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CINEMA DE PERRA GORDA

THE GLORIUS GUYS (1965, Arnold Laven) Gloriosos camaradas

THE GLORIUS GUYS (1965, Arnold Laven) Gloriosos camaradas

THE GLORIUS GUYS (Gloriosos camaradas, 1965. Arnold Laven) emerge como una película anacrónica. Entiéndaseme bien. Con esto no quiero deslegitimar un título agradable e incluso valioso en algunas de sus propuestas. Cuando intento justificar esta definición, es al tener en todo momento la sensación de contemplar un título que parece la reedición de un tipo de cine realizado ya fuera de su tiempo. No sería, sin duda, la única ocasión durante aquellos años, donde dicha circunstancia se produciría dentro del aquel cine norteamericano sujeto a traumáticas transformaciones –evoquemos para ello las aportaciones, más o menos superficiales, brindadas por directores hoy olvidados, como Andrew W. McLaglen o Burt Kennedy-. Sin embargo, hay en esta película de Laven una extraña sensación, difícil de describir pero estimo que fácilmente perceptible; la de asistir a una película humilde. Puede ser que ello vaya implícito en la propia personalidad de su realizador, ese Arnold Laven que tuvo la relativa mala suerte de desarrollar su andadura en un periodo donde el artesanado, que tan buenos resultados ofreciera en las dos décadas precedentes, casi, casi ya no tenía acomodo en unos nuevos modos cinematográficos tan cambiantes. Es por ello que, independientemente de su modestia como hombre de cine –mucho más dilatada es su experiencia en el medio televisivo-, Laven ofreció pocos títulos, la mayor parte de ellos ligados al cine del Oeste. THE GLORIUS GUYS se integra como una versión tardía de aquellos títulos de caballería que hiciera célebres John Ford en la década de los cuarenta –el ejemplo canónico de FORT APACHE (1948) es bastante claro-, y al mismo tiempo se erige como un inmediato precedente del MAYOR DUNDEE (Mayor Dundee, 1965) que Sam Peckimpah estrenaría ese mismo año. Viene a colación dicha referencia, en la medida que el director de THE WILD BUNCH (Grupo salvaje, 1969) ejerció como guionista del título que nos ocupa, en el cual además debutó el joven –y endeble- Michael Anderson Jr. -hijo del director del mismo nombre-, que Peckimpah “repescó” en el título antes citado, sufriendo en su momento enormes conflictos con los productores, que no dudaron en cortar drásticamente el metraje presentado por su artífice.

Por fortuna, Arnold Laven no pretende con esta película, ni realizar una apología de los modos militares de la época del Oeste, ni tampoco por otro lado moralizar en cuanto a las atrocidades que se permitieron no pocos mandatarios del mismo. Por el contrario, efectúa su narración dentro de un curioso –y estimo que atractivo- tierra de nadie, insertando su historia a dos niveles, proyectando por un lado el conflicto existente entre el triángulo amoroso expresado ante Lou Woddard (una Senta Berger más aceptable que de costumbre), una joven viuda que se debate en la posibilidad de volver a dar una oportunidad al amor. Para ello tendrá dos candidatos. Uno de ellos será el capitán Demas Harrod (Tom Tryon), un hombre de extraña y compleja personalidad, descreído quizá del entorno en el que forma parte. El otro será el aventurero Sol Rogers (Harve Presnell), un joven que tiempo atrás planteó a Lou en matrimonio, y ha estado convencido en su ausencia del hecho de que esta se encontraba en la práctica comprometida con él. Su retorno, cuando la viuda ha mantenido una extraña relación con Harrod, propiciará un enfrentamiento de ambos contendientes, que poco después se diluirá, ante la evidencia que en nada servirá mantener esas hostilidades, cuando en última instancia será la viuda quien ha de mostrar la última palabra sobre su decisión –en un momento, llegará a manifestar “¿Por qué no puedo querer a dos hombres a la vez?”-. Todo este conflicto sentimental, quedará ligado en la película ante el encargo que somete el general McCabe (Andrew Duggan) a Harrod, de entrenar a un grupo de voluntarios, para incorporarlos como soldados en el ejército de la Unión y, con ellos, realizar una incursión megalómana que lleve como destino exterminar a los indios que se encuentran en una reserva, intentando con ello lograr pasar a la posteridad. A partir de esa intención –que Harrod asumirá con tanto sentido de la disciplina como nada oculto escepticismo-, la película oscilará entre la escasa sutilidad con la que afronta los tópicos de este tipo de cine –las torpezas de los nuevos voluntarios, el humor tabernario, los estereotipos que marcan sus personajes-. Sin embargo, y aún reconociendo esas limitaciones o zafiedades –en concreto, el sentido del humor de su metraje deviene poco acertado, y para ello, no hay más que recordar la chusca y poco adecuada pelea que disputarán los dos candidatos al amor de Lou-, lo cierto es que THE GLORIOUS GUYS ofrece destellos de muy buen cine. Es algo que se manifiesta en la manera con la que se va perfilando el pensamiento de Harrod –creciendo en su escepticismo y al mismo tiempo en su lucidez, tanto a la hora de asumir la imposibilidad de su amor con la mujer que adora –bellísimo el encuentro que ambos mantienen en medio de un entrenamiento militar, que prácticamente se erigirá como una despedida-, como en el sentido suicida que advierte en las intenciones de su superior.

Por ello, será conveniente que dejemos de lado el convencionalismo que mantiene el trazado del joven Martin Hale (el citado Anderson Jr.), o en esa sensación de cierta impotencia que Laven demuestra a la hora de intentar apelar tanto a la época, como a la traslación de drama y comedia, que con pasmosa facilidad aparecía en el cine de Ford, Walsh y otros grandes maestros. Sería sin duda pedir demasiado para un modesto cineasta, quien sin embargo sí que articula instantes incluso insólitos, como ese presunto ataque de los indios contra los voluntarios que han salido sin armas, y que aparecerá filmado con una narrativa más entrecortada y propia de los tiempos en los que estaba rodada –no para bien precisamente-. Sin embargo, al comprobar que se trata de una emboscada ficticia, la elección visual cobra su necesaria significación. Laven sabe utilizar el formato panorámico con acierto –la resolución de la lucha con los indios es un ejemplo paradigmático de ello-, e incluso en algunos planos –por ejemplos, aquellos que se muestran en un lejano plano general, encuadrando el paso de los voluntarios junto al cielo-, alcanzan una belleza sobrecogedora, en la que no dudo tendría algo que ver la aportación del veterano y extraordinario operador de fotografía James Wong Howe y, en un segundo término, el evocador fondo musical propuesto por Riz Ortolani, a partir de un tema de armónica. Es en esos momentos, en el semblante hundido del soldado Dugan (James Caan) cuando, en medio de la tremenda matanza realizada por los indios a partir de la provocación del egocéntrico general McCabe, se destina a cumplir la promesa de enterrar a ese superior con el que siempre estuvo en conflicto –pero al que en el fondo estimaba-, en el instante sobrecogedor que precede a la muerte de Rogers, invocando ante Harrod la imposibilidad de poder ver de nuevo un amanecer, donde se pueden apreciar los instantes más sinceros, hermosos y valiosos a nivel cinematográfico, de una propuesta que tiene la virtud de no moralizar, simplemente mostrar. No hará falta más que contemplar el reguero de cadáveres logrados por la aventura suicida de ese general rodeado de prejuicios –a lo que la actitud intransigente de su esposa contribuirá no poco-, para que Harrod compruebe con dolor infinito y escepticismo sobre la condición humana, la certeza de sus intuiciones. THE GLORIUS GUYS tampoco solucionará el dilema amoroso de este, que sabemos no tendrá futuro. Así pues, concluir la película en medio de un escenario desolador, quizá sea la mejor manera para imbuir a su resultado de una cierta personalidad, al tiempo que dejar en el espectador el deseo de querer algo más.

Calificación: 2’5

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