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CINEMA DE PERRA GORDA

CARLTON-BROWNE OF THE F. O. (1959, Roy Boulting & Jeffrey Bell) Despiste ministerial

CARLTON-BROWNE OF THE F. O. (1959, Roy Boulting & Jeffrey Bell) Despiste ministerial

Sin elevar jamás sus elementos de interés por encima de un tono medio agradable y ocasionalmente divertido, no es menos cierto que un título de las características de CARLTON-BROWNE OF THE F. O. (Despiste ministerial, 1959. Roy Boulting & Jeffrey Bell) revela el nivel medio definido por la comedia británica, en un contexto donde la producción de aquel país se encontraba de lleno imbricada en la influencia del Free Cinema, reactualizando esa vieja inclinación al realismo que siempre supuso uno de los elementos vectores de su cine. Todo ello, dentro de un marco donde el eje de atracción se centraba en esa manifestación inglesa de las corrientes renovadoras que invadieron las inquietudes fílmicas de los diferentes países europeos. Fue un contexto, que duda cabe, netamente positivo, pero al mismo tiempo contribuyó a que en aquel entonces quedara oscurecida la valoración de propuestas inscritas dentro del tradicional cine de géneros –en ese sentido, el desprecio general con que fue acogida la aportación de Terence Fisher, uno de los cineastas mayores de Gran Bretaña, fue escandalosa-. Por todo ello, el hecho de que títulos de aceptable nivel medio como el que nos ocupa fueran rápidamente olvidados es en cierta medida comprensible, aunque bueno será que con el paso de los años puedan destacarse como ejemplos de cine sencillo, destinados al disfrute de un público al que se trataba con respeto, y asegurado con probadas recetas de eficacia lamentablemente añoradas e inexistentes en la producción de nuestros días. Es a partir de ahí donde se pueden buscar los elementos por los que discurre CARLTON-BROWNE..., limitados en su vertiente negativa por una cierta tendencia bufonesca y la incapacidad para profundizar en el alcance crítico que su propuesta deja entrever en todo momento –en este sentido, se echa de menos la implicación de un realizador de la talla de Alexander Mackendrick-, y que curiosamente sí lograría manifestar una posterior comedia de los Boulting –HEAVENS ABOVE! (1963), a mi juicio una de las perlas del género en el cine inglés de los sesenta-. Pero entre las virtudes del film de Boulting & Bell se encuentra la divertida parodia de numerosos estereotipos relativos a las convenciones y rasgos burocráticos de la política inglesa.

 

Para ello plantean la súbita reaparición en la vida política británica de la ignota isla de Gaillardia, ubicada en el Caribe y que ejerce como colonia británica desde inicios del siglo XX. De la noche a la mañana, un insospechado interés unirá a los políticos ingleses con otros soviéticos en una sorprendente pugna entre representantes de ambos gobiernos, que decidirán enviar representantes para lograr alcanzar la anuencia de las autoridades del pequeño país. Por su parte, un atentado permitirá llevar al trono del mismo al joven Louis (Ian Bannen), educado en una universidad inglesa y gran conquistador de mujeres. En medio de este contexto, el gobierno británico enviará como principal negociador a un torpe e inepto funcionario -Cadogan de Vere Carlton-Browne (Terry-Thomas)-, encargado hasta entonces del inactivo departamento de servicios externos. Un burócrata de familia de abolengo que solo piensa en partidos de cricket y reuniones en su club, que de la noche a la mañana se encargará de asumir una misión en teoría absurda, pero que finalmente tendrá la difícil virtud de complicarla con sus estúpidas decisiones. Todo un compendio de sinsentidos, demostración de la vacuidad de las normas diplomáticas y de política exterior, que de alguna manera ironizaron con ese periodo colonial que Gran Bretaña estaba finiquitando en aquellos años, pero que de manera más cercana al ámbito cinematográfico, nos podrían acercar con referentes que van desde PASSPORT TO PIMLICO (Pasaporte para Pímlico, 1949. Henry Cornelius) hasta la casi coetánea THE MOUSE THAT ROARED (Un golpe de gracias, 1959. Jack Arnold). Propuestas amables, ocasionalmente inspiradas, en líneas generales dominadas por un patrón cinematográfico más o menos similar, dominado por las agudezas de un guión y un espectacular reparto, que en el título que nos ocupa reúne a figuras de alcance cómico como Peter Sellers –en un rol de inspiración chapliniana, encarnando a un corrupto primer ministro- o ese Terry-Thomas al que cabría hacer justicia lo antes posible, como uno de los grandes actores cómicos del cine inglés en las décadas de los cincuenta y sesenta –lamentablemente, a pesar de la admiración que le profesaron realizadores como Frank Tashlin o Richard Quine, Thomas no alcanzó en su madurez ningún rol cinematográfico que hubiera servido para reivindicar su figura-. Junto a ellos, destacaremos la presencia de un joven Ian Banner o John Le Mesurier encarnando sorprendentemente a un gran duque de tintes absolutistas.

 

Dentro de estas características, beneficiado por un ajustado montaje y los tintes festivos de la partitura de John Addison –muy pronto ligado a los mejores Films de Tony Richardson-, lo cierto es que CARLTON-BROWNE... alcanza sus mejores momentos cuando sus tintes paródicos ponen en solfa las ridículas convenciones que las relaciones internacionales. En ese sentido, los motivos de regocijo no son pocos; desde ese interminable himno de Gaillardia que los británicos tienen que soportar a su llegada, hasta la aplicación de esa inesperada división de la colonia que produce la sugerencia británica en las Naciones Unidas ¡Que llega a implantarse en esa franja blanca que se inserta hasta en un tren!, pasando por el desplome de un palco de autoridades en medio de un desfile militar... Lo cierto es que esa capacidad de ironía llega a invadir las secuencias del film de Boulting & Dell, hasta llegar a su momento más álgido con el rosario de situaciones ridículas que se perciben a raíz de la coincidencia en Londres del Rey Louis y el Gran Duque Alexis, con la implicación de los empleados del servicio británico, asumiendo de nuevo hipotéticas fronteras y haciéndose cargo de errores de protocolo, como las flores que inicialmente están destinadas al monarca, pero que en realidad son destinadas al aristócrata –gobernante de la parte sur del recién dividido país, que tiene en su seno interesantes reservas de cobalto-.

 

Ni que decir tiene que la película no logra articular la suficiente contundencia y coherencia en su metraje. No solo por que el trazo grueso y farsesco aparezca en más momentos de los deseados –la propia secuencia del desfile militar es prueba de ello-, y la presencia del inevitable romance entre el rey protagonista y la joven sobrina del gran duque surja como elemento de guión destinado a resolver el conflicto. Se echa de menos una mayor dosis de mala uva y agudeza narrativa, en un resultado que pese a todo logra provocar en bastantes momentos la carcajada, erigiéndose como un represéntate más –ni especialmente distinguido, ni especialmente cuestionable-, de unos modos de cine popular bastante extendidos en la industria de aquellos años en Gran Bretaña. Denostados de manera radical en su momento, es evidente que en ellos, además de la constante reactualización de unas recetas de probada eficacia, en las que se alternaban materiales de derribo, con un alcance de profesionalidad de considerables quilates.

 

Calificación: 2’5

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