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CINEMA DE PERRA GORDA

LA MANO DELLO STRANIERO (1954, Mario Soldati) La mano del extranjero

LA MANO DELLO STRANIERO (1954, Mario Soldati) La mano del extranjero

No es la primera ocasión en la que la obra de Graham Greene se centra en la mirada de un niño para centrar la base de algunos de sus relatos –recordemos el que servia como base la que posteriormente sería la adaptación filmada por Carol Reed bajo el título de THE FALLEN IDOL (El ídolo caído, 1948)-. En todo caso, no hace falta ser un experto en su obra para detectar elementos de ella en la traslación a la pantalla del relato que asumió el italiano Mario Soldati –LA MANO DELLO STRANIERO (La mano del extranjero, 1954)-, en medio de dos títulos que, pese a su innegable interés, se encuentran por debajo del que protagoniza estas líneas –me refiero a LA PROVINCIALE (La provinciala, 1953) y JOLANDA LA FIGLIA DEL CORSARO NERO (1954)-. Es decir, en medio de una producción bajo la que Soldati se sometía por lo general con inteligencia al dictado de un cine de extracción popular, asumió la traslación de un original literario en el que se precisaba de una sensibilidad extrema, dado sobre todo el hecho de centrar en la mirada de ese niño inglés la visión que a su través se expresa. La complejidad que además plantea el relato y, por ende, el film, se centra en el hecho de encontrarnos ante un pequeño –huérfano de madre-, que no ha contemplado a su padre desde hace tres años, desque se intuye ha sido sobreprotegido por su tía- y que se traslada hasta la ciudad italiana de Venecia, para encontrarse así como su progenitor, que ha cumplido sus servicios en la II Guerra Mundial.

LA MANO DELLO STRANIERO no pierde el tiempo en la descripción del marco que comentamos. Ya desde su apertura contemplamos como la tía del pequeño Roger Court (interpretado con delicada tristeza por el pequeño Richard O’Sullivan, décadas después protagonista de la conocida serie televisiva MAN ABOUT THE HOUSE (Un hombre en casa, 1973 / 1976) demuestra lo sobreprotegido que mantiene al protagonista, quizá contribuyendo con ello a que sea un muchacho circunspecto que responde en monosílabos. Muy pronto, su llegada a Venecia –descrita de forma muy directa y atractiva- aparecerá como si de repente la presencia de la mítica ciudad italiana aparezca como fruto de un ensueño para el muchacho. Este se hospedará en el lujoso hotel en donde está previsto se encuentre con su padre –el mayor Roger Court (Trevor Howard)-, e incluso allí recibirá una llamada de este, que servirá para que el espectador perciba que la nostalgia que el muchacho siente, se centra sobre todo en la ausencia de esa figura paterna. Sin embargo, el extraño reencuentro de este con un antiguo camarada que encuentra en estado catatónico en el vaporetto que le traslada al hotel para reencontrarse con su hijo, no servirá más que para insertar un doble drama en el relato. Por un lado que el mayor sea retenido por los hombres que custodian a su compañero, y de otro que el muchacho no pueda cumplir ese deseo largo tiempo anhelado; el de reencontrarse con su progenitor, de quien tiene un recuerdo lejano en el tiempo pero que parece suponer casi una necesidad para que su infancia tenga ese asidero que todos los indicios señalan.  No obstante, esta extraña situación –en la que el componente de misterio tendrá en sus primeros instantes una fuerte presencia- comportará por un lado el desequilibrio en la estabilidad emocional de Roger, al cual las autoridades no creen en la veracidad de la llamada que le ha formulado su padre, y de otro el padecimiento que sufrirá el mayor, al que han inyectado virus del tifus que padecía su compañero, estando de alguna manera bajo los cuidados y también el cautiverio del Dr. Vivaldi -un maravilloso Eduardo Cianelli, quien por cierto ya interviniera en otra película desarrollada en Venecia y rodada años atrás; el excelente THE LOST MOMENT (Viviendo el pasado, 1947. Martin Gabel)-.

Sentada la premisa del relato, el film de Soldati resalta de un lado en su capacidad para adentrarse en la mente del protagonista, al tiempo que mostrar a su través la visión de una Venecia alejada por completo de lo habitual. Con ese aroma decadente y de posguerra que podría trasladarse en algún momento a la Viena de THE THIRD MAN (El tercer hombre, 1949. Carol Reed), lo cierto es que la mirada del niño va recorriendo estancias y rincones de una ciudad en la que la decrepitud es algo palpable, y a la que hay que hay que sumar esos ecos de una cercana guerra que se perciben en sus habitantes, y que vivirá en carne propia el padre retenido por parte de un grupo procedente de un país indeterminado aunque claramente vinculado al bloque del Este. Llegados a este punto, la película introduce la ayuda que prestará al pequeño una de las recepcionistas del hotel –Roberta (Allida Valli)-. Para ello, reclamará la ayuda de su novio, Joe (Richard Basehart), que trabaja en el puerto de Venecia, y quien en principio  mostrará desapego a la angustia vivida por Roger –quien en un momento determinado llegará a contemplar a su padre en el garito que mantiene Vivaldi, pero al que no reconocerá tras tres años sin verlo y estar totalmente desmejorado de su enfermedad-.

Con ser interesante el aparato externo de su intriga, lo que realmente convierte en magnífico LA MANO DELLO STRANIERO es su capacidad para el detalle, en esos recorridos que el muchacho realiza por una Venecia que modifica su semblante bullicioso en otro oscuro y misterioso casi de un plano a otro –impagable ese detalle del arco en cuyo frontal se ubica un San Antonio con la cabeza del Niño Jesús rota que servirá como guía para su encuentro con Vivaldi-, en la delicadeza que muestran instantes como la visita de Roberta y Roger a la iglesia para pedir ante la imagen San Antonio para que aparezca el padre, o en ese detalle impagable que supone el calco de la fotografía que se ha publicado del mayor en el periódico, sobre la tinta que ha marcado un dibujo casual de Joe, para que el pequeño recuerde la imagen de su progenitor al que en su momento no reconoció-. Pero junto a ello, podemos observar que incluso entre las clases más acomodadas instaladas en la ciudad italiana –el cónsul británico- se destilan tanto las grietas y desconchados en sus dependencias, como el resabio en una educación trasnochada y de ecos clasistas –el trato del hijo malcriado del cónsul a nuestro protagonista, mientras lo acogen en sus dependencias durante las pesquisas policiales-.

Por encima de todo ello, con ser valioso e incluso por momentos apasionante, el gran  hallazgo del film de Soldati –y supongo que de la narración de Greene-, estriba en la descripción de ese veterano médico encarnado por Cianelli. Un hombre curtido y que encuentra cercana la conclusión de su existencia. Una vida que ha acostumbrado establecer en Venecia a través de pequeños ritos cotidianos, quizá por ser esta una tierra en cierto modo fronteriza, que demuestra una extraña sabiduría en sus manifestaciones, y que se siente a gusto viviendo su reprobable actividad como médico para oscuros intereses, en una tierra en la que el arte y la belleza va unido de la mano de la irremisible decadencia. Será sin duda el personaje más trabajado, el eje de la película, y en cuyo casual encuentro con el muchacho se mostrará un atisbo de inesperada amistad, simbolizado en ese trozo de cordel que ambos se anudarán en un dedo de sus respectivas manos, como símbolo de unión de dos seres solitarios y necesitados de un asidero emocional y afectivo. En última instancia, Roger lo logrará recuperando –merced a una arriesgada maniobra del anteriormente renuente Joe- a su padre. Pero dicha recuperación quedará marcada en el destino a costa de la vida de aquel hombre curtido en el mundo y en la vida, quizá con un largo y oscuro pasado a sus espaldas, pero que brindó al niño su amistad y su ayuda sin saber que se encontraba la responsabilidad de custodiar a su padre. Esa panorámica de izquierda a derecha a la mano de Vivaldi, supone sin duda uno de las instantes más desoladores del cine italiano de su tiempo, y la agridulce conclusión a una película magnífica, en la que la percepción de sus sensaciones, son sin duda más relevantes que el seguimiento de un argumento sencillo y funcional.

Calificación: 3’5

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