo tiempo reconocer que en ella se da cita, de forma condensada, la esencia del mejor cine realizado por el controvertido realizador norteamericano, además de permitir un retrato singular del poeta Walt Curtis en su juventud, logrando encontrar una sensacional encarnación física en el trabajo descomunal, limpio y sincero del joven Tim Streeter.

 

Calificación. 3

1 comentario

Jordan Flipsyde -

Have no doubts because of trouble nor be thou discomfited