JOLANDA LA FIGLIA DEL CORSARO NERO (1952, Mario Soldati) Yolanda, la hija del corsario negro
No voy a ocultar que tenía un especial interés a la hora de acceder a esta JOLANDA LA FIGLIA DEL CORSARO NERO (Yolanda, la hija del corsario negro, 1952), debido a dos razones. La primera de ellas es la de suponer una nueva oportunidad de acceder a uno de los títulos que forjaron la filmografía de realizador italiano Mario Soldati. El segundo argumento va directamente relacionado con el primero; se trata de un film de aventuras que permitía conocer una muestra muy concreta de cine popular o, en su defecto, de una adscripción hacia un género en el que –hay que reconocerlo- el cine italiano no frecuentó en el periodo de rodaje de este film, en la medida que lo haría con otras vertientes más familiares para su cinematografía. A partir de estas premisas no puedo hablar de decepción, en la medida de asistir ante una película que, por encima de sus servilismos y debilidades, destaca por el buen gusto y el cuidado puesto de manifiesto por su realizador. Sin embargo, no es menos cierto que sus imágenes revelan una serie de insuficiencias que, intuyo, deberían tener bastante que ver la sensación de contemplar un título que, más allá de su alcance y convicción, navega en las aguas de la “importación” de unos códigos con los que sus responsables se sentían poco cómodos.
JOLANDA... se inicia en los alrededores de Maracaibo en el siglo XVIII. Ante el paso de una carreta de titiriteros, los llantos de un niño permitirán a sus tripulantes descubrir el rastro de un hombre veterano herido y a una niña que está subida en medio de un árbol. Muy pronto conoceremos que la pequeña es la descendiente directa de la familia Ventimiglia, que había sido dispuesta que muriera asesinada por quien pronto se convertirá en un padre para ella. Por medio de unas sencillas y eficacísimas elipsis, transcurrirán dos décadas que servirán para que la acción avance hasta el regreso de esta caravana, en la que se incorporaron la entonces niña Jolanda (May Britt), convertida ya en una mujer que esconde su identidad sexual mediante ropajes masculinos. Junto a ella convivirá quien en el pasado estuvo encargado de matarla, pero que se convirtió en un padre para ella, asistiendo todos los viajeros a una ofensiva en la que Jolanda defenderá a la hija del gobernador –Consuelo di Medina (Barbara Florian)- de una emboscada. De la misma emergerá la insólita circunstancia de que Jolanda provoque la atracción amorosa de Consuelo, quien no dudará en cederle su anillo para permitirle la entrada en la mansión de su padre –que previamente fue de propiedad de los Ventimiglia-. Como quiera que nuestra protagonista desea vengarse del cruel gobernador –Van Gould (Marc Lawrence)-, no dudará por un lado en utilizar el señuelo que ha dejado su equívoco con la hija de este, y al mismo tiempo recluta algunos de los hombres que en el pasado colaboraron con su padre. Será algo que extenderán en la colaboración brindada en torno a la figura del pirata Morgan (Guido Celano), quien accederá colaborar no sin introducir determinadas líneas que marcan la evolución del comportamiento de los piratas, en esos momentos ligados al respeto a la corona inglesa.
A partir de estas premisas, el film de Soldati –como antes señalaba- combina un metraje en el que las cualidades de su puesta en escena quedan ligadas a convenciones insalvables –la película deja en casi todo momento una sensación de falsedad en su plasmación-, situaciones poco trabajadas –ese acoso en el convento que se resuelve de manera tosca-, malvados muy malvados y galanes bobalicones –es digna de ver la inexpresividad y escasa convicción que muestra el casi debutante Renato Salvatori encarnando al galán, hijo del citado pirata Morgan, del que se enamora la protagonista-. Sin embargo, no sería justo cargar las tintas en este capítulo dentro de una producción que abraza abiertamente el alcance del cine popular y que, dentro de dichas premisas, discurre dentro de unos senderos de honestidad e incluso interés. Honestidad al lograr plasmar una ambientación quizá no deslumbrante pero sí más que eficaz a la hora de recrear una ambientación definitoria del contexto de la dominación española en América, e interesante a la hora de mostrar un esfuerzo de implicación y planificación estrictamente cinematográfico, que logra neutralizar este cúmulo de debilidades, dejando entrever en numerosos momentos vetas de verdadera inspiración. Será algo que transmita la brillante planificación de la secuencia de la muerte del cuidador de Jolanda, la presencia de subterráneos lóbregos –con esa inquietante máscara que aparece como motivo de leyenda y finalmente albergará el tesoro buscado-, la inquietante analogía que se realiza entre la tortura a la que es sometida la protagonista por parte de Van Gould –que aparece encuadrada junto a una imagen de un Cristo cautivo; curiosamente son constantes la referencias a la imaginería católica-, el constante interés del realizador por saber acentuar el sentido último de los sentimientos de sus protagonistas –atención a la secuencia desarrollada en alta mar, en la que el joven hijo de Morgan se declara ante Jolanda, recibiendo un extraño rechazo temporal por parte de ella; todo ello plasmado de manera ejemplar por el director-, o incluso la aportación de elementos cercanos dominados por un alcance siniestro –el destino final del pérfido gobernador, embarcado en un pequeño velero junto a diversos leprosos, e impedido a huir por mar ante el avistamiento de tiburones-. Es probable, a este respecto, que esta situación con la que concluye el film de Soldati, alcance mayor interés en su planteamiento que en su resolución final. No obstante, considero que es reveladora de las posibilidades y defectos de un film que ha de ser valorado con la benevolencia de resultar un producto destinado al disfrute del gran público, pero al mismo tiempo con la suficiente sensibilidad de encontrar en sus secuencias el buen pulso de un cineasta humilde con lo que tenía entre manos, pero al mismo tiempo consciente de que entre convenciones e imitaciones de un modelo existente en el cine norteamericano, podía albergar suficientes motivos de interés, e incluso que la imitación en no pocos momentos podía compararse con los modelos de referencia.
Calificación: 2’5
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