SINGLE HANDED (1953, Roy Boulting)
SINGLE – HANDED (1953, Roy Boulting) –titulada SAILOR OF THE KING en su estreno en Inglaterra- es una muestra más de esa riqueza oculta que con más asiduidad de la comúnmente considerada, podía proporcionar la cinematografía británica de la década de los cincuenta. Una circunstancia además que convendría relativizar en este caso, puesto que nos encontramos con una producción de solventes técnicos e intérpretes mayoritariamente ingleses, pero su diseño de producción corresponde a la 20th Century Fox de la época. Curiosidad que supone el primer elemento positivo de la película; esta sabe asumir una simbiosis entre su ascendencia inglesa, mientras que de forma paralela mantiene casi intacta su inequívoca personalidad como tal exponente del estudio de Darryl F. Zanuck.
Curiosamente esa dualidad se produce también en la singular estructura de la película, arriesgada y que al mismo tiempo habla de la necesidad del riesgo, tomando como base la novela de C. S. Forester, y que se plantea con los modos del más sensible melodrama. Con una realización contenida y absolutamente precisa de la mano de Roy Boulting –al que convendría indagar más cercanamente en el conjunto de su obra, puesto que en ella se dan cita títulos de notable calado que probablemente servirían para considerarle al menos como un profesional digno de respeto-, los primeros minutos de SINGLE-HANDED nos mostrarán el fortuito encuentro e inmediato flechazo que mantendrán en un viaje en tren el tte. Richard Saville (un Michael Rennie magnífico) y Lucinda Bentley (soberbia, como siempre, Wendy Hiller). Pese a las reticencias de la muchacha, la conversación que ambos compartirán en el viaje y la circunstancia de un transbordo que llegarán a perder, serán el eje de un punto de inflexión en sus vidas –ambos demostrarán ser muy parcos y tímidos en las relaciones-, expuestos en la película con unos modos sutiles y delicados, logrando profundizar en las sensaciones y emociones de una pareja y prolongando dicho encuentro durante cinco días –un periodo que la elipsis definirá con rápida y al mismo tiempo pregnante celeridad-. Ambos han decidido en este periodo comprometerse en matrimonio, pero en el último momento Lucinda destacará la escasa capacidad de riesgo existente en Richard, que le forzaría a largos espacios de tiempo sin su compañía –él es un hombre de la marina- cuando realmente apenas había tenido margen de conocerlo. Pese a sus sentimientos hacia él, ambos se despedirán para siempre, cerrando un fragmento casi ejemplar que interrumpe abruptamente la película, dejando al espectador prácticamente noqueado en sus expectativas.
Se trata de una decisión dramática y narrativa arriesgada pero sin embargo finalmente se revelará efectiva, trasladándonos veinte años después a la proyección vocacional en la marina de Saville, quien en plena II Guerra Mundial comanda un barco de escolta en aguas internacionales, apoyando otros navíos de mayor importancia. En un momento de su labor detectarán la cercanía del mayor barco que tiene desplegado el mando nazi, y se revelará en él de nuevo esa dicotomía de cartesianismo o de apelar al instinto. Inicialmente optará –como siempre ha sido habitual en él- por la primera de las vertientes. Esta decisión permitirá que se quede en la retaguardia y el enfrentamiento con el armero alemán corra a cargo de otro barco británico, con catastróficas consecuencias para este –solo se salvarán dos de sus tripulantes-.
Una vez más, la propuesta dramática variará de emplazamiento sin abandonar nunca el entorno de Saville, centrándose en la aventura que decidirá realizar el cadete canadiense Andrew Brown (Jeffrey Hunter, en su debut como protagonista cinematográfico). Atrapado por los alemanes y destinado en su barco junto a un carbonero del navío inglés al que se amputará una pierna, la capacidad de observación del muchacho le permitirá idear un plan para lograr que sus captores vayan perdiendo tiempo en su ruta –tienen que detenerse en unos acantilados de la costa de las Galápagos-, para con ello facilitar que el barco inglés logre darles captura y destrucción. Pero su arrojo alcanzará unos límites insospechados cuando reduzca a un vigilante alemán, recoja su armamento y munición y con una pequeña lancha logre adentrarse en los agrestes montantes rocosos, para desde allí iniciar una nueva ofensiva. Será algo que ponga en práctica de manera inesperada y dolorosa, matando con sus disparos a varios de los tripulantes del navío alemán, y provocando entre los mandos –sobre todo del capitán Warship (Peter Van Eyck)- un nuevo contratiempo. Será una contingencia que estos intentarán contrarrestar formulando un grupo de captura entre sus soldados, quienes se internarán en los acantilados al objeto de acabar con la insólita amenaza que ha planteado Brown. Este por su parte se encuentra exhausto, plagado de quemaduras y heridas y al borde de la desnutrición. Sin embarco, cuando su muerte era ya casi un hecho, el sonido de las sirenas hará regresar a todos los componentes de este comando de captura, ya que el barco se ha reparado y pueden abandonar dicho emplazamiento. Brown sigue con vida pero destrozado y, lo que es peor, queda abandonado en un lugar prácticamente sin vida, habiendo fracasado en su valiente intento. La realidad será finalmente bien diferente, los hombres del barco de Saville han logrado acercarse hasta los alemanes hasta lograr batirlo. Desde una cierta lejanía, el rostro destrozado del soldado canadiense esbozará una cierta expresión de satisfacción; el riesgo de su acción ha merecido la pena.
A tenor de lo reseñado, cualquiera podría señalar que nos encontramos ante un título exaltador de las virtudes castrenses de la marina británica, y en cierto modo puede que así sea. Sin embargo, una mirada atenta a los giros, las acciones y al perfil y descripción psicológica de sus principales personajes, veremos que ese alcance apologético en realidad encierra un apólogo moral, una abstracción cinematográfica que tendrá su mayor eje de inflexión en el largo fragmento en el que el personaje encarnado con enorme fuerza y sensibilidad por el joven Hunter, se dispondrá a atacar a los marinos alemanes disparándoles desde las rocas en las que está pertrechado. Hasta en esa acción de asesinato múltiple –mostradas además en toda su crudeza-, la cámara de Boulting –bien ayudada por la labor como operador de fotografía de Gilbert Taylor y, muy especialmente, por la precisión de un montaje magnifico que sabe introducirse en todos los recovecos de la historia-, en modo alguno será presentado Brown como un héroe. Se muestra atormentado y abrumado por la acción que ha cometido, en un episodio en el que la agreste fotogenia de los endurecidos montes proporciona al episodio una textura únicas, planteándose este como una vuelta más en torno a la lucha por la supervivencia –es curioso señalar a este respecto, que pocos años después, Boulting retomaba este elemento concreto al realizar en 1956 RUN FOR THE SUN (Huída hacia el sol, 1956), curiosa variante del personaje del Conde Zaroff-. Una vez culminada la doble aventura que plasma la película, tanto Brown como Saville lograrán sus objetivos y serán condecorados por la Reina. Será un momento sencillo en el que el veterano marino verá en el entusiasmo del joven canadiense aquello que el pudo alcanzar y finalmente no logró. El mero hecho de haberlo visto en el muchacho, de alguna manera servirá para sentirse con las fuerzas necesarias para siquiera intentar un giro en su existencia.
Será el apólogo moral que unirá los diversos episodios en los que se desenvuelve esta estupenda producción, perfecta en la elección de su cast, dominada por una sobria y eficacísima iluminación en blanco y negro, en las que los diálogos quedarán en un lugar secundario dentro de un relato basado en una cámara que sabe profundizar en los rostros de sus personajes, y penetrar en su psicología, pensamientos y decisiones internas de cada uno de ellos –el hermoso instante en el que Brown se despide del carbonero sin pierna, que sabe que morirá si la operación triunfa, pero que pese a su muerte prefiere que se lleve a cabo, y por ello anima a su compañero de prisión en el barco alemán-. SINGLE-HANDED es una película que sabe mostrarse aparentemente distante de cualquier elemento tremendista o efectista, o incluso excesivamente melodramático. Nada de ello sucede en el film de Boulting, seco, sobrio –la manera con la que Brown plantea una matanza de alemanes desde las rocas en las que se encuentra pertrechado-, conciso y con las intenciones muy claras, erigiéndose sin lugar a duda en una de las producciones de alcance bélico más interesantes rodadas en Inglaterra durante la década de los cincuenta
Calificación: 3
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