Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

PAYMENT ON DEMAND (1951, Curtis Bernhardt) La egoísta

PAYMENT ON DEMAND (1951, Curtis Bernhardt) La egoísta

A la hora de enfrentarme con PAYMENT ON DEMAND (La egoísta, 1951. Curtis Bernhardt), no oculto que albergaba temores –fundados- al encontrarme ante un producto diseñado por completo al lucimiento de Bette Davis –protagonista en aquellos años de películas interesantes, pero también de otras indefendibles-. Al mismo tiempo, sentía la curiosidad de descubrir si en la misma un director como el alemán podía enfrenarse a este melodrama ofreciendo lo mejor de sí mismo –manifestado en ejemplos como POSSESSED (El amor que mata, 1947), HIGH WALL (Muro de tinieblas, 1947)-, aunque también en aquellos tiempos –en concreto, un año después- firmara para la MGM el flojo remake de THE MERRY WIDOW (La viudad alegre, 1952), al servicio de Fernando Lamas y Lana Turner-. Es más, las primeras secuencias del film hacen temer lo peor, aunque estén dispuestas en elegantes movimientos de grúa que siguen los primeros desplazamientos de la protagonista femenina por las escaleras de su mansión. Se trata de Joyce Ramsey (Bette Davis), una mujer altiva que desde el primer momento expresa el dominio de lo que supone su ámbito –la mansión, sus hijas-, cuestionando el amigo que su hija Martha (Betty Lynn) le presenta –un estudiante y trabajador que no se arredrará ante el interrogatorio a que esta le somete-. Esos primeros minutos parecen concebidos para el lucimiento de la Davis –y en realidad lo están-, pero muy poco después, las imágenes del film de Bernhardt –coautor también del guión, junto a Bruce Manning- revelan esa bomba de relojería que lleva dentro, a partir de la explosión de su marido –David (estupendo Barry Sullivan)- cuando están a punto de asistir a una fiesta. Este demandará a Joyce el divorcio, dejándola anonadada y abandonando su hogar. Será sin duda un punto de inflexión que logra –por fortuna- neutralizar cualquier expectativa previa que minutos antes habíamos intuido. Y es que, a fin de cuentas, lo cierto y verdad es que el film de Bernhardt logra combinar ese servilismo a su máxima estrella y protagonista, pero no por ello desaprovecha la ocasión de mostrar una visión demoledora sobre la verdadera realidad subyacente en esas clases altas que en Estados Unidos formaron parte del llamado American Way en Life. Pero es que además de ese auténtico descenso a los infiernos que la vivencia de su divorcio permite a la historia, lo cierto es que también en este incluso sórdido melodrama –la secuencia en la que los dos ex esposos se dividen sus propiedades, llegando incluso por parte de Joyce a hacer salir a los anonadados abogados, es buena prueba de ello-, se encuentran ecos de esa herencia expresionista que el realizador alemán trajo a su llegada a los Estados Unidos. Será algo que manifestará de forma muy especial ese recurso a unos flash-backs siempre evocados por la protagonista, recreados a nivel de producción con un juego dramático de luces y sombras, y a través de los cuales descubriremos ese carácter dominante y cruel que Joyce irá manifestando desde los primeros momentos, no dudando en sacrificar a un amigo –que trabajaba como abogado junto a su esposo- para que David logre un cliente de patentes, que supondrá finalmente el inicio de su lanzamiento como un destacado profesional de la abogacía.

 

Todo ello proporciona un interesante y dinámico juego dramático, al que cabrá añadir la fluidez de su relato o el esmero puesto en práctica en la dirección artística –ejecutando unos diseños de interiores realistas y dispuestos al servicio de la narración-. Pero por encima de todo ello, es probable que lo más atractivo de PAYMENT ON DEMAND resida en la capacidad de los responsables del film –especialmente Bernhardt- de integrar ese relato melodramático, poniéndolo al servicio de una visión corrosiva de la sociedad acomodada y del triunfo tomada ya en aquellos años como ejemplo de progreso en una Norteamérica emergente de la II Guerra Mundial. Adelantándose de alguna manera a la inolvidable aportación de un Douglas Sirk y sin, por supuesto, seguir los derroteros estéticos de este, la película sabe discurrir por una mirada ácida y desencantada, buscando ese lado de las sombras que se escondía ya en aquellos tiempos bajos los oropeles de una sociedad falsa, hipócrita y puritana. Se trata de una faceta para la que no se dudará en cuestionar el tremendo arribismo esgrimido por la protagonista, aunque la película demuestre su habilidad al resaltar el detalle de que no suponer un caso aislado ceñido al lucimiento de la Davis –que no cabe duda resulta odiosa en su máxima expresión en secuencias como aquella en la que busca la mayor compensación económica posible del divorcio que le ha planteado, casi de forma desesperada, su hasta entonces esposo-. En este sentido, me resultan especialmente reveladoras las secuencias en las que Joyce se encuentra con un grupo de acomodadas amigas, quienes muy pronto se describirán como auténticas aves de rapiña, especializadas en el hecho de rentabilizar sus respectivos divorcios, y no dudando incluso en aconsejarle un abogado especializado en este tipo de procesos –Ted Presscott (el excelente Otto Kruger)-, la frialdad del encargado de la investigación, la dolorosa secuencia en la que David es captado en esa infidelidad que se interrumpe bruscamente por el disparo de una fotografía furtiva por parte de dicho investigador, o el fugaz encuentro de Joyce en un crucero por el Caribe con un playboy, quien en un momento determinado revelará la hipocresía de su doble vida, ya que se encuentra casado y con hijos.

 

Podría decirse, creo que sin temor a equivocarnos, que PAYMENT ON DEMAND emerge como una hiedra venenosa incrustada en un jardín de impoluta vegetación. Esa capacidad para describir ese lado oscuro de un modo de vida en apariencia revestido de moralidad y ética, constituye el principal rasgo valedor de una película que, a mi modo de ver, introduce un personaje extraordinario –secundario, pero de gran importancia en la misma- como es la veterana Emily Hedges (magnífica Jane Cowl). Se trata de una amiga que conoció en una lujosa fiesta, y quien desde el primer momento reconoció en nuestra protagonista una versión joven de su propia persona. Ese encuentro entre ambas provocará diálogos afilados entre ambas, que con el paso de los años brindará el fragmento quizá más demoledor de la película. Se trata de la visita que Joyce realizará a esta, viviendo una vejez y, sobre todo, una soledad, disimulada con el recurso a amantes y mantenidos. Una secuencia que pudiera parecer una versión malsana del encuentro que, en circunstancias de cierto parecido, se planteaban en el LOVE AFFAIR (Tu y yo, 1939) de Leo McCarey, proporcionando un punto de inflexión a la altanería mostrada hasta ese momento por la protagonista, y al mismo tiempo avanzando esa decadencia que muy poco después emergería en la obra de autores como Tenesse Williams, y en su traslación fílmica en títulos como THE ROMAN SPRING OF MRS. STONE (La primavera romana de la Sra. Stone, 1961. José Quintero) o SWEET BIRD OF YOUTH (Dulce pájaro de juventud, 1962: Richard Brooks). A partir de ese momento tan revelador, modulado con una dolorosa lucidez por la cámara del realizador y la serena intensidad de la labor de sus dos intérpretes, la película cobrará un nuevo planteamiento, describiendo con pudor el miedo a la soledad manifestado por la altanera Joyce, que se tornará en auténtico dolor al asistir a la boda de su hija y tener que reencontrarse con su ex marido –quien ha retomado su labor en la abogacía, reuniéndose con aquel compañero al que las argucias de su esposa separaron-. Será ya todo ello un elemento de arrepentimiento. Sin embargo, cabía la opción de que la película malograra el alcance de su narración con una conclusión acomodaticia. Por fortuna, esta no se producirá, cerrando la misma con una conclusión abierta que, si bien mostrará el arrepentimiento de esa calculadora mujer que no ha dudado en imbricarse en la actitudes más reprobables, en apariencia para defender o proporcionar nuevos estímulos profesionales a su esposo, aunque en realidad lo hiciera por ella misma.

 

En definitiva, PAYMENT ON DEMAND supone una prueba más de ese interés que el Hollywood de los años cincuenta demostró en no pocas ocasiones, por revelar los claroscuros de una sociedad bajo cuyas fisuras discurría un auténtico riachuelo de aguas fétidas, apenas encubiertas bajo perfumes de lujosas marcas, al tiempo que una prueba más del talento mostrado por un Curtis Bernhardt que, en sus mejores títulos, fue un cineasta de consideración.

 

Calificación: 3

0 comentarios