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CINEMA DE PERRA GORDA

LE MISERIE DEL SIGNOR TRAVET (1945, Mario Soldati)

LE MISERIE DEL SIGNOR TRAVET (1945, Mario Soldati)

Como quiera que el conocimiento de su obra que ahora poseo sigue siendo parcial –habré contemplado un 20% entre los aproximadamente treinta largometrajes firmados a lo largo de su andadura como realizador-, dos son los elementos que me quedan claros a la hora de intentar definir la obra del italiano Mario Soldati. La primera es constatar la versatilidad de su cine, y la segunda –por supuesto- intuir en la misma uno de los grandes cineastas italianos de su tiempo. En cualquier caso, y a tenor de los títulos visionados hasta el momento, no dejo de constatar mi enorme sorpresa a la hora de acceder a la divertida pero en ocasiones dolorosa tragicomedia que es LE MISERIE DEL SIGNOR TRAVET, que Soldati firmó en 1945, situando la acción de su película en el Turín de la segunda mitad del siglo XIX. En dicho contexto, la propuesta –basada en una obra teatral de Vittorio Bersezio-, podría sin grandes complicaciones haber sido adaptada a la actualidad del momento del rodaje del films. Estoy convencido que la dura situación vivida en la Italia de la recién instaurada liberación y posguerra, de alguna manera fue un freno para atreverse a mostrar –como sí lograría la comedia italiana de varios años después-, poner en solfa la mezquindad del mundo del funcionariado italiano. En este sentido, aunque las desdichas vividas por el paciente y bondadoso Ignazio Travet (Carlo Campanini) se proyectan en ese Turín provinciano de 1860, no cabe duda que sus desdichas, penalidades y la fauna laboral que le rodea, podría incluso ser trasplantada a cualquier marco laboral dependiente de una institución. Travet tiene la fatalidad de su carácter apocado y de poseer una esposa atractiva, dominante y con delirios de grandeza. Rosa (Vera Carmi) es la segunda esposa de este, manteniendo en casa a la hija procedente de su anterior matrimonio –a la que trata con desprecio su madrastra, mientras no deja de consentir todos los caprichos y travesuras realizados por el pequeño Carluccio, hijo de ambos. En medio de esa situación tan opresiva, se une la posibilidad de casar a la hija de Ignazio con el joven Paôlin, joven apadrinado por el dueño de la panadería cercana al domicilio de los Travet. Será una opción a la que estos se negarán, en la medida que supondría de alguna manera rebajarse de la condición social que ofrecen de ser el padre de familia funcionario.

 

Será este, el inicio de un penoso seguimiento en torno a las desventuras vividas por nuestro protagonista, que será menospreciado por sus compañeros de trabajo, e incluso se encontrará en el punto de mira del jefe de sección –Luigi Pavese-, quien durante años lo ha relegado en el momento de repartir beneficios y prebendas. Sin embargo, la casualidad querrá que el nuevo comendador del ministerio, esté representado en el caballeroso Francesco Battilocchio (Gino Cervi). De forma casual, este decidirá instalar su lujosa vivienda en la primera planta del edificio donde –en la planta cuarta- se sitúa la modesta de los Travet. Será el inicio de una serie de encuentros entre Rosa y Battilocchio, descubriendo este último que el humilde funcionario a quien saludó en su primera visita a su oficina, es en realidad el marido de esa mujer a la que no deja de cortejar educadamente.  A partir de ese momento surgirán no pocas murmuraciones, introduciéndose en el relato en los momentos más inoportunos el joven, parlanchín y zalamero Camilio Babarotti (Alberto Sordi), con la celeridad máxima a la hora de halagar a quien pueda proporcionarle un puesto de funcionario, que le permita salir de su simple y poco remunerado trabajo como ayudante de notaría. En realidad, esos supuestos rumores, no serán más que la espita para que ese conjunto de chupópteros que son los funcionarios amparados por el siniestro jefe de sección –que no perdona a Travet que no mencione la  condecoración impuesta que le define como Cavaliere-, pero que no dudarán en ponerse al servicio de un sorprendido Ignazio, quien hasta entonces se había destacado por su capacidad de trabajo, sin contar con ayuda alguna. Todo su entorno estará esperando la ocasión de poder hundirle, pero al verle no dejarán de poner en práctica los gestos adulatorios más convencionales e histriónicos, al igual que sucederá por parte del jefe de sección, en todas aquellas ocasiones en las que se encuentre ante Battilocchio.

 

En realidad, cuando en Italia Soldati daba vida a esta amarga comedia –a la que su final conformista no resta un ápice en la dureza de sus postulados-, parece que de alguna manera se adelantó a esa otra comedia neorrealista iniciada en Francia de manos del Jacques Becker de ANTOINE ET ANTOINETTE (Se escapó la suerte, 1947) –de la que le separa solo el hecho de estas situada en el momento real en el que fue gestada-. Pero es que, siendo un poco más intuitivo a este respecto, uno no deja de pensar que todas esas secuencias corales desarrolladas en el interior del piso de los Travet, la configuración de sus escenas, e incluso la caracterización de su protagonista como un pobre desgraciado, bien pudiera haber supuesto un punto de referencia para la bastante posterior PLACIDO (1961) de Berlanga. Con ello, no dejo más que ratificar la compleja construcción que posee esta extraña comedia dramática, en la que Soldati da buena cuenta del uso de los segundos términos del encuadre –en líneas generales, ironizando ante lo que contemplamos en primer término-, envuelve a todos sus personajes con una extraordinaria dirección de actores. Es casi imposible destacar a alguno de ellos, aunque personalmente lo haga en la enorme labor de Carlo Campanini, y también en el cinismo demostrado por un pletórico Luigi Pavese –resulta de una tensa comicidad, el plano compartido que tiene con el estupendo Gino Cervi, quien le ordena a este que otorgue el reconocimiento y los beneficios merecidos a Travet, donde este intentará disimular el estupor que le provoca tal decisión-.

 

Junto a todos estos elementos, destaca en LE MISERIE… el cuidado logrado en una perfecta ambientación de época, trasladando con ello los prejuicios clasistas existentes en una sociedad provinciana, en la que no importa la mayor o menor entidad económica de una familia, sino preservar una serie de privilegios absurdos, en una sociedad que aún parecía vivir de rentas y títulos vacuos. Por momentos también, en el inocente cortejo que se ofrece entre Rosa y Battilocchio, y también en los diferentes e inocuos lances que emergerán en el interior de la pequeña vivienda de los Travet, por momentos parece que asistamos a la estructura vodevilesca destacada en la excelente LE RÈGLE DU JEU (La regla del juego, 1939. Jean Renoir). Pero en la entremezcla de mirada social descrita en el pasado pero que mira de reojo el presente de una Italia recién salida del trauma del fascismo, la inclemente visión brindada sobre el personal de las instituciones, la magnífica descripción de ambientes –sobre todo cerrados-, la dureza de la fauna humana descrita, el egoísmo en suma, que primará en todos ellos, parecía casi obligado que la película culminara con un final feliz. Es cierto que este puede resultar algo decepcionante, cuando pocos minutos antes se ha visto el duro enfrentamiento entre nuestro protagonista y el siniestro jefe de sección –una secuencia revestida de una tensión casi insoportable, máxime cuando es la única en la que Travet comprenderá el juego a que ha sido sometido sin que él haya intervenido, ni siquiera sospechado, en ello-. Pero hacía falta una conclusión más o menos complaciente en una tragicomedia que, pese a estar desarrollada en un marco temporal muy lejano en el tiempo, ofrece registros y actitudes muy comunes en el conjunto de la condición humana. Es por ello que una vez solucionado incluso el futuro laboral de Eugene, quien llegará a ser despedido por el enfrentamiento antes citado, la película finalice de forma casi meta cinematográfica, cuando la joven criada mire por la ventana como la hija de Travet y el joven Paôlin se encuentran disfrutando en casa del segundo. Esta se ofrecerá para ejercer como su sirvienta, y ellos la rechazarán de forma divertida, diciendo que es demasiado lista. Dicho y hecho, ella sonriendo cerrará el cristal de la ventana, donde veremos la palabra Fine. Aguda conclusión para un relato de ejemplar construcción, modulado con un gusto exquisito, y en el que incluso un personaje en principio chirriante como el que encarna con un extraordinario timing el joven Sordi, tendrá ocasión para renegar de su arribismo, al tiempo que lograr una oportunidad para el amor.

 

Calificación: 3’5

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