EUGENIA GRANDET (1946, Mario Soldati) Eugenia Grandet
Con paso lento pero firme, de forma paulatina van recuperándose exponentes, que avalan la enorme importancia de ese cine italiano realizado al margen del neorrealismo, centrado en el seguimiento de géneros populares, plasmado por lo general con intensidad, un respeto a sus bases literarias, y al mismo tiempo propiciando en sus imágenes una personalidad propia. Al igual que otros nombres como Luigi Zampa, Alberto Lattuada, Renato Castellani, Riccardo Freda, cabe destacar el aporte del polifacético Mario Soldati (1906 – 1999), intelectual en diversos frentes, que brindó una filmografía de una treintena de títulos, en la que destaca la rotundidad de FUGA IN FRANCIA (1948), en una obra en la que destaca el esmero en sus propuestas de género, alternada con adaptaciones literarias. En cualquier caso, uno no deja de asombrarse que una propuesta del calibre de EUGENIA GRANDET (Idem, 1946), puede decirse que siga desconocida en el limbo de los justos. Una ausencia imperdonable, la de la adaptación efectuada de la novela de Balzac –a cargo del propio Soldati, junto a Aldo De Benedetti-, que a través de su deslumbrante resultado, no dudo en considerar uno de los mejores títulos italianos rodados en la segunda mitad de los años cuarenta, al tiempo que nos puede servir como ejemplo pertinente, de la necesaria rehabilitación de un periodo y unos modos fílmicos, sin duda severamente ignorados, en detrimento del influjo del neorrealismo. Creo que ha llegado ya el momento de hacer confluir en la enorme riqueza que se produjo en dicha cinematografía, precisamente por el aporte de esas corrientes complementarias, en la que por otra parte confluyeron el aporte y la colaboración de similares profesionales.
Dicho esto, es un placer poder vivir, apreciar y casi, sentir, la sensibilidad que Soldati pone en práctica. En la que se entrega literalmente, para brindarnos un melodrama de época, tan sentido, tan físico y tan evocador al mismo tiempo, como esta maravillosa película. EUGENIA GRANDET va al grano desde el primer momento, describiendo los modos y el comportamiento de Charles Grandet (Giorgio De Lulo, un convincente galán, que pocos años después prefirió consolidar una importante trayectoria teatral). Dentro de una escenografía recargada de exteriores, en la Francia de las primeras décadas del siglo XIX, veremos a Charles siendo tratado en una barbería, sin pensar en que tiene esperando el resto de viajeros de la diligencia, que lo va a trasladar a la localidad de Saumur. En muy pocos minutos, y dentro de la dinámica planificación aportada por Soldati, descubriremos tanto el afán emprendedor de Charles como su irresistible encanto, que serán, a fin de cuentas, los elementos que propiciarán el hechizo que proyectará a su prima Eugenia Grandet (maravillosa Alida Valli). Y es que este se dirige a dicha población, con una carta de su padre, al objeto de residir temporalmente en casa de su tío, como paso previo a un viaje a las Indias para poder alcanzar fortuna. Pese a las noticias que albergaba de la riqueza de su tío –Felix Grandet (Gualtiero Tumiati)-, la realidad le topará ante un anciano de extremada avaricia y severidad, residiendo en una vetusta mansión dominada por la oscuridad, el temor y la ausencia absoluta de sentimientos. Todo quedará bajo el temible designio de un patriarca que aparenta miseria exterior, pero que en el fondo atesora una riqueza que es incapaz de disfrutar mínimamente.
En un entorno tan opresivo e inquietante, la presencia de Charles supondrá un pequeño asidero de elegancia y caballerosidad, que muy pronto tendrá un punto de referencia no solo en Eugenia, que quedará secretamente hechizada ante su presencia, sino que incluso se extenderá a la sirvienta de la hacienda, harta de tener que convivir con un amo tan mezquino y avariento, o de la propia esposa de este, mujer sojuzgada y humillada por la intransigencia de su esposo. En medio de ese marco tan desolador, Eugenia poco a poco irá acercándose a Charles, de manera especial al saber que su padre se ha suicidado –hecho este descrito en el off narrativo con enorme dramatismo-, por insolvente. Entre los dos jóvenes se establecerá una creciente relación de afectividad, que posibilitará el deseo de Eugenia de ayudar a Charles, entregándole las monedas de oro que albergaba como dote por parte de su padre, para que este pueda viajar hasta su exótico destino y, con ello, rehabilitar la maltrecha situación económica y emocional que atesora. Pasa el tiempo desde su viaje, y Eugenia no deja de añorar el más mínimo contacto con Charles, soportando con estoicismo la ira de su padre, al conocer que ha prestado su dote al muchacho, y dejándola encerrada en su propia habitación. Se sucede el tiempo, fallecerá incluso la madre de Eugenia, y tras esta renunciar a su parte en la herencia, su padre sufrirá un infarto que le dejará semiparalítico, aunque en modo alguno mengue su avaricia. Serán largos años, en los que la muchacha endurecerá su carácter, en parte a partir del rechazo que le brinda la innoble actitud de su padre, y en parte también, por la ausencia de noticias que anhela en su interior, por parte de la persona que sigue amando de manera latente.
Morirá su padre, y Eugenia se convertirá en una mujer rica y aislada, sobre todo de cualquier aventura amorosa. Finalmente, Charles retornará de su exitosa aventura, dejando en un lado la relación latente mantenida con su prima, y aceptando la tentadora propuesta brindada por la advenediza marquesa de Auvrion (Lina Gennari), para que se case con su poco agraciada hija Clorinda, asumiendo con ello una serie de prebendas, que le permitirían ingresar en la alta sociedad parisina. Decidido a dar este paso visitará a su prima, que ha estado esperándole pacientemente, comprobando esta con decepción la amable explicación de este, que supondrá una dolorosa y asumida frustración. Será casi la tumba de los sentimientos para esta sensible joven, que a partir de ese momento se encerrará en sí misma, mientras que Charles en Paris se topará con el rechazo del marqués de Auvrion, al conocer las deudas que seguían estando pendientes de pago por parte de su difunto padre, y que ni su pequeña fortuna podría solventar. Eugenia asumirá de manera anónima las mismas, brindando sin él esperarlo, el último tributo de su prima, tras el cual descubrirá la inmensa fortuna que atesoraba, habiendo perdido la ocasión de haberse dejado llevar por el corazón, en vez de su materialismo.
A partir de una base literaria intocable, no cabe duda que Mario Soldati se empeñó a fondo a la hora de dar vida su adaptación de EUGENIA GRANDET. Y lo articula fundamentalmente, basándose en un enorme esfuerzo de ambientación, adoptando los modos del cine literario, y centrando el interior de la vetusta hacienda de los Grandet, como metáfora del contexto avariento y opresivo en el que vive toda la familia, sojuzgada. En realidad, dos son los vectores sobre los que pivota la película. De un lado, la representación del personaje avariento y dominante del patriarca de los Grandet. Y de otro, articular la entraña de la película, en base a una metáfora visual que alcanza una enorme fuerza dramática. Esta es contraponer el interior de la angosta vivienda como representación de la opresión, y el exterior de la misma como fuga de libertad de sentimientos. Y es precisamente en dicho interior, donde se describe el desarrollo dramático, agobiante e inhóspito, dentro de una dramaturgia asfixiante y llena de fisicidad al mismo tiempo, donde casi no se puede respirar, tanto en esas estancias dominadas por la miseria, como la mezquindad que desprende su patriarca, del que Gualtiero Tumiati brinda una performance admirablemente recargada. Como si nos encontráramos con una rara y admirable simbiosis de los recursos estilísticos, puestos en práctica por Orson Welles en CITIZEN KANE (Ciudadano Kane, 1941), o los aplicados por David Lean en su maravillosa adaptación de Dickens GREAT EXPECTATIONS (Cadenas rotas), aquel mismo año, nos encontramos con la película que respira tanta demencia emocional como credibilidad en su traslación literaria de esa recreación de una vivienda a la que casi no llega la luz, y dominada por angostas estancias y envejecidas pareces, vigas y soportales. Soldati, ayudado por el aporte de una oscura y punitiva iluminación en blanco y negro de Václav Vich, ofrece una narrativa de extremada dificultad, recorriendo esas estancias con enorme pertinencia, hasta erigirse dicho marco físico como el auténtico protagonista del relato. A su través, conoceremos el mezquino comportamiento de Félix, que en el fondo utiliza a la colectividad que le rodea, para negociar no solo su propia producción vinícola, sino incluso atreverse a hacerlo con la de sus competidores.
Y en contraposición a ese universo tan poco alentador, Eugenia verá una cierta luz con el encuentro de su primo. La película describirá ese proceso de acercamiento, en secuencias tan hermosas, como aquella en la que lo encuentra durmiendo en su habitación, tapándole amorosamente con una manta, el recorrido en off de la sensibilidad que se establece entre ambos, o la bellísima secuencia de despedida en el jardín de la vivienda, que aparecerá como un marco casi mágico, que con el paso del tiempo representará la oportunidad del amor, para un ser sensible dominado y sojuzgado por la absoluta mezquindad de su progenitor. La película aprovecha hasta el límite el enfrentamiento de personalidades, de la avaricia extrema de su padre, a la dignidad y resignación siempre presente en su hija.
En EUGENIA GRANDET encontramos un relato dominado por la densidad y la espesura. No hay casi lugar a la esperanza. En medio de esos oscuros y agobiantes encuadres, tan solo habrá aparecerá una pequeña luz en el fugaz pero perdurable romance con Charles, que perdurará en el alma de Eugenia. Es por ello, que desde la distancia, ambos mirarán esa estrella que parece mantenerles unido. Algo que solo prolongará Eugenia, mientras que en él se irá produciendo una distancia emocional, que en el momento de regresar de su lejana aventura le hará manifestar que no espera a nadie.
Admirable a nivel fílmico, perfecta en su recreación de esa nebulosa de recreación de época literaria, irónica la hora de describir la hipocresía de la alta sociedad parisina, en esa tela de araña en la que queda envuelto Charles, mordiendo el anzuelo que le brinda esa aristócrata advenediza de pasado poco recomendable. EUGENIA GRADET es una auténtica delicatessen, sentida hasta muy hondo, de entre cuyo conjunto, me gustaría destacar algunos instantes especialmente memorables. Uno de ellos, será la manera elíptica de plasmar en la pantalla la muerte de la sufrida madre de Eugenia, tras escuchar el dictamen del doctor, que le confesará que su vida no se prolongará más allá del otoño. De inmediato la acción fundirá a un plano con la ventana encuadrando el exterior, sobre el caen las hojas de los árboles, ante la mirada triste de la hija. No hace falta mostrar más. Más cruel será la descripción del fallecimiento de ese padre mezquino y sin corazón, dominada por ese alcance siniestro que siempre definió la andadura vital de ese ser despreciable, que morirá, como no podía ser de otras manera, exteriorizando ese materialismo que asumió como forma de vida; al contemplar el crucifijo de oro con que el enjuto sacerdote intenta administrarle la extremaunción, este exhalará el último suspiro, al intentar hacer suyo un objeto que atesoraría, en su ya improbable riqueza. El film de Soldati culminará como una doble tragedia, descrita casi de manera ritual, entre esos dos amantes, al que el materialismo de Charles, ha impedido decidir en la dirección correcta. Un travelling lateral describirá la boda de este con la acaudalada pero desgraciada Clorinda, mientras que a continuación otro, este frontal y de retroceso, describirá el vacío existencial al que queda condenada, por voluntad propia, Eugenia. Dolorosa conclusión para esta tragedia en vida. La de una mujer que apenas pudo saborear la felicidad y el sentimiento. Inicialmente, por un padre cegado en la avaricia, y más adelante, despreciada por un joven que no supo descubrir su sinceridad de sentimientos. EUGENIA GRANDET es, a mi modo de ver, no solo una de las cimas de la obra de Mario Soldati sino, ante todo, uno de los grandes films italianos de su tiempo. A tiempo se está, de revindicarlo urgentemente.
Calificación: 4
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