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CINEMA DE PERRA GORDA

MURDER BY CONTRACT (1958, Irving Lerner)

MURDER BY CONTRACT (1958, Irving Lerner)

Martin Scorsese siempre ha reconocido que MURDER BY CONTRACT (1958, Irving Lerner) era su película más influyente. Por el contrario, sus directos colaboradores Ben Maddow o Philip Yordan no se ocultaron en coincidir al señalar que Lerner era un estupendo montador pero un negado para la dirección. Entre ambas corrientes de opinión, lo cierto es que poder contemplar –y, en definitiva, admirar- esta película, me lleva por un lado a coincidir con la apreciación de Scorsese –algo que no siempre se ha producido-, y pensar e incluso comprender las razones por las que los dos afamados guionistas reprobaron las películas que realizó –cierto es que no he podido contemplar ninguna más-; el de no saber apreciar que con su cine de alguna manera se adelantó no tanto a su tiempo, como sobre todo se desmarcó de los modos de producción imperante en el Hollywood de aquel tiempo. MURDER BY... ofrece el mismo carácter transgresor que, en diferentes épocas, brindaron propuestas como DETOUR (1945, Edgar G. Ulmer), THE SOUND OF FURY (1950. Cyril Endfield), THE SNIPER (1952, Edward Dmytryk), THE PHOENIX CITY STORY (El imperio del terror, 1955. Phil Karlson), THE NIGHT OF THE HUNTER (La noche del cazador, 1955. Charles Laughton)... Títulos todos ellos que en sí mismos –más allá de sus cualidades e imperfecciones-, constituyeron auténticos caminos sin retorno del cine de su tiempo. Fueron –y siguen siendo- propuestas que afrontaron riesgos, discurriendo a contracorriente con convicción. Es decir, no con la intención de epatar, sino con la certeza de que las cosas se podían plantear de otra manera, sin por ello despreciar las que en aquellos tiempos estaban definidas dentro de los cánones habituales –muchas veces con resultados estimulantes e incluso magníficos-. El ejemplo de MURDER BY CONTRACT es revelador al respecto, ya que parece prefigurar en el contexto de una serie B norteamericana, un auténtico referente de ese alcance casi metafísico que definiría el cine polar francés, capitaneado por la figura de Jean-Pierre Melville. A nadie se le escapa que en la figura de ese asesino que encarna con enorme convicción Vincent Edwards –Claude-, podríamos atender a tantos y tantos protagonistas del cine de Melville, en especial el inolvidable Alain Delon de LE SAMOURAI (El silencio de un hombre, 1967). Pero esas semejanzas no solo se materializan en la figura de sus protagonistas sino, sobre todo, en el tono y la actitud que marcan sus imágenes, que se alejan por completo de la simple narración de un argumento, incluso implicando en el mismo todo tipo de matices. No. El film de Lerner se introduce de lleno en un sendero dominado por la abstracción, la sequedad, abordando en última instancia una serie de elementos psicoanalíticos –esos matices que inducen a pensar en un latente sentimiento homosexual de su protagonista, quizá revelado a partir de algún episodio mantenido con una mujer en el pasado-, que se extenderán hasta consideraciones de tipo metafísico, que si bien se encontraban presentes en títulos coetáneos como THE LINEUP (1958, Don Siegel), probablemente es en esta película donde se manifiesten con mayor densidad y convicción.

 

Claude es un joven de buena presencia –de la que es consciente- y comportamiento ejemplarmente ritual. Viste con elegancia, cultiva su cuerpo con constantes ejercicios físicos, cumple con lo que mandan las leyes, discurre por la vida con la perfección de un autómata, ha llegado a estudiar incluso y trabaja en una empresa de calculadoras, donde cobra un sueldo decente, pero insuficiente. Por ello se marca el objetivo de adquirir una vivienda de cierto estatus, para lo cual se convertirá en un asesino a sueldo. Dicho así, la propuesta del film de Lerner podría aparecer como uno más de tantos y tantos ejemplos que el cine ha proporcionado a este respecto. Lo que verdaderamente importa en esta ocasión, es la manera con la que es trasladado a la pantalla. Desde sus ejemplares primeros minutos, podremos atisbar el laconismo rayano con la abstracción que marca el primer contacto de nuestro protagonista con un presumible promotor inmobiliario, que porta el encargo de proporcionarle a este sus primeros cometidos. Serán secuencias dominadas por diálogos secos y cortantes, un extraño aspecto visual en el que tendrá tanto que ver la extraordinaria fotografía en blanco y negro de Lucien Ballard –al que según algunos testimonios Lerner confió buena parte de la planificación del film-, la perfección del montaje, y la propia configuración de cada uno de sus planos. Tras ese encuentro inicial, que se retomará en otro posterior –dominados ambos por cierta nuance gay; las miradas de los dos personajes, el vestuario que luce el maduro promotor que se ha puesto en contacto con Claude,  e incluso en el último y trágico encuentro entre ambos, donde el asesino lucirá una provocadora cazadora de cuero-, MURDER BY... irá desplegándose en unos minutos deslumbrantes, que describirán de manera sincrética y terrible los primeros crímenes de nuestro protagonista. La aterradora plasmación del asesinato –elíptico- del cliente de la barbería –admirable el detalle del artefacto habitual en dichos establecimiento, anunciando el inminente crimen-, será la expresión más escalofriante de los modos y maneras de un asesino que, de manera metódica, irá anotando los ingresos extra que podrán acercarle a sus planes futuros, al tiempo que labrando su prestigio como discreto y eficaz criminal.

 

Serán el aval que le permitirán ser llamado para realizar otro de sus trabajos en la ciudad de Los Angeles, en donde será en todo momento escoltado por dos sicarios de un desconocido gangster. Estos serán Marc (Phillip Pine) y George (Herschel Bernardi), quienes muy pronto se tendrán que plegar a las peticiones del recién llegado, confiado en la competencia de cumplir el encargo cometido –eliminar a Billie Williams-, y dejándole unos días disfrutando del turismo y el disfrute de las condiciones naturales del lugar donde ha recalado. Muy pronto la seguridad y mesurada arrogancia de Claude chocará con Marc, mientras que por el contrario se granjeará una soterrada simpatía por parte de George, quien desde el primer momento intuirá ese mundo interior que posee el recién llegado. Conforme se acercan los días para cumplir el encargo, el protagonista descubrirá que el encargo por el que había sido contratado por cinco mil dólares, contemplaba matar a una mujer –se tratará de una pianista antigua amante de un gangster, que ha decidido ejercer como testigo en la acusación de este-. De repente, toda la seguridad del asesino se trastocará en nerviosismo –revelando de nuevo la latente misoginia de su personalidad-, aunque poco a poco asuma su intención de cumplir con el encargo acometido, pese a las dificultades que el mismo conlleva –la testigo se encuentra en su mansión, totalmente escoltada y rodeada por elementos policiales-. Sin arredrarse en ello, Claude pondrá en practica dos intentos, tan inteligentemente planteados, como fallidos en su ejecución –por cuestiones ajenas al proceso de ejecución de ambos-, lo que marcará en nuestro protagonista la intuición de estar dominados por la mala suerte. El plazo para liquidar a la testigo se irá estrechando de forma inapelable, y los jefes que lo contrataron intentarán liquidar a Claude utilizando los dos mismos compañeros que hasta entonces le han acompañado. Será un deseo que en el último momento nuestro protagonista logrará revertir con gran astucia, mostrando su capacidad de resistencia en una magnífica escena desarrollada en el interior de unos antiguos y abandonados estudios cinematográficos, lo que permitirá al joven criminal hacer una contrapropuesta económica a los jefes, para con ello lograr cumplir finalmente con el objetivo por el que fue reclutado a esta ciudad.

 

Un Los Angeles que será mostrado en la película como una ciudad fría y carente de humanidad alguna. Un entorno en el que parece que no exista algo tan sencillo como la vitalidad y, por el contrario, sus habitantes deambulan por su calles con la seguridad de un autómata. La previa ascendencia documentalista de Lerner, estoy convencido fueron la base para que describa un contexto urbano y humano gélido, dominado por la abstracción, y en el que apenas se contemplan matices que pueden hacernos llevar al encuentro con una sociedad urbana viva. Será el ámbito de trabajo de Claude, quien en el último momento decidirá cumplir con el contrato concretado por teléfono, llegando finalmente hasta su victima, a la que se dispondrá a estrangular. Sin embargo, en una secuencia revestida de enorme fuerza dramática –revelador además de ese conflicto psicológico que el protagonista ha logrado controlar hasta entonces-, permitirá en el último momento a la protegida evitar su asesinato.

 

Más allá de esta conclusión, del seguimiento de un relato en el que importan más las miradas, los gestos o la propia importancia al vestuario, se pueden destacar entre las excelencias de MURDER BY CONTRACT las oportunidades que su personaje principal tiene para describir su modo de vida existencial, e incluso poner en tela de juicio su propia condición de criminal –la conversación que mantiene con George, en la que con toda lógica recuerda los actos criminales que se amparan bajo instituciones como el ejército-. Pero incluso por encima de esa mirada desencantada o, más bien, escéptica, sobre la rutina de la vida cotidiana, Claude tiene muy claro que si ha de prolongar su andadura como asesino, ha de ser dejando de lado cualquier sentimiento o consideración previa. Al mismo tiempo, la película, magníficamente punteada por el tema musical central compuesto por Perry Potkin, Jr., que en sus diversas variaciones acompañará el estado de ánimo de las diversas situaciones que contemplará el espectador, parece plasmar otra realidad urbana, inclinándose a esa visión desencantada que podrían proporcionar en aquellos años títulos –más o menos prestigiosos- como CARNIVAL OF SOULS (1962, Herk Harvey) o BLAST OF SILENCE (1962, Allen Baron).

 

Sin embargo, ninguno de ellos alcanza bajo mi punto de vista, ese grado casi nihilista que proyectan las imágenes de esta excelente, incluso sorprendente propuesta. Quedan en la retina imágenes como los primeros planos de Claude apuntando con un rifle de mira telescópica, su huída posterior por una ladera, punteado por un sonido más dinámico que su habitual fondo sonoro, la astucia de su comportamiento, la reacción que manifiesta en ese puntual encuentro con una prostituta, que de forma inesperada le revelará que la pretendida víctima se encuentra viva, o esa penoso y casi final discurrir por un canal para acercarse a la casa de la mujer que ha de asesinar.

 

Sin duda, MURDER BY CONTRACT es una de esas gemas que aparecen ocultas en el terreno de la serie B tardía del cine norteamericano. Una gran película, a la que solo opondría la escasa empatía que produce la presencia del actor Phillip Pine, siempre gesticulando y excesivamente histriónico al subrayar la escasa simpatía que le merece Claude. Pese a ello, se trata de una cult movie que, por una vez por todas, merece dicha consideración sin objeción alguna.

 

Calificación: 4

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